viernes, 9 de diciembre de 2005

Este ajeno corazón mío...

La mañana del jueves 10 de octubre de 1967 trascurre, monótona, en la sala de cirugía cardiovascular del hospital Groote Schurr, en la sudafricana Ciudad de El Cabo. Tumbado bocarriba sobre su lecho de enfermo, Louis Washkansky le pasa revista a su existencia. “¡Dios mío, voy a morir!”, musita para sí, y un rictus se le dibuja en la mirada . Los médicos casi han desahuciado a este cardiópata de 54 años de edad que ya va por tres infartos y a quien diagnostican “una enfermedad coronaria con aneurisma ventricular izquierdo”.
-Estudiamos a fondo su caso –le dice en el pase de visita el doctor Christian Bernard, cirujano de la clínica-. Concluimos en que solo queda una salida: transplantarle un corazón. Ya resultó entre animales aquí mismo, en el hospital. Pero le advierto que no se ha intentado nunca en seres humanos. Pero mire, Louis, tengo el deber de hablarle con franqueza: los riesgos de la operación son considerables. Usted decide.
-Doctor, en mi situación no tengo nada que perder –admite el enfermo-. Le digo más: me interesa su propuesta. ¡Póngame un corazón nuevo!
Transcurren 23 días y el quirófano del sur de África es un hervidero. Sala, camilla, anestésicos, bisturí, incisiones, tijeras... Pasan volando cinco horas. “¡Jesús, esto va a funcionar!”, exclama el hombre que maneja el escalpelo. La frase estremece la quietud del salón con resonancias de triunfo. Un diario de la época reseña así el suceso: “Inclinado sobre el tórax abierto de su paciente, el doctor Bernard observa el palpitar del corazón recién implantado. Hasta hace pocas horas, pertenecía a una joven herida de muerte por un chofer borracho. Son las cinco y 52 minutos de la mañana del 3 de diciembre de 1967. El primer trasplante cardíaco en un ser humano en la historia ha resultado un éxito”.
DESPAIGNE, EL DECANO
En 1986, casi 20 años después de esta trascendental referencia de la Medicina, el tunero Héctor Despaigne Guillén ingresó en un salón de operaciones habanero para someterse a un trasplante de similares características, el cuarto que se haría en el país. Aquel joven quinceañero es hoy un fornido mocetón de 1,80 de estatura y alrededor de 200 libras de peso que narra a Juventud Rebelde detalles de su vida.
“Tengo un recuerdo triste de mi infancia y de mi adolescencia. ¿Te imaginas un niño que no pueda jugar a las bolas, ni a los trompos ni a la pelota? Pues así era yo, con aquella falta de aire permanente. Me parecía un castigo, porque cuando no estaba ingresado, tenía que hacer reposo en la casa. ¡Una tragedia! Desde los siete años de edad los especialistas me detectaron una cardiopatía reumática. Comenzaron a tratarme, pero a partir de los 11 mis males se agudizaron. Iba de mal en peor.
Primero me atenderon en el pediátrico ´Mártires de Las Tunas´. Luego, con casi 15 años, me pasaron el tratamiento para el hospital “Ernesto Guevara”. Mis médicos allí fueron los doctores Ernesto y Rabel. Ellos gestionaron y consiguieron mi traslado para La Habana. Antes me habían hablado sobre la posibilidad de trasplantarme allá un corazón. ´Hay 75 para ganar y 25 para perder –dijeron-. A tu favor tienes que eres joven y no estás desgastado. Además, no vas a ser el primero, porque en el mundo se han hecho ya otras operaciones de ese tipo. Puedes salvarte´.
Quedé aterrorizado y me eché a llorar. ¿Qué otra reacción iba a tener con solo 15 años en el cuerpo? Hoy tal vez eso no impresione tanto. Pero recuerda que te hablo del año 1986. Pensé mucho en mi mamá y en la gente que me quería. Me preguntaba todo el tiempo si lograría salir vivo de aquello. Al final tomé conciencia y me convencí, porque se trataba de elegir entre la vida y la muerte. Y –pummmm-, ¡para la capital!
Me llevaron en una ambulancia. Detrás, por ómnibus, viajó mi familia. El hospital “Ameijeiras” me lo conozco ahora de memoria. Pero verlo por primera vez tan grande, tan imponente, me impresionó una barbaridad. No se me olvida que entramos por el sótano. El piso brillaba y lo estaban puliendo con aserrín. ´Ten cuidado no resbales´, me dijo el médico que iba conmigo desde Las Tunas. Y quien por poco se cae fue él.
Fui directo al piso 7, a un cubículo de cuatro personas, junto a tres adultos. Mi cama quedaba al lado de una ventana desde la que podía ver parte de La Habana, la gente, los edificios, los tejados, los carros... Eso me relajó y me tranquilizó bastante. Pasé allí 26 día y conocí al doctor Noel González, jefe del equipo que después me trasplantó. También a la doctora Elba Dolores Garzón, a quien quiero y respeto como a mi segunda madre. A mi hija de cinco años le puse Elba Daniela por ella.
Tengo grabado en la mente el momento de entrar al salón. Fue el 29 de marzo de 1986. ¡No se me olvida! Besé a la vieja y me despedí de mi papá y de mi abuelo, que fueron hasta la entrada con el camillero. Les dije: ´bueno, a jugarme la última carta´. Rogué suerte, porque la cuestión no era solo de técnica, sino también de que mi organismo respondiera. Estuvieron cuatro horas y media dándome cuchilla. Y funcionó.
Nunca supe quien fue el propietario del corazón que me pusieron. Otros operados lo conocen porque se poen a averiguar y eso. Pero yo no. Sé que era un hombre que murió en un accidente de tránsito. Cuando aquello él tenía 26 años y yo solamente 15. Así que ahora mi corazón tiene 46 y yo 35. Le agradezco a su familia el haber accedido a dármelo para que me salvara. Gracias a su generosidad estoy aquí hablando contigo.
De entonces acá pasaron casi 20 años. Losa médicos me dicen que nadie en América Latina ha vivido tanto tiempo con un corazón ajeno. De los trasplantados cubanos, soy uno de los que menos rechazo inmunológico muestra. Aunque esa posibilidad siempre está ahí, latente, lleves de operado el tiempo que lleves y a pesar de los medicamentos.
Antes no iba muy seguido a La Habana, pero ahora voy cada tres meses. Mira, para que comprendas: No es igual mantener un carro con 20 años de explotación que uno nuevo, ¿verdad? Debo verificar los rodamientos en el taller con más frecuencia. Y no es que me sienta mal, pero, si pretendo continuar viaje por la vida, mi motor exige ese cuidado.
Cuando estoy en el Ameijeiras me aíslo para que nadie me hable de enfermedades! ¿Y sabes por qué? Pues porque si le oyes a alguien decir ´me duele aquí´, puedes estar seguro de que a los 10 minutos a ti te duele en el mismo lugar. A mis amistades operadas les digo: ´Háganme caso, ustedes son trasplantados de nueva generación y yo soy un robot viejo. No hablen de síntomas. Luchen por vivir y por seguirnos viendo´.
No le temo a las emociones fuertes porque confío en la resistencia de mi corazón. Cuando voy al estadio a ver los juegos de pelota me mortifico por las malas jugadas. Mis amigos temen que un día me vaya a dar un infarto. Pero yo les digo que mis luchas son benignas, porque llevan alegría, y eso el corazón lo agradece. ¿Mi equipo favorito? Cáete para atrás: Industriales. Cuando el Juego de las Estrellas aquí en Las Tunas, invité a Rey Vicente Anglada a mi casa y hasta nos comimos un lechoncito. No, yo no bebo ni fumo, pero sé divertirme a mi manera.
Una vez pensé escribir un libro. No por vanidad, sino para contar mi odisea. Tenía previsto hasta el título: Dos corazones para una vida. Llegué a hacer anotaciones en una libreta. Pero necesitaba un asesor y me daba vergüenza pedir ayuda. Por aquí por mi casa pasaba el difunto Guillermo Vidal, el escritor. Más de una vez estuve por llamarlo. Nunca me atreví porque él siempre andaba medio alocado y como escribiendo cosas sobre la marcha. Quizás si se lo llego a decir me hubiera ayudado.
Desde que tengo otro corazón soy más sensible. Hasta distinto, creo yo. A pesar de considerarme un hombre fuerte, hay situaciones que me hacen llorar: la generosidad de una persona, cualquier buena acción, una respuesta cariñosa... Me desagrada que algunos culpen al corazón de la maldad humana. Frases como qué corazón más malo tiene Fulano, o Mengano tiene un corazón negro, no van en nada conmigo. ¿Cómo voy a aceptar que califiquen así a algo tan importante en mi vida? Echarle la culpa al corazón de las perversidades del mundo es una injusticia.
Mi corazón me lo toco a cada rato. LO mismo con la mano que con un esteto. Me gusta palparlo y sentirlo latir. Así me recuerda la gratitud que le debo a la Medicina de mi país por haberme salvado sin costarme un centavo. En cualquier otra nación eso hubiera sido imposible, porque una operación como la mía vale una fortuna. Por lo demás, me siento fuerte y decidido a seguir adelante. La vida exige carácter. Yo lo tengo.”
LOS LATIDOS DEL ALTRUISMO
En Cuba se trasplantó por primera vez un corazón el 9 de diciembre de 1985, en el propio hospital “Ameijeiras”. Su beneficiario fue Jorge Hernández Ocaña, de 38 años de edad, quien falleció 24 meses después. Hasta hoy se han hecho más de un centenar, con índices de supervivencia similares a los de los países desarrollados.
Se trata de un costoso y sofisticado proceder quirúrgico que demanda ulterior y regular seguimiento con fármacos también caros. Por ejemplo, la ciclosporina, un inmunosupresor para atenuar la posibilidad de rechazo, se cotiza en el mercado internacional al precio de 250 dólares el frasco. Los trasplantados consumen, aproximadamente, uno por mes y lo reciben gratis. Saque usted cuentas.
El palpitar de nuestro altruismo entra en taquicardia cuando peligra la vida de un hijo de esta tierra. Despaigne, negro y humilde, lo sabe. Nuestros médicos también. En Cuba no se darán nunca historias como esta, con la que cierro este reportaje:“En el año 2001, poco antes de morir, el doctor Bernard, pionero de los trasplantes de corazón, le confesó a un periodista: ´En aquella operación participó un segundo cirujano y era mejor que yo´. ¿Por qué lo ocultó? Pues porque el otro era un negro carente de calificación. En efecto, Hamilton Naki trabajaba de jardinero en la Universidad de Ciudad del Cabo cuando lo enviaron al laboratorio de Medicina Experimental a limpiar las jaulas de los animales. Lo hizo tan bien que pronto le encargaron pesarlos, rasurarlos e inyectarlos. Con el tiempo fue auxiliar de anestesia, después de cirugía y finalmente participó en los trasplantes de corazón en perros. Sus novedosas técnicas lograron que el 3 de diciembre de 1967 fuese el número dos en el histórico implante. Lo mantuvieron en secreto porque, de hacerse público, todos hubieran ido a la cárcel. Era ilegal que un negro operara a un blanco”.

Nota: Despaigne falleció el 6 de agosto del año 2006, víctima de un shock séptico.


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