miércoles, 19 de julio de 2006

¡Cuidado con las erratas!

Los anales de la prensa escrita en el mundo recogen infinidad de curiosidades editoriales de la más heterogénea naturaleza. Algunas de ellas constituyen piezas antológicas que hablan a las claras de la congénita vocación del hombre por trascender su época, unas veces con toda intención, otras no tanto.El 4 de julio de 1856, por ejemplo, el periódico neoyorquino Illuminated Quadruple Constellation lanzó a la venta una edición especial con motivo del Día de la Independencia de los Estados Unidos. El número correspondiente a esa fecha está considerado como el de mayor tamaño de cualquier época. Como tal aparece registrado en el famoso libro Guinness de los Récords y, en verdad, alcanzó dimensiones francamente descomunales.Cada hoja de aquel gigantesco periódico medía 2,44 metros de alto por 1,83 de ancho, “es decir –comparó uno de sus editores- el tamaño aproximado de una mesa de billar”. Según asegura una revista especializada de la época, “aquel coloso de la letra de molde no contenía anuncios, algo verdaderamente extraordinaria tratándose de una publicación norteamericana, y el texto equivalía en extensión al de 30 novelas de las dimensiones corrientes”. Otro caso digno de aparecer en la más exigente antología de publicaciones curiosas lo es el periódico La Luminaria, que se editaba en España en el siglo XIX. Se asegura que sus patrocinadores utilizaban para su impresión una tinta especial combinada con fósforo, lo cual permitía leer sus materiales incluso en la más completa oscuridad. Se desconoce su algún ejemplar de tan extravagante publicación ha llegado hasta nuestros días. Si de erratas se trata, ningún periódico en el mundo puede vanagloriarse de haber estado al margen de sus influjos. Sobre el asunto se podría conformar toda una colección, tanto de casos dramáticos como de hechos divertidos. Alfonso Reyes, el mexicano ilustre, las definió como "especie de viciosa flora microbiana siempre tan reacia a todos los tratamientos de la desinfección”. Él mismo se vio afectado por esta plaga en uno de sus libros de poesía, el cual tenía tantas erratas que suscitó el siguiente comentario de un crítico literario: "Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañado de algunos versos". Sí, la errata ha hecho rabiar a mucha gente de la letra impresa. En no pocas ocasiones, una errata le ha costado el empleo a su responsable. Cuenta el novelista argentino Manuel Ugarte el caso de un periodista que, al dedicar una crónica social a la hija del dueño del rotativo, quiso escribir: "Basta escribir su nombre, Mercedes, para que se sienta orgullosa la tinta". Solo que en lugar de escribir tinta escribió tonta. ¡Lo pusieron de patitas en la calle! También fue embarazosa la situación de un crítico que dedicó su último libro a una condesa. Para ella escribió en la presentación de la obra: "señora, está de más decirle que su exquisito busto conocemos muy bien todos sus amigos". Pero ocurre que donde dice busto debió ponerse gusto. Imagínese...
Algo parecido le sucedió al académico francés Flavigny en 1648, al escribir en una crítica teológica la conocida frase del Evangelio de San Mateo: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas a ver la viga que está en tu propio ojo?” Esto, en latín, reza: “¿Quid vides festucam in oculo fratis tuis et trabem in oculo tuo non vides?” Un lector burlón lo reseñó así: “En la palabra oculo el duende escamoteó misteriosamente la o inicial, pasando en la frase el papel del ojo a otra parte del cuerpo humano con la que el hombre no ve y que solo en determinadas circunstancias y lugares puede ella misma ver la luz del día”. A pesar de lo involuntario del hecho, el escándalo fue colosal. La comunidad académica no perdonó jamás aquel desliz que estuvo a punto de desacreditar para siempre a uno de sus miembros entre sus colegas de oficio.

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