viernes, 30 de noviembre de 2007

Cantera, el de los crucigramas

Los crucigramas son, sin dudas, los entretenimientos de corte editorial más carismáticos y divulgados de la época contemporánea. A ellos no solo les reservan espacio en sus páginas las revistas y los periódicos, sino que hasta se editan libros dedicados por entero al tema. Tal y como los conocemos hoy, los primeros vieron la luz en diciembre del año 1913 en el suplemento dominical del diario New York World. Tuvieron tanto éxito que la dirección del rotativo optó por convertirlos en sección fija.
En el municipio tunero de Manatí, a 46 kilómetros de la capital provincial, radica desde hace más de 70 calendarios un hombre devenido referencia en tan interesante asunto: Enrique Cantera Alberdi. Allá por la década de los 80 del siglo pasado, este hispano nacido en Santander rubricaba la autoría de muchos de los crucigramas aparecidos en la prensa nacional. Hoy tiene 94 años de edad y la vista ya no le permite excesos. Sin embargo, Cantera accede a desgranar su historia crucigramera entre verticales y horizontales.
-Cuénteme, ¿cómo llegó al mundo de los crucigramas?
-A mí siempre me gustaron los crucigramas. En la etapa previa al año 1959, perseguía los de la revista Carteles, que eran dificilísimos, y no descansaba hasta resolverlos. Ahora, sobre lo que me preguntas, sucedió a mediados de 1980 aproximadamente, cuando me atreví a remitir algunos a la revista Bohemia, que cuando aquello era semanal, con más páginas y de mayor tamaño. Dos o tres meses después del envío tuve la sorpresa y la alegría de ver uno de ellos publicado, gracias a la confianza depositada en mí por el humorista y gran amigo Ramón Guerra –conocido popularmente por Mongo P.- quien por entonces atendía en la propia revista la gustada sección En Pocas Palabras, anfitriona de ese tipo de entretenimientos.
“Me motivó únicamente la intención de no estar ocioso en casa y de darle actividad a mis neuronas. Te advierto que soy una persona de formación autodidacta y presumo de haber leído mucho durante toda mi vida. Eso me facilitó bastante la tarea. Y como los desafíos intelectuales siempre han gozado de mis simpatías, pues cierta mañana me senté a la mesa, tomé lápiz, papel y regla, hice una cuadrícula de 15 por 15 sobre una hoja en blanco, llamé a filas a mi viejo diccionario Larousse Ilustrado, comencé a llenar casillas con palabras diversas y, luego de un montón de horas de tropiezos y aciertos... ¡nació mi primer crucigrama! Así fue el debut.
“A partir de ese instante sistematicé mi colaboración con la revista Bohemia, que se extendió por casi 10 años. Todos los meses me publicaban dos y hasta tres crucigramas. Pero mi desaforada producción desbordaba la demanda, y entonces les propuse también algunos a Verde Olivo y a Opina, dos publicaciones de la época, así como a la revista Logros, que editaba la ANIR. ¡Y también me los publicaron! En total soy autor de casi 800 crucigramas, muchos de los cuales todavía se encuentran inéditos en sus álbumes originales”.
-¿Se proponía algún objetivo específico al concebirlos?
-Jajajajajaja... En algunos de ellos –no lo niego- mi propósito era crear dificultades, hacer rabiar al solucionista, enredarlo en mis laberintos de casillas bloqueadas, confundirlo con paronimias diversas, en fin... Deliberadamente le complicaba la perspectiva semántica en la cuadrícula para obligarlo después a consultar un diccionario especializado en busca de un sinónimo, un antónimo o una definición cualquiera que, de no ser así, se hubiera negado de plano a revelarle su significado. Siempre me gustó fastidiar en eso, jajajajaja...
“Pero en otros crucigramas –y también lo reconozco- salía en busca del recreo intelectual, del regodeo idiomático... Muchos de ellos, incluso, podían hasta reflejar mi estado de ánimo en el momento de elaborarlos. De eso pueden dar fe quienes me conocieron y compartieron conmigo aquellos excelentes ejercicios de creación y de esfuerzo mental donde tanto me divertí y aprendí.
“Desde luego, no existen dos crucigramas completamente idénticos. ¡Ni siquiera parecidos! Eso sí, cada uno lleva implícito el sello personalísimo de su autor, razón por la cual los solucionistas habituales suelen identificarlos al primer golpe de vista. Eso ocurría siempre con los míos, aunque no llevaran mi crédito a pie de página”.

-¿Existe alguna técnica especial para estructurar un buen crucigrama?
-La técnica siempre es personal y se aprende sobre la marcha, con muchas horas de paciencia y de persistencia sobre los diccionarios. ¡No creas que es fácil! Se comienza por el modelo de papel cuadriculado con un número determinado de casillas intencionalmente sombreadas, no solo para hacer compleja la posible solución del crucigrama, sino también para dotarlo de un diseño visualmente atractivo y ligero, con simetría incluida.
“Acto seguido, se procede a distribuir poco a poco las palabras dentro del cuadro, de manera que las posiciones que ocupen en el papel –horizontales o verticales- no alteren en nada sus respectivos significados como consecuencia del necesario entrecruzamiento. En tales circunstancias, cada casilla vencida le trae nuevos obstáculos al creador, porque se trata de una verdadera tormenta de vocablos aceptados o rechazados, ya por su extensión, ya por su definición. Así es como se llega a la última letra y se le pone punto final a la aventura. Créeme, uno termina con la mente ardiendo.
“En mi caso particular, siempre procuré evitar, por ejemplo, la ubicación de palabras invertidas, aunque en ocasiones no me quedaba otro remedio que ponerlas. Tampoco solía apelar a siglas inventadas ni a neologismos forzados, aunque sí incluía nombres de países, de personalidades, de montañas, de ciudades, de ríos... Algunos eran extrañísimos y apenas conocidos, y eso hacía rabiar a la gente. Es que a mí siempre me ha parecido que lo fácil no enseña tanto como lo difícil. Si usted consigna para una horizontal: 1- Blanco y ovalado, que lo ponen las gallinas, enseguida le escribirán: huevo. Sin embargo, establezca para una vertical: 24- Nombre del padre de Cristóbal Colón, y verá cómo se suda la gota gorda para saber que se llamaba Doménico. Un crucigrama es también una enciclopedia breve, una antología de cultura general en pequeño formato”.
-¿Sabía que muchos lectores nunca los completaban con éxito?
-Sí, cómo no, estaba enterado de eso. ¡Y lo disfrutaba de lo lindo, jajajajajaja! Realmente, cuando terminaba de crear un crucigrama casi siempre tenía la certeza de que alguien no lo podría luego resolver hasta el final, ya fuera por ignorancia o por inexperiencia. Eso provocó más de una catarsis en mi contra a través del correo postal, con gruesos calificativos dirigidos a mi árbol genealógico. Pero nunca me reconocí culpable. Más bien me divertía con esas reacciones.
“Claro, otro grupo más hábil y preparado intelectualmente sí conseguía terminarlos, y también me lo hacía saber epistolarmente, entre triunfante y burlón. Se trataba de personas que preferían «vivir» mis crucigramas con sus incógnitas llenas de situaciones para pensar, discurrir y apelar al Larousse en busca de ayuda. Esos nunca aguardaban por la Bohemia siguiente para comprobar sus aciertos. Se exprimían las neuronas hasta sacarles el jugo en una suerte de masoquismo intelectual. Pero finalmente vencían.”
-¿Llegó a tener preferencias por alguno de sus crucigramas?
-Te confieso que sí. Eso siempre ocurre en el campo de la creación. En cierta oportunidad concebir uno de ellos me resultó tan extremadamente difícil y complicado que la obsesión por terminarlo casi me quitó el sueño durante una semana. Tal vez por eso se convirtió luego en mi favorito. Todavía hoy, después de tanto tiempo transcurrido, lo desempolvo alguna que otra vez de su álbum y le paso revista a sus casillas bloqueadas y rellenadas con nombres inauditos y acepciones fuera de uso extraídos de mi vetusto, gastado, exhausto y siempre fiel diccionario Larousse.

“Otra de mis producciones que recuerdo siempre con infinito agrado es la que contiene en su estructura cuadriculada los nombres de las 14 provincias cubanas y del municipio especial de la Isla de la Juventud, combinados todos con términos de uso popular y cotidiano. Lo significativo de ese crucigrama es que lo diseñé con solo 37 casillas bloqueadas. MI experiencia me dice que es imposible hacerlo con menos. Si alguien opina lo contrario y quiere probar, pues, arriba..., ¡manos a la obra!”
-¿Alguna anécdota personal relacionada con los crucigramas?
-Una no..., ¡varias! Mira, una vez recibí una carta simpatiquísima procedente del municipio de Ranchuelo, en la zona central de Cuba. Pues bien, en ella el remitente me adjuntaba unas cuartetas muy divertidas acerca de mi costumbre de incluir sinónimos rebuscados en los crucigramas. Los versos me hicieron reír, porque eran ingeniosos y estaban hechospor un cubano auténtico. Decían así: «Cantera, vete a la porra / te digo en esta cuarteta / ¿quién rayos en el planeta / sabe que api es mazamorra? / Hasta el diccionario fui, / de otra forma no podía / saber que la Ley Judía / era tora, y lo aprendí. / Ninguno de por acá / sabe que allá en Filipinas / además de criar gallinas / se produce el abacá. /
Expresión de cortesía / quiere decir rendibú. / Me parece que ni tú / ni nadie allá lo sabía. / No sigo porque es humano / no hacer tan larga la lista. / Pero hay que ser un artista / para batearte, mi hermano. / Yo trabajo sin apuro / y así siempre te bateo. / Pero en mi opinión yo creo / que estás pitcheando muy duro.»
-¿Qué le proporcionó a su vida el mundo de los crucigramas?
-Mucho. Muchísimo, diría yo. Me posibilitó probarme intelectualmente ante el desafío de las casillas en blanco, incrementó mi cultura general y me granjeó tremenda popularidad tanto positiva como negativa. Sí, porque –debo decirlo- tuve apologistas, pero también detractores. Además, una vida vertical para exhibirla cuando la horizontalidad me reclame. ¿No le parece que es bastante?

NOTA: Esta entrevista fue publicada por el periódico cubano Juventud Rebelde hace cinco años. Enrique Cantera falleció en su hogar manatiense el 22 de agosto del pasado 2006.

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martes, 27 de noviembre de 2007

La pelota viajera

Aquel mediodía pintaba bien para cualquier cosa menos para ponerse a jugar pelota bajo el sol. «¡Cómo se les ocurre…!», exclamaban siempre los mayores. Pero cuando se tienen 15 años de edad no se repara demasiado en semejantes bagatelas, propias de adultos aburridos y regañones. Y así pensábamos todos en el grupo de adolescentes que domingo tras domingo nos achicharrábamos en El Campito, nuestro destartalado terrenito de béisbol, para liarnos a batazos y en discusiones.
Íbamos llegábamos a cuenta gotas. César, con su estropeado guante, regalo de un primo que quiso una vez ser pelotero; Alberto, arreos y careta en ristre; Jorge Alba, el único que tiraba curvas entre nosotros; Humberto, con un bate de majagua fabricado a machete limpio; Corpas, con una vieja mascota de receptor... De más está decir que ser propietario de uno de estos implementos garantizaba la inclusión per secula en alguna de las dos novenas.
Jugar en El Campito no era miel sobre hojuelas, porque se las traía por sus irregularidades topográficas mitad tierra y mitad cemento. Imponía que los jardineros derecho y central se situaran a más de medio metro sobre el nivel del resto de las posiciones, entre los aparatos de un parque infantil; que el antesalista y el torpedero casi pegaran las espaldas a la cerca; que el left fiel jugara mucho más allá del límite perimetral, en medio de una calle; que el segunda base y el inicialista tomaran posiciones cercanas al lanzador...
Aquel domingo estábamos los de siempre y recién comenzaba el juego. Cada cual ocupó su sitio acostumbrado. En la lomita de uno de los equipos se trepó el gordo Jorge Alba, quien, durante el calentamiento, hizo sonar con estridencia la mascota de su receptor con aquella, nuestra única pelota, forrada esa mañana con esparadrapo y empolvada luego con ceniza para, según se aseguraba, facilitarle el agarre y hacerla menos pegajosa al tacto.
Pero -¡ay!-, Jorge solamente llegó a realizar un lanzamiento oficial. El hombre al bate le hizo swing y levantó un fly de foul hacia atrás, casi perpendicular con la calle de siempre, por donde transitan los carros que se dirigen hacia la ciudad de Las Tunas. Sucedió entonces algo extraordinario: en ese preciso instante acertó a pasar por la vía un transporte serrano –guarandinga, como le llamaban- repleto de pasajeros. Y como las casualidades están para que ocurran a pesar de nosotros, la pelota fue a caer sincronizada y exactamente encima del maletero, situado en el techo del vehículo. Imagínense...
Cuando vinimos a darnos cuenta, ya la guarandinga se había alejado lo suficiente como para no poder darle alcance ni con la voz ni con las piernas. Ninguno de los viajeros se había percatado del abordaje de aquella intrusa de última hora, sin la cual nuestro encuentro dominical estaba condenado irremediablemente a irse a bolina.
Pasmados e incrédulos, perdida en calidad de polizona la única pelota en existencia por causa de aquel azar fuera de cálculo, recogimos el magro equipamiento y nos despedimos a deshora con la promesa de inventar algo, cualquier cosa, para la próxima cita dominguera.
Cuando retornamos a nuestros hogares –tristes, derrotados, cariacontecidos- más de un padre nos salió con aquello de «¡pero cómo se les ocurre...!» Y a pesar del respeto que nos inspiraban, más de uno les respondimos con una elocuente torcida de ojos.

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jueves, 22 de noviembre de 2007

Pedradas desde el cielo

Al filo de las dos y media de la tarde del viernes 29 de marzo de 1963, Enma Gutiérrez sacó media humanidad por el hueco de la ventana del comedor y fijó sus ojos castaños en las nubes. «¡Ñoo, va a caer tremendo aguacero!”» dijo para sí. Mujer precavida, corrió ligera a recoger lo que tenía oreándose en los cordeles del patio. «Bien que nos vendría aunque fuera una chubasco», pensó, mientras se echaba al hombro sábanas, camisas, blusas, toallas... Tuvo que apresurarse. «¡Uff, gracias a Dios me dio tiempo!», se felicitó. Ya dentro de la casa y con la ropa seca, se sirvió una tacita de café. «¡Qué rico!», reconoció. Estaba aún relamiéndose de gusto cuando se desató aquella tormenta horrible. Luego vinieron 40 minutos laaaaaaaaargos que los tuneros de la época no olvidarán en lo que les resta de vida.
«Recuerdo que había una seca tremenda y todos estábamos locos porque lloviera –apunta el hoy septuagenario Alcides Viamontes. Ese día el cielo se puso negro como chapapote. ¡Parecía que lo habían pintado!. Los primeros goterones nos llenaron de contentura. Imagínese, el agua es el todo. Y uno pensando en las cosechas, en los animales... Pero cuando llegaron los granizos la cosa se puso fea. Oiga, periodista, ¡fea! Yo nunca he visto nada parecido. Rebotaban como pelotas ahí mismitico, en el patio. Eran así de grandes. Estuvieron cayendo 10 ó 15 minutos, más o menos. Lo suficiente como para que acabaran con la quinta y con los mangos.»
Un corresponsal del diario habanero Revolución destacado en la otrora Victoria de Las Tunas simplificó el insólito suceso con una breve frase: «El entusiasmo inicial de los tuneros se tornó pronto en preocupación.» Y no era para menos. De súbito comenzaron a vivirse dramáticos momentos de angustia. La tormenta no solo se volvió implacable, sino también agresiva. Y se buscó un aliado poderoso: el viento, que, en ráfagas huracanadas, llegó a alcanzar hasta 75 kilómetros por hora. Llovió a cántaros, al punto que los pluviómetros registraron casi 45 milímetros. ¡Y aquellos granizos! Parecía como si un ejército armado de tirapiedras la hubiera emprendido contra la ciudad desde algún recóndito escondrijo del cielo.
Fue un desastre memorable. Quizás uno de los más espectaculares en los anales citadinos. La siniestra cofradía agua-viento-granizo derrumbó viviendas, pulverizó anuncios lumínicos, echó abajo vallas publicitarias, quebró vitrinas comerciales, arrancó árboles y postes... En los populares repartos Buena Vista, Santo Domingo y Sosa dejó un saldo de más de 25 personas lesionadas que requirieron de urgente asistencia médica. Fueron interrumpidos temporalmente, además, el fluido eléctrico y las comunicaciones telefónicas y telegráficas...
«Y eso que solo duró unos minutos. –acota Luis Almaguer, un exbodeguero de 80 años a cuestas con más de una anécdota de la infausta jornada-. Que si no... Los granizos por poco echan abajo el techo de cinc de mi casa. También me desbarataron en el patio una caravana donde tenía encerradas ocho polluelas ya de comer. Por supuesto, no recuperé ni las plumas. ¡Vaya usted a saber quién se dio banquete con el fricasé! Pero nada. Me dije: “bueno, más se perdió en la guerra. Y al que a granizo mata, a granizo muere”. Entonces recogí en un cubo unos puñados en el patio y enfrié con ellos unas cervecitas que tenía guardadas. De alguna manera me desquité la que me hicieron los muy granujas.»
Ese día por la tarde el hielo y los escombros acumulados interrumpieron el tránsito en algunas calles. Como no había corriente, por la noche la gente se alumbró con velas y faroles. Por unas cuantas horas la incomunicación en la ciudad fue absoluta. Se reportaron con daños de consideración el edificio de la planta eléctrica, la fábrica de piensos, el almacén del MINCIN, la torre repetidora de Radio Reloj y más de un centenar de viviendas.
«La granizada fue tan descomunal que hasta tupió las canales de recoger agua de lluvia –rememora Nelia Rodríguez-. Las tejas de las casas quedaron relucientes y limpieciiiiitas... Y Reynaldo Contreras: “A mí me sorprendió en un descampado. ¡Y me dio una tunda! Tuve que botar los paquetes que traía en las manos y echarme a correr en busca de un techo. Si no me tapo la cabeza el granizo me descalabra. Aún así, me llenó la espalda de chichones”.»
Pero... ¡genio y figura! Pasado la tormenta, muchos se lanzaron a la vía pública... ¡a festejar! No fueron pocos los que imitaron a Luis Almaguer en aquello de enfriar cervezas con las bolitas heladas! Realmente, había granizos en cantidades industriales: en los contenes, en los techos, en las oquedades... Llegaron a formaron bloques macizos de hasta 16 pulgadas de altura. Omar León era un chiquillo, pero recuerda que por entonces se estaba construyendo el alcantarillado de la ciudad. «Las zanjas eran hondísimas y se llenaron hasta el tope», asegura. Hay quien cuenta que algunos niños intentaron construir muñecos de «nieve», a imagen y semejanza de los infantes europeos. Choferes de vehículos que consiguieron franquear las barreras interpuestas se llevaron hacia sus destinos los maleteros repletos de granizos, como prueba irrefutable de lo sucedido aquella tarde en los tranquilos predios tuneros.
No faltaron los supersticiosos y los apocalípticos: «Caballeros, ¡recuerden que anoche salió el caballo blanco!», dijeron el día del célebre, helado y celestial apedreamiento. Se referían a un antigua leyenda local que hablaba de un indio sin cabeza a lomo de un corcel de ese color cuyo galope nocturno por las calles de la ciudad solía presagiar «infaliblemente» una cercana desgracia individual o colectiva.
Casi 45 años después de la célebre lluvia de balines helados, Enma Gutiérrez se frota las manos y retorna a la actualidad. Por un instante echa un vistazo a la incipiente mañana tunera y dice, premonitoria. «Hoy va a hacer un sol que rajará las piedras». Me trae un buchito de café tibio. «Hasta otro día», le digo en son de despedida. «Ha sido un placer tenerlo por acá», me responde, amable. Salgo a la calle radiante de luz. Media cuadra después, vuelvo la cabeza y sorprendo a la mujer con la mirada castaña perdida en el cielo huérfano de nubes. Y me parece como si se reeditara por un momento la historia de aquella aciaga tarde tunera, cuando Enma pronosticó el aguacero que fue el mascarón de proa de una de las granizadas más fabulosas ocurridas en todos los tiempos en el territorio nacional.

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domingo, 18 de noviembre de 2007

A 25 años del tiburón-ballena

A pesar del tiempo transcurrido desde entonces, la noticia conlleva aún al asombro. En efecto, el 19 de abril de 1982, un suceso poco común hizo impacto en las apacibles coordenadas del Puerto de Manatí: la captura en la zona de Palancón de un enorme tiburón-ballena cuyo peso ascendió a... ¡nueve mil 590 libras! Dicen que es el mayor de su tipo de los cobrados en Cuba en cualquier época. Resultó de tales dimensiones que se hizo necesario recurrir a una grúa para izarlo, de lo cual dejó constancia el periódico tunero 26 en la fotografía adjunta a esta reseña.
Tenían sobradas razones para la admiración los atónitos hombres de mar, acostumbrados a pescar con sus avíos bichos de mucho menor rango. El tiburón ballena, realmente, es el mayor pez de los mares, una colosal criatura que llega a alcanzar hasta 20 toneladas de peso y 18 metros de longitud. Su cola puede medir de lado a lado más de dos metros y su descomunal boca tiene capacidad suficiente como para engullirse de una vez a una persona nadando de costado.
Los pescadores lo identifican también por los nombres de damero y pez dama, y aseguran que su carne es exquisita. Afortunadamente, a este gigante marino no le interesan los seres humanos, porque se alimenta solamente de plancton y pequeños peces. Por cierto, no fue extravagante la presencia en nuestras latitudes de tan enorme pez, pues abunda en aguas del Océano Atlántico y se le puede encontrar en zonas costeras, tanto tropicales como templadas.
Este del cual les hablo fue capturado por los pescadores Franklin Roque, Celso Rodríguez y Germán Justo a 20 pies de profundidad y a unos 400 metros de la orilla, luego de enredarse en uno de los aparejos, donde permaneció cautivo 48 horas antes de ser remolcado a tierra por más de 24 kilómetros. Se aferraba con tal frenesí a la vida que sus captores se vieron obligados a realizarle ocho disparos de bala para remitirlo defintivamente al otro mundo.
Las mediciones posteriores certificaron que el ejemplar medía 11 metros de largo, 15,3 pies de diámetro, 5,5 pies de ancho de cabeza y 51 pulgadas de ancho de boca. Además, se le extrajeron cuatro mil 795 libras de excelente carne –suficientes para que el establecimiento pesquero local le diera un significativo impulso a su plan de captura- y su piel fue aprovechada con fines industriales.
Pero el acontecimiento no quedó solamente en la sensacional captura y en la difusión reiterada de la noticia por la mayoría de los medios periodísticos del país. A los pocos días un compositor fue visitado por las musas y le dio vida a una simpática guaracha relacionada con el tema que las emisoras de radio se encargaron de popularizar en el estilo del muy gustado grupo musical Los Caribeños.
En fin, aquel tiburón-ballena de tan extraordinarias dimensiones se hizo célebre en el territorio nacional y todavía, más de un cuarto de siglo después de su singular captura, se le recuerda.

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jueves, 15 de noviembre de 2007

El tesoro de nuestro idioma

El 23 de abril de 1616 está registrado en los anales de la cultura universal como una jornada azarosamente trágica. Ese día -¡vaya con las coincidencias!-, murieron en distintos lugares y horarios del planeta tres íconos de la literatura: el inglés William Shakespeare, el español Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega.
Como ofrenda póstuma a esos grandes hombres de letras, en 1995 la Conferencia General de la UNESCO eligió al 23 de abril como Día Internacional del Libro, «considerando que ha sido, históricamente, el elemento más poderoso de concentración y divulgación del conocimiento humano y el medio más eficaz para conservarlo.»
Los hispanohablantes –perpetuos inconformes- le subimos la parada a la conmemoración, y adoptamos también el 23 de abril para celebrar el Día Mundial del Idioma Español. Porque, ¿acaso no engrandeció sobremanera la perspectiva de nuestra lengua esa obra maestra de Cervantes que es El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. La famosa novela de caballería constituye en sí misma todo un reservorio idiomático capaz de complacer los gustos más exigentes.
Sobre el origen de nuestro idioma concurren varias teoría. La más aceptada afirma que desciende de un proceso de depuración por el cual diversos dialectos se fueron modificando al influjo del latín y de los invasores romanos, godos y árabes. Se dice que hasta el griego contribuyó al «diseño» del luego llamado castellano, pues le aportó a su repertorio voces tales como huérfano, escuela y democracia.
Ya a fines del siglo XV el castellano se había impuesto en España lo suficiente como para atravesar en carabelas el Atlántico junto a Cristóbal Colón en busca del Nuevo Mundo. Fue precisamente en 1492, fecha de la llegada del Gran Almirante a América, cuando Antonio de Lebrija publicó la primera gramática castellana. El suceso editorial impulsó extraordinariamente el desarrollo de esta lengua que hoy retoza en los labios de casi 500 millones de personas.
Fue en el continente americano donde nuestro exuberante idioma encontró la horma de su zapato. Tan pronto echó pie a tierra con la espada y con la cruz a cuestas, enfrentó el promiscuo asedio de lenguas nativas tales como el taíno, el aymará, el maya, el quechua y el guaraní. Tal diversidad originó, según los expertos en la materia, que el Nuevo Mundo se convirtiera luego en el territorio de mayor fragmentación lingüística del planeta, con más de 120 familias de lenguas diferentes y cientos de dialectos en su haber.
Así, en el siglo XVI los americanismos comenzaron a desembarcar en España en los viajes de regreso y a irrumpir en su mapa léxico con nuevas palabras olorosas a selva y a monte: cóndor, maíz, cacique, colibrí, chocolate, tomate, cacao, aguacate... Muchos años después, en 1713, se fundó en Madrid la Real Academia Española de la Lengua. Por cierto, la primera voz aborigen que esta institución aceptó en su selecto diccionario fue huracán. Sí, la conquista resultó traumática para los conquistados. Pero en el orden lingüístico nos dejó el saldo de la palabra, ese tesoro al que tanto le debe nuestra cultura.
«Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra –diría de los conquistadores siglos más tarde el gran poeta chileno y Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda en su antológico libro Confieso que he vivido-.Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes. Salimos perdiendo. Salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras.»
Actualmente el español es la lengua oficial de 22 países y la cuarta más hablada del mundo, después del chino, el inglés y el hindi. En pleno siglo XXI se le encuentra presente y activo en cualquier lugar del globo terráqueo. Tanto ha crecido su utilización que es ya el segundo idioma en Estados Unidos, donde viven hoy 38,6 millones de hispanos -el 13 por ciento de su población-, y su crecimiento se incrementará hasta los 155 millones para el año 2050. Esto significa que para dicha fecha, uno de cada tres norteamericanos procederá de una nación donde se hable el idioma de Cervantes.
CURIOSIDADES DEL IDIOMA ESPAÑOL
Entre los matices que distinguen a la lengua española figuran en un sitio relevante las curiosidades. A riesgo de ser tildado de chovinista, sospecho que ninguno otro registro idiomático exhibe tantas. Pongo de muestra un caso de acentuación. Se trata de una oración en la cual todas sus palabras -nueve en total- llevan acento ortográfico, es decir, tilde. Ahí les va: «Tomás pidió públicamente perdón, disculpándose después muchísimo más íntimamente». Sí, es a lo mejor una construcción forzada, pero no deja de ser interesante.
Y disfruten de este rosario de singularidades: La palabra oía tiene tres sílabas en tres letras. En el vocablo aristocrático, cada letra aparece exactamente dos veces. El término arte es masculino en singular y femenino en plural. En la palabra barrabrava, una letra aparece una sola vez, otra aparece dos veces, otra tres veces y la cuartas cuatro veces. En el término centrifugados todas las letras son diferentes y ninguna se repite. El vocablo cinco tiene a su vez cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número. El término corrección tiene dos letras dobles... Interesante, ¿verdad?
Y este otro recital: Las palabras ecuatorianos y aeronáuticos poseen las mismas letras, pero en diferente orden. Con 23 letras, se ha establecido que la palabra electroencefalografista es la más extensa de todas las aprobadas por la Real Academia Española de la Lengua. El término estuve contiene cuatro letras consecutivas por orden alfabético: stuv. Con nueve letras, menstrual es el vocablo más largo con solo dos sílabas. Mil es el único número que no tiene ni o ni e. La palabra pedigüeñería tiene los cuatro firuletes que un término puede tener en nuestro idioma: la virgulilla de la ñ, la diéresis sobre la ü, la tilde del acento y el punto sobre la i. El vocablo reconocer se lee lo mismo de izquierda a derecha que viceversa. La palabra euforia tiene las cinco vocales y solo dos consonantes...
LAS PALABRAS MÁS BELLAS EN ESPAÑOL
Todos los años, cuando está por llegar el día 23 de abril, un sitio madrileño en Internet llamado Escuela de Escritores realiza una encuesta entre cibernautas de todo el mundo en torno a la siguiente pregunta: «¿Cuál es la palabra más bella del idioma español?» Solo les establece un requisito sine qua non: en las respuestas no se aceptan nombres propios ni palabras que no estén reconocidas por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
El año pasado el portal recibió respuestas de más de 41 mil personas de alrededor de 50 países de los cinco continentes, quienes votaron por 7100 términos diferentes. ¿Y saben qué palabra se llevó los máximos honores? Pues amor, con 3364 votos, seguida de libertad, paz, vida, azahar, esperanza, madre, mamá, amistad, libélula, amanecer, alegría, felicidad, armonía, albahaca, susurro, sonrisa, agua, azul, luz, mar, solidaridad, pasión, mandarina y abrazo.
Según los organizadores de tan singular concurso, todo parece indicar que los concursantes votaron por aquellas palabras españolas cuyas fonéticas las hacen agradables al oído, pero que, sobre todo, llevan intrínsecos nociones y conceptos fundamentales en las expectativas de los seres humanos. Basta repasar las 25 premiadas para confirmar que, en efecto, suenen bien... ¡y se les interpreta mejor!
«Todos creemos, junto con Jorge Luis Borges, que en la palabra Nilo fluye el Nilo, y por lo mismo pensamos que en la palabra amor viven todos y cada uno de los amores pasados, presentes o futuros. Si perdiéramos la palabra amor, perderíamos la posibilidad de sentirlo. Y lo mismo sucede con las otras tres que le siguen: libertad, vida y paz. No debe parecernos falta de imaginación que la gente las haya preferido a otras: las tres expresan realidades esenciales, son 'el nombre exacto de las cosas', la cosa misma», opina en el diario El País Andrés Trapiello, autor del libro El arca de las palabras .
El español es una lengua que le ha dado gloria a nuestra cultura en todas sus manifestaciones. Sus hablantes debemos de estar atentos para vigilar por la integridad de los patrones que le dan vida, cultivarlo con el buen gusto y salvarlo a ultranza de quienes intentan contaminar su uso cotidiano con la chabacanería.
En el mundo actual –aseguran los estudiosos- se hablan aproximadamente cinco mil idiomas y dialectos. ¡Un verdadero mosaico! A los millones de hispanohablantes del planeta nos corresponde velar por el nuestro y por su pureza, para entregárselo entero y vital a las generaciones que nos sucedan. El escritor Miguel de Unamuno lo dijo cierta vez con elegancia y tino: «La sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo, que no amengua su voz por mucho que ambos mundos llene».

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lunes, 12 de noviembre de 2007

¿Y qué me dicen de estos papás?

Los padres buenos no son exclusivos del sapiente género humano. ¿Buscar al niño a la guardería? ¿Bañarlo alguna que otra vez? ¿Cambiarle los pañales en ausencia de mamá? ¿Sacarlo de paseo los domingos? Bah, amigo cibernauta, cualquiera de esos deberes es una bicoca comparado con lo que la paternidad les exige a ciertos progenitores del reino animal. ¡Lea y dígame si tengo razón o no!
Una especie de tilapia macho no prueba bocado mientras nacen sus crías, pues carga los huevos en la boca durante las dos semanas que dura la incubación. Cuando las posturas sacan, los pececillos nadan libremente por las cercanías. Pero si surge algún peligro, papá-tilapia abre su enorme boca y las crías entran a ocultarse a toda velocidad dentro de ella. Pasado el apuro, salen de nuevo a retozar como si tal cosa.
El kiwi de Nueva Zelanda lo hace casi todo: su hembra pone el huevo y él se le sienta encima por espacio de 80 jornadas ininterrumpidas. En ese ínterin el abnegado papá pierde la mitad de su peso corporal . Algo similar realiza el pingüino emperador. Cuando su pareja echa fuera la postura, él la toma con cuidado y se la pone entre los pies para evitarle el contacto con el hielo durante... ¡115 días! Así enfrenta el cruel invierno antártico sin apenas comer, hasta que mamá pingüina vuelve de su estancia en el océano.
Cierto sapo europeo se envuelve los huevos en las piernas, donde los lleva durante los 21 días de la incubación. En todo ese tiempo su cónyuge duerme plácidamente y a pierna suelta. Otro batracio llamado partero lleva los huevos y las pequeñas crías sobre unos orificios que le salen en su espalda. La madre «apenas dispara un chícharo», como decimos los cubanos cuando alguien se desentiende con demasiada frecuencia de sus deberes.
El macho de la chinche de agua es otro mártir de la paternidad, pues entrega su espalda para que la hembra desove sobre ella. Mientras incuba la nidada, el infeliz queda incapacitado para volar, ya que los huevos les sellan las alas. Papá caballito de mar no le va a la zaga: a él no solo le toca llevar los huevos durante 40 ó 50 días en una bolsa prendida a su abdomen hasta que rompen el cascarón. También les proporciona oxígeno a través de su propio sistema sanguíneo. ¡Hasta los dolores del «parto» van a la cuenta de este estilizado animalito en su versión masculina.
El ñandú es un ave de gran tamaño cuyo macho convive con varias hembras a la vez. Es él quien construye los nidos para que ellas pongan. Luego asume la incubación y el cuidado de las polladas. Antes de ese momento, y en aras de simplificarse tan agobiante menester, transporta los huevos de cada una de sus concubinas a un nido colectivo. Los pichones permanecen al cuidado del buen padre hasta que tienen de cuatro a seis meses, mientras las madres pasean orondas y sin compromisos por las praderas.
Muchas aves machos son muy buenos padres. El albatros viajero, por ejemplo, vuela millares de kilómetros en busca de alimentos, mientras su compañera le espera impaciente en el nido. En las zonas desérticas, otros plumados varones emplean un método sumamente eficaz para aplacar la sed de sus crías: localizan un charco, se empapan las plumas del pecho y regresan a toda velicidad al nido para que los pichones beban el agua que estas portan.
La protección de los polluelos exige una gran consagración. Cuando llueve, papá-ave cubre a sus crías con sus alas extendidas para mantenerlos calentitos y bien secos. Los estorninos son modelos: para proteger el nido de piojos y pulgas, estos pájaros recogen trocitos de plantas tóxicas y los depositan estratégicamente alrededor y dentro de la casita de paja para que actúen como fortísimos insecticidas capaces de neutralizar o de repeler a los parásitos agresores.
¿Qué le parecen estos ejemplos, amigo cibernauta? Comparados con estos mártires de la paternidad, ¿no pueden considerarse los padres de la especie humana algo más que afortunados?

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