jueves, 22 de noviembre de 2007

Pedradas desde el cielo

Al filo de las dos y media de la tarde del viernes 29 de marzo de 1963, Enma Gutiérrez sacó media humanidad por el hueco de la ventana del comedor y fijó sus ojos castaños en las nubes. «¡Ñoo, va a caer tremendo aguacero!”» dijo para sí. Mujer precavida, corrió ligera a recoger lo que tenía oreándose en los cordeles del patio. «Bien que nos vendría aunque fuera una chubasco», pensó, mientras se echaba al hombro sábanas, camisas, blusas, toallas... Tuvo que apresurarse. «¡Uff, gracias a Dios me dio tiempo!», se felicitó. Ya dentro de la casa y con la ropa seca, se sirvió una tacita de café. «¡Qué rico!», reconoció. Estaba aún relamiéndose de gusto cuando se desató aquella tormenta horrible. Luego vinieron 40 minutos laaaaaaaaargos que los tuneros de la época no olvidarán en lo que les resta de vida.
«Recuerdo que había una seca tremenda y todos estábamos locos porque lloviera –apunta el hoy septuagenario Alcides Viamontes. Ese día el cielo se puso negro como chapapote. ¡Parecía que lo habían pintado!. Los primeros goterones nos llenaron de contentura. Imagínese, el agua es el todo. Y uno pensando en las cosechas, en los animales... Pero cuando llegaron los granizos la cosa se puso fea. Oiga, periodista, ¡fea! Yo nunca he visto nada parecido. Rebotaban como pelotas ahí mismitico, en el patio. Eran así de grandes. Estuvieron cayendo 10 ó 15 minutos, más o menos. Lo suficiente como para que acabaran con la quinta y con los mangos.»
Un corresponsal del diario habanero Revolución destacado en la otrora Victoria de Las Tunas simplificó el insólito suceso con una breve frase: «El entusiasmo inicial de los tuneros se tornó pronto en preocupación.» Y no era para menos. De súbito comenzaron a vivirse dramáticos momentos de angustia. La tormenta no solo se volvió implacable, sino también agresiva. Y se buscó un aliado poderoso: el viento, que, en ráfagas huracanadas, llegó a alcanzar hasta 75 kilómetros por hora. Llovió a cántaros, al punto que los pluviómetros registraron casi 45 milímetros. ¡Y aquellos granizos! Parecía como si un ejército armado de tirapiedras la hubiera emprendido contra la ciudad desde algún recóndito escondrijo del cielo.
Fue un desastre memorable. Quizás uno de los más espectaculares en los anales citadinos. La siniestra cofradía agua-viento-granizo derrumbó viviendas, pulverizó anuncios lumínicos, echó abajo vallas publicitarias, quebró vitrinas comerciales, arrancó árboles y postes... En los populares repartos Buena Vista, Santo Domingo y Sosa dejó un saldo de más de 25 personas lesionadas que requirieron de urgente asistencia médica. Fueron interrumpidos temporalmente, además, el fluido eléctrico y las comunicaciones telefónicas y telegráficas...
«Y eso que solo duró unos minutos. –acota Luis Almaguer, un exbodeguero de 80 años a cuestas con más de una anécdota de la infausta jornada-. Que si no... Los granizos por poco echan abajo el techo de cinc de mi casa. También me desbarataron en el patio una caravana donde tenía encerradas ocho polluelas ya de comer. Por supuesto, no recuperé ni las plumas. ¡Vaya usted a saber quién se dio banquete con el fricasé! Pero nada. Me dije: “bueno, más se perdió en la guerra. Y al que a granizo mata, a granizo muere”. Entonces recogí en un cubo unos puñados en el patio y enfrié con ellos unas cervecitas que tenía guardadas. De alguna manera me desquité la que me hicieron los muy granujas.»
Ese día por la tarde el hielo y los escombros acumulados interrumpieron el tránsito en algunas calles. Como no había corriente, por la noche la gente se alumbró con velas y faroles. Por unas cuantas horas la incomunicación en la ciudad fue absoluta. Se reportaron con daños de consideración el edificio de la planta eléctrica, la fábrica de piensos, el almacén del MINCIN, la torre repetidora de Radio Reloj y más de un centenar de viviendas.
«La granizada fue tan descomunal que hasta tupió las canales de recoger agua de lluvia –rememora Nelia Rodríguez-. Las tejas de las casas quedaron relucientes y limpieciiiiitas... Y Reynaldo Contreras: “A mí me sorprendió en un descampado. ¡Y me dio una tunda! Tuve que botar los paquetes que traía en las manos y echarme a correr en busca de un techo. Si no me tapo la cabeza el granizo me descalabra. Aún así, me llenó la espalda de chichones”.»
Pero... ¡genio y figura! Pasado la tormenta, muchos se lanzaron a la vía pública... ¡a festejar! No fueron pocos los que imitaron a Luis Almaguer en aquello de enfriar cervezas con las bolitas heladas! Realmente, había granizos en cantidades industriales: en los contenes, en los techos, en las oquedades... Llegaron a formaron bloques macizos de hasta 16 pulgadas de altura. Omar León era un chiquillo, pero recuerda que por entonces se estaba construyendo el alcantarillado de la ciudad. «Las zanjas eran hondísimas y se llenaron hasta el tope», asegura. Hay quien cuenta que algunos niños intentaron construir muñecos de «nieve», a imagen y semejanza de los infantes europeos. Choferes de vehículos que consiguieron franquear las barreras interpuestas se llevaron hacia sus destinos los maleteros repletos de granizos, como prueba irrefutable de lo sucedido aquella tarde en los tranquilos predios tuneros.
No faltaron los supersticiosos y los apocalípticos: «Caballeros, ¡recuerden que anoche salió el caballo blanco!», dijeron el día del célebre, helado y celestial apedreamiento. Se referían a un antigua leyenda local que hablaba de un indio sin cabeza a lomo de un corcel de ese color cuyo galope nocturno por las calles de la ciudad solía presagiar «infaliblemente» una cercana desgracia individual o colectiva.
Casi 45 años después de la célebre lluvia de balines helados, Enma Gutiérrez se frota las manos y retorna a la actualidad. Por un instante echa un vistazo a la incipiente mañana tunera y dice, premonitoria. «Hoy va a hacer un sol que rajará las piedras». Me trae un buchito de café tibio. «Hasta otro día», le digo en son de despedida. «Ha sido un placer tenerlo por acá», me responde, amable. Salgo a la calle radiante de luz. Media cuadra después, vuelvo la cabeza y sorprendo a la mujer con la mirada castaña perdida en el cielo huérfano de nubes. Y me parece como si se reeditara por un momento la historia de aquella aciaga tarde tunera, cuando Enma pronosticó el aguacero que fue el mascarón de proa de una de las granizadas más fabulosas ocurridas en todos los tiempos en el territorio nacional.

2 comentarios:

cubajuan dijo...

Yo estaba en Kindergarten (que así se llamaba el preescolar en aquella época) y mi madre perdió la piel de las rodillas abajo por ir corriendo bajo el granizo a buscarme al cole. La maestra nos había subido encima de las mesas porque el aula se anegó y estabamos muy asustados. Ver entrar a mi madre por la puerta fue como el final feliz de un cuento de terror reinventado por Disney. Un abrazo desde Madrid de Juan Carlos Cuba Marchán

David Huertas dijo...

hola juan, cuando fué la última granizada que tu recuerdas?
mi esposa es de santa clara y nunca habia visto nevar hasta que el año pasado le cayó una tremenda nevada que la tuvo en la carretera en una guagua mas de doce horas, jeje
saludos

 
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