lunes, 12 de noviembre de 2007

¿Y qué me dicen de estos papás?

Los padres buenos no son exclusivos del sapiente género humano. ¿Buscar al niño a la guardería? ¿Bañarlo alguna que otra vez? ¿Cambiarle los pañales en ausencia de mamá? ¿Sacarlo de paseo los domingos? Bah, amigo cibernauta, cualquiera de esos deberes es una bicoca comparado con lo que la paternidad les exige a ciertos progenitores del reino animal. ¡Lea y dígame si tengo razón o no!
Una especie de tilapia macho no prueba bocado mientras nacen sus crías, pues carga los huevos en la boca durante las dos semanas que dura la incubación. Cuando las posturas sacan, los pececillos nadan libremente por las cercanías. Pero si surge algún peligro, papá-tilapia abre su enorme boca y las crías entran a ocultarse a toda velocidad dentro de ella. Pasado el apuro, salen de nuevo a retozar como si tal cosa.
El kiwi de Nueva Zelanda lo hace casi todo: su hembra pone el huevo y él se le sienta encima por espacio de 80 jornadas ininterrumpidas. En ese ínterin el abnegado papá pierde la mitad de su peso corporal . Algo similar realiza el pingüino emperador. Cuando su pareja echa fuera la postura, él la toma con cuidado y se la pone entre los pies para evitarle el contacto con el hielo durante... ¡115 días! Así enfrenta el cruel invierno antártico sin apenas comer, hasta que mamá pingüina vuelve de su estancia en el océano.
Cierto sapo europeo se envuelve los huevos en las piernas, donde los lleva durante los 21 días de la incubación. En todo ese tiempo su cónyuge duerme plácidamente y a pierna suelta. Otro batracio llamado partero lleva los huevos y las pequeñas crías sobre unos orificios que le salen en su espalda. La madre «apenas dispara un chícharo», como decimos los cubanos cuando alguien se desentiende con demasiada frecuencia de sus deberes.
El macho de la chinche de agua es otro mártir de la paternidad, pues entrega su espalda para que la hembra desove sobre ella. Mientras incuba la nidada, el infeliz queda incapacitado para volar, ya que los huevos les sellan las alas. Papá caballito de mar no le va a la zaga: a él no solo le toca llevar los huevos durante 40 ó 50 días en una bolsa prendida a su abdomen hasta que rompen el cascarón. También les proporciona oxígeno a través de su propio sistema sanguíneo. ¡Hasta los dolores del «parto» van a la cuenta de este estilizado animalito en su versión masculina.
El ñandú es un ave de gran tamaño cuyo macho convive con varias hembras a la vez. Es él quien construye los nidos para que ellas pongan. Luego asume la incubación y el cuidado de las polladas. Antes de ese momento, y en aras de simplificarse tan agobiante menester, transporta los huevos de cada una de sus concubinas a un nido colectivo. Los pichones permanecen al cuidado del buen padre hasta que tienen de cuatro a seis meses, mientras las madres pasean orondas y sin compromisos por las praderas.
Muchas aves machos son muy buenos padres. El albatros viajero, por ejemplo, vuela millares de kilómetros en busca de alimentos, mientras su compañera le espera impaciente en el nido. En las zonas desérticas, otros plumados varones emplean un método sumamente eficaz para aplacar la sed de sus crías: localizan un charco, se empapan las plumas del pecho y regresan a toda velicidad al nido para que los pichones beban el agua que estas portan.
La protección de los polluelos exige una gran consagración. Cuando llueve, papá-ave cubre a sus crías con sus alas extendidas para mantenerlos calentitos y bien secos. Los estorninos son modelos: para proteger el nido de piojos y pulgas, estos pájaros recogen trocitos de plantas tóxicas y los depositan estratégicamente alrededor y dentro de la casita de paja para que actúen como fortísimos insecticidas capaces de neutralizar o de repeler a los parásitos agresores.
¿Qué le parecen estos ejemplos, amigo cibernauta? Comparados con estos mártires de la paternidad, ¿no pueden considerarse los padres de la especie humana algo más que afortunados?

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