martes, 29 de mayo de 2007

Las siamesas de Las Tunas

Martes 18 de diciembre del año 1973. Hospital Lenin, en la ciudad cubana de Holguín. Despunta el atardecer.
-Riiiiiing, riiiiiing, riiiiiing... –suena con insistencia el timbre de un teléfono.
-Dígame –responde el cirujano Rafael Vázquez Fernández al levantar el auricular.
-¿El doctor Vázquez Fernández? –pregunta alguien desde el otro extremo del hilo-. ¿Sí? Mire, por aquí el doctor Hernández Ojito, del hospital materno de Victoria de Las Tunas. Nos acaban de nacer un par de siamesas. ¿Podría ayudarnos a evaluarlas?
El médico siente que la noticia le corta el aliento:
-¡Siamesas! –profiere por lo bajo el también profesor de Cirugía de la Universidad de Oriente-. Eso es una rareza en cualquier parte.
Y recuerda haber leído que la mayor proporción de este tipo de parto ocurre en las tribus yorubas de Nigeria, donde aproximadamente uno de cada 22 alumbramientos suele ser gemelar. Los expertos atribuyen el fenómeno a la abundancia de cierto tubérculo en la dieta de las mujeres aborígenes, capaz de aumentarles los niveles de estrógeno y de conferirles gran vitalidad a los óvulos maduros liberados.
Ante lo excepcional del hecho, el doctor Vázquez no lo piensa dos veces:
-Voy para allá enseguida –dice, enfático, antes de colgar el aparato.
Minutos más tarde, aborda un auto, toma la carretera, devora los 70 y tantos kilómetros que lo separan de Victoria de Las Tunas y en hora y media echa pie a tierra frente a la institución de la vecina provincia. Ni por asomo sospecha el especialista holguinero que días después protagonizará un acontecimiento de enorme trascendencia en la historia de la medicina cubana.
EXAMENES PRELIMINARES
No hay tiempo que perder. Junto a su colega Hernández Ojito -quien había asistido el parto múltiple junto a la pediatra Clara Bisquet-, Vázquez se encamina hasta la sala donde las siamesas Maylín y Mayelín Téllez Pupo, de seis libras de peso cada una, descabezan su primera siesta terrenal unidas por el abdomen. La evaluación deviene catarsis de optimismo: ¡se puede intentar la separación de las pequeñas! Solicitan una ambulancia. Destino: Hospital Lenin, en Holguín. «¡Cuánto han cambiado los tiempos!», reflexiona el doctor Vázquez. Y su pensamiento se remonta a la época de los hindúes del siglo XVI, quienes, por considerarlos demoníacos y monstruosos, solían incinerar a los siameses acabados de nacer.
Ya en la Ciudad de los Parques, se constituye un equipo multidisciplinario. Hay que estudiar a fondo a Maylín y a Mayelín para confirmar la factibilidad de separarlas en el quirófano. La anestesióloga Pura Avilés, el pediatra Félix Álvarez, el hematólogo Norberto Rodríguez y el propio Vázquez Fernández se dan a la tarea de realizarles pruebas de todo tipo: radiológicas, genéticas, cardiovasculares, hematológicas, de gases en sangre... Los resultados alientan aún más las esperanzas. Solo falta consultar a los padres. «El éxito es posible, pero también puede fallar –les advierten-¿Autorizan la operación?» Y ellos, resueltamente, dicen que sí.
ALGUNOS ANTECEDENTESSe trata de una intervención sin precedentes en Latinoamérica. Eso sí, la bibliografía especializada recoge otros casos en el mundo, aunque no exactamente iguales. Dice, por ejemplo, que la primera separación de gemelos unidos se llevó a cabo en Francia en 1689, en los cuales el sitio de unión era el ombligo. Y si de siamesas conocidas se trata, que las más antiguas fueron Mary y Eliza Chulkhurst, nacidas en el año 1100 en Inglaterra, quienes vivieron 34 almanaques con un solo par de extremidades superiores e inferiores, un solo recto y una sola vagina.
También reseñan los propios libros que los gemelos unidos más famosos tuvieron por nombres Chang y Eng Bunker, y vinieron al mundo en 1811 en Siam, hoy Tailandia. Ellos pasaron la mayor parte de su existencia en los Estados Unidos, donde vivieron intensamente hasta los 63 años de edad. Los galenos de su tiempo rechazaron operarlos por tener... ¡un hígado común! Ambos se casaron y procrearon 10 y 12 hijos, respectivamente. Chang fue quien primero murió. A las pocas horas lo hizo Eng. Desde entonces el término siameses designa a este tipo de gemelos.
EL MOMENTO DE LA VERDADPero sigamos con Maylín y Mayelín. A medianoche del 25 de diciembre comienza el acto quirúrgico, que se extiende por casi dos horas. Por las salas aledañas al quirófano se respira una atmósfera de gran expectación. La revista Bohemia lo reseña así en un reportaje memorable: «Por primera vez en la historia de la Medicina en Cuba se acometía la compleja tarea de intervenir a dos personas al mismo tiempo en un mismo salón, y, en este caso, a dos pequeñas criaturas de solo nueve días de nacidas, ¡y unidas estrechamente por la región abdominal...!»
Se forman dos grupos especializados para atender diferenciadamente a las siamesas dentro del salón de operaciones. En el primero, los doctores Vázquez, Ojito y Viamonte asumen la parte más delicada de la intervención. En el segundo, en una mesa paralela, los también doctores Cabrera, Velásquez y Abadía se responsabilizan con otra tarea no menos difícil: reconstruir la pared abdominal de las niñas, una vez separadas.
-Operamos con un bisturí eléctrico –dijo luego el doctor Vázquez Fernández a las publicaciones de entonces-. Ese tipo de escalpelo corta y evita el sangramiento. Enfrentamos tres momentos muy tensos: la apertura de la cavidad abdominal, el corte del apéndice xifoides y el seccionamiento en dos partes iguales del hígado común. Este órgano, por cierto, tenía sistemas independientes para cada niña. De no haber sido así, la operación hubiera sido fatal para una de ellas.
Sobre aquella jornada existe el testimonio de otra protagonista:
-Recuerdo que lidiamos con otra dificultad técnica sumamente molesta: la entubación endotraqueal de las criaturas –reconoció a los propios órganos la doctora Pura Avilés, una autoridad en materia de anestesiología-. Ocurrió porque las caras de las niñas estaban muy próximas una de la otra. Eso conllevó a que las cabezas quedaran en posiciones poco manejables. Afortunadamente, el equipo consiguió salir bien del trance.
¡ÉXITO TOTAL!Resultó un triunfo espectacular. El periódico holguinero ¡Ahora!, en la edición del 5 de enero de 1974, desplegó en un gran titular de su primera página el inusitado suceso: GRAN ÉXITO DE LA MEDICINA CUBANA. Era la intervención quirúrgica a siamesas número 132 en la historia de la humanidad. Las nuestras, como se ha dicho, nacieron por parto natural, pero unidas desde el apéndice xifoides hasta la región umbilical. Fueron las primeras en Latinoamérica en sobrevivir a una separación quirúrgica. Menos de un año después, en septiembre de 1974, conseguirían igual suerte las pequeñas siamesas dominicanas de 11 meses de edad Clara y Altagracia Rodríguez, operadas en el Hospital de Niños de Filadelfia, quienes compartían el hígado y parte del colon.
EL PASO DEL TIEMPO
Hoy Maylín y Mayelín son dos jóvenes normales y llenas de vida. Ambas residen sin traumas ni secuelas, en su natal Las Tunas. Además de concederles salud de hierro y notoriedad ginecobstétrica, la vida les ofreció también la dicha de ser madres.
-Solo faltan unos meses para que cumplamos 34 años -dice sonriente Mayelín, mientras acaricia, cariñosa, a su pequeña Elisa Marlén, de cuatro años de nacida-. ¡Cómo pasa el tiempo! El primero fue varón y tiene 13 años. Se llama Ariel Reidel. Mi hermana y yo siempre le estaremos infinitamente agradecidas a la medicina cubana. Gracias a ella estamos vivas.
-Sí señor, 34 años de aquello -acota Maylín, al tiempo que abraza a sus pequeños con devoción de paloma-. ¿Quién lo iba a decir? Yo también tengo dos niños: Aylín, de 12 añitos, y Sergio, de siete. Los dos me llenan de felicidad todos los días. Sinceramente, la maternidad es un privilegio que nos da a las mujeres la naturaleza.
Hace poco tiempo, el mármol perpetuó aquel suceso en una escultura erigida en la Facultad de Ciencias Médicas de Holguín. Hasta allá fueron ese día Maylín y Mayelín. Se trata del homenaje público a una hazaña cien por ciento cubana. Una proeza médica cuyo perfil comenzó a revelarse el 18 de diciembre de 1973, cuando el teléfono del doctor Vázquez Fernández comenzó a sonar y a sonar con una estridencia que auguraba algo cuya grandeza todavía hoy nos colma de asombro.

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domingo, 27 de mayo de 2007

Construcciones tuneras insignias

La mayoría de las ciudades del mundo tienen lugares, edificios y obras que las distinguen. Muchas suelen aparecer desplegadas a todo color en tarjetas postales, promociones de televisión y guías turísticas. Las Tunas cuenta también -¡cómo no!- con sus propias construcciones insignias, y las muestra al visitante con el mismo orgullo de París por su torre Eiffel, Roma por su Coliseo o Nueva York por su Estatua de la Libertad.
Buena parte de los tuneros coincide en admitir que el edificio distintivo de su terruño es el Museo Provincial Mayor General Vicente García, una obra por la que todos sentimos entrañable cariño. Este inmueble comenzó a erigirse en tiempos en que ocupaba la alcaldía municipal el gran periodista Rafael Zayas González, fundador y director del bisemanario El Eco de Tunas.
Desde el instante mismo en que fue concebido, los patrocinadores del edificio insistieron en dotarlo de un sello particular, por lo cual le confiaron su proyecto y dirección a un profesional de reconocido currículo: el ingeniero Carlos Sagarra Fernández, un hijo de Santiago de Cuba a cuyo talento le debe el inmueble buena parte de su fastuosidad.
Luego del consabido tiempo de construcción, el local abrió oficialmente sus puertas en el año 1921 con el pomposo nombre de Palacio Municipal. Pero, curiosamente, tal denominación nunca consiguió imponerse por completo, porque, como allí radicaban las oficinas y las dependencias del gobierno territorial, el pueblo lo llamó casi siempre el Ayuntamiento.
Sus líneas arquitectónica lindan con el eclecticismo, aunque exhiben también influencia neoclásica en sus frontoncillos y columnas. Sus amplios espacios, elevados puntales, privilegiada ubicación y diseño de carpintería le otorgan personalidad distintiva y gran nivel de confort. Todo esto ha permitido que durante años el edificio haya tenido diferentes usos, como el de Biblioteca Pública Municipal a partir de 1951 y el de Instituto Preuniversitario más tarde. En 1984 se le sometió a una reparación capital y se convirtió en Museo Provincial.
SALA POLIVALENTE
Nadie duda que la instalación deportiva tunera más popular y concurrida es el estadio Julio Antonio Mella, cuartel general de nuestro equipo grande de béisbol. Sin embargo, la Sala Polivalente Leonardo Mackenzie Grant no le va a la zaga en cuanto a simpatías.
Cuando se comenzó a edificar en 1982 no había en el país otra sala deportiva con iguales características. Por tal motivo, la Mackenzie Grant disfrutó de la exclusividad hasta que pocos años después cobraron vida las de La Habana, Sancti Spíritus y Santiago de Cuba. En su etapa constructiva final fue todo un suceso el izaje de la estereocelosía que conforma el techo de seis mil 253 metros cuadrados y 814 toneladas de peso. Esta operación se realizó mediante 268 gatos hidráulicos, ante la mirada de asombro de cientos de tuneros que no le perdieron detalles. Por cierto, la estereocelosía descansa sobre 52 columnas a una altura de 14 metros.
El área principal de nuestra Polivalente mide 54 metros de largo por 30 de ancho. Deportes tales como el baloncesto, la gimnasia, el boxeo, la esgrima, el judo, el balonmano, la lucha y el voleibol han celebrado allí eventos nacionales e internacionales de primerísima calidad.
También dispone de una zona de entrenamiento con tabloncillo y cuadrilátero. Y si de público se trata, sus graderías pueden asimilar holgadamente más de tres mil 500 aficionados. Debajo radican las cátedras deportivas, una cafetería, varias oficinas y salones de prensa y de reuniones. La escultura que engalana la entrada principal es obra del artista plástico tunero Rafael Ferrero y data de 1988. Con su base incluida, mide 12 metros de altura. Fue tallada en un material llamado poliuretano y fundida con resina poliéster y fibra de vidrio. Como toque final, Ferrero la bañó con un producto sintético que imita el color del bronce.
CASA NATAL DEL GENERAL VICENTE
El Memorial Vicente García es otro sitio de la ciudad que nos dignifica. Según datos del Archivo Nacional de Cuba, en esta vivienda residió con su familia hasta el año 1868 el bien llamado León de Santa Rita.
El inmueble data del año 1800, y en sus primeros tiempos era apenas un caserón de ladrillos y tejas ubicado en la que por entonces se conocía por Calle Real. En el año 1876, el Mayor General Vicente García comenzó ejemplarmente el incendio de la ciudad por esta, su residencia familiar. La reconstruyeron al terminar la guerra, pero el Mayor General Calixto García le volvió a prender fuego en el año 1897. La casona estuvo en ruinas hasta 1919, cuando edificaron su parte frontal para dedicarla al comercio.
Por fortuna, la reconstrucción de 1919 le conservó su planta colonial en forma de U, su amplio patio interior, sus colgadizos sostenidos por columnas y sus ventanas con guardapolvo. En cambio, la fachada principal permutó para el eclecticismo, con sus columnas de fuste estriado, su capitel corintio y sus grandes balaustradas. Aunque el Memorial tiene valor arquitectónico, su principal mérito es el histórico. En 1985 fue restaurada por Patrimonio Cultural y en 1996 se le declaró Monumento Nacional.
EL TANQUE MAYOR
El tanque de Buena Vista es algo más que una obra de ingeniería engarzada dentro un populoso reparto de la ciudad. Se trata, además, de una referencia de la que no podemos prescindir. Obreros que participaron en su construcción aseguran que comenzó a ejecutarse con una sola concretera a inicios de los años 60 del siglo pasado y que se concluyó a mediados de 1967. Agregan que en sus etapas constructivas utilizaron el método tradicional, es decir, fundición en el propio sitio de la obra.
La ejecución de este tanque con capacidad para 500 mil galones de agua comenzó con la cimentación corrida, sobre la que se anclaron debidamente las columnas hasta la altura de lo que los expertos llaman arriostre. Encima de esa estructura encofraron con piezas de madera y luego fundieron el plato. Acto seguido se levantaron las paredes de hormigón armado. En esta fase los albañiles solo utilizaron winches y carretillas y su trabajo se extendió por espacio de 76 horas consecutivas. El remate de la obra resultó la tapa del tanque, colocada a 31 metros del suelo.
LA PLAZA DE LA REVOLUCIÓN
La última pieza en incorporarse a la colección de construcciones insignes en Las Tunas fue la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García González, un proyecto donde se integra orgánicamente el arte con la arquitectura. En su consumación tomaron parte activa artistas plásticos, constructores, arquitectos y especialistas variados.
Nuestra plaza cuenta con un área de concentración de corte ecológico-ambiental donde el hormigón teñido se mezcla con el verdor de la vegetación, con los bancos y con la fuente. También se integra a la tribuna que sugiere una fortaleza por los materiales empleados, tales como piedra jaimanita y mármol rojo, y por sus desniveles y laberintos de acceso.
Un gran mural de hormigón armado de 52 metros de longitud y constituido por elementos de entre 10 y 16 toneladas de peso, muestra momentos decisivos de la historia local y nacional. Se trata de un verdadero compendio de nuestras tradiciones de lucha en el que la plástica con sus bondades le aportan su singular manera de manifestarse.
Esta auténtica obra de arte cumple además la función de cubrir una nave de 48 metros de largo por 15 de ancho. Dispone de sala de conferencias, salón de protocolo, oficinas y la sala de los Generales, donde se exhiben bustos de los mambises tuneros que ostentaron ese alto grado militar en las guerras del siglo XIX. Todos los locales tienen un diseño sobrio tanto en forma como en textura y color lo que da una sensación de confort que invita a la meditación y a la honra de los próceres.
Las Tunas cuenta con sitios emblemáticos que vale la pena recorrer y admirar. Ellos también forman parte de nuestro patrimonio.

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domingo, 20 de mayo de 2007

Encuentro entre las nubes


Nunca le he prestado demasiada atención a los horóscopos. Con el perdón de quienes los siguen y los persiguen, me parecen frivolidades diseñadas para gente tonta y aburrida. Admito estar al corriente de que mi signo es Sagitario porque nací un 18 de diciembre. Pero mis luces sobre el tema solo llegan hasta ahí. Sin embargo, el 7 de mayo del año 2002 me ocurrió algo sumamente curioso mientras cumplía misión periodística en la República de Guatemala: la columna zodiacal del diario local Prensa Libre me predijo, entre otras cosas, lo siguiente: “Hoy va a recibir una sorpresa increíble que lo hará emocionar”. Oiga, ¡y acertó!.
Pues bien, aquel día, después del desayuno, me fui con uno de nuestros médicos hasta una aldea extraviada entre las montañas del Quiché. “Aquí con los indígena vive un hombre que asegura ser cubano”, me comentó el galeno al llegar al villorrio. “Repite eso”, casi le exigí, incrédulo. Lo hizo, y a partir de ese momento no tuve cabeza para otra cosa.
Lo acribillé a preguntas: “¿quién es? ¿dónde vive? ¿hay posibilidad de verlo? ¿cómo se va a su casa? ¿podemos ir ahora mismo?” Un lugareño que escuchaba mi fuego artillero se ofreció para conducirme. Inmediatamente le tomé la palabra. Caminamos un centenar de metros y me mostró una casa humilde y de paredes de barro.
-Llegamos –dijo-. Ese que está en la puerta es Cipriano.
Ante mí tenía a un hombre de unos 75 años, relativamente alto y escuálido, pero todavía bien plantado. Vestía camisa de mangas largas dobladas hasta los codos. El rostro curtido por el sol mostraba una barba escasa y descuidada. Sus ojos penetrantes denotaban un cansancio colosal. Se tocaba con un sombrero blanco ceñido por una banda oscura. De su hombro izquierdo colgaba un morral indígena. Me miró con extrañeza cuando me le aproximé. Le tendí la mano y me la estrechó. Las primeras frases intercambiadas fueron más o menos de este tenor:
-Buenos días. Buenos días. ¿Cómo está? Yo estoy bien, ¿y usted? Bastante bien, gracias. No hay de qué. Me han dicho que usted es cubano. Sí, nací en Cuba. Ah, pues entonces somos compatriotas, porque yo también soy de allá. ¿No me diga? Sí, soy periodista y ando de recorrido por Guatemala. Pues sea bienvenido. ¿Y de que parte de la isla es usted? De Oriente, de la zona de Victoria de Las Tunas...
El corazón me dio una voltereta dentro del pecho. Me sentí sacudido por una emoción inédita y difícil de describir. ¿Había escuchado bien o me traicionaban mis oídos? ¿Coterráneo mío aquel hombre? No, demasiada casualidad. ¿Cómo explicar su presencia en una cordillera guatemalteca, a más de dos mil metros de altura? ¿Desde cuándo había abandonado el terruño? ¿Qué hacía viviendo en una aldea indígena? Sencillamente desconcertante. El viejo se dio cuenta de mi confusión y acudió en mi ayuda. Me sorprendieron la lucidez y la coherencia con que esclareció las circunstancias en que llegó a tierras chapinas.
-Me llamo Cipriano Almaguer Peña –dijo con ronca voz-. Nací en 1925, en un lugar llamado Dumañuecos, cerquita del ingenio Manatí. Dice usted bien, al lado de la loma, cómo no. ¡Todavía me acuerdo de ella! Bueno, pues por allá mi familia tenía un lote de tierra y se dedicaba a sembrar y a esas cosas. Eran tiempos malos. No había dinero, ni ropa, ni comida... A la escuela nunca fui. Tenía que ayudar a papá en los sembrados. Cuando tuve 18 años me fugué de la casa y...
Cipriano tomó rumbo a La Habana junto a un amigo del barrio. En la capital cubana se las vieron negras y cada cual cogió su camino. El guajirito comenzó a merodear por los muelles del puerto y a relacionarse con los marineros. Un día un contramaestre le propuso viajar de polizón en un barco que iba a Honduras. Aceptó. En Centroamérica la United Fruit Company necesitaba mano de obra y le ofreció contrato como estibador. Estuvo cargando racimos de bananas durante un montón de años. Luego viajó a Nicaragua y a El Salvador. Hasta que cierta mañana un accidente en una grúa lo dejó lisiado. Lo despidieron del trabajo. Intentó retornar a Cuba, pero no tenía un céntimo.
-Vine para Guatemala en los años 1956 ó 1957, ahora no recuerdo bien la fecha –agregó-. Aquí hice de todo para ganarme la vida. Desde trabajar en las milpas hasta atender plantaciones de cardamomo. Formé familia. Me arrimé a una indígena que me dio siete hijos varones. Andan regados por todo el país, cada uno en lo suyo. En eso de ir de un sitio a otro se parecen al padre. ¿Mi mujer? Murió hace siete años. ¿Dumañuecos? Jamás volví a saber de allá. Nunca fui muy apegado a mi gente.
Me invita a pasar. Como la mayoría de las casas indígenas, la suya tampoco tiene divisiones ni ventanas. El piso es de tierra. En un rincón, un camastro destartalado da fe de la pobreza de su inquilino. Un fogón de leña humea tímidamente en el fondo. Hay algunas vasijas estropeadas por el uso. Además, un bulto de madera, una tinaja, un amasijo de ropa, una bandeja para hacer tortillas de maíz, un calendario de la cerveza Gallo y un pequeño baúl de metal. Cipriano va renqueando hasta él, lo abre, registra, husmea, revuelve, saca un papel hecho jirones y me lo muestra con la felicidad danzándole en las pupilas.
-Mire este pedazo de un periódico de Victoria de Las Tunas de aquellos años –dice, triunfante-. Se llamaba El Liberal. Ahí hablan de Lalo Fontaine, el mambí, que era mi padrino. Ese recorte lo llevé de Cuba cuando me fui para Honduras. Siempre ha andado conmigo en todas mis andanzas. Además, es el único recuerdo que tengo de allá. ¿Ciudadanía? Ya soy guatemalteco. Fíjese que hasta hablo quetchi. Son muchos los años que llevo viviendo en esta tierra y hay que ser agradecido. Dumañuecos es algo borroso en mi recuerdo. Sí, es una lástima, pero la vida es como es. Paisano, usted perdone, ahora tengo que salir...
Queda parado frente a mí. No hay expresión en su mirada. Lo abrazo y apenas me corresponde el gesto. Se safa con suavidad. Va hasta un ángulo de la casa y le echa mano a un bastón. Yo siento nublarse mis ojos. ¡Todavía no lo creo! Afuera alguien lo llama por su nombre. Sorprendido y emocionado le doy gracias al horóscopo. Me despido.
-Bueno, Cipriano, yo también me retiro... Que le vaya bien. Contento de haberlo encontrado. Y yo, señor, mucho gusto. Nunca pensé toparme a un tunero tan lejos de la tierra. Hasta yo estoy sorprendido... Mire, le regalo este almanaque cubano. Se le agradece. ¿Me permite hacerle una foto? Pero solo una, no me gustan... Bueno, venga para acá. No, aquí mismo como estoy. ¿Nos volveremos a ver algún día? Yo creo que sí, allá arriba...
Y, con el brazo extendido, me señala hacia el cielo.

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lunes, 14 de mayo de 2007

Mis hijas











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miércoles, 9 de mayo de 2007

¡Primero fue en Puerto Padre!

Cualquier fecha del almanaque se pinta de maravillas para ofrendarles cariño a las madres. Halagos en enero, flores en noviembre, besos en abril, ternura en agosto, sonrisas en julio…, ¿qué más da minuto, día, semana, mes o año? Sin embargo, en muchos países se ha escogido el segundo domingo de mayo para potenciar en los corazones ese amor sublime por quienes, al decir de un poeta, «son las únicas personas en el mundo que siempre están disponibles».
Las referencias más distantes de esa festividad datan del año 250 AdC, cuando en la antigua Grecia consagraban una jornada de la primavera a honrar a la diosa Gea, esposa de Cronos y madre de Júpiter, Neptuno y Plutón. Después los romanos escogieron tres días del mes de marzo para celebrar un homenaje similar lleno de ofrecimientos a Cybele, diosa de la naturaleza y la fecundación.
Mucho tiempo antes de la llegada de los conquistadores al Nuevo Mundo, las civilizaciones autóctonas rendían su propio tributo a la maternidad por intermedio de la diosa Coyolxauhqui, madre de Huitzilopochtli, el guerrero emblemático de los aztecas. Como prueba de su adoración, le improvisaban fastuosas liturgias donde abundaban las ofrendas de oro y plata con marcadas alegorías a la luna.
Los celtas cuentan con una bonita historia de agasajos a las progenitoras. Ellos dedicaban un día a la diosa Brígida para gratificarle la primera leche ordeñada en la temporada. Los ingleses del siglo XVII, por su parte, asistían a las parroquias para venerar a la virgen María, madre de Jesús. La tradición se combinó luego con la de obsequiarles algo a las madres. Los criados que vivían lejos de sus casas, eran autorizados con la paga para ir a visitarlas en el cuarto domingo de cuaresma, y todos juntos compartían un pastel.
IRRUMPE EL DÍA DE LAS MADRES
La primera persona en proponer «en serio» la instauración de un día para las madres fue la poetisa norteamericana Julia Ward Howe, autora del llamado Himno de Batalla de la República. «Son ellas las que más sufren la pérdida de sus hijos en las guerras. Debemos apoyarlas y convertirlas en abanderadas por la paz», dijo en el documento de solicitud, fechado en el año 1872 en su natal Massachussets.
Su idea no llegó a cristalizar, pero devino antesala para que una paisana suya, Anna Jarvis, afligida por la muerte de la autora de sus días, diera inicio en 1907 a una campaña nacional por correspondencia para que se declarase una fecha en homenaje a las madres. Persistió tanto en su proyecto que obtuvo el apoyo de muchas personas, entre ellas influyentes ministros, congresistas y empresarios.
El primer Día de las Madres reconocido oficialmente se celebró en la iglesia episcopal de Grafton, Virginia Occidental, el 10 de mayo de 1908, segundo domingo del mes y aniversario de la muerte de la mamá de Anna Jarvis. Como las flores preferidas de la difunta habían sido siempre los claveles, desde entonces se utilizan los rojos para honrar a las madres vivas y los blancos para las fallecidas.
La iniciativa tuvo una acogida tal que en 1910 había prendido en todos los territorios de la Unión. ¡Hasta el Congreso debió debatir un proyecto de Ley para otorgarle carácter oficial! Por fin, en 1914, el Presidente Woodrow Wilson firmó el decreto y proclamó el segundo domingo de Mayo como Día de las Madres en los Estados Unidos. Se había creado ya la Asociación del Día Internacional de las Madres, con el propósito de extender la festividad a otras naciones.
SU CELEBRACIÓN EN CUBA
Casi todas las referencias bibliográficas que existen sobre la introducción del Día de las Madres en Cuba, coinciden en señalar a Santiago de las Vegas como la primera localidad donde se festejó la fecha. También identifican a Víctor Muñoz, un conocido periodista de la época, como a su gran promotor, a partir de una crónica suya titulada Mi clavel blanco, que vio la luz en el periódico El Mundo el domingo 9 de mayo de 1920, donde decía: «El día de hoy es el segundo domingo de mayo, que los americanos consagran como el Día de las Madres, y que muchos cubanos quieren destinar al mismo objeto».
Los investigadores aseguran que el mismo día el teatro del Centro de Instrucción y Recreo de Santiago de las Vegas se colmó de público. La convocatoria pretendía homenajear a las madres, y partió de un grupo de intelectuales, cuyos miembros, alentados por Francisco Montoto, patrocinaron un programa donde se recitaron los versos de José Martí a su progenitora y el poema A mi madre, de Diego Vicente Tejera.
Se dice que fue esa la primera celebración pública del Día de las Madres en Cuba. El 22 de abril de 1921, siendo Muñoz concejal del Ayuntamiento capitalino, propuso y logró instituir en toda La Habana ese agasajo. En el año 1928, a propuesta del senador Pastor del Río, la Cámara de Representantes le dio carácter de Ley Nacional, y así el segundo domingo de mayo se oficializó como Día de las Madres.
PRIMERO FUE EN LA VILLA AZUL
Hay pruebas muy sólidas de que Puerto Padre, en la provincia de Las Tunas, fue la primera localidad cubana en instaurar el Día de las Madres, hecho ocurrido el martes 6 de abril de 1920, es decir, poco más de un mes antes de que Santiago de las Vegas organizara en el teatro de su Centro de Instrucción y Recreo el homenaje citado. Para confirmarlo documentalmente, Sábado, un periódico editado a la sazón en la también llamada Villa Azul, publicó el 19 de abril del año 1952 la siguiente nota:
«El Día de las Madres, tan emocionalmente celebrado siempre en Cuba por iniciativa del laureado periodista Víctor Muñoz, se celebró por primera vez en Cuba en la ciudad de Puerto Padre, por feliz idea del maestro masón Dr. Eduardo Queral Mayo. Con eso no queremos quitarle gloria a quien tiene todo nuestro respeto, pero sería bueno que todo se aclarara (…) Según consta en las actas de la Logia Los Perseverantes, hay un acuerdo que vamos a copiar con certificación del Secretario de aquella venerable Logia y que dice así:
«Atendiendo que es un deber de todo Masón reverenciar a los padres y ayudar al mejoramiento moral e intelectual de la Humanidad, los abajo firmantes proponen:
«QUE sea celebrado el primer domingo de Mayo (el Día de las Madres NdA) en cualquier manera que tienda a demostrar el cariño y el agradecimiento a que es deudor todo hijo.
«Asimismo, proponen que sea designado el primer domingo de Junio a igual fin con relación a los padres.
«(Fdo) Dr. Eduardo Queral Mayo, Enrique Pérez e Ismael Piedra (Aprobado en el Taller, 6 de abril de 1920)»
Como se aprecia, no solo se trata de que Puerto Padre fue el pionero en instituir en Cuba el homenaje a las madres, el 6 de abril de 1920. ¡También fue el primero en celebrarlo en toda la isla! Eso ocurrió el 2 de mayo de 1920, primer domingo de ese mes, es decir, una semana antes del festejo en Santiago de las Vegas. Lo corrobora un editorial publicado en el propio semanario Sábado, con fecha 10 de mayo de 1958, y dirigido al periodista Guillermo Gener, quien escribía por entonces en el rotativo habanero Prensa Libre. Dice:
«Nos hacemos eco en la primera plana de una verdad que no admite en manera alguna polémica de ningún tipo. Guillermo Gener, un periodista que tanto nos agrada leer por su forma llana y sencilla de expresarse, en el colega Prensa Libre, quiere hacer justicia a un grupo de poetas, literatos y periodistas de Santiago de las Vegas y nos habla por tanto de la gloria de haberse instituido en aquella ciudad por primera vez en Cuba en 1920, El Día de las Madres.
«Nos da datos, nos refiere asuntos, nos busca documentos. Es decir, que prácticamente nos lleva al convencimiento de que en Santiago de las Vegas se celebró por primera vez ese gran día en nuestra nación. Pero hay un error, sencillamente porque Guillermo Gener no leyó nuestra edición del 19 de abril de 1952, donde publicamos documentos auténticos acreditativos de que en Puerto Padre se celebró el Día de las Madres el Primer Domingo de Mayo de 1920. En Santiago de las Vegas tuvo efecto el Segundo Domingo de Mayo de 1920, es decir, una semana después que en Puerto Padre.
«A nosotros nos luce, por referencias que tenemos de nuestro buen amigo, el profesor Demetrio Rivero Simón, natural de Santiago de las Vegas, que Guillermo Gener es de aquella simpática ciudad. Bien hace entonces Gener en defender su suelo natal, si es que esto es verdad; pero mucho mejor haría Gener, si salvando localismos, se hiciera eco de esta verdad que seguramente él desconocía, y le diera a Puerto Padre la gloria que bien merece».
Un año después de celebrado en Puerto Padre el Día de las Madres, La Habana celebró el suyo con gran esplendor. Por entonces ya residía en la capital el Dr. Eduardo Queral Mayo, quien cursó un telegrama a sus hermanos de la logia Los Perseverantes en los siguientes términos:
Plaza Habana, Mayo 8 de 1921, las 1.20 pm.
Rafael Nadal
Puerto Padre
Celébrase éxito fiestas de las Madres al igual que establecidas por mí hace un año primero en Cuba.
(fdo.) Dr. Queral
¿Se necesitan más pruebas de que, efectivamente, primero fue en Puerto Padre?

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