miércoles, 27 de junio de 2007

El cura manatiense y Juan Pablo II

Un sacerdote ya desaparecido, el cura Juan Armando Marrero Barroso, clasifica como el primer tunero -¡y el único manatiense!-que se fotografió junto al finado Papa Juan Pablo II, cuyo nombre verdadero era Karol Wojtyla, nacido en Polonia en 1920. El singular hecho ocurrió en el año 1983, cuando el padre Marrero, natural del municipio de Manatí, cursaba estudios superiores de Teología en Ciudad del Vaticano, sede de la Iglesia Católica Apostólica Romana Mundial y el país independiente más pequeño del planeta, situado dentro de Roma, la capital italiana.
En la foto que acompaña este texto se aprecia al Sumo Pontífice hablándole a Marrero en presencia de dos sacerdotes de la Santa Sede. Fue tomada durante una audiencia fraternal que el líder religioso mundial le concedió a nuestro coterráneo al culminar este su programa docente en una universidad católica romana. La instantánea es guardada como una reliquia por la familia del occiso, pues se trata de una imagen de extraordinario valor histórico y sentimental.
«Cuando regresó a Manatí, recuerdo que le pregunté cómo se había sentido en aquel memorable instante frente al Papa, estrechando su mano y escuchando su voz –rememora su hermana Adela Marrero Barroso, quien reside en aún en el norteño municipio tunero-. Me respondió más o menos así: «Es imposible ser coherente en el momento de estar frente a una personalidad de semejante talla”. Y acto seguido me ofreció un retrato de su mundo interior».
El padre Marrero Barroso –Armandito, como le decían sus íntimos- fue muy querido en su Manatí natal. Y no solo por los feligreses de la parroquia, sino también por el pueblo en general, en virtud de sus proverbiales cualidades profesionales y humanas. Descolló también por sus reconocidas dotes musicales, que lo llevaron a cantar a dúo y a grabar números con artistas cubanas tan notables como Esther Borjas, Rosita Fornés y Lucy Poveda.
El sacerdote manatiense falleció el 20 de junio del año 2003 a causa de un infarto cardíaco, a los 66 años de edad, luego de ejercer durante 31 inmaculados almanaques su ministerio religioso en parroquias de Guantánamo, Puerto Padre y Holguín. Sus restos mortales yacen en el cementerio de su terruño. Sus familiares y sus amigos se sienten orgullosos de su memoria, por la honradez y la honestidad que signaron su paso por la vida.

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martes, 12 de junio de 2007

La boina tunera del Che

Del legendario guerrillero argentino-cubano Ernesto Guevara de la Serna existen cientos de fotografías que han recorrido de un confín a otro nuestro sufrido planeta. No es de extrañar tamaña universalidad, tratándose de una de las figuras más recias de la segunda mitad del siglo pasado.
La más famosa de esas instantáneas la hizo el desaparecido foto-reportero Alberto Korda, un maestro cubano del lente. En ella se observa al comandante Guevara con la indignación retratada en el semblante. Fue tomada durante el masivo acto de repudio al sabotaje contra el vapor La Coubre en un muelle habanero, que causó decenas de víctimas inocentes.
Pero no voy a hablar de la iconografía del desaparecido Che, harto conocida tanto dentro como fuera de Cuba y sobre la que se han escrito quién sabe cuántas cuartillas. Solo pretendo referirme a una pieza clave de su indumentaria devenida símbolo de su personalidad: su boina. Sí, la boina con la que aparece en la mayoría de las imágenes, incluida la muy conocida del artista plástico de referencias; la boina con la que hizo casi toda la campaña invasora hacia el occidente del país al mando de un grupo de valientes forjados a imagen y semejanza de su líder.
Pues bien, resulta que cuando llevaba a cabo su cruzada libertadora rumbo el oeste de la isla, el Che llegó a territorio tunero tocado con una gorra de orejeras y visera que alguien le había regalado en la Sierra Maestra. Se trataba, a todas luces, de una gorra militar, cuya procedencia no se ha conseguido establecer todavía. Con ella figura en numerosas instantáneas de la época, como, por ejemplo, la que un fotógrafo anónimo le tomó mientras operaba los equipos transmisores de Radio Rebelde, la voz de los barbudos liderados por Fidel, en plena espesura de la cordillera oriental.
No tuvo aquella gorra profusa existencia, empero. Andaba el Che de recorrido por los asentamientos de Sumacará y San Miguel del Junco, en el actual municipio tunero de Amancio, cuando hubo de perderla durante una maniobra en el terreno. Habituado a ella por la fuerza de la costumbre, le encomendó expresamente su búsqueda a varios de sus subalternos, quienes peinaron la zona una y ora vez, pero sin resultado alguno. Rabel Arias, un lugareño que le sirvió de práctico por aquellos días, dio fe en una entrevista con la prensa provincial de la veracidad del hecho.
En tales circunstancias, y según han logrado establecer mediante entrevistas con testigos de los hechos varios especialistas del Museo Municipal de Amancio, alguien de la tropa le ofreció al argentino una boina procedente de un lote de 10 piezas idénticas enviado por un simpatizante del Ejército Rebelde desde la lejana España. El jefe de la columna la tomó en sus manos, se la probó y, al comprobar que le venía bien, se quedó con ella y no se la quitó más. A partir de ese momento, siempre apareció con boina, incluso después del triunfo rebelde, cuando fue nombrado Ministro de Industrias y recorría toda Cuba vestido de campaña.
Algo quieren dejar suficientemente claro los museólogos tuneros: no les consta que sea la boina amanciera la que inmortalizó Korda sobre la testa legendaria en su mil veces famosa fotografía. Tampoco si fue la misma que llevó en la selva congolesa o en las quebradas bolivianas. Ellos saben que el Che tuvo, desde que lo adoptó, predilección por ese tipo de atuendo de cabeza. Tanto, que llegó a tener varias boinas de diferentes modelos y colores. Pero, ¿acaso no es posible también que fuera ella la agraciada? Una rigurosa investigación que se lleva actualmente a cabo arrojará la necesaria luz sobre el asunto una vez concluidas sus pesquisas.
En un reciente intercambio de experiencias entre Plazas de la Revolución de todo el país, efectuado en esta provincia cubana, el asunto de la boina guevariana fue objeto de debate. Los visitantes de Santa Clara informaron tener entre sus piezas museables más de una de ellas. Se sabe también que Aleida, su hija, tiene en su poder otra del mismo modelo. Pero los investigadores del Balcón del Oriente Cubano no encontraron objeción en algo al parecer irrebatible: donde primero el Guerrillero Heroico usó boina fue en Las Tunas. Y eso es un motivo de orgullo para todos los hijos de esta comarca.

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martes, 5 de junio de 2007

¡Coreanos a estribor!

La tarde holgazaneaba entre la espuma de las olas cuando el vapor Tamaulipas comenzó a recortar su metálica figura sobre la línea del horizonte. «Yo creo que es el mismo barco mexicano de la otra vez –conjeturó recién bajado de su bote un curtido hombre de mar-. Debe de venir más o menos por frente a la playa de Chapaleta.»
Un penacho de humo espeso y negrísimo recién salido de su chimenea embadurnó –insolente- el tapiz azulado del cielo. Un cuarto de hora después, chirriante y exhausto, el buque arrimó su costillar al espigón del puerto de Manatí.
Desde la playa, los curiosos comenzaron a formularse la misma pregunta: «¿Traerá de nuevo la misma carga de la otra vez este navío de matrícula y bandera yucatecas?» Al levantarse la cuarentena se develó definitivamente la incertidumbre. En fila india, por la escalerilla de estribor, comenzaron a bajar a tierra 300 personas de inconfundibles rasgos asiáticos.
«Son coreanos que vienen de México», dijo uno de los miembros de la tripulación. A guisa de bienvenida, un alcatraz chilló por sotavento. Luego se dejó caer cuan largo era sobre una juguetona mancha de sardinas. ¿Fecha? Martes 25 de marzo de 1921.
UN POCO DE HISTORIA
Una matancera de ojos rasgados -Martha Lim Kim- lleva años estudiando a fondo los entretelones de tan extraño desembarco. Tiene sus razones: su padre fue uno de los que echaron pie a tierra en el litoral tunero aquel atardecer. Por él se enteró la investigadora de que el citado contingente asiático emigró desde su país de origen primero a México, en 1911, un año después que las tropas japonesas ocuparan Corea. También conoció que, luego de una década de aprietos y de privaciones en territorio azteca, el grupo determinó hacerse nuevamente a la mar, esta vez para probar suerte en la mayor isla de Las Antillas.
Todo esto la Lim y su esposo -el historiador yumurino Raúl Ruiz, ya fallecido- lo expusieron al detalle en un libro excelente que vio la luz hace solo unos años: Coreanos en Cuba. En él los autores aseguran que nunca como aquella vez del Tamaulipas ingresaron al territorio cubano tantos hijos de Corea juntos. También que en el municipio de Manatí existe la mayor comunidad del ascendiente del país, con alrededor de una veintena de miembros.
Pero el memorable atraque de marzo de 1921 en el muelle manatiense había tenido un intento anterior. Solo que en aquella ocasión, como la mayoría de los pasajeros carecía de documentos oficiales, no se les autorizó a bajar la escalerilla. La nave puso entonces proa a Mariel, en el norte de Pinar del Río. Allí los pasajeros del Tamaulipas permanecieron en cuarentena y realizaron gestiones a bordo para legalizar su situación migratoria. Logrado el objetivo, regresaron a Manatí, donde por fin desembarcaron.
Una vez en tierra, los recién llegados se instalaron en torno al batey del ingenio y comenzaron a buscarse la vida en dependencias fabriles y agrícolas. A pesar de su aparente «dulzura», la caña no consiguió seducirlos y mucho menos retenerlos en la zona. Así, después de 12 meses de estancia oriental, casi todos decidieron establecerse más al oeste, en dirección a la yumurina comarca de Cárdenas. Sabían que por allá los aguardaba un cuate conocido: el henequén, menos severo que la verde, estilizada y edulcorante gramínea tropical.
A pesar del mayoritario desencanto por tanta expectativa deshecha, dos familias decidieron permanecer en Manatí. La última de sus representantes murió hace unos años años, cuando estaba por cumplir los 80 almanaques. Tenía generales semi-latinas: Inés Kim Ramón, pero allá la conocían por el criollísimo sobrenombre de Chicha. Conseguí conversar con Nancy, la menor de sus hijas, quien domina muy bien el tema.
HABLA UNA DESCENDIENTE
«Realmente, el coreano legítimo era mi abuelo –precisa-. Cuando él llegó a México en 1911 se casó con una nativa, y de ahí nació mamá, que vino en el Tamaulipas de dos años de edad. Abuelo nunca se quiso ir de aquí. Pero abuela no resistió y retornó a México años más tarde con varios de sus hijos cubanos, con los que suelo comunicarme.»
Nancy me reseña una historia tragicómica relacionada con los móviles del desplazamiento marítimo de sus antepasados asiáticos a la isla: «Los engañaron –asegura-. Les dijeron cosas como que aquí se trabajaba de cuello y corbata, y que no se tomaba agua, sino leche. En fin, les hicieron creer que en un par de años podrían retornar a Corea podridos en dinero. El impacto con la realidad, desde luego, fue dramático.»
El conocido escritor Miguel Barnet abunda sobre el particular en sus Palabras Iniciales del citado libro: «Silenciosos y desafiando un camino lleno de incertidumbre, entraron en Cuba desde México por las puertas de Manatí contratados por un truhán desconocido que les ofreció la Tierra Prometida.» Y dice más: «Pero la fatalidad los persiguió desde que tomaron el vapor en el yucateco puerto de Campeche, y cuando llegaron a Cuba en 1921, ya las Vacas Gordas se habían convertido en Vacas Flacas al desplomarse los precios del azúcar hasta llegar a solo tres centavos desde veintidós puntos pagados unos meses antes.»
De los tres centenares de inmigrantes asiáticos que hicieron aquel viaje en el Tamaulipas, la pareja de investigadores matanceros consiguió reconstruir el listado nominal de 245 de ellos. Y asegura: «...al menos, 119 eran adultos; 158 hombres y 87 mujeres. Estas cifras respaldan el criterio de que, acorde con los cánones de edad y sexo, la mayoría eran personas aptas para el trabajo, tal y como lo exigían los contratistas.»
MONUMENTO Y RECUERDO
Durante años, la llegada a Cuba de aquel grupo de coreanos permaneció en el más absoluto anonimato. No fue hasta el 23 de julio de 1950 –casi un mes después de iniciada la guerra de Corea-, cuando la revista Bohemia publicó un reportaje, firmado por Mario García del Cueto. El periodista daba a conocer aquel hecho casi ignorado. «Si no fuera porque el actual conflicto bélico ha popularizado tanto la existencia geográfica de Corea, para la inmensa mayoría de los cubanos hubiera pasado inadvertida la presencia de sus hijos en nuestra isla», dijo García del Cueto en tal ocasión.
Hoy solo quedan en nuestro archipiélago unos pocos sobrevivientes del desembarco de 1921. «Aquí reposan los restos de casi todos –apuntan Lim y Ruiz en su bien documentada obra-. En la isla queda su huella; en esta tierra viven hoy más de 600 de sus vástagos, de pura sangre coreana o entremezclados con los temperamentos latinos o africanos.»
En su honor, en la playa manatiense se develó un sencillo monumento, en cuya tarja se puede leer lo siguiente: «Por este puerto de Manatí llegaron a Cuba 300 inmigrantes coreanos procedentes de México, el 25 de marzo de 1921, en el vapor Tamaulipas. Sus descendientes, integrados a la sociedad cubana, viven hoy en distintas provincias del país con el recuerdo imperecedero de sus raíces ancestrales».

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