martes, 10 de julio de 2007

Riquísimo lechón asado

Vamos a ver, ¿a quién no le gusta el lechón asado? Oiga, se necesita ser un melindroso de talla extra o un huérfano de paladar para no inclinar la glándula pituitaria y las papilas gustativas ante ese olor y sabor exclusivos e irrepetibles que despide un marrano desde la vara cuando ya está a punto de ser bajado para el convite. Y si es el pellejito así bien ampollado, crujiente y brillante de grasa... Bueno, ¡por favor!
El puerco asado es, no me caben dudas, nuestro plato nacional por excelencia. Nos viene desde quién sabe cuánto tiempo, ¡tal vez siglos! Qué congrí ni congrí… El congrí nació para hacerle compañía a la carne asada, junto con la yuca con mojo y la ensalada de tomates y de lechugas. Bien que los sabemos los cubanos, lo mismo un 26 de julio que un 31 de diciembre. O cuando sea, qué caramba. Porque –usted lo sabe- cualquier día es bueno para pasarle la cuenta a un puerquito, ¿verdad?
Como mismo la mayoría de los criollos de ley nos consideramos expertos en temas beisboleros, también alardeamos de nuestra sapiencia para asar un puerco en púa. ¡Qué difícil es ponerse de acuerdo en este asunto! Mil veces lo viví en carne propia allá en mi entrañable Manatí. Cada vez que los socios acordábamos pacer una ponina y comernos un bichito, al instante aparecían los sabihondos con sus teorías de que si se asa así o se asa asao. ¡Y qué discusiones se armaban, madre mía!
Los matices eran variados. Unos sugerían que el combustible a utilizar no fuera leña, sino carbón, aduciendo que quemaba mejor y más parejo. Otros recomendaban echar de vez en vez en la candela hojas de guayaba para darle buen sabor a la carne. Había también quienes insistían en arrimar más las brasas para la zona de la cabeza del animal, en contraposición a los que argumentaban que era en los perniles donde se debía incrementar el calor. Y así todo el tiempo, desde el comienzo hasta el final.
Una porfía frecuente giraba en torno a la velocidad de rotación de la vara. “¡Dale vueltas más rápido!”, decía Fulano, recién llegado. “¡No señor, dale más despacio!”, decía Mengano, con dos rones encima. O también: “¡Sacude para que vote la grasa!”, decía Zutano, adoptando pose de entendido. “¡Ya se puede sacar!”, decía Perencejo, conminatorio y seguro. “¿Tú estás loco? ¡Si todavía le falta por lo menos media hora!”, decía Melgarejo, listo para polemizar. ¿Y a quién obedecer?
Toda este ciclo de “conferencias” , por cierto, se desarrollaba entre ronazos, por lo cual abundaba la vehemencia en los criterios y la autosuficiencia al exponerlos. ¡Aunque nadie los hubiera solicitado! Sí, definitivamente, para asar un puerco hay que hacer como mi vecino Cucú aquel fin de año: colocó junto al hueco donde se disponía a asar su lechoncito un cartel con letras bien grandes que decían: “Amigo, sé cómo asar un puerco, así que guárdese sus opiniones”. Y resultó. En fin, amigo mío, asar un puerco no es solo cuestión de dinero, sino también de sapiencia. Al menos es lo que aseguran los “expertos” en el asunto, que nunca faltan en los convites. Pero lo simpático es que a la hora de sentarse a la mesa todos –duchos y profanos- olvidan agravios y dicen a una voz: “¡Qué bueno quedó!” Aunque el pellejo se hubiera chamuscado y la carne quedara semicruda. Es que, como le dije, ¿qué cubano puede hacer mutis ante un lechoncito asado? ¡Ninguno!

Leer más...

martes, 3 de julio de 2007

Heroínas de la retaguradia

De las amas de casas a tiempo completo no suele hablarse. Sin embargo, ¡cuánto merecen ellas que se les reconozca y estimule! Por razones de pragmatismo, el lente público apenas las tiene en cuenta en sus primeros planos. El pedestal rara vez les reserva sitio en los agasajos y en las distinciones. Por su parte, el almanaque está todavía por ofrendar 24 horas en su honor. Y es lamentable semejante anonimato. Porque, si de trajinar en grande se trata, ¿quién les saca ventaja a estas mujeres guardianas del orden y el equilibrio domésticos?
Conozco a muchas que bien podrían ser declaradas heroínas del trabajo. Sus jornadas comienzan con el alba y culminan con el ocaso. Planchan, lavan, van al punto de leche, cocinan, friegan, barren, atienden visitas, sacuden, acomodan, organizan, regatean en el mercado, cuidan niños, cosen, contestan el teléfono... En los viajes a la playa se encargan del fogón mientras los demás se divierten. Carecen de domingos libres, de sábados cortos, de vacaciones, de sindicato y de salarios. Pero -¡ay!- sus nombres nunca figuran en los murales ni las eligen obreras destacadas. Sucede que una torcida filosofía ha llevado a pensar que solo se laborea cuando se dejan atrás los predios domésticos. Olvidamos de buena fe que las amas de casas trabajan para que otros puedan trabajar. Sin ellas todo sería más difícil.
La ANIR debería tenerlas entre sus innovadores más capaces y originales. ¡El ingenio es uno de sus fuertes! Ellas lo mismo reparan la junta de una olla de presión que adaptan una receta de cocina a las disponibilidades del momento. Saben también arreglárselas para que el detergente rinda un lavado más y para que el arbolito ornamental no se marchite. Y si de "inventar" con los calderos se trata... Bueno, en los momentos más apretados del Período Especial escuché a más de una musitar con rostro contrariado: "hoy no sé que haré de comida." Empero, jamás ninguno de los suyos se fue a la cama con el estómago vacío.
Por mucho que se intente, no logra uno explicarse cómo casi todas consiguen hacer tan buenas migas con el reloj para que sus múltiples y variadas tareas estén en hora: el almuerzo de Fulano para las once, el uniforme de Mengana para la una, el equipaje de Zutano para las siete... Y hay más: cuando los que trabajan en la calle irrumpen en casa al mediodía o al atardecer, encuentran el piso limpio, la mesa lista y las habitaciones ordenadas. Por tamaña laboriosidad es raro que el ama de casa reciba un "caramba, mujer, qué bien todo, te la comiste." Eso casi nunca la apesadumbra. ¡Ya está acostumbrada! Mientras su gente echa una siestecita post-almuerzo, ella aprovecha para cogerle el falso a un pantalón o tal vez para lustrar los cristales de la vitrina con un método acabado de aprender.
Tener un ama de casa en la retaguardia es un tesoro que algunos todavía no han justipreciado en toda su dimensión. Ella es capaz de echarse el hogar a cuestas para que su hijo marche lejos a estudiar. O de cuidar al nené toda la noche para que mamá y papá tiren una canita al aire en el carnaval. ¿Incentivos? Saberse útil, aunque explícitamente no se lo reconozcan. Compartir la tacita de café con la vecina de al lado. Contribuir a la felicidad familiar con su presencia feliz. Y hasta, quizás, conmoverse con cierta novela que Radio Progreso transmite especialmente para su consumo en el horario en que la soledad y el silencio se abalanzan sobre el inmueble en que ella es reina.
En fin, las amas de casas merecen nuestra reverencia. Tal vez en algún momento se creen condecoraciones al mérito para prendérselas al delantal, que es la pieza paradigmática en su indumentaria doméstica. ¿Y por qué no designar un día en su honor? Una decisión así tendría muy buena acogida. ¿Cuál día? Cualquiera. ¿Acaso ellas hacen distingos entre los 365 del calendario? Es una propuesta llamada a generar simpatías. Por favor, los que estén de acuerdo, que levanten simbólicamente las manos...

Leer más...
 
CUBA JUAN © 2010 Realizado por Diseño de Blogs