miércoles, 16 de enero de 2008

Historia sobre ruedas

Aunque la mayoría de los médicos y de los profesores de Educación Física dan por hecho que caminar es un excelente ejercicio para fortalecer la salud física y mental, no es menos cierto que recorrer por necesidad a pie grandes distancias ha representado siempre un fastidio para la gente de cualquier época.
Hace unos cinco mil años nació en la ciudad sumeria de Uruk, en la antigua Mesopotamia y actual Iraq, el invento más trascendental de la historia de la humanidad: la rueda. Su aplicación práctica vino en ayuda de la gente de a pie, porque propició al unísono el surgimiento de los primeros medios de transporte de los que se tengan referencias.
En al año 1903 comenzó a circular en Las Tunas lo que se considera como nuestro primer «vehículo» de pasaje. Se trataba de un carretón tirado por dos mulas, con asientos laterales para diez personas y propiedad de un holguinero llamado Quintilio Cruz Escobar. Cubría el trayecto entre el puente Wood de la calle Vicente García y el paradero del ferrocarril, a un precio de cinco centavos.
El negocio de Quintilio tuvo al instante múltiples seguidores que se dieron a la tarea de habilitar a toda prisa sus propios carromatos. La ciudad era todavía pequeña y solo contaba con unos pocos miles de habitantes. Pero los tuneros de entonces acogieron complacidos esta alternativa de mejoría para sus piernas.
La tracción animal se extendió ipso facto al sector del comercio y los abastecimientos. Los anales citadinos confirman que por entonces convoyes de carretas tiradas por bueyes hacían el viaje de ida y regreso por caminos casi intransitables entre Victoria de las Tunas y el distante puerto de Nuevitas, en la provincia de Camaguey, en marchas que duraban varias jornadas. Por fortuna, tamaño esfuerzo tuvo vida limitada, pues la situación cambió en el propio 1903, con la inauguración del paso por la ciudad del ferrocarril central.
El automóvil hizo acto de presencia entre los tuneros algunos años después, aunque el primero de todos ya circulaba en La Habana desde diciembre del año 1898. El suceso original ha sido reseñado así por sitio especializado que navega en Internet: «Aquel vehículo con motor de bencina, capaz de recorrer apenas unos 10 kilómetros por hora, de apariencia endeble y bastante inseguro, llegaba para hacerle la competencia al coche de caballos, poner a las autoridades a pensar acerca de nuevas regulaciones del tránsito y forzar al mejoramiento de los caminos todavía polvorientos de la capital cubana».
En definitiva, no fue hasta el año 1916 cuando exhibió su rocambolesca y estrepitosa figura por las calles de Victoria de Las Tunas el primer automóvil del que tengamos referencias. Era del tipo conocido por tres patás y -entre bocinazos y traqueteos- al timón iba muy orondo su propietario, un señor de nombre Juan Rosabal, de quien no se conocen detalles complementarios.
Meses más tarde, el coronel del Ejército Libertador Narciso Fonseca rodó en la ciudad el primer camión, que -según documetnos de la época- pesaba alrededor de seis toneladas. Días después de su estreno en la vía pública, y según reseñó jocosamente la prensa local de la época, el vehículo se accidentó mientras cruzaba cargado de ladrillos por el único puente que la ciudad tenía a la sazón.
Casi al unísono con la introducción del automóvil en Cuba, surgieron los servicentros, a los que también se les denominaba por entonces garajes. El pionero de ellos en la isla estuvo ubicado en el número 28 de la habanera calle Zulueta. En Las Tunas ocurrió algo parecido, de ahí que desde 1916 los novísimos vehículos dispusieran de un sitio para habilitarse de combustible: una primitiva bomba de gasolina cerca del paradero y registrada a nombre de un tal Juan Ramírez, quien personalmente le daba manigueta para hacer fluir el líquido desde el aljibe en que se encontraba depositado. Antes de la introducción de semejante novedad tecnológica, el hidrocarburo se distribuía en latas metálicas con capacidad para dos galones.
Lo de las guaguas locales vino luego. Ya la ciudad se había expandido, por lo que sus rutas comenzaron a recorrerla en diferentes direcciones. Aquellos vehículos tenían una singularidad común: todas sus conductoras-cobradoras eran mujeres.
Cuando le correspondió su turno, el ferrocarril tunero pasó veloz a desempeñar un importante papel en materia de transportación pública. El municipio de Manatí resultó el que más hizo por convertirlo en tradición, al implementar todos los días varios viajes regulares entre sus predios y la ciudad de Victoria de Las Tunas, distante 46 kilómetros. Y cosa curiosa: durante decenas de años, los manatienses llevaron sus muertos hasta el cementerio local por el también llamado camino de hierro. Se trata de una costumbre que no tiene precedentes conocidos en todo el territorio nacional.
Manatí atesora en sus anales otra exclusiva en materia transportista: ¡un avión de pasajeros! En efecto, allá por los años 70 y tantos del siglo pasado, una avioneta agrícola realizó vuelos comerciales entre la cabecera municipal y la ciudad de Las Tunas. Bastaba media hora para cubrir el trecho con una tarifa de cinco pesos por viajero. La gente descendía orgullosa del aparato en la estropeada pista del central Argelia Libre, como si hubiera hecho el viaje en una modernísima aeronave de última generación.
Y a propósito, el tema de la aviación tunera no puede tratarse sin mencionar a una mujer de armas tomar: Nelia Rodríguez, la primera fémina de la zona oriental de Cuba en pilotear a solas una nave aérea. Ocurrió en 1952, cuando ella –estudiante de una escuela de aviación existente en la ciudad- trepó sin compañía hasta la cabina de un pequeño Pipper J-3, tomó asiento ante los mandos, arrancó el motor, correteó por la pista del aeródromo, despegó como una consagrada, tomó altura sobre la ciudad, dio varias vueltas sobre ella y luego, sin contratiempos, aterrizó como una paloma.
También el transporte marítimo tiene su historia en Las Tunas. Hace unos cuantos años, antes de sobrevenir el Período Especial en Cuba, hubo una línea de pasajeros que unía a la ciudad granmense de Manzanillo con el puerto tunero de Guayabal, en el municipio de Amancio. El crucero lo realizaba un barco de mediano porte y capacidad sobre las aguas del Golfo de Guacanayabo. Es esa la razón por la que muchos manzanilleros viven hoy en Guayabal y no pocos guayabalenses hayan tomado residencia en Manzanillo.
Hoy el transporte público tunero prosigue coloreando nuestras calles y carreteras, urgido por circunstancias que piden a gritos imaginación y pragmatismo. Ahí están para probarlo los camellos, esos colosos rodantes mitad ómnibus y mitad rastras. Y los inefables bicitaxis, prestos siempre a llevar a sus clientes hasta cualquier punto.

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