jueves, 31 de enero de 2008

Acuse de recibo

Mi fraterna amiga peruana Edda González, con quien trabé amistad hace casi un lustro en una sala de chat de Internet, me ha obsequiado y remitido por la vía postal el libro La cuarta espada, de su compatriota Santiago Roncagliolo, que reseña la tenebrosa historia de Sendero Luminoso y de su líder Abimael Guzmán, un tema tristemente recordado por los hijos de la bella nación sudamericana. Gracias, Edda…Manuel Rodríguez, un tunero radicado desde hace casi 30 años en Inglaterra, me envía mensajes y comentarios llenos de amistad con alusiones a mi página y me propone que escriba en mi blog algo sobre la localidad de Chaparra, la patria chica que lo vio nacer, pues, según él, allí han ocurrido cosas dignas de contarse. Prometo que pronto lo complaceré… Lourdes me escribe desde Mendoza, Argentina, para decirme que entró por casualidad a mi sitio web. «Me pareció muy interesante y muy especial –asegura-, sobre todo esa original costumbre de tu país de ponerles nombres a los años.». La gaucha me envía un abrazo electrónico , me desea éxitos y me augura cosas buenas para el presente año... Tengo dos excelentes amigos cumpliendo misiones médicas de solidaridad en África. Lupe, fisioterapeuta, está en Namibia; y Álvaro, clínico, anda por Gambia. Ambos se han comunicado conmigo vía e-mail. Álvaro: «Tremenda alegría leer tus escritos a más de 10 mil kilómetros de distancia.» Lupe: «No sabes cuánto me ayuda tu sitio a soportar la lejanía de la Patria y la familia.» Un abrazo apretado para los dos… De salto en salto entré hace un par de meses a un blog desconocido y, para mi sorpresa, encontré publicado allí un trabajo mío. Le dejé a su dueña un comentario de agradecimiento y ella, a su vez, me escribió desde Santa Mónica, Estados Unidos, estas frases: «Te felicito por la crónica del escritor de crucigramas y espero que nos podamos seguir comunicando. Mucha suerte y éxitos». Lo propio, Rosa Ileana… El 24 de noviembre pasado, Juan Carlos Cuba Marchán me escribió desde Madrid: «Fíjate las casualidades de la vida: hoy encontré tu blog por casualidad. En tu trabajo titulado Aquella visita de Jorge Negrete, mencionas a mi tía Doña Elia Julia Marchán de Cabrera, persona de gran cultura y memoria, pero de mejor corazón, natural de Las Tunas. Y justo hace unas horas me han llamado para notificarme su fallecimiento»… Desde Norcross, Georgia, Estados Unidos, me escribe Iria Martínez: «Nací en Victoria de Las Tunas en 1962. Salí de mi país en 1970 hacia Nueva York. Tengo pocos recuerdos. Viví en Santa Maria en una casa-escuela en la cual mi madre era maestra. Ella es hija de Filiberto Peiso, hijo de de Charles Peiso e Iria Mayo. Si usted tiene alguna información adicional de mis antepasados, ruego la comparta conmigo.» Iria, pertenece usted a una estirpe gloriosa. Ya le he enviado información sobre sus ilustres parientes… José Alejandro Rodríguez, amigo y colega, uno de los periodistas estrellas del periódico capitalino Juventud Rebelde, me ha dejado en el blog un comentario muy estimulante. Dice Pepe: «Cuando entro en tu página siento la sensación que solo se siente en un inmenso patio trasero, arbolado, de una casa entrañable y querida». Desde La Habana suelo recibir periódicamente mensajes de mi coterráneo Diego Soca Lago. Dice así en su último correo: «He tenido un tiempecito y he leído tus últimos cuatro trabajos. El de La Rueda, como toca el tema de la aviación, al que soy aficionado, me hizo recordar mis años de adolescente en Las Tunas, cuando se me salían las babas mirando las acrobacias de alta escuela que hacía Paco el Chivo en su pequeño Pipper en los cielos de la ciudad». Ricardo Rocha Huerta es un artesano que vive en el Distrito Federal de la capital de México. Anduvo curioseando por mi página, le interesaron algunos de sus materiales y me exhorta a mantenerla. Me envía un mensaje donde expresa su admiracion por el pueblo cubano... GRACIAS A TODOS POR ESCRIBIRME.

Leer más...

sábado, 26 de enero de 2008

Una comarca singular

La naturaleza parece que eligió a la geografía de Las Tunas para alimentar su vocación de jaranera empedernida. ¡Vaya manera de divertirse la muy pilla a costa de sus criaturas! En tanto nuestra madre común, sus excentricidades no establecen distinciones. Porque lo mismo le toma el pelo al reino animal que al vegetal y al mineral. Basta revisar los archivos locales para confirmarlo.
Comenzaré con ejemplos relacionados con animales. En la zona de Santa María 16, municipio de Jesús Menéndez, obligó a un infeliz gallo a pasar por la vergüenza de poner huevos. ¡Vaya humillación delante de las gallinas! Con otro quiquiriquí del reparto Sosa se explayó de una manera diferente: lo condenó a transitar por la vida con cuatro patas en lugar de dos. No satisfecha con eso, a un tercer individuo de cresta y espuelas del poblado de San Manuel le hizo la jugarreta de dotarlo de un par de patas tan largas y ridículas que más se parecía el desafortunado a un flamenco que a un ave de corral. Francamente, los gallos tuneros tienen razones para quejarse.
Algunos perros han sido también blancos de bromas genéticas de dudoso gusto. De un lote de perritos recién nacidos por la zona de Majibacoa, la madre suprema se burló así: incluyó en la camada a un cachorro tan parecido a un gato que hasta maullaba y todo. Papá perro –suspicaz- debe de haber mirado con ojos torcidos a mamá perra. Imagínese, el pequeño solo tenía de can el rabo y las orejas. En todo lo demás era un auténtico minino. Los veterinarios hablaron luego de malformaciones congénitas y de esas cosas.
Y a propósito de malformaciones, alguien me comunicó que en Manatí un cerdito nació con dos cabezas y un cuerpo. Y de otro que vio la luz con dos cuerpos y una cabeza. Pero, al parecer, la Doña se percató de que estaba yendo demasiado lejos con sus ocurrencias grotescas, y entonces decidió que tanto uno como otro tuvieran solamente unos minutos de vida.
Y eso de que perro y gato han sido enemigos irreconciliables desde que el mundo es mundo, ella lo puso en entredicho. Porque, si así fuera, ¿cómo una perra del suereño municipio de Jobabo permitió –sin mostrar sus amenazadores y afilados dientes- que un gatito huérfano y hambriento se prendiera de sus tetas a darse un atracón de leche fresca? Inexplicable.
Como para demostrar su omnipotencia, se gastó, además, la travesura de inducir a un diminuto, multicolor e intranquilo colibrí a comer y a beber de la mano de una muchacha en el barrio de Becerra.
Al reino vegetal no le va mejor en esta retahíla de tomaduras de pelo. En el poblado de Almendrón, la monarca se encaprichó en que un cocotero tuviera dos troncos, y así, en original y copia, sobrevive el larguirucho. A otro de la misma especie lo convirtió en contorsionista. ¿Cómo? Hizo que su tronco elástico y fibroso se torciera hacia un lado hasta quedar paralelo con la tierra.
Los plátanos tampoco quedaron fuera del retozo contranatura: una mata cultivada en territorio de El Cerro de Caisimú tuvo una parición mitad burros y mitad machos. Y los frutos de una segunda sumaron 179, con un peso total de 80 libras. No satisfecha con estas marcas, una tercera se dio el lujo de alumbrar no uno, sino... ¡tres racimos!
El caso de las guayabas del poblado de Delicias, en Puerto Padre, es antológico. No pecarían de impostoras si se les confundiera con aguacates. ¿Y qué decir del ñame extraído en la zona de Maniabón? Es como para persignarse: ¡215 libras de peso!
Concluyo: una variedad tan humilde como el limón segregó seguramente abundante ácido cítrico con las bufonadas de su creadora natural. Esta decidió que en uno de dichos frutos coexistieran dos al unísono, lo cual elevó su cotización a la hora de la limonada. No se quedó ahí, empero. Y, como en un alarde de mágicos poderes, convirtió en trillizo a un cilíndrico y verde pepino en su misma parcela de germinación, quizás también con las intenciones de potenciarle el rendimiento sobre la fuente de las ensaladas. Hay más: a una mata de fruta bomba, también en Puerto Padre, la empinó hasta los nueve metros de altura. Con semejante tamañón, ¿quién sería capaz de escamotearle una papaya para hacer un batido?
Con las personas no ha sido menos guasona la reina de la vida. Ahí va un ejemplo con reminiscencias de quirófano y de bisturí: en el tunero hospital «Guevara», un cirujano le extrajo del vientre a una mujer un enorme fibroma que pesó... ¡25 libras! Tan inusual suceso no tiene precedentes en los anales de las Ciencias Médicas del territorio.
Y otro caso singularísimo: en el municipio de Manatí, un niño vino al mundo con sus encías pobladas de dientes, listo tal vez para hincarlos en el primer chicharrón que le pusieran delante. En tanto, por la zona de San Antonio de El Cornito, hubo hasta hace poco tiempo un anciano ciego –Rafael- que excavaba pozos derechitos y simétricos sin recibir ayuda ni de arriba ni de abajo de los orificios. ¡Solito se las arreglaba con sus herramientas! Parecía tener ojos en las manos. Y ya que hablamos de huecos para el vital líquido, es muy conocido entre los tuneros el insólito hecho de que en las proximidades del litoral de Puerto Padre existe un pozo cuyas aguas son potables y dulces.
Sí, Las Tunas es tierra de curiosidades. Se trata de un divertimento de la madre naturaleza en este territorio exuberante y pintoresco. Provincia con nombre de planta desértica, región marcada por una toponimia que hace sonreír por su originalidad, comarca de recurrencias escultóricas, permanece ahí, asomada al balcón del oriente cubano, como un libro singular abierto al visitante.

Leer más...

martes, 22 de enero de 2008

Martí de carne y hueso

A José Martí, el Héroe Nacional de los cubanos, lo tenemos sus compatriotas como a alguien muy cercano y entrañable. Ante las más disímiles circunstancias, una cita suya nos sirve de asidero y de argumento. Su ideario abarca variados temas, y no solamente está recogido en sus copiosas Obras Completas, sino que, además, los medios de difusión lo divulgan periódicamente. El hombre de Dos Ríos se erige, sin dudas, como el más universal de todos los nacidos en esta isla.
Martí sufrió presidio político en las canteras de San Lázaro siendo casi un niño. Tamaña experiencia flageló su organismo y lo hizo padecer. Además, el hierro del grillete le provocó una llaga en un pie cuya cicatriz llevó durante toda su existencia a guisa de estandarte. Los médicos de la época lo intervinieron en más de una ocasión, sin conseguir rehabilitarlo por completo. «Partiendo piedras bajo un sol inclemente- dijo de aquella terrible y cruel etapa el Doctor Ramón Infiesta-, su frágil salud se resintió para siempre».
En realidad, muy poco se ha escrito en Cuba y en el exterior acerca de cómo era José Martí físicamente. La grandeza de su pensamiento aún no le ha dado oportunidad a los estudiosos de incursionar a fondo en ese asunto. Y no se trata, por cierto, de un tema secundario ni baladí. A los hombres hay que bajarlos cada cierto tiempo de sus pedestales y recorrerles simbólicamente la epidermis. Eso los humaniza en tanto los acerca más a sus seguidores.
A juzgar por los testimonios de personas que lo conocieron y trataron, la estatura del Apóstol de la independencia cubana era de unos cinco pies y medio, y su peso corporal de alrededor de 140 libras. Casi siempre llevaba un bigote grueso y una fina mosca en el mentón. Su cabeza no era tan grande y desproporcionada como denota el mundialmente conocido busto del escultor J. A. Sicre.
Su apéndice nasal era recto, como sus ideas. Y sus ojos no eran negros, sino pardos, de los que dijo el pintor Federico Edelman al esbozarlos: «Color que tiene los tonos cambiantes de las olas, desde el oscuro hasta el claro, en una sensación variable de carmelita a verdemar.» Se dice que eran melancólicos y dulces. ¡Pero centelleantes y enérgicos al atacar desde la tribuna!
Enrique Collazo, que lo conoció bien, ha dicho de él: «Era excesivamente irascible, muy nervioso, ¡un hombre ardilla! Quería andar tan de prisa como su pensamiento, lo que no era posible. Subía y bajaba las escaleras como quien no tiene pulmones. Y vivía errante, sin casa, sin baúl, sin ropas, dormía en el hotel más cercano, donde lo sorprendía la noche o el sueño.» Y también: «Era un hombre de gran corazón, que necesitaba querer y ser querido.»
Aunque se ha dicho que ocasionalmente fumaba, personas próximas a él lo niegan. «Y es cosa rara –admite un colega-, ya que la mayoría de sus colaboradores y hermanos de lucha eran consagrados y formidables tabaqueros, como los de Cayo Hueso.» Eso sí, aseguran que era un excelente catador de licores. Su bebida preferida fue siempre el vino de Mariani, muy de moda en aquella época, con el cual cierta vez sus enemigos políticos trataron de envenenarlo.
Era Martí un orador brillante e incansable, capaz de improvisar varios discursos en una jornada. Y, como empleaba la voz sin apenas cuidarse, las afeccciones lo perseguían, principalmente inflamaciones de la garganta y de sus cuerdas vocales. El Doctor Eligio Palma, que solía atenderlo cuando eso ocurría, le recomendaba reposo absoluto y no hablar una palabra. Pero Martí hacía caso omiso a sus indicaciones y siempre respondía: «Cuba no puede esperar.»
Según escribió en un libro Gonzalo de Quesada y Miranda, Martí dormía poco y mal. Su sueño era casi siempre inquieto, y, cuando lo conciliaba, solía hablar incoherencias y agitarse de uno a otro lado del lecho. Una vez le preguntaron: «¿Y usted cuántas horas duerme?» Y contestó con rapidez: «Cinco, mientras mi Patria no sea libre.»
Es muy hermoso y exacto este retrato que hizo de él un periodista cubano a partir de su biografía: «Frágil de cuerpo, precario de salud, con una dolorosa herida inguinal de presidiario que no se le curó nunca, con su endeble estructura física, anduvo a caballo muchas leguas por Santo Domingo, se cayó y se magulló una pierna, aprendió con Gómez a disparar con arma de guerra, a usar el machete, a cortar leña, a cocinar frijoles, y, durante la tormentosa travesía marítima hasta Playitas, se le vio, remo en mano, en aquellas angustiosas horas en que puso su corazón de patriota, de hombre y de poeta a navegar rumbo a la libertad.»

Leer más...

miércoles, 16 de enero de 2008

Historia sobre ruedas

Aunque la mayoría de los médicos y de los profesores de Educación Física dan por hecho que caminar es un excelente ejercicio para fortalecer la salud física y mental, no es menos cierto que recorrer por necesidad a pie grandes distancias ha representado siempre un fastidio para la gente de cualquier época.
Hace unos cinco mil años nació en la ciudad sumeria de Uruk, en la antigua Mesopotamia y actual Iraq, el invento más trascendental de la historia de la humanidad: la rueda. Su aplicación práctica vino en ayuda de la gente de a pie, porque propició al unísono el surgimiento de los primeros medios de transporte de los que se tengan referencias.
En al año 1903 comenzó a circular en Las Tunas lo que se considera como nuestro primer «vehículo» de pasaje. Se trataba de un carretón tirado por dos mulas, con asientos laterales para diez personas y propiedad de un holguinero llamado Quintilio Cruz Escobar. Cubría el trayecto entre el puente Wood de la calle Vicente García y el paradero del ferrocarril, a un precio de cinco centavos.
El negocio de Quintilio tuvo al instante múltiples seguidores que se dieron a la tarea de habilitar a toda prisa sus propios carromatos. La ciudad era todavía pequeña y solo contaba con unos pocos miles de habitantes. Pero los tuneros de entonces acogieron complacidos esta alternativa de mejoría para sus piernas.
La tracción animal se extendió ipso facto al sector del comercio y los abastecimientos. Los anales citadinos confirman que por entonces convoyes de carretas tiradas por bueyes hacían el viaje de ida y regreso por caminos casi intransitables entre Victoria de las Tunas y el distante puerto de Nuevitas, en la provincia de Camaguey, en marchas que duraban varias jornadas. Por fortuna, tamaño esfuerzo tuvo vida limitada, pues la situación cambió en el propio 1903, con la inauguración del paso por la ciudad del ferrocarril central.
El automóvil hizo acto de presencia entre los tuneros algunos años después, aunque el primero de todos ya circulaba en La Habana desde diciembre del año 1898. El suceso original ha sido reseñado así por sitio especializado que navega en Internet: «Aquel vehículo con motor de bencina, capaz de recorrer apenas unos 10 kilómetros por hora, de apariencia endeble y bastante inseguro, llegaba para hacerle la competencia al coche de caballos, poner a las autoridades a pensar acerca de nuevas regulaciones del tránsito y forzar al mejoramiento de los caminos todavía polvorientos de la capital cubana».
En definitiva, no fue hasta el año 1916 cuando exhibió su rocambolesca y estrepitosa figura por las calles de Victoria de Las Tunas el primer automóvil del que tengamos referencias. Era del tipo conocido por tres patás y -entre bocinazos y traqueteos- al timón iba muy orondo su propietario, un señor de nombre Juan Rosabal, de quien no se conocen detalles complementarios.
Meses más tarde, el coronel del Ejército Libertador Narciso Fonseca rodó en la ciudad el primer camión, que -según documetnos de la época- pesaba alrededor de seis toneladas. Días después de su estreno en la vía pública, y según reseñó jocosamente la prensa local de la época, el vehículo se accidentó mientras cruzaba cargado de ladrillos por el único puente que la ciudad tenía a la sazón.
Casi al unísono con la introducción del automóvil en Cuba, surgieron los servicentros, a los que también se les denominaba por entonces garajes. El pionero de ellos en la isla estuvo ubicado en el número 28 de la habanera calle Zulueta. En Las Tunas ocurrió algo parecido, de ahí que desde 1916 los novísimos vehículos dispusieran de un sitio para habilitarse de combustible: una primitiva bomba de gasolina cerca del paradero y registrada a nombre de un tal Juan Ramírez, quien personalmente le daba manigueta para hacer fluir el líquido desde el aljibe en que se encontraba depositado. Antes de la introducción de semejante novedad tecnológica, el hidrocarburo se distribuía en latas metálicas con capacidad para dos galones.
Lo de las guaguas locales vino luego. Ya la ciudad se había expandido, por lo que sus rutas comenzaron a recorrerla en diferentes direcciones. Aquellos vehículos tenían una singularidad común: todas sus conductoras-cobradoras eran mujeres.
Cuando le correspondió su turno, el ferrocarril tunero pasó veloz a desempeñar un importante papel en materia de transportación pública. El municipio de Manatí resultó el que más hizo por convertirlo en tradición, al implementar todos los días varios viajes regulares entre sus predios y la ciudad de Victoria de Las Tunas, distante 46 kilómetros. Y cosa curiosa: durante decenas de años, los manatienses llevaron sus muertos hasta el cementerio local por el también llamado camino de hierro. Se trata de una costumbre que no tiene precedentes conocidos en todo el territorio nacional.
Manatí atesora en sus anales otra exclusiva en materia transportista: ¡un avión de pasajeros! En efecto, allá por los años 70 y tantos del siglo pasado, una avioneta agrícola realizó vuelos comerciales entre la cabecera municipal y la ciudad de Las Tunas. Bastaba media hora para cubrir el trecho con una tarifa de cinco pesos por viajero. La gente descendía orgullosa del aparato en la estropeada pista del central Argelia Libre, como si hubiera hecho el viaje en una modernísima aeronave de última generación.
Y a propósito, el tema de la aviación tunera no puede tratarse sin mencionar a una mujer de armas tomar: Nelia Rodríguez, la primera fémina de la zona oriental de Cuba en pilotear a solas una nave aérea. Ocurrió en 1952, cuando ella –estudiante de una escuela de aviación existente en la ciudad- trepó sin compañía hasta la cabina de un pequeño Pipper J-3, tomó asiento ante los mandos, arrancó el motor, correteó por la pista del aeródromo, despegó como una consagrada, tomó altura sobre la ciudad, dio varias vueltas sobre ella y luego, sin contratiempos, aterrizó como una paloma.
También el transporte marítimo tiene su historia en Las Tunas. Hace unos cuantos años, antes de sobrevenir el Período Especial en Cuba, hubo una línea de pasajeros que unía a la ciudad granmense de Manzanillo con el puerto tunero de Guayabal, en el municipio de Amancio. El crucero lo realizaba un barco de mediano porte y capacidad sobre las aguas del Golfo de Guacanayabo. Es esa la razón por la que muchos manzanilleros viven hoy en Guayabal y no pocos guayabalenses hayan tomado residencia en Manzanillo.
Hoy el transporte público tunero prosigue coloreando nuestras calles y carreteras, urgido por circunstancias que piden a gritos imaginación y pragmatismo. Ahí están para probarlo los camellos, esos colosos rodantes mitad ómnibus y mitad rastras. Y los inefables bicitaxis, prestos siempre a llevar a sus clientes hasta cualquier punto.

Leer más...

domingo, 13 de enero de 2008

El otro chivo Pancho

Aunque ya no recorre con pasos fatigados el bar ni les golosea las cervezas a los visitantes, el bien recordado chivo Pancho se estableció nuevamente en su entrañable Cerro de Caisimú, aquel antiguo motel tunero convertido hoy en una base de campismo. Solo que ahora llegó para toda la vida y sin arriesgar el pellejo, porque, ¿a quién se le ocurriría hacer un chilindrón de un chivo de ferrocemento?
En los años 80 del siglo pasado, el chivo Pancho era de carne y huesos como cualquier otro chivo, una especie de mascota muy querida por los parroquianos asiduos a la instalación. Hasta que una noche unos jodedores pasados de copas lo raptaron en un vehículo y «se lo fueron a comer allá por Sibanicú», como dice una canción que le compusieron después. Semejante chivicidio privó desde entonces al pintoresco motel de una de sus principales atracciones.
Pero hete aquí que al escultor tunero Manuel Montero se le ocurrió restituir a Pancho a su otrora lugar de residencia... convertido en una réplica de ferrocemento que simula el color del bronce. Y, por aquello de que la soledad es mala consejera, le hizo acompañar de una chiva y un chivito del mismo material, con lo cual el sobredimensionado conjunto adquirió visos de auténtica familia.
Montero no se permitió improvisaciones en esta nueva obra llena de sensibilidad y buen gusto. ¡Todo lo previó hasta el último detalle! Para ello escogió un ángulo con una visibilidad excelente y rodeado de grandes piedras, que es el entorno natural de los chivos. Pero mire bien la foto, lector, y dígame después: ¿no parece que el Cerro de Caisimú ha vuelto a contar con su querido chivo Pancho?

Leer más...

miércoles, 9 de enero de 2008

Los cines de Las Tunas

El día 13 de febrero de 1895, dos hermanos franceses de apellido Lumiére transfirieron a la cultura universal uno de los aportes tecnológicos de más trascendencia en la historia: la cámara cinematográfica. Pocos meses después, el 28 de diciembre del propio 1895, ambos exhibieron en un sótano del Boulevard de Los Capuchinos, en París, lo que se considera el primer filme de todos los tiempos, titulado Salida de los obreros de la fábrica.
A esta proyección fundacional, integrada por 10 películas mudas de 17 metros y muy breve duración, solamente asistieron 33 espectadores. Luego de un par de días, los parisinos hacían extensas colas en espera de la próxima función del cinematógrafo. La imagen en movimiento conquistó en tiempo récord la admiración de los terrícolas. Fue tal el entusiasmo que en unos pocos meses los aparatos de los Lumiere se diseminaron por casi todo el planeta.
En Cuba el cine hizo su debut el día 24 de enero de 1897 en el Parque Central capitalino. La función inaugural se extendió por cinco horas, en tandas de 30 minutos al precio de 50 centavos. Los materiales presentados que más gustaron fueron los cortos La partida de Naipes y El sombrero cómico. El 7 de febrero se filmó la primera película: Simulacro de un incendio. Se proyectó días después sobre una sábana en la contaduría del Teatro Tacón.
Las Tunas entró en contacto con la sala oscura en el año 1905, cuando abrió sus puertas el cine Victoria, situado por entonces frente al parque Vicente García, en la zona donde hoy radican las oficinas de CADECA. La prensa de la época precisa que disponía de 200 sillas de madera y de una pantalla cuadrada de dos metros. Se desconoce el nombre de la primera película proyectada allí. Pero, cualquiera que fuera, no es difícil imaginar el impacto que seguramente tuvo entre los aprendices de cinéfilos.
Luego de aquel debut, la Victoria de Las Tunas de la época vio nacer pequeñas salas de proyección en algunos de sus barrios. De todos esos locales, el más carismático y popular resultó, sin dudas, el cine Martí, inaugurado oficialmente el día 15 de marzo del año 1937 en la calle Lorenzo Ortiz, próximo a donde se encuentra hoy la Casa del Joven Creador. La primera película que ofertó en su pantalla grande fue el filme norteamericano La canción del olvido. En aquella época las entradas para los hombres se vendían al precio de 20 centavos y al de 10 para las mujeres. Este auténtico cine de pueblo fue demolido junto a su vecino hotel Plaza en el año 1965.
En 1914 comenzó a exhibir películas y a ofertar espectáculos en la ciudad el cine-teatro Cucalambé, propiedad del señor Tomas Oscoz, un emigrante español aplatanado en la ciudad. Esta institución cultural estaba enclavada en la calle Lucas Ortiz, justamente donde hoy se encuentra la tienda La Cadena. Sus balcones y plateas podían asimilar un aforo de hasta 200 personas, que acudían puntuales a deleitarse con los espectáculos y los filmes mudos de la época. Este cine-teatro funcionó hasta el año 1935 con una peculiaridad: su dueño hacía detonar a las nueve en punto de la noche un pequeño cañón para avisar el inicio de las funciones. Después del disparo ya nadie podía entrar hasta el primer receso o hasta los entreactos.
El Teatro Variedades radicó donde hoy está la barbería El Elegante. El periódico El Liberal del 24 de mayo de 1922 informa de la exhibición en su sala de las cintas Fedora y Zorra azul. Los investigadores hablan también de que en 1932 existió un cine llamado El Popular. Disponía de un sector bajo techo y de otro al aire libre para acomodar a los espectadores. El cobro se realizaba en dependencia de donde tomara asiento la persona. El cine Capitolio, por su parte, abrió sus puertas en 1928 en la calle Angel Guardia, donde hoy se encuentra la unidad gastronómica La Holguinera. Tenía más de 400 lunetas y desapareció en 1949.
Un hecho importante fue la apertura del Teatro Rivera el 15 de noviembre de1947. El inmueble fue bendecido ese día por el Padre Marcos de Acha, en presencia del Alcalde Municipal Pepillo Hernández y de otras personalidades de la localidad. Algunos tuneros recuerdan aún las actuaciones allí de celebridades tales como Pedrito Rico, José Mujica, Libertad Lamarque y Lucho Gatica. Tampoco olvidan la cinta en colores La ruta de los corsarios, la primera proyectada. Por entonces el Rivera disponía de dos mil asientos y clasificaba entre los mejores del país. Tomó su nombre del apellido de un emigrante español radicado por acá, quien financió su construcción. En 1981 fue restaurado y pasó a llamarse Teatro Tunas. El año pasado se le sometió a un remozamiento capital y quedó como nuevo.
El cine Luanda marcó un hito cultural desde su apertura el 15 de noviembre de 1975. Se edificó a un costo de 400 mil pesos en el área donde radicó hasta su demolición la Terminal Interprovincial de Ómnibus. Inicialmente se le conoció por Cine Dúplex, pues disponía de dos salas, una para adultos y otra para menores. También contaba con aire acondicionado, confortables butacas y modernos equipos de proyección. Los primeros filmes vistos en sus pantallas fueron Puerto Rico y La cólera del viento. No fue hasta la visita del embajador de la República de Angola a Las Tunas en 1982 cuando adquirió su denominación actual: Luanda, la capital de la nación africana. En 1991 su sala dos fue acondicionada para Discoteca.
Otro cine local que tiene su propia historia es el 28 de Septiembre. Ofreció originalmente lunetas el día 24 de septiembre de 1982. Esta sala cinematográfica se encuentra ubicada en el conocido reparto Buena Vista, y su construcción se extendió durante varios años. La noche de su estreno contó con la actuación de talentos artísticos del territorio, entre los que figuró en primera fila el Conjunto Campesino Cucalambé. Luego los cinéfilos presentes disfrutaron de la película cubana Polvo Rojo, dirigida por Jesús Díaz.
La ciudad tuvo otros lugares para el disfrute del séptimo arte, como el anfiteatro de la Feria Agropecuaria. ¿Qué tunero cincuentón no recuerda aquellas tandas nocturnas al aire libre, matizadas por el refulgir de las estrellas? También dispuso del llamado cine móvil, constituido en 1962, cuyos equipos de proyección viajaban emplazados dentro de camiones especiales hasta los parajes más insospechados para que la gente de campo tuviera acceso a la cultura y disfrutara de las maravillas de la pantalla grande.
Los cines atrapan nuestra existencia al vertiginoso ritmo de 24 fotogramas por segundo. Son símbolos culturales de la ciudad. Nunca le agradeceremos lo suficiente a los hermanos Lumiére el habernos conferido el pretexto para disponer de espacios tan queridos.

Leer más...

viernes, 4 de enero de 2008

Apodos de litoral

En el Puerto de Manatí, localidad situada a unos 64 kilómetros al norte de la ciudad de Las Tunas, nacieron y residen todavía algunos de mis mejores amigos. Con varios de ellos trabé amistad en mi ya lejana época de estudiante de la enseñanza secundaria. A otros los conocí en circunstancias diferentes, aunque igualmente perdurables. Solemos encontramos de vez en vez, y, cuando eso ocurre, nos vienen a la memoria los buenos momentos pasados juntos.
Algo que siempre ha picado mi curiosidad en los portuarios –tanto de mis amigos como de quienes no lo son- es su proverbial tendencia a endilgarse y a llamarse entre sí por apodos de la más heterogénea naturaleza. Sí, la onomástica del ultramarino poblado, siempre tan pintoresco y hospitalario, es una auténtica exhibición de sobrenombres extravagantes, rasgo característico de las comarcas pequeñas, donde todos sus habitantes se conocen.
Allí uno se puede encontrar con motes tales como Chapín, La Chopa y Tortugón, todos con inconfundible sabor a mar y justificados por la convivencia de sus habitantes con el salado elemento. Sin embargo, otros recuerdan a ciertas aves que no figuran en la fauna local, como Tomeguín, El Títere y El Perico. Y nada de Gaviota, Pelícano o Flamenco, como sería lógico que ocurriera, dada la afinidad de estas especies aladas con territorios cercanos al litoral.
Si de insectos se trata, quien visite el Puerto se encuentra de sopetón con apodos relacionados con esas especies biológicas. Escuchen estos: La Nigua, El Piojo y El Grillo. Amigos míos, ¿qué habrán hecho sus portadores para merecer tan estrafalarios apelativos? Se necesita estar en posesión de una capacidad de fantasía extraordinaria para bautizar así al prójimo.
Pero la lista sigue hasta lo inimaginable. Nombres con reminiscencias de instrumentos cortantes existen también: Machete y Serrucho. ¡Vaya usted a saber sus orígenes! Y con sugerencias agroalimentarias, tales como Boniato y Frijol. De criaturas cuadrúpedas hay a montones: El Chivo, El Gato, El Oso, El Mono y El Mulo. He dejado para al final algunos a los cuales no le encuentro lógica. Oigan: Tin Tan Ton, Vira Palo y Piribico.
Lo simpático del caso es que ninguno se enoja ni se escandaliza cuando sus vecinos de asentamiento lo llaman –lo mismo a solas que en presencia de terceros- por su correspondiente mote, el cual, en buena medida, ha reemplazado al nombre legítimo con el que alguna vez sus padres lo inscribieron oficialmente en las páginas del Registro Civil.
Se suceden las generaciones y la práctica de endilgarles apodos extravagantes a los habitantes del Puerto del Manatí prosigue allí como si tal cosa. Estamos ante un caso interesantísimo para que lo estudien los sociólogos, lingüistas, etnólogos y folcloristas, ¿no creen? Con su toque de color y su manera de ver la vida, nuestro Puerto y su gente jamás dejarán de sorprender.

Leer más...
 
CUBA JUAN © 2010 Realizado por Diseño de Blogs