miércoles, 28 de mayo de 2008

Reliquias de papel

Son tan antiguos que uno teme lastimarlos al emprender un recorrido por sus páginas. El Eco de Tunas, por ejemplo, aún presta servicio a los investigadores, aunque cruje y rezonga cuando el acto lectivo lo convoca. Todos ellos conocen la connotación de su sobrevivencia en tanto alimentan el presente desde el pasado. Sí, los periódicos viejos son en sí mismos la evidencia de que la noticia no es un producto de la posmodernidad. Lo puede confirmar con su existencia Noticiero, editado por acá en 1939. Y El Siglo, que data de fecha tan lejana como 1929.
«En el Museo Provincial Vicente García disponemos de una buena cantidad de periódicos tuneros de otras épocas –apunta Maricela Vázquez Rodríguez, especialista de esa institución cultural-. Me he dado a la tarea de clasificar los publicados en la etapa neocolonil. No tenemos toda la colección, porque se editaron muchos por entonces. Pero conservamos en nuestros anaqueles la mayoría».
Según Maricela, el importante fondo hemerotecario es único en la provincia. Casi todo fue cedido por la señora Catalina Fernández, viuda de Raúl Addine, quien fuera Historiador de la Ciudad. El resto proviene de donaciones de personas que saben cuánto representa para un museo el poseer ejemplares de la prensa escrita de tal naturaleza. Se ha llegado a la conclusión de que en Victoria de Las Tunas existieron durante esa etapa 53 periódicos y revistas.
«Tal vez uno de los periódicos más ilustres de nuestra posesión sea el llamado Ariel, cuyo director fue Manuel Martínez Herrera, también Historiador de la Ciudad –precisa Maricela-. Su valor se potencia cuando conocemos que se editó un solo número. Tenía forma de volante, pues solo estaba impreso por una cara. Pero fue un periódico en todo lo demás. Mire, aquí tiene el ejemplar...»
Y me pone ante mí el exclusivo número de Ariel, longevo y amarillo. Leo en su machón: Boletín Pedagógico Mensual. Tercer domingo de junio. Día 22 de 1930. Trae breves materiales sobre asuntos citadinos diversos, variedad tipográfica y tinta negrísima. Se fue a la quiebra luego de su primera y única salida. A pesar de su efímera existencia, tuvo una buena acogida por la población.
«Otra joya de la lista es el ejemplar del periódico El Hórmigo correspondiente a su segunda etapa –añade la joven museóloga-. ¡Ninguna institución lo tenía en existencia! Este que nos fue donado es el número III y tiene fecha del año 1940, con un epígrafe que expresa: Un nuevo semanario nuevo. También contamos con números de Razón, editado por el poeta y periodista Gilberto Rodríguez».
Reviso un grueso fardo de periódicos que Maricela me trae. «Hojéalos con cuidado», me recomienda. Leo sus nombres: El Liberal, La Democracia, El Imparcial, La Lucha, La Tribuna... Ninguno era realmente liberal, ni demócrata, ni imparcial, ni luchador ni tribuno. Todos despiden un tufillo a politiquería al mejor estilo de San Nicolás del Peladero. Pero retratan a una época.
Maricela anda en trajines de clasificar, catalogar y digitalizar todo el fondo periodístico para que los estudiosos puedan consultarlo cuando lo precisen. «Me encanta este trabajo», admite. Ella tiene en sus manos un tesoro. Ese fondo es parte intrínseca del patrimonio intelectual de la provincia. Los periodistas tuneros lo sabemos.

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sábado, 17 de mayo de 2008

Plaza de cara al sol

De los variados homenajes que el mármol y el lienzo le han consagrado a nuestro José Martí durante más de un siglo, el de la Plaza Martiana de Las Tunas clasifica tal vez como el de mayor originalidad. Se trata no solamente de una obra artística en el sentido pleno de la frase. Constituye, además, una sui géneris compilación de historia escrita de puño y letra por el Astro Rey a partir de la rigurosa cronología del más universal de todos los cubanos.
El Apóstol y el Sol figuran como los grandes animadores de este complejo abierto oficialmente al público el 25 de marzo de 1995, en ocasión del centenario de la firma del Manifiesto de Montecristi. Basta un somero recorrido por la copiosa bibliografía martiana para confirmar allí la recurrencia de la luz. Eso inspiró al laureado y experimentado arquitecto Domingo Alás a diseñar un sitio en el que el itinerario solar va narrando con luces y sombras los hechos biográficos más importantes del Héroe Nacional de Cuba.
Uno de los elementos más interesantes del conjunto es el reloj solar, de 7,20 metros de diámetro, que ofrece la hora con exactitud cada cinco minutos. Su lectura se realiza mediante la ubicación de la sombra del borde superior –llamado gnomo- sobre las escalas del instrumento. También aparecen registradas en su dorada hechura las coordenadas del oriente cubano junto a la ecuación de rectificación para ajustarlo eventualmente a la hora oficial.
Sobre el pavimento de terrazgo de la plaza aparece visiblemente tatuado el calendario solar. Esta suerte de almanaque funciona de acuerdo a los movimientos de la sombra del punto extremo del reloj. La penumbra describe en la superficie una serie de líneas en forma de curvas que se corresponden con 56 fechas martianas de inusitada trascendencia. Hay que apreciar su funcionamiento en vivo para abrir de par en par las compuertas al asombro.
El reflector es el tercer elemento solar de la plaza tunera. Este aparato protagoniza una vez al año un momento de gran emotividad. En efecto, cada 19 de mayo a las dos y media de la tarde –hora aproximada de la muerte del Maestro-, la luz solar que incide sobre su espejo plano, orientado según las coordenadas solares de altura y acimut, se refleja e ilumina el bronceado semblante del busto del Apóstol, obra de la escultora Rita Longa, como si con ello se hiciera realidad su deseo de morir de cara al Sol.
La Plaza acoge, además, una sencilla referencia escultórica en honor al teniente coronel mambí Ángel de la Guardia, quien fuera único testigo de la caída de José Martí en Dos Ríos. Por cosas del azar, Guardia cayó, a su vez, el 28 de agosto de 1897 en un combate por la toma de Las Tunas, precisamente en el sitio donde hoy se levanta este homenaje perpetuo al autor de La Edad de Oro.
En la plaza labora un entusiasta colectivo que se encarga de mostrarles a sus numerosos visitantes todo lo relacionado con su funcionamiento. Millares de personas la visitan cada año y suele ser eficiente anfitriona de numerosas actividades importantes de la provincia, entre ellas actos solemnes, entrega de condecoraciones y ofrendas florales, entre otras. Sus capacitados especialistas atienden también consultas técnicas sobre la vida y la obra de Martí y dictan conferencias especializadas acerca del propio tema.
La Plaza Martiana tunera es el resultado de un profundo estudio histórico, astronómico y arquitectónico. En sus instalaciones se potencia la figura de un hombre de talla inmortal. De su resultado inferimos que la vocación solar del Apóstol no fue un detalle de circunstancia, sino una actitud coherente con su manera de pensar y con cuanto hay de patriotismo en el término claridad.
Tal vez por esa causa los pensamientos de José Martí sobre esos temas no ofrecen dificultades de interpretación. Como este que engalana una de las paredes del sitio histórico que nos ocupa: «Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz.»

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domingo, 11 de mayo de 2008

Receta materna

Busque dos ojos bien dulces y bátalos hasta conseguir una mirada que transpire cariño. ¿Ya? Perfecto. Ahora agénciese una galaxia, procúrese una mariposa, deshoje una margarita… Busque un semblante donde se puedan sazonar sin que pierdan sabor la calma y la tempestad. ¿Ya? Ahora póngale taza y media de ternura, súmele un paquete de sonrisas, añádale una rodaja de suspiros… Busque un corazón sano que sea también vientre y regazo. ¿Ya? Rellénelo de bondad, cúbralo de gratitud, satúrelo de sacrificios… Búsque unas manos tatuadas por el hierro de las cacerolas. Oprímalas con devoción de feligrés. Estrújelas. Contémplelas con pupila agradecida… Haga fuego con el ardor de un abrazo hecho centella. No permita que se apague. Atícelo. Ponga a cocinar a fuego lento esa mixtura olorosa a mimo y a zurra. Revuélvala para que se mezcle bien. Ahora eche pasión, vierta cariño, riegue virtud… Remoje todo de vez en vez con una cucharadita de melancolía. No mucha, que en exceso es dañina. Permita que la llama de un amor sin contrincantes sazone el contenido. Ahora corte en pedacitos pequeños las penas, las angustias, los sufrimientos y las desazones y arrójelas en el latón de los desperdicios… Y haga lo mismo con los malos ratos y con los momentos tristes… Vuelva a la cazuela y eche besos, besos y besos, que los besos jamás empalagan. Y eche abrazos, abrazos abrazos, que los abrazos fijan el calor. Propicie que risas y lágrimas convivan en un mismo aliño. ¡Qué bien huele! Bájelo todo, mande a preparar la mesa y vaya llamando a los comensales. Ya vienen. Autorícelos a comenzar. ¡Buen apetito! Y ahora... ¡todos a comerse a besos a mamá en este segundo domingo de mayo, Día de las Madres!

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viernes, 9 de mayo de 2008

Una joven centenaria

La revista cubana Bohemia -la más antigua de su tipo en el mundo en idioma español- festeja mañana un siglo de vida. Se dice fácil, pero ¿se imaginan qué cantidad de bobinas de papel, rollos fotográficos, tazas de café, temas diversos, estrés de cierre, neuronas exprimidas y una larga cadena de etcéteras tuvo que emplear y sufrir desde que su portada se mostró por primera vez en público, maquillada de tinta, aquel 10 de mayo de 1908? Imposible calcularla. Su dueño y fundador, Miguel Ángel Quevedo, la bautizó así, Bohemia, para que le recordara siempre su refinado gusto por la ópera. De ahí que tradujera al español La Bohème, título de una pieza de Giacomo Puccini, de quien era confeso admirador.
Mi irremediable adicción por las publicaciones periódicas debutó hace alrededor de cuatro décadas en las raídas páginas de un lote de bohemias viejas. Recuerdo que mi padre era suscriptor de la revista y guardaba con celo de coleccionista cada número leído en una repisa sobre el lavadero. Más de una vez estuve a punto de romperme la crisma tratando de alcanzar uno de aquellos ejemplares de la etapa pre-revolucionaria marcados con el feroz hierro de las carcomas y las polillas, pero repletos de materiales audaces e interesantes.
Por entonces solía leerme de una sentada las secciones de mayor renombre, como Firmamento de los deportes, a cargo del irrepetible Eladio Secades. ¡Vaya manera de regodearse allí mi precoz apego por el tema deportivo! También devoraba con avidez no exenta de espanto Dentro del suceso, dos espeluznantes páginas de crónica roja sobre violencia ciudadana y crímenes pasionales. Y frivolidades seudo-artísticas en La farándula pasa, con los dimes, diretes y entretelones de las estrellas de moda redactados por Don Galaor, seudónimo del periodista Germinal Barral.
Tal vez uno de los equipos de más prestigio profesional en Bohemia antes de 1959 fue el de los caricaturistas. Me gustaba especialmente la sección Davidcatura, donde Juan David convertía en arte legítimo la caricatura personal, como la que le hizo a Raúl Roa. Prohías y su segmento de humor negro El hombre siniestro era otro de las buenas ofertas. Por su parte, quienes hacían caricatura política exponían en cada número su talento e imaginación. Lástima que algunos se convirtieran luego en políticos de caricatura al deshonrar sus pinceles más allá de nuestras fronteras geográficas.
Lo que no me gustaba de Bohemia en aquella época eran los llamados «pases» a otras zonas de la revista. Siempre que topaba a pie de texto con un «continúa en la página tal», resultaba que era esa, precisamente, la única página que faltaba en mi ejemplar. Me perdía así pormenores de los magníficos reportajes que rastreaba por todo el país Luis Rolando Cabrera; glosas de actualidad de la popularísima sección En Cuba, con sus sagaces reporteros Enrique de la Osa y Carlos Lechuga; o lúcidas opiniones de los polemistas y colaboradores de la época, algunos de los cuales, por cierto, empacaron a toda prisa su equipaje y orientaron su brújula ideológica hacia el norte cuando triunfó la Revolución.
Después fueron pasando por mis manos cientos de ediciones de Bohemia. Me las traía cada semana mi tío Luis, compradas indefectiblemente en el estanquillo manatiense del negro Chiquito, frente al parque municipal. Y entonces me tocó almacenarlas en una barbacoa que habilité dentro de un cuartito para tarecos. A veces entraba allí por un minuto en busca de cualquier cosa. Pero, si por azar una revista caía en mi campo visual, olvidaba la diligencia y me ponía a leer. Lo mismo le ocurría a mi madre, también idólatra de Bohemia. Solo que ella, tan buena, despotricaba de vez en vez de la revista, acusándola de ser la culpable de mi sempiterna corisa.
En Bohemia me convertí en fans de la sección Correspondencia, que escribía inicialmente Francisco Pita Rodríguez (Pacopé). El segmento era un auténtico reservorio de conocimientos y de cultura general. Con sus materiales conformé pacientemente mi primer «Internet»: varias cajas de zapatos llenas de recortes clasificados por temas que todavía conservo, a pesar de tener acceso desde hace algunos años a la red de redes. ¡Ni se sabe cuántas veces me sacaron de apuros editoriales aquellos sueltos periodísticos!
Unas páginas después –leyendo Bohemia al derecho, no al revés, como lo hacía y lo hace aún mucha gente-, figuraba la sección En Pocas Palabras, a cargo de Mongo P. Allí me zampaba los suculentos Brochazos costumbristas (luego Pinceladas) del propio Mongo y las deliciosas misceláneas de Blanch y de Évora. Luego me autoflagelaba con los crucigramas de Enrique Cantera, admiraba las sensuales líneas de las Criollitas de Wilson, iba a las curiosidades de cine de Rodolfo Santovenia y, por último, aprendía gramática, estilo y ortografía con los Gazapos de José Zacarías Tallet.
Hace un tiempo –y con dolor- regalé a un amigo una maleta atestada de bohemias viejas. Tuve que hacerlo porque desde que nacieron mis dos niñas en mi apartamento ya solo cabe lo imprescindible. Además, una de ellas es alérgica al polvo, y la maleta –empolvada por dentro y por fuera- estaba «guardada» justamente debajo de su cuna. Antes de entregar aquel tesoro me fui al balcón y lo revisé por última vez. Vi de nuevo las secciones ¡Arriba, corazones!, de Guido García Inclán, En Zafarrancho, de Mario Kuchilán, Hechos y Comentarios, de Fulvio Fuentes... Y artículos de Jorge Mañach, de Carlos Rafael Rodríguez, de Paco Ichaso, de Juan Marinello, de Loló de la Torriente... Sí, en Bohemia escribieron las mejores plumas de Cuba.
Le dije a mi eufórico amigo: «Llévatelas antes de que me arrepienta». Y él, ni corto ni perezoso, se evaporó con el paquete. Sin embargo, pronto repondré tan sensible pérdida, porque -¡hombre afortunado!- recibo Bohemia todas las semanas, algo de lo que no pueden blasonar todos los cubanos. Con esta joven centenaria sigo del brazo como la primera vez, recordando siempre lo que dijo de ella Jorge Quintana, al hablar de sus orígenes en ocasión de su 45 aniversario: «...una revista que no solo es orgullo de Cuba sino también orgullo del continente americano».

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