jueves, 9 de abril de 2009

Oliva, el cartero inolvidable

Distribuir la correspondencia ha sido siempre ocupación difícil en cualquier lugar del mundo. Hay que transitar con paciencia de hormiga casa por casa, oficina por oficina, buzón por buzón... En las ciudades donde el sector residencial esté concentrado, puede que la práctica no resulte tan extenuante Pero en los pueblitos con viviendas aisladas, bueno... ahí la situación se torna entonces diferente.
En Manatí hubo hace años un cartero que hizo época por su profesionalidad, sentido del deber y singular anatomía. Se llamaba José Oliva y había nacido en Salamanca, España, aunque llevaba en Cuba el tiempo suficiente como para conocer al detallel la idiosincracia criolla. Le faltaba el brazo derecho desde la altura del hombro y vivía a un costado de la Secundaria Básica «Dos de Diciembre"», frente a los tamarindo. Falleció hace más de dos décadas. Si el cielo existe, él debe ocupar allí un sitio de primera fila.
Oliva llegó a las cartas y a los telegramas desde un oficio poco afín con esta ocupación: el de molinero de trigo. Pero aprendió a velocidad de vértigo la manera ideal de desenvolverse para que la gente quedara siempre satisfecha. Me parece verlo, atildado y sobrio sobre su bicicleta americana, tocado con una gorra de plato, una bolsa en bandolera y un silbato de metal colgándole del cuello.
Precisamente al silbato quiero referirme. Oliva lo rescató del olvido para ponerlo en función de su trabajo. Los carteros precedentes lo habían ignorado, pero él le restituyó el linaje en la práctica de repartir correspondencia. Desde la distancia de una cuadra se identificaba el singular sonido: Fuiiiii, fuiiiiiii... Y entonces uno comenzaba a preguntarse: «¿habrá carta para mí?» Si la había, Oliva bajaba de su ciclo y la entregaba con una solemnidad digna de admiración. Si no, continuaba camino, siempre puntual y responsable.
Solamente se permitía una libertad entre entrega y entrega: fumarse con fruición un cigarro fuerte en cualquier portal. Luego retornaba a su bípedo transporte para reanudar la faena a través de toda la geografía del pueblo. Jamás un telegrama de urgencia dejó de llegar a tiempo a su destinatario por una demora de Oliva. Nunca se extravió un sobre certificado dentro de su bolsa de trabajo.
Los manatienses que lo conocimos lo recordamos como un paradigma de seriedad profesional y de hombre bueno. Su ejemplo está aún por igualar. El silbato de Oliva solo dejó de sonar en el pueblo cuando la inexorable parca le envió el telegrama que tarde o temprano, y a pesar de nuestra voluntad, a todos los mortales nos llegará.

1 comentarios:

Anibal dijo...

No acabo de comprender, cuántas décadas necesita nuestro Pais, para resolver el sistema Postal Nacional,dada su irresponsabilidad,deficiente y lleno de impunidades. Muchas gracias

 
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