lunes, 30 de marzo de 2009

La carretera vieja


A pesar de todas las dificultades y todos los contratiempos que afronta aún el transporte terrestre para desplazarnos desde Manatí hasta la ciudad de Las Tunas, ninguno es comparable con lo que enfrentábamos hace unos 30 años para realizar el mismo viaje. ¿Y saben el motivo? Pues porque por entonces carecíamos de carretera directa hasta nuestra capital provincial.
Es cierto que a la sazón no escaseaba tanto el combustible y que el precio del pasaje hacía buenas migas con el bolsillo. Eso sí, el parque de transporte era más precario que el de hoy. Pero, más que todo eso, lo que aterraba de verdad era la temida y todavía vigente carretera vieja, capaz de desestimular al más osado de sus intenciones de viajar, por mucha urgencia que tuviera en darse un saltito hasta la bien llamada capital cubana de las esculturas.
La carretera vieja... Es un fósil vial auténtico. ¡Ni se sabe cuándo la construyeron! Aunque debe de ser tan antigua como nuestro propio batey, cuya existencia data de 1913. Tiene una extensión de 42 kilómetros hasta su intersección con la Carretera Central, a los cuales se suman otros 16 que completan la distancia Manatí -Las Tunas. ¡Pero cuánto sufrían los viajeros en el trayecto!
Los célebres transportes serranos –popularmente conocidos por el folclórico nombre de guarandingas- eran por entonces los ¿vehículos? que cubrían los viajes en uno y otro sentidos. ¿Duración de aquel tormento sobre ruedas? Cinco horas, ida y vuelta. Todo en medio de múltiples paradas, sorteo de cunetas, roturas imprevistas y baños de polvo. Si a San Pedro le daba por llegar, imagínense...
Como los vehículos apenas tenían capacidad para unas pocas personas sentadas –una veintena tal vez-, se veía uno obligado a hacer el viaje en el pasillo o la escalera, apretujado entre la gente que iba montando a lo largo del itinerario. Así pasaba La Victoria, La Aita, Gratitud, Laura, La Vega, El Rincón, El 24, Villanueva, Lebanón...
Veníamos a descansar un poco de aquel terrible suplicio cuando las cuatro gomas de la guarandinga hacían contacto con la Carretera Central que va de La Habana a Santiago de Cuba. Entonces el renqueante vehículo dejaba de dar saltos y de hacer cabriolas para estabilizar la marcha hasta Las Tunas. Por la tarde, desde luego, se reeditaba la extenuante odisea con el viaje de regreso.
En los años 80 del siglo pasado terminó el drama con la inauguración de la nueva vía, que, con una extensión de poco más de 42 kilómetros completamente asfaltados, vence en cuestión de media hora la misma distancia si se viaja a bordo de un vehículo ligero.
Ha transcurrido el tiempo, pero la carretera vieja continúa ahí, con sus achaques, unas veces mejor y otras peor, sin apenas tránsito y como evidencia de un pasado que, si de repasar la historia de la patria chica se trata, siempre debemos recordar.

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jueves, 26 de marzo de 2009

Memorias del cine Manatí

Los anales manatienses testimonian que fue en 1911 cuando el español Miguel Diez de Ulzurrún, Marqués de Aguayo y arquitecto de profesión, desembarcó por la playa de Sabanalamar para construir en una zona próxima una factoría azucarera. Poco tiempo después, el incipiente batey exhibió cien casas fundacionales para los empleados y una decena de barracones para alojar a braceros caribeños. Tres años más tarde hizo su debut el primer cine, el cual fue durante un tiempo el inmueble más alto de la comarca.
Tenía un solo piso y lo construyeron en una cancha de tenis en las cercanías del actual centro nocturno Minas Blancas (antigua La Piragua). Pero solo tuvo 14 años de vida, pues en 1928 fue reducido a cenizas por tres jóvenes que jugaban en sus cercanías con fósforos y papeles encendidos. Una de sus paredes perduró en el tiempo. Le sirvió de fondo a la tarima de los músicos en La Piragua.
Aquel cine lucía un portal rectangular sostenido por cuatro columnas torneadas. Se accedía a su interior por una puerta que daba a un lobby con taquilla y mostrador donde el español David Ferreiro vendía cigarros, golosinas y bebidas. Sus palcos se elevaban un metro sobre el nivel del piso y, junto con el lunetario de sillas de madera, podían acoger a unas 700 personas. Contaba con un gran escenario, donde actuaban varias compañías teatrales de la época, como la de Enrique Arredondo, y artistas como Radeunda Lima y Esther Borja.
Las películas silentes de entonces las proyectaba sobre una pantalla blanca un albañil de origen canario cuyo nombre nadie recuerda. Las tandas fílmicas mudas tenían de fondo música de piano o de acordeón ejecutada por un holandés radicado en el poblado. Este cine gozó de extraordinaria notoriedad y simpatía entre los manatienses, en tanto representó una magnífica alternativa para la recreación.
Todos los días programaba dos cintas, cuyas bobinas embaladas en cajas metálicas llegaban al pueblo por carretera y ferrocarril desde la distante ciudad de Holguín. Su proyección se divulgaba mediante bocinas y vallas colocadas en lugares estratégicos Este cine fundacional le fue arrendado para su explotación al dentista Alberto Pereda y a José Santa Eulalia, empleado de la compañía azucarera.
El terruño dispuso luego de otra instalación cinematográfica de alrededor de 300 butacas nombrada San Miguel en honor al santo patrono del pueblo. Según me contó el difunto Antulio Moreno, dicho local se edificó en la zona donde radican hoy las oficinas de la Dirección Municipal de Estadísticas y la otrora vivienda de Modesto Cortés. Otros manatienses replican que no fue allí, sino donde está actualmente la Casa de la Cultura. Disponía de un timbre eléctrico para anunciar el inicio de las tandas y de un solo proyector. Durante la obligada espera para cambiar de rollo, el citado pianista holandés le regalaba al público una pieza musical.
Ante el incremento de la población y de su gusto por el arte teatral y por la imagen en movimiento, la Manatí Sugar Company concedió en 1943 un préstamo de casi 14 mil pesos para construir el tercer y último cine del pueblo. Pocos sitios de la localidad pueden blasonar de una historia tan interesante como esa institución nuestra que levanta su original estructura frente al parque José Martí.
Su inauguración data de noviembre de 1944, de lo cual da fe la foto nocturna insertada en la parte superior derecha de este post. El año 1942 que le aparece grabado en un costado alude a la fecha en que se le colocó su primera piedra por parte de don Salvador Rionda, a la sazón Administrador General de la Manatí Sugar Company. No era tal cual es hoy, pues entonces su portal era abierto y permitía ver las carteleras de los filmes de la semana traídos por el negro Pedro en su bicicleta comercial desde la estación de ferrocarril.
Recuerdo perfectamente las fotos de Cantinflas, Claudia Cardinale, Jean Marais, Alain Delon y Sofía Loren colgadas de las paredes, mientras los cinéfilos leían las sinopsis para confirmar si valía la pena entrar a una de las dos tantas nocturnas. Las entradas, por cierto, no se adquirían por fuera, sino en una taquilla rodante que se situaba en el portal poco antes de iniciar la proyección.
Cuando se ofertaba una buena película, la multitud se agolpaba desde temprano dentro del portal para obtener las papeletas de entrada. Entonces el artefacto con su taquillera dentro rodaba de aquí para allá, de allá para acá, chocaba contra la pared, perdía el equilibrio... Al concluir la función lo volvían a guardar hasta el otro día.
En la primera fila se sentaban los niños. Desde las butacas de madera podían distinguir mejor la figura de Charlot o la máscara de Fantomas. Si la cinta era prohibida para sus edades, les quedaba la posibilidad de verla furtivamente a través de los canales exteriores de ventilación, cuya posesión se disputaban a empellones. Un poco más atrás se sentaban a besarse las parejitas de novios adolescentes, a quienes les interesaba un bledo la película y sí el recorrido de la acomodadora de turno, quien los acosaba constantemente con la luz de su linterna. Para combatir el asfixiante calor, la sala contaba con unos enormes extractores a ambos lados del proscenio y de un par de viejos ventiladores de pie que metían un ruido infernal.
La técnica de proyección fallaba a menudo, por lo cual era frecuente escuchar exclamaciones de ¡cuadra, Padilla! cuando las imágenes se negaban a alinearse correctamente sobre la pantalla. Alejandro Padilla, como seguramente recuerdan mis contemporáneos, era el proyeccionista del cine. Falleció recientemente. Otra estampa común durante los rodajes de los filmes era la de los «graciosos» que se prestaban para vociferar apodos o para hacer públicos adulterios y secretos de alcoba. ¡De cuántas cosas se enteraban los espectadores por aquella original vía! Y si era cuando se rompía la cinta de celuloide y encendían las luces... Bueno, ¡la rechifla era descomunal!
Sí, sobre nuestro viejo cine -remozado varias veces, desmantelado por ciclones otras y vuelto a enderezar siempre- existen historias para contar. A más de 40 años de distancia, conservo intacto su recuerdo en un sitio especial de mi corazón.

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jueves, 19 de marzo de 2009

Béisbol, siempre béisbol...

La derrota del equipo cubano de béisbol a manos de Japón en el Segundo Clásico Mundial de ese deporte será durante semanas la comidilla en cada palmo de la geografía nacional. En efecto, no se habla de otro tema en el trabajo, la guagua, el parque, la casa, el mercado, la esquina... Es que la pelota nos alegra y nos duele. Así ha sido siempre.
Pablito el panadero me resumió el doloroso revés con una perogrullada a prueba de réplicas cuando fui a comprar a su mostrador el más común de los alimentos: «Cuando hay pitcheo no hay bateo», afirmó con ínfulas de sabihondo. Y, consciente de resumir así lo acontecido en el diamante de la ciudad deSan Diego, no volvió a abrir la boca.
Sobre el asunto no hay elementos nuevos que agregar. Sencillamente, perdimos con los spikes puestos frente a uno de los grandes. Era una posibilidad latente, porque, hasta donde yo sé, en el deporte nadie puede blasonar de invencible. Y las derrotas se encajan con más resignación cuando se está preparado para afrontarlas.
Fui uno de los millones de cubanos que no se fue a la cama hasta ver consumado en contra nuestra el fatídico out 27. Sin embargo, esta vez no abrigué como en otras oportunidades la esperanza de una remontada espectacular que de golpe y porrazo nos adelantara en la pizarra en el instante mismo de recoger los bates.
Y no fue por la derrota precedente ante los propios rivales. Desde el primer capítulo de juego percibí en los nuestros una marcada insuficiencia del entusiasmo, la confianza y el joseo que tantos frutos nos reportó en otras épocas. En cambio, la cámara hizo públicos recriminaciones y caras largas, tanto en el terreno como en el dogaut. Eso jamás había ocurrido. Y pasa factura al final.
Lo otro es una verdad del tamaño de un edificio: frente a Cuba los serpentineros japoneses ofrecieron tal vez una de las más acabadas disertaciones en el arte de lanzar que recuerde la historia del béisbol. Y debemos de aceptarlo con humildad: en la tierra del Sol Naciente radica hoy la mejor escuela de pitcheo del planeta.
Opino que no sería descabellado traernos desde allá cualquier día de estos un buen técnico que les enseñe a los nuestros no solo a tirar pelotas a más de 90 millas de velocidad, sino a colocarlas con precisión en el sitio donde más daño les causen a los bateadores adversarios. Somos maestros, pero debemos también ser discípulos.
Por último, me hubiera gustado que los miembros de mi equipo salieran a saludar a sus vencedores luego de consumado el resultado final. Los grandes saben ser elegantes y demuestran su grandeza incluso en las derrotas. Esa deportividad que viaja incorporada al nombre de Cuba en todas las disciplinas no debe arrojarse por la borda ni siquiera en tiempos de naufragio.

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viernes, 13 de marzo de 2009

Aquí, Radio Manatí

Bueno, pues nada, que esta de la foto es mi gente de Radio Manatí, la emisora de mi pueblo. Nos reencontramos entre saludos y cervezas el pasado miércoles, en el acto provincial por el Día de la Prensa Cubana. Siempre que eso ocurre deviene acontecimiento, pues nos ofrece el pretexto para conversar largo y sin apuros. Dicen que el cubano habla de trabajo cuando está de fiesta y de fiesta cuando trabaja. Nosotros charlamos de las dos cosas: de fiesta y de trabajo. Ustedes no se imaginan la alegría que experimento cuando comparto un rato con ellos dondequiera que me los encuentre. Y el corrientazo de orgullo que me recorre el cuerpo al saberlos fundadores de la primera planta radial en la historia de mi terruño. A varios de los que aparecen en la instantánea los conozco desde hace uhhhhh, ni se sabe cuántos años, ¿verdad, Mirthica, Fidelito y Agustín? Otros, como Mauricio y Andrés, se han ido incorporando a mi círculo de amistades en el cotidiano ejercicio de esta profesión terriblemente adictiva pero extraordinariamente reconfortante. Ahora, además de amigos, somos colegas. Y también viceversa. Por favor, no me pidan que me enrede con las identificaciones personales. Los rostros están muy dispersos y me resultaría trabajosa la labor. Solo decir que en la imagen figuramos dos manatienses que no formamos parte oficial de la plantilla de Radio Manatí -Yuset, en el extremo izquierdo, del periódico 26, y yo-, pero que tenemos emplantillado allí el corazón. Los otros capturados por el lente son Orestes, Edilberto, Eliades y Carlitos. Reconózcanlos ustedes, amigos manatienses de CUBA JUAN.

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domingo, 8 de marzo de 2009

Mujer

Se ha escrito y dicho tanto sobre ti y tus hazañas que ahora parece como si las palabras quisieran eludir –ruborizadas- la urgencia de la convocatoria. Pero no: mientras quede una proeza tuya por contar, el verbo tendrá que renunciar a su modestia para ofrendarte una oda a la virtud.
Te han comparado tanto con las flores y con sus atributos que hasta la misma rosa silvestre se arrebata de celos con solo mencionarte. Pero no: mientras no exista mejor paradigma –y dudo que eso sea posible- tú continuarás siendo su contrafigura de delicados pétalos y exquisita fragancia.
La hemos amado tanto los hombres que ya resulta poco menos que imposible restituirle el sabor original al concepto primigenio. Pero no: mientras ella esté ahí para merecerlo –y estará siempre, quién lo duda-, el amor tendrá todos los días diferentes sabores, con preponderancia del dulce sobre lo amargo.
Has convivido tanto con el sacrificio que lo has disminuido a la categoría de trivialidad cotidiana. Pero no: mientras sacrificio signifique –y significa- que para enfrentarlo te yergues más allá de tu colosal estatura, habrá que continuar abriéndole derroteros a la capacidad de asombro, aunque la misma historia se repita.
Han especulado tanto acerca del simbolismo de tus cinco formidables letras que ya no es novedoso insistir en que M sugiere modestia, U unidad, J justicia, E ejemplo y R resistencia. Aunque al final sea la palabra íntegra y única, cargada cinco veces de ternura, admiración y reconocimiento, la que mejor te dignifique: MUJER.

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