lunes, 29 de marzo de 2010

Goles junto al mar

A pesar de su levedad en la geografía nacional, el actualmente fuera de servicios Puerto de Manatí figuró durante varias décadas como uno de los más activos  e importantes de la costa nororiental cubana. Muchos barcos mercantes de diferentes banderas lo planificaban en sus itinerarios. Y era frecuente que algunos, procedentes de la vecina Nuevitas, se arrimaran a recargar a sus espigones de madera para aprovechar las aguas profundas de su fondeadero.
Nacido en un contexto dulce –a pesar de lo salobre de su medio natural- el rubro de exportación del Puerto de Manatí tuvo siempre efluvios de azúcar. El producto se trasladaba en  gruesos sacos de yute por  la vía del ferrocarril, desde los almacenes del desaparecido central «Argelia Libre», hasta los costados de las naves ancladas en la rada. Las grúas y los obreros se encargaban después de acomodar la carga en las bodegas.
Entre los buques que con mayor asiduidad recostaban sus costillares al muelle del Puerto de Manatí estaban los soviéticos, a quienes los lugareños llamaban, genéricamente, rusos. Tan pronto se resolvían los trámites aduanales, sus tripulantes tiraban la escalerilla, echaban pie a tierra y recorrían el poblado. Durante el periplo, trababan amistad con la gente. Casi siempre de esa relación salía pactado un partido de fútbol. 
Los portuarios le profesan enormes simpatías al más universal de los deportes. De ahí que jugar contra los rusos, más que gentileza con el visitante, deviniera motivo legítimo para auto-regalarse 90 minutos de placer. Accedían entonces a topar en aquel «terreno» de diente de perro, donde una caída –fortuita o provocada- podía remitir a la víctima directo a la enfermería. Aún no me explico cómo algunos portuarios lograban patear con fuerza los balones con sus pies completamente descalzos. 
Sospecho que no existen estadísticas fiables acerca del saldo de más de 30 años de fútbol cubano-soviético en el Puerto de Manatí. Pero puedo testificar -porque fui a menudo espectador- de que la victoria sonrió tanto a unos como a otros.  Los partidos, por cierto, no solían concluir de manera pacífica. Las obscenidades y las injurias -en ruso y en español- retumbaban entre los mangles cercanos. No era necesario ser experto en los  idiomas de los bandos enfrentados para identificarlas. Abundaban las riñas entre los jugadores por encontronazos violentos o por decisiones parcializadas de los árbitros, que, como el lector supondrá, eran siempre locales.
Lo curioso de aquellos contactos deportivos era que, al escucharse el silbatazo final, vencedores y vencidos confraternizaban sin rencores, con independencia de moretones faciales, magulladuras epidérmicas y taquiques fracturados. Los rusos invitaban a sus anfitriones a subir a bordo para compartían juntos vodka, caviar y pan. A la tercera copa, los portuarios eran capaces de bailar una mazurca y los rusos de cantar La Guantanamera. El idioma no fue jamás obstáculo para la comunicación. 
Los juegos de fútbol entre los tripulantes de los barcos soviéticos y los vecinos del Puerto de Manatí, allá por los años 70 y 80 del siglo pasado, son evidencias del nivel que alcanzaron las relaciones de amistad entre la patria de José Martí y la de Vladimir Ilich Lenin. Fueron épocas de goles y de mercurocromo que todavía hoy, al cabo del tiempo y a pesar de la geopolítica, muchos habitantes del carismático poblado recuerdan.

1 comentarios:

Esther Maria dijo...

Muy hermoso este relato, ciertamente es hora de comenzar a narrar nuestras experiencias vividas en nuestros anos de adolescentes y a no dejar olvidadas historias como esta, asi los de aquella epoca y los de ahora conoceran en detalles lo que ocurria y de cierto es que fue una epoca feliz para todos, los rusos y los locales, Manati es un Puerto de Mar muy bello...gracias amigo por tu publicacion, estoy muy feliz de haber tropezado contigo, quizas si no hubiera recibido un mensaje de que un comentario hecho por mi te habia agradado, hoy no estaria aqui en estas paginas, besos y nuevamente las gracias.

 
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