jueves, 18 de marzo de 2010

Mis hijas y Chamaquili

Alexis Díaz Pimienta, el conocido repentista cubano,  anduvo hace pocos días de visita por Las Tunas. En  la ciudad  capital ofreció un espectáculo a teatro repleto. No pude llevar a mis niñas, pues coincidió en fecha con el acto provincial en conmemoración del  Día de la Prensa Cubana, al  que, inexcusablemente, debía asistir. 
Cuando Sofía y Beatriz se enteraron, pusieron el grito en el cielo. Y me lo recriminaron. «Papito -me reprochó la primera, enojadísima-, así que el papá de Chamaquili estuvo aquí en el Teatro Tunas y tú no nos dijiste nada. ¡Mi´jito...!»  La segunda me lo censuró con las manos en la cintura: «No nos llevaste, papito», exclamó.
Chamaquili -para quienes no lo saben- es el  título genérico de un libro infantil que ha tenido tremendo éxito entre los chiquitines y sus familias. La Casa Editora Abril publicó ya las cinco primeras partes, con bellísimas y coloridas  ilustraciones del artista Jorge Oliver Medina.
«Se trata de una serie de historias contadas en versos a partir de las conversaciones entre un adulto y su chiquilín -escribió recientemente el tabloide cultural cubano La Jiribilla-. Alexis, sencillamente, llevó a literatura escrita lo que su pequeño Alejandro le decía cuando apenas tenía un año. Son conversaciones entre Mapá o Pamá y su vástago para explicar la sencillez y lo maravilloso del mundo que nos rodea».
El acta de un reciente Jurado, que  distinguió a una de las ediciones de Chamaquili  con el premio La Rosa Blanca, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), agrega que esos libros valen «por la sencillez y respeto, el tono desenfadado y el alto valor que le otorga al niño».
De tantas veces que se los hemos leído, mis niñas pueden recitar de memoria pasajes completos de estos  textos fabulosos donde se habla de sentimientos, educación formal, valores, respeto a los ancianos, tolerancia, amor filial, espiritualidad, aplicación, cuidado a la naturaleza, en fin... 
A pesar de mi convicción de que había obrado correctamente, experimenté una sensación de culpa por no haber llevado a mis pequeñas hijas al espectáculo. ¿Qué hacer?  Se me ocurrió una idea que puse en práctica a la mañana siguiente. Tomé el teléfono y llamé a la carpeta del Hotel Las Tunas. Pregunté si Alexis Díaz Pimienta estaba hospedado allí. La respuesta fue afirmativa.
Me identifiqué como periodista y solicité que, por favor, me comunicaran con su habitación. Lo hicieron y al momento estábamos él y yo al habla. «Alexis -le dije tras el saludo-, mis hijas Sofía y Beatriz están ansiosas por conocerte. Me sacarías de un gran aprieto si les dedicas unos minutos. Vivimos cerca, así que en media hora podemos estar en el lobby».
Me respondió como solo saben hacerlo las personas sensibles. «Tráelas ahora mismo, no hay problemas», dijo. Y así fue como los tres -Sofi, Betica y yo- ganamos enseguida la calle y en un cuarto de hora estábamos frente al autor cubano más querido y admirado por los fiñes.  
Después de las presentaciones de rigor -debo decir que tiempo atrás Alexis y yo habíamos intercambiado algunos mensajes vía Facebook-, me hice a un lado y me limité durante un  buen rato a disfrutar del panorama. Lo primero que hizo el poeta, luego de saludar a mis hijas como a «viejas conocidas»,  fue regalarles un ejemplar de su última entrega, Chamaquili en La Habana. Allí mismo escribió la dedicatoria: «Para Beatriz y Sofía, mis pequeñas amigas de Las Tunas, con muchísimo cariño, esperando que sigan creciendo con Chamaquili. Un beso grande. Pimienta. 14-03-10».  Se lo agradecieron como ellas saben hacerlo: con alegría. 
En el ínterin, un botones del hotel les obsequió un par de globos. Entonces todos  juntos nos pusimos a conversar. Sofía le declamó de un tirón uno de los poemas del primer libro de Chamaquili y un largo fragmento de otro; Betica, para no ser menos, le recitó Palomita, uno de sus textos preferidos.  Alexis las miraba entre divertido y asombrado. 
Le hicieron mil preguntas, algunas difíciles de responder. Alexis capeó el temporal como pudo.  Luego,  sonriente, extrajo su teléfono móvil y les mostró  en la diminuta pantalla fotos del Chamaquili de verdad, su hijo, fuente de inspiración de sus obras.
No satisfecho con eso, y ante el visible entusiasmo de mis niñas por las imágenes, se excusó un momento, subió a su habitación y regresó con una laptop, desde cuyo monitor ellas disfrutaron de varios videos donde padre e hijo aparecen rapeando alegremente algunos de los poemas más populares de los libros. 
Todos disfrutamos del inusual  encuentro una barbaridad y hasta  pude hacer varias fotos, tres de las cuales inserto en este texto.  El tiempo, sin embargo, transcurrió  a toda máquina. Y, como yo estaba al tanto de que el poeta debía partir al mediodía para la ciudad de Puerto Padre, donde ofrecería el último de sus recitales tuneros, propuse la despedida. 
«Tienes unas hijas maravillosas», me dijo el célebre padre de Chamaquili cuando, ya en retirada, nos estrechamos las diestras. Miré en dirección a las niñas y las vi. Corrían, muertas de la risa, por los pasillos del hotel, detrás de sus globos de colores. Y me dije que, en efecto, Sofía y Beatriz son un par de chicas maravillosas. Reconozco que esta certeza  puede ser tildada de nepotista, porque proviene de alguien  muy cercano a ellas. Pero, aunque lo fuera ¿excusarían ustedes a este padre orgulloso de sus hijas?

1 comentarios:

Lola dijo...

Precioso lo que escribes Juan. Las niñas son estupendas desde luego y vosotros les habeis enseñado a serlo. Eso es un orgullo para Iris y para ti y yo como amiga de Iris me siento muy orgullosa de ellas. Además de guapísimas. Un abrazo Lola

 
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