lunes, 16 de agosto de 2010

Un colega ha muerto

Mi colega Alexis Pérez Sánchez recién acaba de hacerle mutis a la vida. Su  resentido y frágil músculo cardíaco no soportó tantos agobios y  le consumó la  fatal jugarreta el pasado viernes, bien temprano, cuando el lucero del alba todavía irradiaba  luz en lo más alto del firmamento.  
Siempre me pareció emisario de trágicos augurios cualquier sombrío timbrazo telefónico en la madrugada. ¡Casi todo lo infausto ocurre en ese horario! Esta vez el ring ring confirmó mis suspicacias. Y la mala nueva despabiló mi somnolencia con la energía de un corrientazo. 
La muerte es -amén de rotunda e inevitable- nuestra única certeza absoluta. Se trata de un estado físico con blindaje a prueba de voluntades. En oportunidades apenas propicia espacio para filosofar. Como en este de ahora, donde sobrevino súbita, fulminante, inclemente y prematura.
Todavía hoy, tres jornadas después de su partida, cuesta aceptar que Alexis ya no está, corpóreamente, entre nosotros. Difícil creer que no volveremos a estrechar su afectuosa diestra, a soportar sus ex abruptos  de ocasión o a escucharle leer «a punta de pistola» su reportaje en ciernes. 
La Casa de la Prensa tunera echará de menos su corpulenta figura; muchos temas de actualidad  clamarán por la osadía de su pluma; los estudiantes de práctica laboral extrañarán, desconcertados, al tutor puntilloso y exigente que les  brindó en cada etapa sabiduría, experiencia y  brújula...
En lo adelante, de Alexis Pérez Sánchez, colega y amigo, no se hablará sino en pasado. Su recuerdo, empero, nos acompañará. Porque la vida de los que mueren no se convierte en polvo en una gaveta de mausoleo. Queda -¡vaya fortuna!- en la memoria de quienes los sobrevivimos.

A UN AMIGO MUERTO 

Para Alexis Pérez Sánchez, In Memoriam

Qué desierto está el mundo, amigo mío,  
desde que te cubrió el polvo postrero; 
cómo al pensarte el viento, lastimero, 
azota mi ventana; cuánto frío. 
Qué vacío dejaste, compañero, 
en nuestras vidas; qué estruendoso vacío. 
¿Con quién hablaremos ahora, en el estío? 
¿Por qué tuviste que partir primero? 
Cuando visitemos tu última morada 
dejaremos en la losa, doloridos, 
una flor y una carga de tristeza; 
luego nos iremos, llevando en la cabeza 
esta triste pregunta, ya gastada: 
¿Cómo asumir que de verdad te has ido? 

(Anónimo)

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