lunes, 13 de abril de 2015

Galeano en la memoria

Desde hace muchos años soy apasionado de la literatura de Eduardo Galeano. Recuerdo claramente cómo durante mis años universitarios devoré en un rato «Las venas abiertas de América Latina», un texto que develó ante mis ojos ojos la historia y el devenir de nuestro subcontinente. Luego cayó en mis manos «Memorias del fuego», viñetas extraordinarias sobre los más variopintos temas, cuyo primer tomo, por cierto, logró eludir mi persecusión, al punto de que nunca pude dar con su rastro. El periodismo de este hombre extraordinario también fue ecuador de mi devoción. Sus colaboraciones en periódicos y revistas son paradigmas de estilo y arquetipos de hondura. Hoy, al conocer la noticia de la muerte de este uruguayo ilustre, sentí como si se hubiera esfumado el último patriarca literario latinoamericano. A continuación transcribo algunos textos breves suyos que conservo como alhajas en mi computadora.
HISTORIA CLÍNICA
Informó que sufría taquicardia cada vez que la veía, aunque fuera de lejos. Declaró que se le trababa la lengua y no lograba articular sonidos cuando ella lo miraba, aunque fuera de refilón. Admitió una hipersecreción de la glándula sudorípara cada vez que ella le hablaba, aunque fuera para contestarle el saludo. Reconoció que padecía intensos desequilibrios en la presión sanguínea cuando ella lo tocaba, aunque fuera por error. Confesó que por ella padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le aflojaban las rodillas, que lo desvelaba el insomnio... «Fue hace mucho tiempo, doctor –dijo-. Nunca más he vuelto a sentir nada de eso». El médico arqueó las cejas. «¿Nunca mas sintió nada de eso?, repitió el doctor. Y diagnosticó: «Su caso es grave».
EL ARQUERO
También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es uno solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos. Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.

FRASES NOTABLES

Hay un único lugar donde el ayer y el hoy se reconocen y se abrazan, ese lugar es el mañana.

Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.

Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.

Yo no vendo recetas de la felicidad, ni creo en los bandidos que las venden. Tampoco creo en los dogmáticos religiosos o políticos que venden certezas. Para mí, las únicas certezas dignas de fe son las que desayunan dudas cada mañana.

Los libros están tan caros que de aquí a poco se venderán en las joyerías.

Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios. 

Al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, el hombre serrucha, con delirante entusiasmo, la rama donde está sentado.

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