Este año 2024 continúa reservándome satisfacciones. A las que ya quedaron atrás en el orden profesional, las suplantan ahora estas de orden paternal. El caso es que mi hija Beatriz (o, como yo suelo llamarla, Betty, Tuca, Beta, Betica, Betún...) se tituló hace un par de semanas como Bachiller en Ciencias y Letras en el IPVCE Luis Urquiza Jorge. Y ayer, 3 de abril, arribó a sus 18 años de edad, lo cual convierte a mi niña menor, a mi eterna chiquitina en... ¡adulta! Por favor, sin casi percatarme, el tiempo me escamoteó a la criatura que tanto mimé y consentí para convertírmela en una señorita independiente y moderna, en ocasiones díscola y rebelde, pero siempre con un beso en el directo para «disparárselo» a este padre que la adora. Desde que era pequeña me propuse incendiarle la imaginación. Tengo grabados algunos cuentos fantásticos inventados por ella capaces de hacer desternillar de la risa, como aquel donde matrimonió a una computadora con un ventilador. También pequeños vídeos de cuando improvisábamos obras de teatro en la sala de la casa, detrás de una frazada a guisa de telón, en las que hasta yo debía asumir personajes, casi siempre los peores. O hacíamos festivales de canciones o de declamaciones, o de adivinanzas o trabalenguas, siempre con el teléfono inalámbrico en función de micrófono. En las escuelas por donde pasó, Betty fue siempre la cantante de los actos escolares. De aquel período recuerdo con orgullo el día en que leyó por primera vez. Sí, aprendimos y nos divertimos mucho juntos. Tenía ella solo siete años de edad cuando me encomendó una tarea que aún me divierte: entregarle a sus hijos (cuando los tuviera) una carta escrita de su puño y letra con el siguiente texto: «Hijo o hija, quiero que sepas que cuando era pequeña era muy buena, nunca me fajaba con mis amigas y casi nunca la maestra me regañaba. Firma Beatriz Morales Hernández, 3 de mayo del 2013». Me encantaría vivir lo suficiente como para hacerle llegar a mis nietos su adorable misiva. No sé, cualquier cosa puede suceder en estos tiempos donde la longevidad no es ninguna extravagancia y donde la natalidad suele ser precoz. En el terreno de los amores fui siempre un padre consentidor. «Cosas de niñas», me decía a manera de consuelo, aunque rabiara por dentro cuando ella me decía que le gustaba algún chico. Sobre el asunto tengo una anécdota que no me resisto a contarla. Cierto mediodía me preguntó: «Pa’, ¿Gabi puede venir un rato a nuestra casa?» Le respondí: «Claro que sí, mi amor, ¡puede venir cuantas veces quiera!». Le di un beso y me senté ante la computadora. Al rato, ella me interrumpió: «Pa’, ven para que conozcas a Gabi». Lo de «conozcas» me pareció un despiste de mi hija, pero —¡bahhh!—, lo pasé por alto. Así que me levanté y la acompañé hasta la sala, dispuesto a saludar (¡eso sí!) a Gabriela, su compañera de estudios en la Escuela de Arte, a quien ya conocía y a la que todos llamaban Gabi. Pero, para mi sorpresa, la persona que vino hacia mí no era la carismática chica, estudiante de violín, sino un adolescente alto y bien parecido (no lo niego), que me tendió la mano y se presentó con absoluto desparpajo: «Mucho gusto, suegro, yo soy Gabriel, pero me puede llamar Gabi». ¡Ñooooo...! Desconcertado, miré a mi hija, que, junto a mí, fulguraba de alegría. Le respondí al muchacho con un par de tonterías (de esas que decimos en esas circunstancias los adultos tontos) y, terminado el extraño «protocolo», ellos se fueron para al balcón a conversar. Sí, con el apócope de Gabi llaman lo mismo a las Gabriela que a los Gabriel. Pero Betica debió advertirme de quién se trataba. ¿O lo hizo a propósito? Nunca ha querido esclarecerlo. Al llegar ella a la mayoría de edad, y excusándome a priori por esta catarsis afectiva de padre orgulloso, ofrezco este retrato sicológico de Beatriz: es devota de la música, ágil de respuestas, cautelosa ante lo desconocido, cumplidora de promesas, actualizada en las modas, fiel con sus amigas, fanática de los celulares, inventora de gangarrias, persistente en sus deseos, responsable con las encomiendas, entusiasta de los selfis, sensible ante los regaños, efusiva con sus maestras, carismática de cuna, lideresa natural, presumida permanente, insaciable de apetito, introvertida de circunstancias, discreta con las confidencias, solidaria con cualquiera, conquistadora de corazones, cultivadora de amistades, mimosa como una gatita, callejera a cualquier hora, protestona cuando la mandan, rapidísima de sueño, rebelde ante las injusticias, al día en el acontecer noticioso, feminista hasta lo inimaginable y cariñosa en grado superlativo... En fin, felicidades dobles para esa bachiller de 18 años. Que nunca te falte la esperanza, mi niña. Puedes estar segura de que siempre estaré a tu lado. Nunca te faltará mi apoyo de vejete cascarrabia, no importa hacia dónde remontes vuelo o dónde decidas plantar campamento. Un abrazo desde mi alma-corazón.
Y VAMOS PA´L 65
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Diciembre nos acaba de poner en el carril de los 65.
Seis décadas y media de Revolución.
Seis décadas y media de aciertos y de tropiezos, pero sin ...
Hace 1 año