Soñadora
Original
Fina
Inteligente
Adorable
Bondadosa
Efusiva
Alegre
Tremenda
Risueña
Intranquila
Zalamera
Espero que mis lectores no me cuelguen el sambenito de «padre apasionado» y me excusen de la retahíla de adjetivos hermosos que he puesto en el currículo de mis hijas. Les garantizo que no convoqué a ninguno «a la cañona» para resolver las exigencias del acróstico. Los seleccioné porque retratan con exactitud las respectivas personalidades de Sofía y Beatriz. Aclaro que los términos son diferentes entre sí porque sus destinatarias, por fortuna, también lo son. ¡Bien que lo sabré! Pero esos detalles solo pueden calibrarse desde la perspectiva de un padre. ¿Defectos? Sí, me imagino que ellas los tengan (aunque no estoy seguro jajajajaja...). Pero, por favor, no pretendan que sea yo quien asuma ese inventario. Además -y a pesar de lo generalmente aceptado- la perfección suele ser aburrida. Porque, si de niños se trata -y de niñas, como me rectificaría Sofía con su proverbial enfoque de género-, llorar sin ningún motivo, poner patas arriba la casa, fastidiar en momentos inoportunos, pintar con crayolas las paredes, negarse a tomar un medicamento, exigir a gritos la leche en plena madrugada, encapricharse con un juguete inalcanzable para el bolsillo, intruducir trozos de galleta por la ranura del lector de disquetes de la computadora, triturar el material de poliespuma de mi casco de motorista, descolgar durante sus retozos el teléfono, quebrar contra el piso las puntas de los lapiceros y garabatear libretas de notas también tiene sus encantos. Se los puedo jurar por las deliciosas y terribles horas -¡meses!- de estrés, insomnio, malestar, pánico, nerviosismo, desequilibrio, cefalea y alteración que tengo acumuladas en la caja del cuerpo desde que mis hijas me hicieron el fabuloso regalo de venir al mundo. He dicho...
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