La tarde holgazaneaba entre la espuma de las olas cuando el vapor Tamaulipas comenzó a recortar su metálica figura sobre la línea del horizonte. «Yo creo que es el mismo barco mexicano de la otra vez –conjeturó, recién bajado de su bote, un curtido hombre de mar–. Debe de venir más o menos por frente a la playa de Chapaleta».
Un penacho de humo espeso y negrísimo recién salido de su chimenea embadurnó –insolente– el tapiz azulado del cielo. Un cuarto de hora después, chirriante y exhausto, el buque arrimó su costillar al espigón de madera del puerto de Manatí.
Desde la playa, los curiosos comenzaron a formularse la misma pregunta: «¿Traerá de nuevo la misma carga de la otra vez este navío de matrícula y bandera yucatecas?» Al levantarse la cuarentena se develó definitivamente la incertidumbre. En fila india, por la escalerilla de estribor, comenzaron a bajar a tierra 300 personas de inconfundibles rasgos asiáticos.
«Son ciudadanos coreanos que vienen de México», informó uno de los miembros de la tripulación. A guisa de bienvenida, un alcatraz chilló por sotavento. Luego se dejó caer cuan largo era sobre una juguetona mancha de sardinas. ¿Fecha? Martes 25 de marzo de 1921.
ALGO DE HISTORIA
Una matancera de ojos rasgados -Martha Lim Kim- lleva años estudiando los entretelones de tan extraño desembarco. Tiene sus razones: su padre fue uno de los que echaron pie a tierra en el litoral tunero aquel atardecer. Por él se enteró la investigadora de que el citado contingente asiático emigró desde su país de origen primero a México, en 1911, un año después de que las tropas japonesas ocuparan Corea. También conoció que, luego de una década de privaciones en territorio azteca, el grupo determinó hacerse nuevamente a la mar, esta vez para probar suerte en la mayor isla de Las Antillas.
Todo esto la Lim y su esposo -el historiador yumurino Raúl Ruiz, ya fallecido- lo expusieron al detalle en un libro excelente que vio la luz hace solo unos años: Coreanos en Cuba. En él los autores aseguran que nunca como aquella vez del Tamaulipas ingresaron al territorio cubano tantos hijos de Corea juntos. También que en el municipio de Manatí existe la mayor comunidad del ascendiente del país, con alrededor de una veintena de miembros.
Pero el memorable atraque de marzo de 1921 en el muelle manatiense había tenido un intento anterior. Solo que en aquella oportunidad, como la mayoría de los pasajeros carecía de documentos oficiales, no se les autorizó a bajar la escalerilla. La nave puso entonces proa a Mariel, en el norte de Pinar del Río. Allí los pasajeros del Tamaulipas permanecieron en cuarentena y realizaron gestiones a bordo para legalizar su situación migratoria. Logrado el objetivo, regresaron a Manatí, donde por fin desembarcaron.
Una vez en tierra, los recién llegados se instalaron en torno al batey del ingenio y comenzaron a buscarse la vida en dependencias fabriles y agrícolas. A pesar de su aparente «dulzura», la caña no consiguió seducirlos y mucho menos retenerlos. Así, después de 12 meses de estancia oriental, casi todos decidieron establecerse más al oeste, en dirección a la yumurina comarca de Cárdenas. Sabían que por allá los aguardaba un cuate conocido: el henequén, menos severo que la verde, estilizada y edulcorante gramínea tropical.
A pesar del mayoritario desencanto por tanta expectativa deshecha, dos familias decidieron permanecer en Manatí. La última de sus representantes murió hace unos años años, cuando estaba por cumplir los 80 almanaques. Tenía generales semi-latinas: Inés Kim Ramón, pero allá la conocían por el criollísimo sobrenombre de Chicha. Conseguí conversar con Nancy, la menor de sus hijas, quien domina muy bien el tema.
Un penacho de humo espeso y negrísimo recién salido de su chimenea embadurnó –insolente– el tapiz azulado del cielo. Un cuarto de hora después, chirriante y exhausto, el buque arrimó su costillar al espigón de madera del puerto de Manatí.
Desde la playa, los curiosos comenzaron a formularse la misma pregunta: «¿Traerá de nuevo la misma carga de la otra vez este navío de matrícula y bandera yucatecas?» Al levantarse la cuarentena se develó definitivamente la incertidumbre. En fila india, por la escalerilla de estribor, comenzaron a bajar a tierra 300 personas de inconfundibles rasgos asiáticos.
«Son ciudadanos coreanos que vienen de México», informó uno de los miembros de la tripulación. A guisa de bienvenida, un alcatraz chilló por sotavento. Luego se dejó caer cuan largo era sobre una juguetona mancha de sardinas. ¿Fecha? Martes 25 de marzo de 1921.
ALGO DE HISTORIA
Una matancera de ojos rasgados -Martha Lim Kim- lleva años estudiando los entretelones de tan extraño desembarco. Tiene sus razones: su padre fue uno de los que echaron pie a tierra en el litoral tunero aquel atardecer. Por él se enteró la investigadora de que el citado contingente asiático emigró desde su país de origen primero a México, en 1911, un año después de que las tropas japonesas ocuparan Corea. También conoció que, luego de una década de privaciones en territorio azteca, el grupo determinó hacerse nuevamente a la mar, esta vez para probar suerte en la mayor isla de Las Antillas.
Todo esto la Lim y su esposo -el historiador yumurino Raúl Ruiz, ya fallecido- lo expusieron al detalle en un libro excelente que vio la luz hace solo unos años: Coreanos en Cuba. En él los autores aseguran que nunca como aquella vez del Tamaulipas ingresaron al territorio cubano tantos hijos de Corea juntos. También que en el municipio de Manatí existe la mayor comunidad del ascendiente del país, con alrededor de una veintena de miembros.
Pero el memorable atraque de marzo de 1921 en el muelle manatiense había tenido un intento anterior. Solo que en aquella oportunidad, como la mayoría de los pasajeros carecía de documentos oficiales, no se les autorizó a bajar la escalerilla. La nave puso entonces proa a Mariel, en el norte de Pinar del Río. Allí los pasajeros del Tamaulipas permanecieron en cuarentena y realizaron gestiones a bordo para legalizar su situación migratoria. Logrado el objetivo, regresaron a Manatí, donde por fin desembarcaron.
Una vez en tierra, los recién llegados se instalaron en torno al batey del ingenio y comenzaron a buscarse la vida en dependencias fabriles y agrícolas. A pesar de su aparente «dulzura», la caña no consiguió seducirlos y mucho menos retenerlos. Así, después de 12 meses de estancia oriental, casi todos decidieron establecerse más al oeste, en dirección a la yumurina comarca de Cárdenas. Sabían que por allá los aguardaba un cuate conocido: el henequén, menos severo que la verde, estilizada y edulcorante gramínea tropical.
A pesar del mayoritario desencanto por tanta expectativa deshecha, dos familias decidieron permanecer en Manatí. La última de sus representantes murió hace unos años años, cuando estaba por cumplir los 80 almanaques. Tenía generales semi-latinas: Inés Kim Ramón, pero allá la conocían por el criollísimo sobrenombre de Chicha. Conseguí conversar con Nancy, la menor de sus hijas, quien domina muy bien el tema.
HABLA UNA DESCENDIENTE
«Realmente, el coreano legítimo era mi abuelo –precisa–. Cuando él llegó a México en 1911 contrajo matrimonio con una nativa, y de ahí nació mi mamá, que vino a bordo del Tamaulipas de dos años de edad. Abuelo nunca se quiso ir de aquí. Pero abuela no resistió y retornó a México años más tarde con varios de sus hijos cubanos, con los que suelo comunicarme».
Nancy me reseña una historia tragicómica relacionada con los móviles del desplazamiento de sus antepasados asiáticos a la isla: «Los engañaron –asegura–. Les dijeron cosas como que aquí en Cuba se trabajaba de cuello y corbata, y que la gente no tomaba agua, sino leche. En fin, les hicieron creer que a lo sumo en un par de años podrían retornar a Corea podridos en dinero. El violento impacto con la realidad, desde luego, fue dramático».
El escritor Miguel Barnet -hoy presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)- abunda sobre el particular en sus Palabras Iniciales del citado libro: «Silenciosos y desafiando un camino lleno de incertidumbre, entraron en Cuba desde México por las puertas de Manatí contratados por un truhán desconocido que les ofreció la Tierra Prometida.» Y dice más: «Pero la fatalidad los persiguió desde que tomaron el vapor en el yucateco puerto de Campeche, y cuando llegaron a Cuba en 1921, ya las Vacas Gordas se habían convertido en Vacas Flacas al desplomarse los precios del azúcar hasta llegar a solo tres centavos desde veintidós puntos pagados unos meses antes».
De los 300 inmigrantes que hicieron aquel viaje en el Tamaulipas hasta las costas de Manatí, la pareja de investigadores matanceros consiguió reconstruir el listado nominal de 245 de ellos. Y asegura: «...al menos, 119 eran adultos; 158 hombres y 87 mujeres. Estas cifras respaldan el criterio de que, acorde con los cánones de edad y sexo, la mayoría eran personas aptas para el trabajo, tal y como lo exigían los contratistas.»
«Realmente, el coreano legítimo era mi abuelo –precisa–. Cuando él llegó a México en 1911 contrajo matrimonio con una nativa, y de ahí nació mi mamá, que vino a bordo del Tamaulipas de dos años de edad. Abuelo nunca se quiso ir de aquí. Pero abuela no resistió y retornó a México años más tarde con varios de sus hijos cubanos, con los que suelo comunicarme».
Nancy me reseña una historia tragicómica relacionada con los móviles del desplazamiento de sus antepasados asiáticos a la isla: «Los engañaron –asegura–. Les dijeron cosas como que aquí en Cuba se trabajaba de cuello y corbata, y que la gente no tomaba agua, sino leche. En fin, les hicieron creer que a lo sumo en un par de años podrían retornar a Corea podridos en dinero. El violento impacto con la realidad, desde luego, fue dramático».
El escritor Miguel Barnet -hoy presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)- abunda sobre el particular en sus Palabras Iniciales del citado libro: «Silenciosos y desafiando un camino lleno de incertidumbre, entraron en Cuba desde México por las puertas de Manatí contratados por un truhán desconocido que les ofreció la Tierra Prometida.» Y dice más: «Pero la fatalidad los persiguió desde que tomaron el vapor en el yucateco puerto de Campeche, y cuando llegaron a Cuba en 1921, ya las Vacas Gordas se habían convertido en Vacas Flacas al desplomarse los precios del azúcar hasta llegar a solo tres centavos desde veintidós puntos pagados unos meses antes».
De los 300 inmigrantes que hicieron aquel viaje en el Tamaulipas hasta las costas de Manatí, la pareja de investigadores matanceros consiguió reconstruir el listado nominal de 245 de ellos. Y asegura: «...al menos, 119 eran adultos; 158 hombres y 87 mujeres. Estas cifras respaldan el criterio de que, acorde con los cánones de edad y sexo, la mayoría eran personas aptas para el trabajo, tal y como lo exigían los contratistas.»
MONUMENTO Y RECUERDO
Durante años, la llegada a Cuba de aquel grupo de coreanos permaneció en el más absoluto anonimato. No fue hasta el 23 de julio de 1950 –casi un mes después de iniciada la guerra de Corea-, cuando la revista Bohemia publicó un reportaje, firmado por Mario García del Cueto. El periodista daba a conocer aquel hecho casi ignorado. «Si no fuera porque el actual conflicto bélico ha popularizado tanto la existencia geográfica de Corea, para la inmensa mayoría de los cubanos hubiera pasado inadvertida la presencia de sus hijos en nuestra isla», dijo García del Cueto en tal ocasión.
Hoy solo quedan en nuestro archipiélago unos pocos sobrevivientes del desembarco de 1921. «Aquí reposan los restos de casi todos –apuntan Lim y Ruiz en su bien documentada obra-. En la isla queda su huella; en esta tierra viven hoy más de 600 de sus vástagos, de pura sangre coreana o entremezclados con los temperamentos latinos o africanos.»
En su honor, en la playa manatiense se develó un monumento, en cuya tarja se lee: «Por este puerto de Manatí llegaron a Cuba 300 inmigrantes coreanos procedentes de México, el 25 de marzo de 1921, en el vapor Tamaulipas. Sus descendientes, integrados a la sociedad cubana, viven hoy en distintas provincias del país con el recuerdo imperecedero de sus raíces ancestrales».
Durante años, la llegada a Cuba de aquel grupo de coreanos permaneció en el más absoluto anonimato. No fue hasta el 23 de julio de 1950 –casi un mes después de iniciada la guerra de Corea-, cuando la revista Bohemia publicó un reportaje, firmado por Mario García del Cueto. El periodista daba a conocer aquel hecho casi ignorado. «Si no fuera porque el actual conflicto bélico ha popularizado tanto la existencia geográfica de Corea, para la inmensa mayoría de los cubanos hubiera pasado inadvertida la presencia de sus hijos en nuestra isla», dijo García del Cueto en tal ocasión.
Hoy solo quedan en nuestro archipiélago unos pocos sobrevivientes del desembarco de 1921. «Aquí reposan los restos de casi todos –apuntan Lim y Ruiz en su bien documentada obra-. En la isla queda su huella; en esta tierra viven hoy más de 600 de sus vástagos, de pura sangre coreana o entremezclados con los temperamentos latinos o africanos.»
En su honor, en la playa manatiense se develó un monumento, en cuya tarja se lee: «Por este puerto de Manatí llegaron a Cuba 300 inmigrantes coreanos procedentes de México, el 25 de marzo de 1921, en el vapor Tamaulipas. Sus descendientes, integrados a la sociedad cubana, viven hoy en distintas provincias del país con el recuerdo imperecedero de sus raíces ancestrales».
2 comentarios:
Conozco de inmigrantes haitianos y hasta jamaicanos, radicados en las colonias cañeras de la otrora Manati Sugar Company que vinieron atraidos por la promesa de un trabajo bién remunerado en las plantaciones cañeras.Pero no sabia que la región habia sido,también, punto de interés para inmigrantes coreanos.Muy interesante e ilustrativo el articulo.
Esteban, gracias por tu comentario. Pues sí, esta migración de coreanos ocurrió. Incluslo, en el Puerto de Manatí existe todavía un barrio al que los lugareños llaman «Corea». En Manatí, como digo en el trabajo, quedan algunos descendientes. No sé si sabes que la localidad tuvo, además, una importante colonia de chinos. Casi todos tenían negocios de ventas de verduras y de lavanderías. De su presencia centenaria en el municipio dan fe algunos apellidos, como Chiong, Jam, King y otros. Desde luego -y como tú bien apuntas- los grupos más nutridos fueron los de haitianos y los del Caribe anglófono, como jamaiquinos, trinitarios y barbados, entre otros. Te reitero mi gratitud por tu comentario.
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