En casi todos los pueblos pequeños de Cuba hay costumbres que, después de sedimentarse por la práctica, pasan a formar parte de la tradición local. Algunas, por su extravagancia, resultan difíciles de creer. Uno las cuenta por ahí y la gente se niega a darlas por verídicas. Solo quien convivió con ellas durante toda una vida puede dar fe de su autenticidad.
A mí me ocurría eso cada vez que le comentaba a alguien que en Manatí, mi municipio natal, los cortejos fúnebres se transportaban hasta el cementerio por la vía del ferrocarril. Se me reían en la cara, como diciéndome: «Vamos, compadre, es un tema muy serio, ¿por qué lo coges para jarana?» Y yo: «Oigan, miren que estoy hablando verdad». Y nada, me tomaban por bromista. Solo mi insistencia conseguía al fin vencer su incredulidad.
Los ferrofunerales de Manatí dejaron de realizarse hace cuestión de 20 años. Jamás se han vuelto a reeditar aquellas procesiones solemnes que recorrían las calles del pueblo en el más absoluto silencio, algunas veces con los sarcófagos al hombro de los dolientes, rumbo a la estación de ferrocarril.
Según el testimonio de las personas de mayor edad del pueblo, la tradición comenzó en la época fundacional del ingenio, allá por los primeros años del siglo pasado. La compañía norteamericana propietaria de la fábrica de azúcar ofrecía el servicio gratis por intermedio de su parque ferroviario.
Según el testimonio de las personas de mayor edad del pueblo, la tradición comenzó en la época fundacional del ingenio, allá por los primeros años del siglo pasado. La compañía norteamericana propietaria de la fábrica de azúcar ofrecía el servicio gratis por intermedio de su parque ferroviario.
La ceremonia era muy sencilla y rápida. A la hora exacta acordada por los parientes del muerto, el cortejo fúnebre ganaba la calle y, lentamente, dirigía sus pasos hasta la terminal ferroviaria Allí aguardaba , puntual y dispuesta, una locomotora con una casilla y un par de vagones para pasajeros.
Primero subían el ataúd y sus coronas de flores. Luego los dolientes iban tomando asiento. El tren emprendía la marcha y en cuestión de cinco minutos llegaba al cementerio. La gente echaba pie a tierra, trasladaba al occiso hasta su última morada y alguien de palabra fácil despedía el duelo al mismo pie del panteón. Minutos después, el mismo viaje, pero de regreso. Y ya.
Primero subían el ataúd y sus coronas de flores. Luego los dolientes iban tomando asiento. El tren emprendía la marcha y en cuestión de cinco minutos llegaba al cementerio. La gente echaba pie a tierra, trasladaba al occiso hasta su última morada y alguien de palabra fácil despedía el duelo al mismo pie del panteón. Minutos después, el mismo viaje, pero de regreso. Y ya.
Que yo sepa, en ningún otro municipio de Cuba se han efectuado jamás funerales con esta s características. He preguntado por varias provincias, pero en sin resultados. Parece exclusivo de Manatí el haber trasladado durante muchos años a sus muertos hasta el cementerio sobre vagones ferroviarios. Fue una tradición que todavía no deja de sorprender a quienes la conocen.
Hoy, como en todas partes, los cortejos utilizan un carro fúnebre para trasladar el ataúd y su inquilino. Los dolientes parten detrás, a bordo de otros vehículos. Lo de los trenes quedó como una pincelada curiosa que no lastima en nada la solemnidad de un acto por el que sentimos profundo respeto.
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