sábado, 22 de julio de 2006

Madre en tiempos de muñecas

Lina Medina no había cumplido aún cinco años de edad cuando los brujos del villorrio donde vivía –Antacancha, 450 kilómetros al este de Lima, la capital de Perú-, comenzaron a alarmarse. ¿Qué le estaba ocurriendo a aquella niña cuyo vientre no dejaba de crecer? Mientras la pequeña le hacía mimos a su raída muñeca de trapo, uno de los shamanes fijó su mirada en el cielo, “estableció” comunicación con el más allá y, minutos después, hablaron por su boca los inefables dioses de Los Andes: “Lina tiene una culebra dentro de la barriga -masculló-. Hay que sacársela”.
La primera acción del hechicero fue poner al corriente del asunto a Tiburcio, el padre de la chiquilla, quien le concedió autorización para ejecutar el exorcismo. Luego, en medio de liturgias y de aspavientos, sometió a la niña a varios de los ritos incas usuales en la cordillera sudamericana. Pero -¡ay!-, ninguno de los procederes funcionó. Cuando finalmente no quedó en la chistera nada “divino” por hacer, Tiburcio se echó a su hija a cuestas y caminó durante dos jornadas por entre valles y colinas hasta el pueblo más cercano en busca de un médico de verdad.
Al llegar al hospital de la ciudad de Pisco, distante 70 kilómetros de Antacancha, el doctor Gerardo Lozada se hizo cargo de los exámenes preliminares de Lina. La dimensión de su vientre fue lo que más le llamó la atención. “Puede que sea un fibroma”, especuló, suspicaz. Pero, luego de evaluar una, dos, tres, diez..., ¡cien veces! las pruebas clínicas de la cincoañera con el rigor exigido por las circunstancias, llegó a una conclusión que lo anonadó como médico y como persona. “¡¡¡No es un tumor, es un bebé de ocho meses lo que la niña lleva en su vientre!!!”, le gritó al padre. Y acto seguido telefoneó a toda prisa a la Policía.
MADRE DE CINCO PRIMAVERAS
Los agentes encerraron a Tiburcio en un calabozo bajo estrictas medidas de seguridad. Las evidencias lo señalaban como el principal sospechoso de la violación y embarazo de su pequeña hija de solo cinco primaveras de nacida. Pero pasados unos días se vieron forzados a liberarlo por falta de pruebas. En su lugar dio con sus huesos en la celda uno de sus nueve hijos, aquejado, por cierto, de desequilibrios mentales, a quien tampoco lograron los investigadores vincular con tan repugnante asunto.
En el ínterin, el doctor Lozada se dirigió a Lima junto a la pequeña grávida, quien, por obvias razones de edad, no se había hecho cargo de su estado. Luego de instalarla en una clínica, envió un emisario hasta Antacancha para que recopilara información acerca de la niña. Consiguió investigar que, antes de cumplir los cuatro años de vida, a Lina se le habían desarrollado visiblemente los caracteres sexuales, tales como pechos erguidos, vello púbico y... ¡menstruaba! “Su madre la mandaba a lavarse en el río cuando esto sucedía”, le dijeron unos parientes.
Poco quedaba por hacer a tal altura de la gestación. Así fue que el doctor Lozada lo organizó todo en la clínica y llevó a Lina al quirófano para sometarla a una operación de cesárea, tarea en la que participaron también el cirujano Busalleu y el anestesiólogo Colretta. Finalmente, el 14 de mayo de 1939 –Día de las Madres, por más señas- hizo su entrada al mundo un bebé saludable y fuerte, que pesó en la báscula dos mil 700 gramos y midió 48 centímetros de estatura.
Le pusieron por nombre Gerardo en honor al doctor Lozada, el médico que asistió a la niña-madre tan pronto le diagnosticó el embarazo. El diario limeño El Comercio reseñó así el raro suceso: “Con tan sólo cinco años, siete meses y 21 días de edad, Lina Medina acababa de convertirse en la madre más joven reconocida por los anales mundiales de la Medicina. Y así quedó registrado el récord en los libros de la Academia Americana de Obstetricia y Ginecología”.
UN HECHO ESPECTACULAR
La noticia del parto de la parvulita peruana de solo cinco años de edad se convirtió ipso facto en un acontecimiento de trascendencia planetaria. Sus detalles más conmovedores, incluso, les restaron por varios días protagonismo a los preparativos de la Segunda Guerra Mundial, cuya feroz virulencia desgarraría poco tiempo después a buena parte de Europa.
Entretanto, los niños –madre e hijo- eran mimados en la clínica donde se acogieron a internamiento durante 11 meses. Funcionarios, artistas, diplomáticos, comerciantes y hasta políticos los visitaban y los colmaban de regalos. Allí, en la Maternidad de Lima, la pequeña Lina aprendió a leer y a escribir. Diarios de la época cuentan que la niña –tan niña como su hijito- le disputaba al pequeñuelo la posesión de los juguetes.
Muchos años después, el doctor Juan Falen, endocrinólogo adscripto al Instituto de Salud del Niño, explicó este hecho a la agencia inglesa Reuter de la siguiente manera: “La pubertad precoz de Lina le desarrolló antes de tiempo los caracteres sexuales y la capacidad de reproducción, pero mental y cronológicamente continuó teniendo la misma edad. Por eso es que chicos como ella son a menudo víctimas de abusos sexuales”.
El parto de la pequeña Lina Medina desbordó en poco tiempo el ámbito peruano para activar las apetencias de gente sin escrúpulos más allá de las fronteras andinas. Así, su familia rechazó jugosas oferta de dinero provenientes de varios países interesados en sacarle partido económico al triste suceso, entre ellas una de cuatro mil dólares mensuales y gastos pagados para que la niña y su niño viajaran a Nueva York por un año para ser exhibidos allí como bichos raros en la Feria Mundial.
Hubo proposiciones serias. Como esta que incluye en su página de Internet el sitio Dracoo!: “Los cirujanos que le practicaron la cesárea habían comprobado mediante una biopsia que Lina tenía órganos genitales maduros. Cuando ya la familia había firmado un acuerdo de mil dólares semanales con la compañía estadounidense Seltzer por estudiar el caso, el presidente del Perú, Oscar Benavides, lo impidió y dictó una ley para alzarse con la tutela de la madre y de su hijo bajo la promesa de otorgar a ambos una pensión vitalicia. Jamás recibieron un centavo”.
UNA DEUDA POR SALDAR
El 3 de septiembre de 2002, el diario digital colombiano El País publicó la siguiente nota en la red: “Seis décadas después, el Gobierno peruano busca ayudar a Lina, como para resarcir la letra muerta de una Ley de 1939 que le prometió una pensión vitalicia para ella y para su hijo. ´Aún estamos a tiempo de reparar el daño que le hizo el Estado condenándola a la miseria´, dijo el ginecólogo José Sandoval, quien fue a Antacancha, desempolvó la historia de Lina, la escribió en un libro y hasta acudió al Palacio de Gobierno para recordarles la deuda pendiente”.
Lina, quien se casó a la edad de 33 años y tuvo otro hijo en 1972, reside actualmente junto a su esposo Raúl Jurado en un miserable suburbio de Lima conocido por su alta peligrosidad como Pequeña Chicago. En la década de los años 80 del pasado siglo las autoridades locales derribaron con buldózeres su casa para construir por allí una autopista. No le pagaron ni un solo centavo de indemnización.
Su primogénito Gerardo, por su parte, creció creyendo que Lina era su hermana. Hasta que, al cumplir 10 años, descubrió la verdad. Falleció de una rara enfermedad en la médula ósea en 1979. Pero no se ha establecido que su mal guarde relación con las extraordinarias circunstancias de su nacimiento en 1939.
Acosada por los periodistas, Lina, según su marido, “creció prudente e introvertida”. Su ostracismo de niña devenida madre fue consecuencia de una época en la que la virginidad era un contenido importante de la moral. “Llegaron a decir que Lina era otra Virgen María que concibió sin cometer pecado original por obra y gracia del Espíritu Santo. Todavía hoy en el pueblo de Antacancha creen que Gerardo fue hijo del Sol.
Así, Lina vivió desgarrada entre dos extremos, porque su caso pasó de ser un milagro a un tema prohibido. En otro siglo, seguro la hubieran quemado o convertido en santa a la fuerza, pues en su época por poco y la lucen en un circo", refirió en un libro el neuropsicólogo Artidoro Cáceres, quien descubrió que la historia clínica de la niña y una tesis universitaria elaborada en 1942 sobre su excepcional caso habían desaparecido.
Han transcurrido 70 años del parto de la madre más joven de la historia y todavía se desconoce quién fue la persona que la violó. "Para mí eso no es lo más importante -le dijo recientemente a un reportero del periódico nicaragüense El Nuevo Diario el ginecólogo José Sandoval-. Se trata, simplemente, de un accidente estadístico que hace extremadamente raro su caso de pubertad precoz. Y a eso súmele el hecho de una violación que la embarazó justo cuando la pequeña estaba ovulando".
En fin, hasta que alguien no haga trizas su récord de maternidad precoz a los cinco años, siete meses y 21 días –en lo personal dudo que algún día se consiga-, la peruana Lina Medina continuará siendo la madre más joven del mundo. Ella cumplirá 75 años el próximo 23 de septiembre con su única ambición: que le paguen la casa que le demolieron. “No es un favor, me la deben”, le dijo al periódico El País. Y volvió a guardar silencio.

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miércoles, 19 de julio de 2006

¡Cuidado con las erratas!

Los anales de la prensa escrita en el mundo recogen infinidad de curiosidades editoriales de la más heterogénea naturaleza. Algunas de ellas constituyen piezas antológicas que hablan a las claras de la congénita vocación del hombre por trascender su época, unas veces con toda intención, otras no tanto.El 4 de julio de 1856, por ejemplo, el periódico neoyorquino Illuminated Quadruple Constellation lanzó a la venta una edición especial con motivo del Día de la Independencia de los Estados Unidos. El número correspondiente a esa fecha está considerado como el de mayor tamaño de cualquier época. Como tal aparece registrado en el famoso libro Guinness de los Récords y, en verdad, alcanzó dimensiones francamente descomunales.Cada hoja de aquel gigantesco periódico medía 2,44 metros de alto por 1,83 de ancho, “es decir –comparó uno de sus editores- el tamaño aproximado de una mesa de billar”. Según asegura una revista especializada de la época, “aquel coloso de la letra de molde no contenía anuncios, algo verdaderamente extraordinaria tratándose de una publicación norteamericana, y el texto equivalía en extensión al de 30 novelas de las dimensiones corrientes”. Otro caso digno de aparecer en la más exigente antología de publicaciones curiosas lo es el periódico La Luminaria, que se editaba en España en el siglo XIX. Se asegura que sus patrocinadores utilizaban para su impresión una tinta especial combinada con fósforo, lo cual permitía leer sus materiales incluso en la más completa oscuridad. Se desconoce su algún ejemplar de tan extravagante publicación ha llegado hasta nuestros días. Si de erratas se trata, ningún periódico en el mundo puede vanagloriarse de haber estado al margen de sus influjos. Sobre el asunto se podría conformar toda una colección, tanto de casos dramáticos como de hechos divertidos. Alfonso Reyes, el mexicano ilustre, las definió como "especie de viciosa flora microbiana siempre tan reacia a todos los tratamientos de la desinfección”. Él mismo se vio afectado por esta plaga en uno de sus libros de poesía, el cual tenía tantas erratas que suscitó el siguiente comentario de un crítico literario: "Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañado de algunos versos". Sí, la errata ha hecho rabiar a mucha gente de la letra impresa. En no pocas ocasiones, una errata le ha costado el empleo a su responsable. Cuenta el novelista argentino Manuel Ugarte el caso de un periodista que, al dedicar una crónica social a la hija del dueño del rotativo, quiso escribir: "Basta escribir su nombre, Mercedes, para que se sienta orgullosa la tinta". Solo que en lugar de escribir tinta escribió tonta. ¡Lo pusieron de patitas en la calle! También fue embarazosa la situación de un crítico que dedicó su último libro a una condesa. Para ella escribió en la presentación de la obra: "señora, está de más decirle que su exquisito busto conocemos muy bien todos sus amigos". Pero ocurre que donde dice busto debió ponerse gusto. Imagínese...
Algo parecido le sucedió al académico francés Flavigny en 1648, al escribir en una crítica teológica la conocida frase del Evangelio de San Mateo: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas a ver la viga que está en tu propio ojo?” Esto, en latín, reza: “¿Quid vides festucam in oculo fratis tuis et trabem in oculo tuo non vides?” Un lector burlón lo reseñó así: “En la palabra oculo el duende escamoteó misteriosamente la o inicial, pasando en la frase el papel del ojo a otra parte del cuerpo humano con la que el hombre no ve y que solo en determinadas circunstancias y lugares puede ella misma ver la luz del día”. A pesar de lo involuntario del hecho, el escándalo fue colosal. La comunidad académica no perdonó jamás aquel desliz que estuvo a punto de desacreditar para siempre a uno de sus miembros entre sus colegas de oficio.

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domingo, 16 de julio de 2006

Genios de la fantasía


Por Juan Morales Agüero
Los niños son fabricantes de utopía por excelencia. ¿Usted lo duda? Si desea comprobarlo, entrégueles una caja de lápices de colores y déjelos, ¡déjelos hacer! Verá cómo en sus dibujos son capaces de proponernos panoramas inéditos donde el cielo puede ser no solo azul, sino también violeta y hasta carmelita; entornos donde a las plantas no les nacen hojas, sino caramelos y mariposas; y hasta comarcas donde los conejos tienen alas y los peces brazos.
Es que la imaginación de los niños no se rige por lógicas ni por racionalismos. Ellos viven zambullidos en una suerte de libro de cuentos junto a Pinocho, Gulliver, Meñique, Cenicienta, Eutelia, Blancanieves, Palmiche y Caperucita. Ellos mismos son personajes y a la vez autores de historias que nada tienen que envidiarles a los clásicos de la literatura infantil. Son, por naturaleza, inmensos e imprevisibles. Son niños, y eso es más que suficiente.
Es propio de la niñez reinventar la existencia de acuerdo con sus interpretaciones de la realidad. Por eso suele atribuirles vuelo al corazón, a los sueños y a la fantasía. ¿Habrá pintor capaz de llevar fielmente al lienzo la imagen de un niño frente al televisor disfrutando de las peripecias de Elpidio Valdés? Honestamente, creo que no. ¿Y saben por qué? Pues porque el mundo interior de los niños es etéreo e inaprensible como el del colibrí.
Al enfrentarse con lo desconocido, los pequeñines ponen muchas veces al descubierto nuestro universo de "personas mayores". Divertidos, sacan a la luz nuestras mentirillas piadosas y hasta nuestras inconsecuencias. Así ha sucedido siempre. Cuando uno se ve en tales "aprietos" se convence de que la esperanza existe y de que debemos crear para ellos un mundo a su medida, donde tengan cien, mil veces más valor un hula-hula y una piñata que todos los mísiles atómicos y todos los escudos nucleares del mundo.
No hay maestros mejores y más capaces que los niños. En su magisterio peculiar dominan como nadie la ortografía de la vida: nos admiran, nos interrogan, nos ponen puntos suspensivos y no pocas veces nos dan el punto final. De ellos dijo Martí en La Edad de Oro: "Saben más de lo que parecen, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas escribirían."
Si nuestros esfuerzos por consolidarnos como un pueblo digno quieren tener resultados, debemos cimentarlos a partir de los niños. Solo una sociedad que los valore como su principal riqueza tiene derecho a mirar a los ojos al futuro. Solo imbuidos de amor hacia ellos encontraremos la sabiduría necesaria para hacernos niños de nuevo y para siempre.
Hoy, tercer domingo de julio, celebramos en nuestro país el Día de los Niño. Debemos propiciarle a esa criatura mágica, ahora y todos los días, un derrotero de felicidad hacia el porvenir. Estamos comprometidos a hacerlo por esas personitas adorables a quienes, como define magistralmente un texto en Internet, "usted puede cerrarles la puerta del cuarto donde guarda las herramienta, pero no puede cerrarles jamás la puerta del corazón."

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