miércoles, 23 de febrero de 2011

Funerales por ferrocarril

En casi todos los pueblos pequeños de Cuba hay costumbres que,  después de sedimentarse por la práctica, pasan a  formar parte de la tradición local. Algunas, por su extravagancia, resultan difíciles de creer. Uno las cuenta por ahí y la gente se niega a darlas por verídicas. Solo quien convivió con ellas durante toda una vida puede dar fe de su autenticidad. 
A mí me ocurría eso cada vez que le comentaba a alguien que en Manatí, mi municipio natal, los cortejos fúnebres se transportaban hasta el cementerio por la vía del ferrocarril. Se me reían en la cara, como diciéndome: «Vamos, compadre, es un tema muy serio, ¿por qué lo coges para jarana?» Y yo: «Oigan, miren que estoy hablando verdad». Y nada, me tomaban por bromista. Solo mi insistencia conseguía al fin vencer su incredulidad. 
Los ferrofunerales de Manatí dejaron de realizarse hace cuestión de 20 años. Jamás se han vuelto a reeditar aquellas procesiones solemnes que recorrían las calles del pueblo en el más absoluto silencio, algunas veces con los sarcófagos al hombro de los dolientes, rumbo a la estación de ferrocarril.
Según el testimonio de las personas de mayor edad del pueblo, la tradición comenzó en la época fundacional del ingenio, allá por los primeros años del siglo pasado. La compañía norteamericana propietaria de la fábrica de azúcar ofrecía el servicio gratis por intermedio de su parque ferroviario. 
La ceremonia era muy sencilla y rápida. A la hora exacta acordada por los parientes del muerto, el cortejo fúnebre ganaba la calle y, lentamente, dirigía sus pasos hasta la terminal ferroviaria Allí aguardaba , puntual y dispuesta, una locomotora con una casilla y un par de vagones para pasajeros.
Primero subían el ataúd y sus coronas de flores. Luego los dolientes iban tomando asiento. El tren emprendía la marcha y en cuestión de cinco minutos llegaba al cementerio. La gente echaba pie a tierra, trasladaba al occiso hasta su última morada y alguien de palabra fácil despedía el duelo al mismo pie del panteón. Minutos después, el mismo viaje, pero de regreso. Y ya. 
Que yo sepa, en ningún otro municipio de Cuba se han efectuado jamás funerales con esta s características. He preguntado por varias provincias, pero en sin resultados. Parece exclusivo de Manatí el haber trasladado durante muchos años a sus muertos hasta el cementerio sobre vagones ferroviarios. Fue una tradición que todavía no deja de sorprender a quienes la conocen. 
Hoy, como en todas partes, los cortejos utilizan un carro fúnebre para trasladar el ataúd y su inquilino.  Los dolientes parten detrás, a bordo de otros vehículos. Lo de los trenes quedó como una pincelada curiosa que no lastima en nada la solemnidad de un acto por el que sentimos profundo respeto.

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domingo, 20 de febrero de 2011

Chinos en Manatí

Nadie en Manatí tiene idea de cuándo llegaron al municipio los primeros emigrantes chinos. La lógica hace suponer que debe de haber sido a inicios del siglo pasado. Ya por entonces, millares de hijos de ese enorme país asiático –en su mayoría solteros y sin acompañamiento de familiares- habían arribado por vía marítima a Cuba tras el espejismo de conseguir aquí mejorías económicas. Pronto sus ilusiones y sueños se trocaron en decepción. Optaron entonces por incorporarse a ese heterogéneo crisol que es nuestra nacionalidad. 
Desde su arribo al batey azucarero, los chinos manifestaron particular devoción por la horticultura. En efecto, buena parte de su comunidad preparó  a toda prisa su huerta en la periferia de la localidad, la sembró, la regó, la cultivó y luego salió a la calle con sus pregones en son de venta con sus carretillas repletas de vegetales frescos tales como lechuga, col, perejil, berenjena, tomate, rábano y zanahoria, entre otros de los más aceptados. 
Evidencias de esta vocación asiática por la agricultura urbana la encontramos en el enigmático aljibe subterráneo descubierto hace unos años en el patio de en una vivienda próxima a la funeraria.  Al parecer, se trata de un antiguo depósito de agua para regadío de alguna huerta de por allí, aunque algunos vecinos actuales del lugar le hayan dado al hallazgo diferente connotación. 
Los chinos trajeron a Manatí sus costumbres y tradiciones. Como, por ejemplo, el arte de fumar en narguile, especie de pipa formada por un largo tubo flexible, un recipiente para quemar el tabaco y una vasija  con agua perfumada a través de la cual aspiraban el humo. Era un espectáculo -¡un ritual!- contemplar al anciano padre de Pablito Chiong en aquella suerte de ceremonia oriental, mientras lanzaba volutas de humo al viento. 
Otro sector que polarizó el interés de los asiáticos fue el de la lavandería. Pues sí, en Manatí existieron varios trenes de lavado regenteados por chinos, los cuales no solo lavaban, sino que también estiraban ropa con planchas calentadas con carbón. Recuerdo con particular cariño uno que estaba cerca de mi casa, cuyos dueños eran Paula y José, cubana ella, cantonés él. Hicieron época por su honradez y por lo blanca y bien planchada que dejaban la ropa. 
La pequeña empresa privada siempre fue consustancial a los emigrantes asiáticos. En Manatí hubo tiendas cuyos dueños eran de ojos rasgados, como La Gran China, de Rogelio Jam, ubicada donde está hoy la tienda La Era. Otros tenían negocios menores, en los que vendían coquitos quemados, caramelos, pasticas de maní, dulces de coco... Si, evoco en esas labores a chinos entrañables y recordados, como Julián y Luis, por solo citar dos. 
Por comprensibles razones de edad, de aquellos emigrantes chinos que formaron la primera colonia en Manatí ya no queda ninguno entre nosotros. Perdura solamente su imperecedero recuerdo, algunas de sus tradiciones y una descendencia que vive su época orgullosa de su linaje.

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martes, 8 de febrero de 2011

Coreanos a estribor

La tarde holgazaneaba entre la espuma de las olas cuando el vapor Tamaulipas comenzó a recortar su metálica figura sobre la línea del horizonte. «Yo creo que es el mismo barco mexicano de la otra vez –conjeturó, recién bajado de su bote, un curtido hombre de mar–. Debe de venir más o menos por frente a la playa de Chapaleta».
Un penacho de humo espeso y negrísimo recién salido de su chimenea embadurnó –insolente– el tapiz azulado del cielo. Un cuarto de hora después, chirriante y exhausto, el buque arrimó su costillar al espigón de madera del puerto de Manatí.
Desde la playa, los curiosos comenzaron a formularse la misma pregunta: «¿Traerá de nuevo la misma carga de la otra vez este navío de matrícula y bandera yucatecas?» Al levantarse la cuarentena se develó definitivamente la incertidumbre. En fila india, por la escalerilla de estribor, comenzaron a bajar a tierra 300 personas de inconfundibles rasgos asiáticos.
«Son ciudadanos coreanos que vienen de México», informó uno de los miembros de la tripulación. A guisa de bienvenida, un alcatraz chilló por sotavento. Luego se dejó caer cuan largo era sobre una juguetona mancha de sardinas. ¿Fecha? Martes 25 de marzo de 1921.
ALGO DE HISTORIA
Una matancera de ojos rasgados -Martha Lim Kim- lleva años estudiando los entretelones de tan extraño desembarco. Tiene sus razones: su padre fue uno de los que echaron pie a tierra en el litoral tunero aquel atardecer. Por él se enteró la investigadora de que el citado contingente asiático emigró desde su país de origen primero a México, en 1911, un año después de que las tropas japonesas ocuparan Corea. También conoció que, luego de una década de privaciones en territorio azteca, el grupo determinó hacerse nuevamente a la mar, esta vez para probar suerte en la mayor isla de Las Antillas.
Todo esto la Lim y su esposo -el historiador yumurino Raúl Ruiz, ya fallecido- lo expusieron al detalle en un libro excelente que vio la luz hace solo unos años: Coreanos en Cuba. En él los autores aseguran que nunca como aquella vez del Tamaulipas ingresaron al territorio cubano tantos hijos de Corea juntos. También que en el municipio de Manatí existe la mayor comunidad del ascendiente del país, con alrededor de una veintena de miembros.
Pero el memorable atraque de marzo de 1921 en el muelle manatiense había tenido un intento anterior. Solo que en aquella oportunidad, como la mayoría de los pasajeros carecía de documentos oficiales, no se les autorizó a bajar la escalerilla. La nave puso entonces proa a Mariel, en el norte de Pinar del Río. Allí los pasajeros del Tamaulipas permanecieron en cuarentena y realizaron gestiones a bordo para legalizar su situación migratoria. Logrado el objetivo, regresaron a Manatí, donde por fin desembarcaron.
Una vez en tierra, los recién llegados se instalaron en torno al batey del ingenio y comenzaron a buscarse la vida en dependencias fabriles y agrícolas. A pesar de su aparente «dulzura», la caña no consiguió seducirlos y mucho menos retenerlos. Así, después de 12 meses de estancia oriental, casi todos decidieron establecerse más al oeste, en dirección a la yumurina comarca de Cárdenas. Sabían que por allá los aguardaba un cuate conocido: el henequén, menos severo que la verde, estilizada y edulcorante gramínea tropical.
A pesar del mayoritario desencanto por tanta expectativa deshecha, dos familias decidieron permanecer en Manatí. La última de sus representantes murió hace unos años años, cuando estaba por cumplir los 80 almanaques. Tenía generales semi-latinas: Inés Kim Ramón, pero allá la conocían por el criollísimo sobrenombre de Chicha. Conseguí conversar con Nancy, la menor de sus hijas, quien domina muy bien el tema.
HABLA UNA DESCENDIENTE
«Realmente, el coreano legítimo era mi abuelo –precisa–. Cuando él llegó a México en 1911 contrajo matrimonio con una nativa, y de ahí nació  mi mamá, que vino a bordo del Tamaulipas de dos años de edad. Abuelo nunca se quiso ir de aquí. Pero abuela no resistió y retornó a México años más tarde con varios de sus hijos cubanos, con los que suelo comunicarme».
Nancy me reseña una historia tragicómica relacionada con los móviles del desplazamiento de sus antepasados asiáticos a la isla: «Los engañaron –asegura–. Les dijeron cosas como que aquí en Cuba se trabajaba de cuello y corbata, y que  la gente no  tomaba agua, sino leche. En fin, les hicieron creer que a lo sumo en un par de años podrían retornar a Corea podridos en dinero. El  violento impacto con la realidad, desde luego, fue dramático».
El escritor Miguel Barnet -hoy presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)- abunda sobre el particular en sus Palabras Iniciales del citado libro: «Silenciosos y desafiando un camino lleno de incertidumbre, entraron en Cuba desde México por las puertas de Manatí contratados por un truhán desconocido que les ofreció la Tierra Prometida.» Y dice más: «Pero la fatalidad los persiguió desde que tomaron el vapor en el yucateco puerto de Campeche, y cuando llegaron a Cuba en 1921, ya las Vacas Gordas se habían convertido en Vacas Flacas al desplomarse los precios del azúcar hasta llegar a solo tres centavos desde veintidós puntos pagados unos meses antes».
De los 300 inmigrantes que hicieron aquel viaje en el Tamaulipas hasta las costas de Manatí, la pareja de investigadores matanceros consiguió reconstruir el listado nominal de 245 de ellos. Y asegura: «...al menos, 119 eran adultos; 158 hombres y 87 mujeres. Estas cifras respaldan el criterio de que, acorde con los cánones de edad y sexo, la mayoría eran personas aptas para el trabajo, tal y como lo exigían los contratistas.»
MONUMENTO Y RECUERDO
Durante años, la llegada a Cuba de aquel grupo de coreanos permaneció en el más absoluto anonimato. No fue hasta el 23 de julio de 1950 –casi un mes después de iniciada la guerra de Corea-, cuando la revista Bohemia publicó un reportaje, firmado por Mario García del Cueto. El periodista daba a conocer aquel hecho casi ignorado. «Si no fuera porque el actual conflicto bélico ha popularizado tanto la existencia geográfica de Corea, para la inmensa mayoría de los cubanos hubiera pasado inadvertida la presencia de sus hijos en nuestra isla», dijo García del Cueto en tal ocasión.
Hoy solo quedan en nuestro archipiélago unos pocos sobrevivientes del desembarco de 1921. «Aquí reposan los restos de casi todos –apuntan Lim y Ruiz en su bien documentada obra-. En la isla queda su huella; en esta tierra viven hoy más de 600 de sus vástagos, de pura sangre coreana o entremezclados con los temperamentos latinos o africanos.»
En su honor, en la playa manatiense se develó un monumento, en cuya tarja se lee: «Por este puerto de Manatí llegaron a Cuba 300 inmigrantes coreanos procedentes de México, el 25 de marzo de 1921, en el vapor Tamaulipas. Sus descendientes, integrados a la sociedad cubana, viven hoy en distintas provincias del país con el recuerdo imperecedero de sus raíces ancestrales».

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martes, 1 de febrero de 2011

Una tilde vale una corona

En plena competencia
Lisandra Cutiño Viñals (“así, con ls al final”, precisa ella) habla con la concisión de un monosílabo y el encanto de un superlativo. Es de pocas palabras esta tunera de 17 años, estudiante del duodécimo  grado en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas  «Luis Urquiza Jorge». ¡Pero cuánto saber hay en lo que dice!
Hace unos días retornó de Montevideo, la capital uruguaya, con una sonrisa parecida a una U mayúscula. Allí se coronó en el XI Concurso Iberoamericano de Ortografía, cita que, según sus patrocinadores, pretende «fomentar el buen uso del español, promover la lectura y buscar la excelencia académica».
En la lid estudiantil enlazaron vocales y consonantes 11 muchachas de 11 países de habla hispana: Chile, Colombia, Cuba, El Salvador, España, Guatemala, México, Paraná, Paraguay, República Dominicana y Uruguay. El toma y daca con el alfabeto resultó muy competitivo y de altísima categoría. Así lo evaluaron tanto las competidoras como los organizadores.
Un periodista que entrevistó a Lisandra cuando al evento ortográfico le faltaba todavía el punto final, echó mano en su crónica a los signos de interrogación y exclamación. Al apreciar la seguridad de la cubanita, se preguntó, perplejo: «¿Cómo puede esta chica desplegar tanto talento?”»Y él mismo se respondió, admirado: «¡Leyendo y estudiando mucho
Conversé con ella en su escuela. Tuve que ingeniármelas para romper el diptongo de su modestia-parquedad, insistir para que me aceptara un adjetivo y, finalmente, dar con la excepción que confirma la regla: el diálogo discurre cuando sus protagonistas encuentran el punto G de la motivación.
-Lisandra, ¿sabes en qué momento surgió tu interés por la ortografía?
-Ay, no sé… Supongo que desde pequeña. Quizás por insistencia de mis padres. Y también de los maestros, claro. Ellos siempre trabajan mucho en ese tema. Para mí la ortografía nunca resultó una preocupación en ningún grado. No recuerdo que jamás nadie me dijera «¡tienes que escribir bien!» Tuve faltas, como cualquier persona. Pero jamás constituyó un problema.
-Imagino que te sabrás de memoria todas las normas ortográficas…
-¡Qué va! Me sé varias, desde luego. Pero la buena ortografía no se adquiere así, memorizando mecánicamente las reglas en los manuales. Es cuestión de retener la grafía correcta de una palabra apenas la lees por primera vez. Hay que «fotografiarla» y «archivarla» en la mente para, a partir de entonces, escribirla como es debido. He desarrollado bastante esa capacidad.
-Por ejemplo, si lees «baca» escrito así, con b, te choca enseguida…  
-Bueno, eso depende. Porque, en ese caso, hay dos bacas que se escriben con b (nos reímos y me sonrojo). Una, el fruto del árbol del laurel. Y la otra, la parrilla para el equipaje que se coloca sobre los automóviles. Pero sí, la lectura es muy importante para tener buena ortografía. Yo leo mucho: poesía, aventuras, historia… Y mis favoritos son Martí, Tagore, Guillén…
-¿Te parece difícil que una persona que no lea tenga buena ortografía?
-Un buen lector puede tener una ortografía perfecta sin haber hojeado jamás un manual. De tanto ver las palabras en los libros, conoce cómo se escriben, incluso las más difíciles. Pero, para quien no ha disfrutado nunca del placer de la lectura eso es una tarea poco menos que imposible. Y no es un hecho casual que los malos lectores padezcan, por lo común, de pésima ortografía.
-¿Por esa razón muchos jóvenes de hoy afrontan de ese endémico mal?
-Es una de las razones. También que muchos no toman en serio la ortografía. Piensan que lo principal es dominar el contenido, y no la forma de su escritura. Cuando alguien lee o escucha un término por primera vez, debe preocuparse por saber cómo se escribe o consultar el diccionario. Por muy profesional que sea, en lo suyo y por muchos títulos que lo avalen, pierde crédito si lo hace con errores, que en algunos casos son horrores.
Cuando la declararon ganadora
-¿Tienes experiencia sobre esto con tus compañeros de aula?  
-(Se ríe). Algunos, cuando no están al tanto de la ortografía de una palabra, la escriben de varias formas. Asiento, por ejemplo. La ponen primero con s, y un renglón más abajo con c y hasta con z. Desconocen cuál es la manera correcta. Nunca me he logrado explicar eso. Si dudo y no tengo a mano un consultante o un diccionario, es mejor recurrir a sinónimos. Pero nunca adivinar…
-Me han dicho que tú los ayudas bastante en ese aspecto…
-(Evasiva). Solo cuando me lo piden. No hay que estar pescando faltas siempre. Yo hasta reviso poemas y cartas de amor. Pero mis compañeros me los dan voluntariamente. Soy su consejera ortográfica. No crea, a veces paso vergüenzas, porque me preguntan qué quiere decir tal palabra y no lo sé. Es cómico: puedo decirles cómo se escribe, pero no qué significa.
-No sé qué piensas, pero las nuevas tecnologías no ayudan mucho…  
-Es cierto. He visto salas de chat donde los participantes escriben ke o q en vez de que. Y ni se sabe cuántas mutilaciones o distorsiones de palabras. Los correos electrónicos también hacen de las suyas. Y los mensajes de texto, ni hablar. Por ahorrar espacio se atropella el idioma. Me parece que uno debe preocuparse siempre por escribir correctamente. En cualquier soporte. 
-¿Qué palabras suelen originarte más dificultades ortográficas?  
-Las que carecen de reglas, como sustantivos y adjetivos. ¿Un ejemplo? (piensa) Mire, loza y losa, que son palabras homófonas. Se le llama loza al juego doméstico de platos y tazas, fabricados, por cierto, con un material del mismo nombre. Y losa, entre otras acepciones del diccionario, es una piedra llana y de poco grueso. Como un mosaico o una baldosa para el piso..  
-¿Cómo te sientes cuando observas por la calle palabras mal escritas?  
-Muy mal. Pienso en los niños. Ellos pueden creer que esa es la forma correcta de escribirlas. He leído en algunas tablillas vocadito en lugar de bocadito. Y mallonesa por mayonesa. En un cartel pusieron: FELIZ AÑO NUEVO. Pero tildaron la í. Y en otro: PUNTO DE TRANSPORTACIÓN MASIVA, colocaron una x donde debía ir la s de la palabra masiva.  
-Me han hablado de tu puntería para cazar gazapos en los periódicos.
-(Se ríe) Ya no encuentro muchos. Pero sí, me molestan cantidad las faltas ortográficas en la prensa. Algunas son repetitivas. Como cuando escriben ingerencia en vez de injerencia. Es con j, no con g. Y lo peor es que la he encontrado de las dos maneras en una misma publicación. Y está garaje. En español es con j, aunque en francés, su idioma original, se escriba con g.  
-Hablemos del concurso, ¿cómo son las eliminatorias para asistir?  
-Comienzan con una convocatoria provincial. Esta vez consistió en un dictado de 50 palabras que los participantes debíamos escribir a mano. Sus resultados daban la clasificación para la segunda parte: otro dictado, pero ahora para tomarlo en computadora. Evaluaban, además, la velocidad al teclear. Gané. Mi preuniversitario tiene una gran tradición en estos eventos ortográficos.  
-¿Y el concurso nacional? Seguro fue mucho más complicado…  
-Sí, más complejo. Comenzó con una fase clasificatoria, donde nos dictaron varios refranes. Ninguno tenía puntuación interior. Solo la letra inicial mayúscula y el punto final. Debíamos colocar lo signos donde correspondiera. Y, por supuesto, escribirlos correctamente. Todos los participantes pasamos con éxito esa prueba. Luego nos presentamos a la segunda y última etapa.  
-¿Cuáles fueron sus características y cómo se definió al ganador?  
-Se utilizó un software que contiene palabras para distintos niveles. Yo competí en el cuarto nivel, que es el más difícil. Me dictaron términos como regurgitar, búnker, lapislázuli, aquiescencia… La representante de Guantánamo y yo los escribimos correctamente todos. Pero, como también se evaluaba el tiempo de respuesta y yo anduve más rápido, pues gané.  
-Te convertiste en la representante de Cuba y llegaste a Montevideo.
-Sí, al Teatro Solís, que fue la sede. El concurso arrancó con un dictado de enunciados extraídos de obras literarias de escritores de habla hispana: Carpentier, García Márquez, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Augusto Roa Bastos… Debíamos tomarlo en una laptop. Se clasificaba con el 60 por ciento de aciertos. Todas las participantes clasificamos. Eso da una idea del nivel.  
-Me dijiste que tienes copiados varios de esos enunciados literarios…  
-Tengo anotados. (Lee) «Los caminos marcaban sus tintes parduscos», de José de la Cuadra; «Había alimañas debajo de las alfombras y arañas que miraban desde el ojo de las cerraduras», de Alejo Carpentier; «Péguele un bastonazo en el hocico», de Augusto Roa Bastos; «Una lechuza cruzó el cielo del patio con un chasquido», de Héctor Tizón»…  
-Esa fase no tuvo mayores problemas para nadie, ¿cómo continuó?  
-Con un dictado de 80 palabras. Entre ellas, escenario, quiso, vahído, hélice, esencial, bisectriz, flexible, zozobra… Escribí mal dos: zagala y quicio. Las puse con s. Con zagala tiré a adivinar, pues no la conocía; con quicio, me equivoqué. Quedamos igualadas en puntos la española Blanca Pérez y yo. Ella también se equivocó en un par de oportunidades.  
-¿Cómo procedieron los organizadores para desempatarlas?  
-Concibieron un dictado en la modalidad de muerte súbita. Es decir, la primera que se equivocara, perdía. Todo marchó de maravillas para las dos hasta la sexta ronda de palabras. Yo escribí bien la que me correspondió. Pero ella acentuó en la i el sustantivo ojiva, que no lleva tilde. Y esa tilde me dio el campeonato. El público observó cada detalle en una pantalla gigante.  
-¿Te enteraste en ese mismo momento que eras la nueva titular?  
-No, porque la pantalla estaba a nuestras espaldas, solo a la vista del público y el jurado. Cuando la española falló, el presidente de la fundación se puso de pie y dijo que yo era la ganadora. Allí estaba el funcionario del MINED que me acompañó. Y nuestra embajadora en Uruguay. Me llevó una bandera cubana para que la pusiera en mi mesa de competencia.  
En su escuela
-¿Todas las participantes eran hembras? 
-Sí. Rafael Orozco, miembro de la Real Academia de la Lengua y creador del concurso, dijo a la prensa: «Eso demuestra que las mujeres tienen mejor ortografía que los hombres». Y, al enterarse que todas queremos estudiar carreras de ciencia cuando terminemos el bachillerato, añadió en broma: «Ellas quieres ser bioquímicas y ellos jugadores de fútbol».  
-¿Cómo fue el recibimiento en la Patria? 
-Fue muy emocionante. Como en el viaje de ida, en el retorno nuestro avión hizo escala durante un rato en Ciudad de Panamá. Ya en La Habana, recibí muchas felicitaciones de diferentes personas. Entre las primeras estuvieron una viceministra del MINED y la directora nacional de enseñanza preuniversitaria. También la Ministra quiso verme y me dedicó un tiempo para conversar. Se puso muy contenta con mi triunfo. 
-¿Y en tu preuniversitario? ¿Cómo te acogieron tus compañeros?  
-¡Aquello fue muy grande! Llegué de madrugada. Me estaban esperando con tremenda algarabía junto con los profesores y el Consejo de Dirección. Me estrujaron, me dieron abrazos, me gastaron bromas… Habían pintado letreros muy simpáticos en el piso de la plaza donde formamos. Y hasta me leyeron delante de todos un poema de lo más ocurrente que traían escrito. 
-¿No te dio por comprobar si los versos tenían errores de ortografía?  
-¡Nooooo! (ríe, divertida) Oiga, periodista, tampoco hay que exagerar. ¿Cómo se le ocurre? Si hago eso me dejan plantada allí mismo. Y lo peor de todo: hubiera echado a perder un recibimiento tan bonito.

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