viernes, 27 de noviembre de 2015

Ig Nobel para sonreir

La revista norteamericana «Anales de la Investigación Improbable» entrega anualmente, en varias categorías, un reconocimiento capaz de arrancarle a cualquiera una sonrisa: el Premios Ig Nobel, que distingue al humor como alternativa para estimular el interés serio por diferentes áreas del saber.
Su mecenas es Marc Abrahams, un matemático de 60 años de edad, quien en su época de editor de la revista Science, «descubrió» que los temas de algunas investigaciones eran tan divertidos que merecían conocerse. Así, en 1991, instauró la entrega del lauro en predios de la celebérrima Universidad de Harvard. Los ganadores de esta parodia de los Premios Nobel legítimos son elegidos por un jurado que cada año recibe más de 6 000 nominaciones de todas partes del mundo. La mayoría plantea descubrimientos absurdos, extraños, chiflados, risibles e, incluso, tontos, realizados increíblemente, con seriedad.
Sin embargo, el disfrute anual de las simpáticas guirnaldas ha provocado más de una sorpresa posterior. Por ejemplo, en el año 2000 el ruso Andrei Gueim recibió el Premio Ig Nobel de Física «por hacer levitar a una rana mediante imanes». Una década después ganó el Premio Nobel serio en la misma rama por su trabajo sobre el grafeno. «Las personas que no tienen sentido del humor no pueden ser buenos científicos», dijo una vez. Les propongo un recorrido por la historia de estos premios.
CIENCIA Y CARCAJADA
En 1993 el jurado premió a los doctores Nolan y Stillwel con el Ig Nobel de Medicina por su trabajo Manejo seguro de los penes atrapados en los zipper o cremalleras, publicado en la revista Journal of Emergency Medicine. ¡Cuántos infortunios nos hubiéramos evitado los hombres de haberlo conocido antes! En la misma categoría, pero en 1995, la distinción recayó en un equipo norteamericano por su desconcertante estudio El efecto de la respiración forzada por un solo agujero de la nariz sobre la capacidad cognitiva. Y en 1999, un médico noruego obtuvo el reconocimiento «por recolectar, clasificar y estudiar los tipos de envases elegidos por los pacientes para entregar las muestras de orina».
En 2010 dos «acuciosos» psicólogos holandeses defendieron la tesis de que «los síntomas del asma se alivian luego de una vuelta en una montaña rusa». Sería bueno ubicar algunos de estos artefactos en grandes hospitales. Su colega Mirjam Tuk no les fue a la zaga en espectacularidad. «Demostró» que las personas toman mejores decisiones cuando tienen una urgente necesidad de orinar. Los físicos también han hecho otros aportes a la ciencia curiosa. Como Robert Matthews, investigador de la Universidad de Aston, Inglaterra, que ganó el Ig Nobel en 1996 «por sus estudios sobre la Ley de Murphy y, en especial, por demostrar que las tostadas siempre caen al suelo por el lado de la mantequilla».
En la misma cuerda, un compatriota suyo, el doctor Ien Fisher, obtuvo el singular reconocimiento en 1999 «por explicar la mejor manera de mojar una galleta sin que se desmorone en el café o en el té». Y un tercer inglés, el profesor Jean-Marc Vanden-Broeck, de la Universidad de East Angli, fue distinguido también en ese año con el Ig Nobel «por idear un método para fabricar teteras que no goteen».
PREMIOS A LO IRRELEVANTE
El galardón de 2001 en la categoría se lo agenció un grupo de físicos norteamericanos y taiwaneses, por descifrar la enigmática Ley de la orina. Con su estudio, el equipo llegó a la conclusión de que los mamíferos mayores de tres kilogramos de peso tardan en orinar 21 segundos como promedio. Pero las «pesquisas» en este campo fueron aún más lejos. En 2006, el Ig Nobel se lo adjudicaron dos «investigadores» franceses de la Universidad Pierre et Marie Curie «por estudiar por qué los espaguetis secos se fracturan en más de dos partes cuando se doblan».
En 2007, el singular lauro le fue acreditado a un chileno y a un norteamericano de la Universidad de Harvard, «por estudiar a fondo cómo se arrugan las sábanas». La Física aplicada al deporte figuró entre las reconocidas, cuando en 2011 un experto determinó por qué los discóbolos se ma-rean al lanzar su implemento y los martillistas no. Y algo sumamente «interesante»: en 2009 Katherine K. Whitcome, de la Universidad de Cincinnati, descubrió analíticamente «por qué las mujeres embarazadas no se caen nunca hacia delante».
Pero la «tapa al pomo» en las pesquisas insólitas sobre la especialidad se la pusieron dos japoneses, premiados con el Ig Nobel el pasado año por estudiar «la capacidad de la cáscara de plátano para causar un resbalón». Según ellos, «cuando una persona pisa una cáscara, disminuye la fuerza de fricción entre el zapato y la cáscara, y entre esta y el suelo, por lo que se incrementa de forma considerable el riesgo de caída».
En materia biológica, los Ig Nobel son para desternillarse. En 2001 lo ganó el norteamericano Buck Weimer, por inventar una ropa interior con un filtro desechable capaz de remover los gases malolientes antes de que escapen. En 2007, la agraciada fue una holandesa, por realizar un censo de «todos los insectos con los que compartimos nuestras camas». Un año después ganaron dos franceses, quienes descubrieron «que las pulgas de los perros pueden saltar más alto que las de los gatos». En 2014 un equipo multinacional hurgó en otras facetas y fue premiado: estableció que, cuando hacen sus necesidades, los perros alinean sus cuerpos al eje de los campos geomagnéticos norte-sur de la Tierra. Por su parte, entre los enaltecidos de este año figura un colectivo inglés de la Universidad de Newcastle «por demostrar que las vacas a las que sus dueños han puesto nombres, dan más leche que las vacas sin nombre».
Los Premios Ig Nobel reservan también distinciones para la paz. Así, en 2007 le fue conferido el galardón al Laboratorio Wrigth, de la Fuerza Aérea norteamericana, por desarrollar la llamada «bomba gay», un artefacto con elementos químicos cuyo estallido, en caso de ser lanzado, provocaría que los soldados enemigos se volvieran sexualmente irresistibles entre ellos.
MÁS DE LO MISMO
En 2010 el inglés Richard Stephens confirmó a través de estudios que los insultos, improperios y maldiciones dichas en voz alta alivian la ansiedad y hacen tolerable el dolor causado por un golpe fuerte. Algo parecido consiguió con sus indagaciones el noruego Halvor Teigen, quien en 2011 ganó el Premio por intentar comprender por qué las personas suspiran.
Si de Ig Nobel insulsos se trata, hay dos que turban. John Trinkaus lo conquistó en 2010 en Literatura por su estudio «Porcentaje de jóvenes con la gorra de béisbol con la visera hacia atrás». Y en esa misma categoría lo alcanzó este año el holandés Mark Dingemanse, «por determinar que la palabra “eh” (uh, en inglés) es usada en idiomas de todo el mundo, incluyendo los inusuales», aunque aún desconoce el porqué.
Otro pergamino que se las trae fue el otorgado en la categoría de Astrofísica en 2001. Lo recibieron un par de doctores de Michigan, por «descubrir» que los agujeros negros espaciales satisfacen todos los requisitos técnicos para pensar que allí se localiza… ¡el infierno!
Meteorólogos también contribuyeron al estudio de su ciencia con una monografía que les hizo obtener el Ig Nobel de 1997. En efecto, el australiano Bernard Vonnegut, de la Universidad Estatal de Albany, presentó un informe titulado «El desplumamiento de los pollos como medida de la velocidad del viento durante un tornado», publicado luego por la revista «Weatherwise».
¿Y cómo dejar fuera del podio de los Ig Nobel a la Química? En 2002 esta categoría aplaudió a un colectivo de investigadores japoneses por identificar la enzima que provoca el llanto al cortar cebollas. Según los autores, el compuesto no se vincula con el sabor y el olor de la hortaliza, pero sí podría constituir el primer paso para cultivar cebollas modificadas genéticamente, sin esas molestias para el cocinero. También en esa especialidad este año fue premiado el científico australiano Colin Raston, profesor de la Universidad Flinders, en Adelaida, por una receta proteica capaz de lograr que un huevo hervido regrese a su composición original.
Pero, entre todos los Premios Ig otorgados desde su creación, los que entrañaron mayores sacrificios a sus autores fueron los de Fisiología y Entomología de este año. En la primera categoría ganó el norteamericano Justin Schmidt, por crear el «Índice de Dolor por Picadura», que calcula el rango de dolor sentido tras las picaduras de diferentes insectos, y para cuyo estudio él mismo se prestó como sujeto a ser picado. Durante una pesquisa entomológica análoga, su colega Michael Smith se hizo picar por abejas en 25 lugares distintos para descubrir en cuál área corporal duele más un aguijonazo. A los «picados» por la curiosidad les informo que las zonas más adoloridas fueron las fosas nasales, el labio superior y... el pene.
DE TODO COMO EN BOTICA
Hay más, muchos más Premios Ig Nobel descabellados y curiosos. Como los de 2006 en Acústica y Matemáticas, donde ganaron, respectivamente, un científico de Harvard por llevar a cabo experimentos para conocer por qué algunas personas detestan el sonido de las uñas rascando una pizarra; y dos fotógrafos que calcularon el número de imágenes que deben tomarse para estar seguros de que en un grupo nadie saldrá con sus ojos cerrados. Pero el repaso por la historia de estos singularísimos premios me dejó una insatisfacción: pensé encontrar por alguna parte una guirnalda para el científico que comiera más cascaritas de piña. Mi búsqueda resultó infructuosa. ¿Alguien lo sabe?

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viernes, 24 de julio de 2015

De Las Tunas a Washington

Escribo esto para todo tunero que resida hoy en cualquier parte del planeta; o que se haya ido del terruño en cualquier época; o que siga cualquier ideología política; o que pertenezca a cualquier grupo generacional; o que le importe un carajo cualquier arreglo Cuba-USA... Pero, en especial, escribo esto para aquellos tuneros que conservan en la parte izquierda del pecho el recuerdo de su Patria (de la Grande y de la Chica). Unos y otros deben sentir orgullo de lo ocurrido el pasado 20 de julio en la Embajada de Cuba en Washington. Fíjense, a mí no me parece tan crucial su antecedente de 1961 como su referente de 2015. En materia de vínculos intergubernamentales, siempre será más importante izar una bandera que arriarla. Ojalá este simbolismo traiga tiempos mejores en las relaciones de dos países que están al alcance de un abrazo. Porque, como dijo la gran Indira Ghandi, «con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos». ¡Basta de hostilidad! ¡Bienvenida la concordia! Todos los cubanos -¡todos!- nos lo merecemos. 

AHORA LEAN LO QUE INVESTIGUÉ SOBRE EL TEMA: 

Las primeras palabras del Canciller Bruno Rodríguez en la reapertura de la Embajada de Cuba en Estados Unidos revelaron la participación tunera en un suceso a todas luces trascendental. Expresó: «Amigas y amigos: La bandera que honramos a la entrada de esta sala es la misma que aquí fue arriada hace 54 años, conservada celosamente en la Florida por una familia de libertadores y luego por el museo de nuestra ciudad oriental de Las Tunas, como anticipación de que este día tendría que llegar».
Pocos cubanos conocían de este singular hecho, que hoy cobra relevancia en tanto se da a conocer en un contexto de inusitada significación. Uno de ellos es el máster Víctor Marrero Zaldívar, Historiador de la Ciudad de Las Tunas, quien ofreció detalles en torno a la historia de una enseña que permeneció durante años oculta al público dentro de un cilindro plástico.
-La bandera la trajo a la ciudad de Las Tunas Héctor García Soto, bisnieto del Mayor General Vicente García González, el héroe tunero por excelencia. Como se sabe, este valeroso oficial mambí, entre otros muchos méritos, llegó a ocupar la presidencia de la República en Armas y fue, además, General en Jefe del glorioso Ejército Libertador de Cuba.
«A inicios de 1960, Héctor fue designado por el Ministerio de Relaciones Exteriores para trabajar como diplomático en la Embajada de Cuba en Washington. Un año después, el 3 de enero de 1961, las autoridades norteamericanas rompieron unilateralmente relaciones con nuestro país. En medio del ajetreo que tal decisión entrañaba para el personal cubano destacado allí, Héctor procedió a arriar la bandera tricolor que ondeaba en un asta en el exterior de la misión y a ponerla a buen recaudo.
«En 1992 -continúa Víctor Marrero- una editorial habanera publicó mi libro "Vicente García: leyenda y realidad". Héctor, ya establecido en Miami, recibió un ejemplar que le envió Ileana, una de sus hermanas, ya fallecida. Una vez que lo leyó, me remitió su opinión por correo postal. Hicimos tan buenas migas que un año después lo invité a visitar la tierra de sus ancestros.
«En 1993 lo acogimos por primera vez. Tan bien se sintió que comenzó a venir todos los años, principalmente para los aniversarios del ataque y toma de Las Tunas. Aquella acción de la Guerra Grande fue ejecutada por las tropas al mando de su bisabuelo, el 26 de septiembre de 1876.
«En 1996 regresó con motivo del bicentenario de la ciudad. Una mañana, mientras conversábamos en torno a las relaciones cubano-norteamericanas a través de la historia, me confió que él tenía en su poder la bandera que presidió nuestra embajada allá hasta el momento de la ruptura.
«Le dije algo que, obviamente, él sabía: "Héctor, tienes en tu poder una pieza de incalculable valor. En tu casa carece de utilidad, porque nadie conoce de su existencia. ¿Por qué no la donas a alguna institución?". Me miró y me dijo: "Ya lo había pensado". Un año después la trajo junto a su equipaje. La acogió el Museo Provincial de Las Tunas, que lleva el nombre de su ilustre pariente.
«Héctor continuó visitándonos. En cada viaje se aparecía con alguna donación. Recuerdo que trajo, entre otros objetos, la brújula con la que el Mayor General Vicente García se orientaba en el teatro de operaciones y una buena cantidad de fotos familiares desconocidas para nosotros.
«En una de sus visitas expresó su interés por transferir la bandera a la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García. No hubo inconvenientes, y así, el 26 de septiembre de 2001, el estandarte quedó bajo la custodia de la institución, que cuenta con una sala donde figuran los bustos de todos los generales tuneros que pelearon en las guerras del siglo XIX.
«El tema emerge del anonimato por una entrevista que me realizó para el canal Cubavisión Internacional la periodista tunera residente en La Habana Norka Meisozo, con motivo de un documental en ciernes sobre el Mayor General Vicente García, tema de su Maestría en Ciencias de la Comunicación. Entre otras cosas, le comenté de la existencia de la bandera. Ella, a su vez, se lo hizo saber luego a Eusebio Leal, Historiador de Ciudad de La Habana, también testimoniante del referido audiovisual en construcción.
«Con su proverbial "luz larga", Eusebio vio en la enseña un símbolo digno de utilizarse en el acto de 
reapertura de nuestra embajada en Washington. Así, coordinó con el Consejo Nacional de Patrimonio, y este, a su vez, con las entidades tuneras correspondientes. En definitiva, la bandera se llevó a la capital y luego a Washington. Su historia de los últimos días ya es conocida».

OTROS DETALLES

La ahora famosa bandera cubana fue hecha de una pieza de paño que exhibe los embates del tiempo, en particular, por sus manchas de color amarillo. Mide 3,10 metros de largo por 1,50 de alto.  Tiene adosada una pequeña etiqueta con el nombre del lugar de su confección: La Habana. En uno de sus ángulos aparece la firma de Héctor y la fecha de entrega. Según el donante, en los más de 30 años en que permaneció en su poder, solamente fue desplegada en una oportunidad, y fue cuando un grupo de deportistas cubanos lo visitó en su casa de Miami.
Héctor ha hecho otros donativos a la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García, como los pies de exponentes para los bustos de los generales tuneros, con sus nombres y datos biográficos fundamentales. Ya apenas viene a Las Tunas, pues tiene más de 90 años de edad y problemas en la vista.

CITA CON LA HISTORIA

El 20 de julio pasado, en medio de una ceremonia solemne, la bandera que con tanto celo salvaguardó Héctor García Soto, bisnieto del León de Santa Rita y de su legendaria esposa Brígida Zaldívar, salió del ostracismo para exhibir los colores patrios en medio de las expectativas por un tiempo mejor.
En diálogo con los periodistas que viajaron a Estados Unidos, Eusebio Leal echó mano a los matices de la poesía, que tan bien le vienen a su discurso. Dijo la víspera del izamiento:
«Quizás por caminos extraviados en determinado momento, y luego encontrando finalmente la estrella solitaria de Cuba, Héctor guardó la bandera y ella lo ha guiado hasta hoy. Sé que va a ser una gran satisfacción para él, para su familia y para Las Tunas, que sea esa bandera la que mañana esté, si no en el asta, porque no me atrevería como hombre de Museos y de Patrimonio proponer que ondee y se deshaga la bandera en el aire, sino que va a estar en el salón principal de la planta superior de la hermosa sede de la Embajada de Cuba».

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sábado, 4 de julio de 2015

Chinos en MANATÍ

¿Cuándo llegaron a Manatí los primeros emigrantes chinos? La lógica hace suponer que debe de haber sido a inicios del siglo pasado. Ya por entonces, millares de hijos de ese enorme país asiático –en su abrumadora mayoría solteros- habían arribado por vía marítima a Cuba tras el espejismo de conseguir aquí mejorías económicas. Muy pronto sus ilusiones y sueños se convirtieron en desencanto. Decepcionados, optaron entonces por incorporarse a ese heterogéneo crisol que es nuestra nacionalidad. Por cierto, el humor criollo se cebó en ellos durante muchísimos años. Huérfanos de la picardía insular, los asiáticos resultaron blanco fácil de las bromas de sus anfitriones cubanos. Tal vez no existan en Cuba muchos refranes tan populares como este, cuando ya no hay nada que hacer: «¡A ese no lo salva ni el médico chino!». Recuerdo también a las maestras exasperaban ante los garabatos de sus alumnos: «Ay, chico, tú pareces que escribes en chino», decían. Otro aforismo que no pierde vigor se relaciona con quienes andan de tropiezo en tropiezo en materia de mala fortuna. «Oye, despójate, mi´jo, que traes un chino atrás». Ante preguntas demasiado difíciles, se solía decir: «Oiga, compadre, usted me la ha puesto en China», Y «me quedé en China» cuando no se lograba entender nada sobre algo. En fin... Desde su arribo a Manatí, los chinos manifestaron una particular devoción por la horticultura. En efecto, una buena parte de ellos hizo su huerta en la periferia de la localidad, la sembró, la regó, la cultivó y luego salió a la calle con sus carretillas repletas de vegetales. Evidencias de esta vocación asiática por la agricultura urbana la encontramos en el aljibe subterráneo descubierto hace unos años en el patio de una casa próxima a la funeraria. No caben dudas: se trata de un antiguo depósito de agua para regadío de alguna huerta de por allí, aunque los vecinos actuales del lugar le hayan dado al hallazgo diferente connotación. De su país trajeron sus costumbres y sus tradiciones. Como, por ejemplo, el arte de fumar en narguile, especie de pipa formada por un largo tubo flexible, un recipiente para quemar el tabaco y una vasija rebosante de agua perfumada, a través de la cual aspiraban el humo. Era todo un espectáculo -¡un ritual!- contemplar al anciano padre de Pablito Chiong en aquella suerte de ceremonia oriental, mientras lanzaba volutas de humo al viento. Yo me quedaba embelesado mirándolo cuando visitaba esa casa en busca de Frank, su nieto y gran amigo mío, quien reside todavía en Manatí en una casa que improvisó con los restos de materiales que dejó de ella el huracán Ike en el año 2008. Otro sector que polarizó el interés de los asiáticos por acá fue el de la lavandería. Pues sí, en Manatí existieron varios trenes de lavado regenteados por chinos, los cuales no solo lavaban, sino que también estiraban ropa con planchas calentadas con carbón. Recuerdo con particular cariño uno que estaba cerca de mi casa, cuyos dueños eran Paula y José, cubana ella, cantonés él. Hicieron época por su honradez y por lo blanca y bien planchada que dejaban la ropa. Tenían un par de nietos que fueron mis compañeros de juegos en la niñez: Angelito y Chichi. Si no me equivoco, Chichi era hijo de Orlando Canals, un mártir local. Y claro, descendiente de chino por parte de madre. La pequeña empresa privada siempre fue consustancial a los emigrantes asiáticos. En Manatí existieron tiendas cuyos propietarios eran de ojos rasgados, como La Gran China, de Rogelio Jam, ubicada cerca de la zapatería, detrás del cine. Junto a la tienda había una quincalla, cuya dependienta era Gloria, una hija de Rogelio, residente hoy en La Habana.  De esa familia -creo- no queda ningún miembro en Manatí. Existía, además, el llamado Shangai, un coinjunto de casas de madera con un  patio interior común. Otros chinos tenían negocios menores, en los que vendían coquitos quemados, caramelos, pasticas de maní, dulces de coco, casabe... Si, evoco en esas labores a chinos entrañables y recordados, como Julián y Luis, por solo citar dos, que residían al lado de la barbería de Sevilla. Y a Rafael y a su esposa Conchita, que tenían una tienda cerca de donde hoy está la funeraria municipal.  Por obvias razones de edad, de aquellos emigrantes que formaron la primera colonia china en Manatí no quedó ninguno para contar su odisea. Eso sí, perduran su recuerdo, sus tradiciones y una descendencia apellidada Wong, Chiong, Jam, Hung y vaya usted a saber cuántos apelativos más que vive su época orgullosa de su linaje, aunque ninguno de sus miembros coma ya arroz con palitos..

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lunes, 13 de abril de 2015

Galeano en la memoria

Desde hace muchos años soy apasionado de la literatura de Eduardo Galeano. Recuerdo claramente cómo durante mis años universitarios devoré en un rato «Las venas abiertas de América Latina», un texto que develó ante mis ojos ojos la historia y el devenir de nuestro subcontinente. Luego cayó en mis manos «Memorias del fuego», viñetas extraordinarias sobre los más variopintos temas, cuyo primer tomo, por cierto, logró eludir mi persecusión, al punto de que nunca pude dar con su rastro. El periodismo de este hombre extraordinario también fue ecuador de mi devoción. Sus colaboraciones en periódicos y revistas son paradigmas de estilo y arquetipos de hondura. Hoy, al conocer la noticia de la muerte de este uruguayo ilustre, sentí como si se hubiera esfumado el último patriarca literario latinoamericano. A continuación transcribo algunos textos breves suyos que conservo como alhajas en mi computadora.
HISTORIA CLÍNICA
Informó que sufría taquicardia cada vez que la veía, aunque fuera de lejos. Declaró que se le trababa la lengua y no lograba articular sonidos cuando ella lo miraba, aunque fuera de refilón. Admitió una hipersecreción de la glándula sudorípara cada vez que ella le hablaba, aunque fuera para contestarle el saludo. Reconoció que padecía intensos desequilibrios en la presión sanguínea cuando ella lo tocaba, aunque fuera por error. Confesó que por ella padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le aflojaban las rodillas, que lo desvelaba el insomnio... «Fue hace mucho tiempo, doctor –dijo-. Nunca más he vuelto a sentir nada de eso». El médico arqueó las cejas. «¿Nunca mas sintió nada de eso?, repitió el doctor. Y diagnosticó: «Su caso es grave».
EL ARQUERO
También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es uno solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos. Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.

FRASES NOTABLES

Hay un único lugar donde el ayer y el hoy se reconocen y se abrazan, ese lugar es el mañana.

Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.

Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.

Yo no vendo recetas de la felicidad, ni creo en los bandidos que las venden. Tampoco creo en los dogmáticos religiosos o políticos que venden certezas. Para mí, las únicas certezas dignas de fe son las que desayunan dudas cada mañana.

Los libros están tan caros que de aquí a poco se venderán en las joyerías.

Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios. 

Al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, el hombre serrucha, con delirante entusiasmo, la rama donde está sentado.

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viernes, 6 de marzo de 2015

Sinsabores de la corrección periodística

Durante más de ocho años escribí cada viernes en el semanario provincial tunero 26 una sección fija llamada Variedades que, por la naturaleza de su contenido, contó desde su primera salida con la simpatía de los lectores. Así lo confirmaban a través de llamadas, cartas y correos. 
Cierto día, en busca de segmentos nuevos, se me ocurrió publicar breves referencias acerca de lugares célebres del mundo. Así, fueron apareciendo cada semana, entre otros, las Pirámides de Egipto, la Torre de Pisa, el Big Ben de Londres, el Eurotúnel bajo el Canal de la Mancha y... el famoso Carillón del Kremlin. 
El viernes en que salió a la calle la reseña sobre el carillón —así, con una sola r—, los teléfonos del semanario sonaron con insistencia desde bien temprano. ¿Motivos? Algunos lectores, al tanto del célebre reloj moscovita y de la ortografía de su nombre, me impugnaban haberlo escrito con dos r. 
Busqué a toda prisa un ejemplar del periódico. Y —¡madre mía!— allí estaba la nota que les daba toda la razón a mis inquisidores. Como una bofetada, aparecía carillón impreso con doble r no una vez, sino... ¡tres veces! He leído que ese reloj tiene un peso de 25 toneladas. Bueno, a mí me pareció que toda esa descomunal mole me había caído encima. 
Mi primera reacción fue buscar los originales. Di con ellos y comprobé que lo había escrito bien, así, carillón, con una sola r. Entonces me dije «ahh, no, esto es cosa de los correctores». Y ni corto ni perezoso entré como un bólido en la oficina de Pancho Valdés, el corrector a cargo de la página. 
«Oye, Pancho —le espeté tan pronto lo tuve frente a mí— ¿De dónde rayos sacaste tú que la palabra carillón se escribe carrillón, así, con doble r? Acabo de confrontar los originales y resulta que allí aparece correctamente. El disparate no lo puede haber cometido otro que tú. Así que libérame de responsabilidades y admite tu libretazo, compadre...» 
Con su flema característica, y sin dignarse a mirarme, Pancho tomó el periódico, lo desp´legó y paseó su mirada por la sección. «Pues sí, es como tú dices —dijo transcurridos unos segundos— el error fue mío. La palabra me pareció mal escrita y le agregué otra r. Ahora ya sé que se escribe con una. NO fue con mala intención. Yo solo quise corregirla...» 
Y ahí fue cuando Elmer Almaguer (en esta foto de ayer aparece junto a mi, picando un pequeño kake, con motivo de su 71 cumpleaños), formatista del semanario que se encontraba presente, notorio por su agilidad mental y cuerda humorística, le soltó a Valdés aquella coletilla, acerca de la cual pido excusas si acaso hiere alguna sensibilidad. Le dijo Elmer: 
«O sea, Valdés, que si no te entiendo mal, tú quisiste corregirla, pero en realidad lo que hiciste fue cagarla...» 
Y, ante la sinonimia plebeya y venida al caso, el edificio donde radica el periódico casi se desploma de tanta carcajada.

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