jueves, 27 de diciembre de 2007

El hijo alegre de la caña de azúcar

El título de esta crónica se lo pedí en préstamo a Fernando G. Campoamor, el desaparecido hombre de letras cubano, autor de un popular libro con ese nombre. El escritor y periodista artemiseño diseñó en su obra todo lo que de auténtico y de maravilloso hay en esa «mezcla culta de factores incultos», como alguien bautizó con acierto al coctel. Quiero compartir con los lectores de mi blog algunos matices del asunto en este festivo diciembre.
Los orígenes del coctel cubano -conocido y reconocido en buena parte del planeta- se remontan al siglo XIX, cuando los habaneros de la época solían tomar el fresco del atardecer en los portales de los bodegones de la ciudad. Aseguran los invetigadores del tema que por entonces se acostumbraba beber una mezcla de ron con miel a la que los parroquianos llamaban compuesto. No tenía nada de especial, pero era el trago de moda y como tal se le invitaba a la mesa.
Casi al terminar aquella centuria los alambiques comenzaron a fabricar un licor blanco y seco. A cierto cantinero capitalino se le ocurrió un día ligarlo indistintamente con jugos, refrescos, hielo, azúcar... La mezcla resultante la sirvió en copas de cristal y las adornó con tajadas de frutas y ramitas de yerba buena. El nuevo brebaje atrajo simpatías y devino éxito rotundo. Nadie volvió a acordarse del humilde compuesto. Así nació el coctel cubano.
Desde entonces, varias combinaciones etílicas de factura criolla pasearon su bouquet por las más alegantes barras del planeta. La coctelería internacional les reservó un palco de preferencia. Personalidades de la talla de Ernest Hemingway, por ejemplo, contribuyeron a difundir sus cualidades gustativas. Coctelómano empedernido, el Premio Nobel norteamericano se hizo cliente habitual de dos de los más famosos bares de La Habana: El Floridita y La Bodeguita del Medio. Ambos prestan todavía servicios.
En fin, lector amigo, si algún producto no necesita demasiados protocolos es el coctel cubano. Resulta mucho mejor degustarlo en colectivo que distraerse con disquisiciones teóricas acerca de su origen. Para que ponga enseguida manos y batidora a la obra y le regale a su paladar un trago inolvidable, le propongo algunas recetas clásicas que le han dado a nuestra coctelería prestigio, aceptación y universalidad. Tome nota de ellas, por favor:
DAIQUIRÍ: (Debe su nombre la playa de Santiago de Cuba donde nació)
En la batidora:
Media cucharadita de azúcar, ¼ de onza de jugo de limón, gotas de marrasquino, onza y media de ron blanco y una buena cantidad de hielo frapé. Batir bien y servir en una copa de champán.
CUBA LIBRE:
(Inspirado en el grito de guerra de nuestros mambises)
En un vaso de jaibol:
Onza y media de ron blanco, cubos de hielo, refresco de cola y gotas de limón. Revolver.

MOJITO: (Nacido en la playa habanera de La Concha)
En un vaso de jaibol:
Media cucharadita de azúcar, ¼ de onza de jugo de limón. Diluir bien con un poquito de soda. Añadir hojas de yerba buena y machacar el tallo para que suelte el jugo (sin dañar las hojas). Cubos de hielo. Agregar una onza y media de ron blanco.
De la coctelería clásica cubana dijo, admirado, cierto autor: «Ha estado en los labios de gente importante: reyes y príncipes, duques y archiduques, condes y vizcondes, barones y lores, bajás y mandarines, excelentísimos y eminencias, magníficos e ilustrísimos, rajás y maharajás, obispos y cardenales...»
Con un currículo así, ¿vacilaría alguien en levantar enseguida la copa?

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sábado, 15 de diciembre de 2007

Caprichos de gallinas

Las gallinas de Las Tunas andan últimamente con la autoestima por las nubes. En lugar de preocuparse por cacarear y por constituir familia, les ha dado ahora por aspirar a vedettes. Sus congéneres de corral están escandalizadas con las fatuas excentricidades de estas paranoicas con ínfulas de recordistas planetarias. ¡Vaya manera de violentar la lógica y los convencionalismos las muy pícaras!
Pues sí, hace unas semanas atrás, una polluela negra, con gallinero sito en las afueras de esta ciudad del oriente de Cuba, coqueteó con la gloria y fue durante varias jornadas titular en buena parte de los medios de información del planeta. Les ofrezco las razones para tamaño desafuero: en su primera vez al bate -digo, en su primera vez al nido- la novata puso un huevo de 90 milímetros de largo y 60 de ancho que pesó... ¡148 gramos! El archifamoso libro Guinness de los Récords jamás había registrado algo parecido.
La flamante plusmarquista, sin embargo, no se contentó con echar fuera tan desproporcionada postura, sino que la concibió al estilo de las cajas chinas, es decir, con otra en su interior, lo cual acrecentó su notoriedad. Y no es para menos, porque los expertos –valga decirlo- le confieren a los huevos de 45 gramos de peso la condición de chiquitos, a los de 65 la de normales y a los que llegan a 75 el rango de grandes. En consecuencia, el huevo tunero se incluye por derecho propio en la división superpesada. Solo falta calcular cuántas personas podrían haber comido revoltillo en caso de que el dueño del ave hubiera pasado yema y clara por una sartén caliente.
Enterado del acontecimiento por la magia de Internet, Nelson Carneiro, especialista brasileño en la materia, escribió en su página personal de la web el siguiente comentario: «Este huevo gigante significa una aberración de la naturaleza, pues eso solamente sería posible en aves seleccionadas, con pesos corporales próximos a los 3,5 kilogramos». Los parámetros del experto carioca, desde luego, no armonizan con nuestra criollísima y plebeya polluelita, carente de pedigrí, lo cual multiplica su récord fuera de linaje.
Pero la proeza de la joven ponedora duró lo que el clásico merengue en la puerta de un colegio. En efecto, poco tiempo después la Agencia de Información Nacional de Cuba circuló la noticia de lo ocurrido en una granja avícola de la provincia de Pinar del Río, en el extremo occidental de la isla, la cual transcribo parcialmente:
LOS PALACIOS, Pinar del Río (AIN).- Un huevo de 168 gramos de peso, reportado en esta localidad, reúne las condiciones para romper el récord Guinness en poder de una gallina de la provincia de Las Tunas. La postura de ave, con 120 milímetros de largo y 80 de circunferencia, si bien no es de oro, produce asombro en quienes la han visto. El hecho ocurrió en el área de autoabastecimiento para obreros y familiares de la unidad empresarial de base cosechadora de arroz en Los Palacios, a partir de la repentina muerte de una de sus aves de corral. Ante el suceso, el veterinario patólogo del centro decidió intervenirla quirúrgicamente para determinar las causas y en esos menesteres le fue detectado y extraído el descomunal huevo, a la postre fatal para su progenitora, una gallina de la especie llamada montañés, híbrido de criolla y canadiense.
A juzgar por la información de los colegas, esta unidad ovoide podría aspirar con toda potestad al certificado de nueva recordista universal. Lástima que, si se lo reconocen finalmente los editores ingleses, el lauro deba ser adjudicado con carácter póstumo, pues la protagonista falleció en el intento de soltarlo fuera. La polluelita negra de Las Tunas, sin embargo, continúa viva y en juego, picando de lo que pican los pollos en el patio de su dueño, el ornitólogo Humberto Cao. Y por cierto, sería legítimo de su parte interponer recurso legal para que se le respete la primacía obtenida en buena lid, pues su huevo «nació» por las rutas convencionales y no por la vía de la cesárea, como le sucedió al de la plumada pinareña.
Y ahora esta otra, también envuelta en plumas: Desde que el mundo es mundo, las gallinas han puesto siempre sus huevos a ras de suelo, ¿no es cierto? Lo mismo dentro de un cajón que debajo de un matorral. Pero resulta que una joven polluela -¡ahhh, los jóvenes siempre rompiendo patrones!- del tunero poblado de Calixto, cerca de la capital provincial, se ha encaprichado en hacerlo encima de un tamarindo. ¡Despega y aterriza a la manera de una paloma! Allá arriba, entre los troncos del árbol, construyó la muy extravagante su nido, y, según todo parece indicar, le va de lo mejor.
Se trata, como en el caso de los huevos gigantes, de algo inusual, porque las gallinas, hablando en términos de béisbol, se trasladan de un sitio a otro de roling, no de flai. Un sitio digital lo deja claro al decir que «ciertas aves, como las gallinas, los pavos y los avestruces, no pueden volar o realizan un vuelo bajo y corto, más bien parecido a un salto prolongado». Y agrega: «Eso se debe a que sus alas son débiles y poco desarrolladas y a que carecen de poderosos músculos pectorales capaces de permitirles emprender vuelo estable y sostenido, como en el caso de las golondrinas, los vencejos, las águilas, las palomas y otras especies.» Añade que el vuelo estable depende también del tamaño de los huesos, la alta temperatura, la fuerza del corazón e, incluso, de las plumas. «El esqueleto de un ave voladora es siempre muy ligero y de huesos delgados, en cuyo interior hay aire en lugar de médula», refiere el cibersitio.
Ahora, independientemente del tamaño de sus alas, de las proporciones de su pechuga, del temple de su miocardio y de su estado febril, lo que trae en ascuas a la gente en Las Tunas es saber cómo se las arreglará para bajar a sus polluelos del tamarindo cuando salgan del cascarón. Sí, ella, por libérrima elección, construyó su nido en las alturas y puso los huevos allá arriba. Pero, ¿y ahora qué? La pregunta se las trae. ¿Alguien tiene una respuesta?

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martes, 11 de diciembre de 2007

Curiosidades a pie de mapas

Muchos aficionados a la geografía suelen en ocasiones conocer más sobre este redondo y maltratado planeta nuestro que algunos grandes hombres de vocación cosmopolita. Se cuenta, por ejemplo, que Julio Verne, el genial novelista francés, escribió la mayoría de sus obras de temas geográficos sin salir jamás de su natal Nantes. ¡Y hay que leer al autor de Cinco semanas en globo para apreciar cuántas vueltas dio por el mundo! Una caminata por la Patagonia, un crucero por Oceanía, una expedición por África..., siempre andando, volando y navegando imaginariamente sobre sus mapas.
En fin, hay diferentes tipos de aficionados. Unos son auténticos maestros y otros humildes aprendices. Me inscribo en el segundo grupo. Fue así como al revisar un moderno atlas electrónico de última generación, conocí, entre perplejo y curioso, que el nombre de Cuba, mi país, no es exclusivo de este caimán antillano. Tampoco es único el de Las Tunas, mi provincia. Como si fuera poco, no lo es el de Manatí, mi municipio de nacimiento. ¡Desconcertante!
En los Estados Unidos de América, por ejemplo, se llaman Cuba 17 lugares ubicados en 15 estados federales, a saber: Alabama, Georgia, Illinois (2), Indiana, Kansas, Louisiana, Missouri (2), Nuevo México, Nueva York, Carolina del Norte, Ohio, Dakota del Norte, Tennesse, Texas y Wisconsin. Por mucho que trato, no consigo explicarme las razones de semejantes coincidencias toponímicas en dos naciones de tan diferentes orígenes e idiosincrasia.
Pero el asunto no termina ahí. En México aparecen en los mapas cuatro localidades llamadas Cuba. Se localizan en los estados de Campeche, Durango (2) y Sonora. Más al sur, en la República de Colombia, se registran tres pueblos denominados así. Y otras dos en territorio de Bolivia. Y una, respectivamente, en Argentina, Filipinas, Portugal y Puerto Rico. Desconozco si a los habitantes de todas esas comarcas les gusta bailar el son, comer lechón asado, ayudar al menesteroso y jugar a la pelota. ¡Solo eso faltaba!
Con el nombre de Las Tunas ocurre algo parecido. En México hay sitios llamados así en Chihuahua, Sinaloa y Tamaulipas. También cuentan con uno per cápita Argentina, Chile, Honduras, República Dominicana y Venezuela. Y para confirmar aquello de que «nadie es profeta en su tierra», la provincia tiene un doble toponímico en... ¡su propio territorio! En efecto, un poco al sur de la capital de la comarca se encuentra un asentamiento nombrado así: Las Tunas. Y por añadidura, otro bautizado Las Tunas de Guaimarillo.
El municipio de Manatí es el único de los ocho de la provincia tunera que tiene eco onomástico en otras latitudes del planeta. Aclaro que el denominado Colombia se llama así por razones de solidaridad con ese país, de manera que no cuenta en esta reseña. Así, Manatí se repite dos veces en la República de Colombia y una vez en la europea Albania, las africanas Angola y Sudán, la caribeña Puerto Rico y la bolivariana Venezuela. Para no ser menos que Las Tunas, Manatí tiene su par en la geografía cubana por la zona sur de la provincia de Ciego de Ávila. ¿Verdad que son muy curiosas estas coincidencias?

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lunes, 10 de diciembre de 2007

Paseo de domingo

Ayer domingo resultó un día muy especial para mi pequeña familia. Desde hacía varios meses no salíamos a pasear todos así, juntos. Entonces, aprovechando la celebración de un evento sobre Periodismo en la ciudad de Puerto Padre, distante unos 40 y tantos kilómetros de la capital provincial, nos dimos todos un saltito hasta allá y cambiamos de aires por unas siete horas.
Nuestras niñas se divirtieron de lo lindo en la bien llamada Villa Azul de Cuba. Sofía cantó varias canciones de su «repertorio» y, por si eso no bastara, «participó» en la sesión teórica del evento con papá. Beatriz, por su parte, correteó todo lo que quiso por los pasillos y jardines y hasta se fue de compras con mamá. Se portaron excelentemente las dos princesas y no se ganaron ni siquiera un regaño, lo cual les agradecimos sobremanera.
En el viaje de retorno en ómnibus, el sueño las rindió en nuestros brazos. Por fortuna, Morfeo no las retuvo durante mucho rato en su reino y al cabo de una hora, aproximadamente, ya estaban las dos despabiladas y listas para reiniciar sus travesuras. Y cuando digo «por fortuna» es porque la brevedad de la siesta nos garantizó que por la noche se fueran a la cama relativamente temprano y nos dejaran a nosotros -mamá y papá- descansar también un poco luego de una intensa y feliz jornada de trasiego puertopadrense.
Hoy, 10 de diciembre de 2007, Sofía cumple tres años de edad. Pero de eso hablarán mañana las imágenes de su fiestecita. Las publicaré aquí mismo, en mi página. ¡Felicidades, mi Sofi!

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viernes, 7 de diciembre de 2007

Maceo en el recuerdo

En la historia de las guerras de todas las épocas no abundan los nombres de soldados que hayan recibido en sus anatomías 26 heridas durante los combates. Los cubanos, para gloria nacional, disponemos de un ejemplo: el Mayor General Antonio Maceo Grajales. O, si lo prefiere, el Titán de Bronce, como lo bautizó en la manigua su fiel compañero de armas y de ideales, Manuel Sanguily.
Fue el también Lugarteniente General del Ejército Libertador un hombre de méritos excepcionales. Su valor -lo reconocieron en la época hasta sus más enconados enemigos- lindaba con la temeridad, y ni en los más difíciles trances pidió tregua. Durante las gestas independentistas cubanas iniciadas en 1868, participó en más de 800 batallas y su cuerpo salió de algunos muy mal parado. En ninguno de esos casos se permitió permanecer mucho tiempo en cama.
En la batalla de Mangos de Mejías, lo impactaron ocho balas. Cinco le perforaron el pecho y tres le alcanzaron la mano derecha, la encargada de empuñar el revólver y el machete. Convaleciente todavía de tan serias lesiones, supo que su tropa era acosada por una partida española. Se irguió con dificultad de su camilla, montó en su caballo y se puso a salvo de sus perseguidores.
La historia de San Pedro de Punta Brava fue el colofón a tanta gloria. Al escuchar disparos en las proximidades de su campamento mambí, se puso de inmediato al frente de sus hombres y ordenó zafarrancho para enfrentar al enemigo. Una alambrada obstaculizó la acometida insurrecta. Envió a varios jinetes a picarla con sus machetes para intentar luego salir a campo abierto e iniciar la carga.
Estaba a la espera de que fuera neutralizado el obstáculo en medio de la balacera cuando le dijo al brigadier José Miró Argenter: «Esto va bien». El doctor Zertucha, que acompañaba a Maceo en la aciaga jornada, narró así tan dramáticos instantes en carta dirigida al Mayor General Máximo Gómez, fechada el 12 de septiembre de 1899:
«Apenas hubo acabado de decir el General Maceo las anteriores palabras, cayó por el lado izquierdo de su caballo como herido de un rayo, lanzando su machete hacia adelante a considerable distancia. Tras él caí yo: lo encontré sin conocimiento; un arroyo de sangre negra salía por una herida que tenía al lado derecho de la mandíbula inferior, a dos centímetros de la sínfisis mentoniana. Introduje un dedo en su boca y encontré que estaba fracturada la mandíbula.
«Su estado general indicaba a primera vista la gravedad. La algidez, el síncope, el pulso nulo y la palidez que aumentaba hasta el extremo de estar su rostro desconocido, me indicaban había sido herido y que la muerte era cercana. A los dos minutos de ser herido, murió en mis brazos y con él cayó para siempre la bandera.»
Una reseña de la época agrega que el proyectil le entró por la derecha de la cara, desgarró la carótida y salió por la izquierda del cuello. Tras desplomarse, lo incorporaron de nuevo sobre la montura. Ahí otro impacto le hizo diana en el tórax y, de paso, mató a su caballo. Jinete y cabalgadura cayeron al suelo. Quienes pretendieron rescatar su cadáver resultaron heridos Así, el cuerpo de Antonio Maceo quedó solo en medio de la maleza, batido por la fusilería española.
La revista Bohemia reseñó así otro pasaje de aquel infausto 7 de diciembre de 1896: «Panchito, su ayudante, hijo del Generalísimo Máximo Gómez, que no participó en la acción de San Pedro por encontrarse herido, al conocer la suerte de su jefe, partió solo, con un brazo en cabestrillo y prácticamente desarmado, hacia el lugar del hecho. En un gesto supremo de devoción y lealtad fue a morir junto al General. Resultó blanco fácil de las balas adversarias. Lo hirieron dos veces y trató de suicidarse, pero antes quiso dejar una nota a sus padres y hermanos. No terminó de escribirla. Indefenso, lo remataron con ensañamiento los guerrilleros a machetazos».
HERIDAS RECIBIDAS POR MACEO
1-
Combate de Michocán (enero 16-1896)
2- Ingenio Armonía (mayo 20-1896)
3- Majaguabo Arriba (julio 2-1870)
4- San Rafael (julio 25-1870)
5- Majaguabo Arriba (octubre 2-1870)
6- Nuevo Mundo (diciembre 28-1870)
7 y 8- La Matilde (enero 16-1872)
9- Tiguajabos (enero 24-1872)
10- Ingenio Santa Fe (noviembre 2-1872)
11- Las Guásimas (marzo 15-1874)
12 a 19- Combate de Mejías (agosto 7-1877)
20- Vereda La Juba (febrero 8-1878)
21- Combate de Juan Criollo (febrero 12-1878)
22- San José, Costa Rica (noviembre 10-1894)
23- Combate de Río Hondo (febrero 7-1896)
24- Combate de Las Lomas de Tapia (junio 23-1896)
25 y 26- Combate de Punta Brava (diciembre 7-1896)

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martes, 4 de diciembre de 2007

Un popurrí para Barbarito Diez

La sobria tesitura de su voz no funda su abolengo entre los pétalos perfumados de una rosa de Francia. Irrumpe, afinada y limpia, de el arroyo que murmura allá en la distancia, junto al palmar del bajío, mientras desgrana al viento cadencias y compases de alta factura musical como el arrullo de palmas.
En tanto rompen los acordes, un dulce embeleso alucina la mirada. Es que cuando Barbarito canta, su voz emerge como de entre espumas para luego alcanzar la pureza de una perla marina. Así de mesurado es el estilo de este gigante del pentagrama, timbre y cariz de nuestro baile nacional.
Con su sello personalísimo e irrepetible, el danzón deviene capullo de alelí para los enamorados. Habría que tener alma de roca para no rendirse a tan sublime ensoñación. Es que mientras existan Barbaritos rompiendo la rutina habrá gente por ahí negada de plano a aceptar que ausencia quiere decir olvido.
Para que la oigas, Barbarito, la vida te anuncia hoy, 4 de diciembre de 2007, tu 98 cumpleaños. Será una fecha para festejar eternamente en Manatí, querido Manatí. De allí partiste un día del brazo de las musas a conquistar musicalmente el alma cubana con una rosa roja prendida en el ojal y un par de lágrimas negras nublándote el brillo de los ojos.
El pueblo que te reverencia no te olvida, Príncipe del Danzón. Aunque quiera olvidarte, ha de ser imposible. Los artistas de tu estirpe no mueren nunca, porque viven eternamente en su voz. Tu nombre no solo está grabado con letras indelebles en el tronco de un árbol. También en la parte más sensible de nuestros corazones.

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