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domingo, 18 de octubre de 2009

Himno, cultura y cubanía

Este 20 de octubre, el Himno Nacional de Cuba cumple 141 años. Ese día de 1868 los primeros mambises criollos, al mando de Carlos Manuel de Céspedes, ocuparon la ciudad de Bayamo, 10 jornadas después de que el patricio se alzara en armas y les diera la libertad a sus esclavos en su ingenio La Demajagua.
Cuentan que durante el combate los bayameses comenzaron a tararear cierta marcha compuesta por un abogado local. No conformes con eso, pidieron al propio autor –Perucho Figueredo– una letra para cantarla. «Es allí –dice un autor- donde Perucho, acosado por el tumulto que le solicitaba a gritos la letra de nuestro himno, sacó lápiz y papel de su bolsillo y, cruzando una pierna sobre la montura de su corcel, vació en los moldes del verso la melodía ardorosa de sus estrofas y pronto, volando la copia de mano en mano, a coro con la música, brotó de cien labios a la vez el himno a la Patria.»
La marcha, nombrada inicialmente La Bayamesa, tuvo un suceso previo. El 14 de agosto de 1867 se dieron cita en la residencia de Perucho Figueredo los patriotas Francisco Maceo Osorio y Francisco Vicente Aguilera. Este último le pidió al anfitrión que compusiera un himno de corte emancipador. Perucho aceptó y esa misma madrugada quedó lista la partitura del Himno de Bayamo, evocación de La Marsellesa, entonces símbolo universal de rebeldía.
Como no conocía mucho de orquestación, el autor le entregó la flamante marcha -concebida para ejecutarse al piano- al maestro Manuel Muñoz Cedeño. Soñaba con oírla en un lugar público. La oportunidad se le presentó el 11 de junio de 1868, durante la fiesta del Corpus Christi, en la Iglesia Mayor de San Salvador de Bayamo, celebración oficiada por el sacerdote José Diego Batista.
La pieza fue escuchada por el gobernador y jefe militar de la ciudad, teniente coronel Julián Udaeta, presente en el templo junto a su séquito. Perucho fue llamado ante el oficial para que rindiera cuenta. Ante la reclamación, el patriota le expresó: «Señor Gobernador, no me equivoco al asegurar que no es usted músico. Por lo tanto, nada autoriza a usted para decirme que es un canto patriótico». El español le replicó: «Dice usted bien: no soy músico. Pero tenga la seguridad de que no me engañó. Puede usted retirarse con esa certidumbre».
Para el bardo bayamés fue de gran alegría, pues comprobó que hasta el enemigo había captado el mensaje. Aunque desde entonces La Bayamesa fue el himno de la revolución en ciernes, ningún texto constitucional en armas lo reconoció oficialmente como tal. No fue hasta la Constitución de 1940 cuando los delegados aprobaron como el Himno Nacional de Cuba sus primeras dos estrofas.
Los historiadores especializados en el tema consideran que aquel himno de 1868, en tanto «canto pleno a la insurrección libertadora y a la abolición de la esclavitud, (...) además de expresión y símbolo más alto y genuino de nuestra cultura nacional», protagonizó, precisamente, uno de los primeros grandes actos culturales y nacionales de nuestra historia patria en el más amplio sentido.
José Martí insertó la letra del himno en Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, el 25 de junio de 1892, en versión para voz y piano bajo la firma de de Emilio Agramonte. Lo reprodujo nuevamente el 21 de enero y el 14 de octubre de 1893, en un claro intento de que las generaciones nuevas lo conocieran.
Dijo el Apóstol que lo hacía «para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran, de pena y de amor las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez; para que espolee la sangre en las venas juveniles, el himno a cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en el pecho de los hombres.»
Aunque en sus orígenes tuvo seis estrofas, el Himno Nacional de Cuba figura hoy entre los más breves del mundo. Más de una vez fue objeto de arreglos armónicos y poéticos. En 1889 un grupo de expertos propuso a la Asamblea de la República suprimir los versos que aludían a España, porque ya había concluido la guerra. Por eso son casi desconocidas esas estrofas donde se pide «no temer a los iberos».
Fue el músico cubano Antonio Rodríguez Ferrer (1864-1935) quien más contribuyó a la introducción marcial del himno. Utilizó para ese fin la copia autógrafa que el propio Perucho Figueredo le regalara a la niña Adela Morel, hija de un simpatizante de los insurrectos. Además de su inestimable valor histórico, esa pieza es la única que se conserva de él. Salió a la luz pública en 1900 y se encuentra en exhibición en el Museo Nacional de la Música.
Finalmente, en 1983, el investigador y musicólogo cubano Odilio Urfé presentó a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba una ponencia con la versión definitiva de nuestro Himno Nacional. La pieza fue refrendada por la Ley de los Símbolos Nacionales y editada en partitura y fonograma para que fuera del conocimiento público.
La vida de Perucho Figueredo estuvo ligada en pleno a la libertad de su Patria. Lo capturaron en las proximidades de Jobabo, aquí en Las Tunas. Tenía los pies tan llagados que apenas podía dar un paso. Así lo llevaron hasta Santiago de Cuba. Condenado a muerte, solicitó un coche para ir al pelotón de fusilamiento. Solo le ofrecieron un burro. «No es el primer redentor que cabalga sobre un asno», dijo a sus captores. Lo fusilaron el 17 de agosto de 1870.
Cuba instituyó el 20 de octubre Día de la Cultura Cubana. Se trata de una fecha histórico-cultural, porque, como ya se ha dicho, «conmemoramos la ocasión en que nuestro Himno Nacional se cantó por primera vez y alimentó el patriotismo del pueblo».

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lunes, 5 de octubre de 2009

Los Mártires de Barbados

Pocos actos terroristas en la historia de la humanidad han indignado y conmovido tanto a la opinión pública del planeta como el perpetrado contra una aeronave de Cubana de Aviación en pleno vuelo el día 6 de octubre del año 1976, minutos después de despegar del aeropuerto de Seawell, en la caribeña isla de Barbados.
Aquel crimen horrendo, en el que murieron 73 personas, será por los siglos de los siglos una herida a prueba de cicatrices en el corazón mismo de la Patria. Su mentor confeso, el asesino y torturador Luis Posada Carriles, regodea hoy su impunidad en algún lugar de Miami. ¡Qué afrenta! «Tal vez es ley –dijo Martí, aludiendo a los Estados Unidos- que en la raíz de los árboles grandes aniden los gusanos».
Entre las víctimas del monstruoso sabotaje figuraron los miembros del equipo juvenil de esgrima de Cuba, que retornaban a casa desde Venezuela luego de conquistar en su capital los máximos honores en el Campeonato Centroamericano y del Caribe de la especialidad. Eran 24 deportistas, 16 de los cuales apenas promediaban 20 años de edad.
Rotman, el oficial a cargo de la torre de control del aeropuerto de Seawell, declararía a la prensa dos días después de la tragedia: «Pero, ¿quién odiaba a esos muchachos? Casi todos en ese avión eran jóvenes. No, no señor, no solamente los deportistas, digo que casi todos. Los deportistas, los tripulantes, los guyaneses. Ocho guyaneses eran estudiantes y otros tres eran abuela, hija y nieta. La niña, de solo nueve años. Todos inocentes y sanos. Y si una cosa así ha podido suceder, ¿quién púede estar tranquilo en este mundo?»
LEONARDO Y CARLITOS
Dos de aquellos jóvenes esgrimistas eran tuneros. Leonardo Mackenzie Grant tenía apenas 22 años de edad y un creciente prestigio internacional; Carlos Leyva González acababa de cumplir 19 primaveras y en él estaban cifradas grandes esperanzas para el ciclo olímpico. Sus familias quedaron destrozadas por la tragedia.
«Mi mamá no pudo superar jamás aquel golpe –declaró tiempo después Maricela, hermana de Carlitos-. ¡Hasta tuvo que dejar el trabajo! Aseguraba que lo veía en la puerta de la oficina, como cuando él iba a verla allí. Ella murió de una trombosis cerebral, con su enorme dolor por dentro. Mi padre sufrió un infarto y falleció en 1979, a los tres años del sabotaje. Tampoco logró reponerse del trauma.»
Para honrar eternamente la memoria de Leonardo y Carlitos, existe en Las Tunas el Museo Memorial Mártires de Barbados. Es la única institución de su tipo en el país, y encarna per se la voluntad de propiciarle al visitante un acercamiento a sus biografías a partir de documentos, fotos, trofeos, medallas y objetos personales suyos. El recinto constituye también una importante fuente referencial en torno a las atroces circunstancias en que se consumó el crimen.
ASÍ NACIÓ EL MEMORIAL
Fue el comandante Faure Chomón, por aquel entonces primer secretario del Partido en Las Tunas, quien tuvo la idea de concebir un museo que perpetuara en la comarca el recuerdo de ambos mártires. La casa donde residía la familia de Carlitos se pintaba de maravillas para tal propósito, tanto por su simbolismo como por su construcción: un inmueble de dos niveles, forrado de madera y con techo de cinc, que el padre del esgrimista –carpintero de oficio- había levantado en las proximidades del río Hórmigo, a pocas cuadras del centro histórico de la ciudad. Se habló sobre el tema con sus inquilinos y ellos, de buen grado y voluntariamente, aceptaron mudarse para otra vivienda.
«A los pocos días de concertado el acuerdo, Faure me llamó para que me hiciera cargo de la restauración del local –rememora el laureado escultor Rafael Ferrero-. Las obras allí tomaron algún tiempo, porque, como la estructura estaba medio hundida, primero hubo que enderezarla y hasta sustituir las tablas de las paredes y las losas del piso. Pero valió la pena, pues el resultado no pudo ser mejor.»
A Ferrero le aguardaba todavía una nueva tarea: ¡construir en el patio del memorial una academia de esgrima para niños! «Se hizo con el objetivo de vincular sobre sus plataformas el conocimiento de la historia con la práctica del deporte –precisa-. Y, por cierto, entre los primeros matriculados en el área figuraban parientes de Carlitos y de Mackenzie, dispuestos a ocupar su lugar con los floretes!
RADIOGRAFÍA DEL MEMORIAL
El museo abrió sus puertas el 2 de julio de 1977, luego de un intenso período de búsqueda de información y de acopio de muestras para nutrir anaqueles y vitrinas. Tan pronto franquea el visitante la puerta de acceso, recibe un impacto visual: las fotos de las 73 víctimas del sabotaje, incluyendo las de cinco coreanos y 11 guyaneses, técnicos y deportistas. Eriza la piel, emociona hasta los tuétanos contemplar tantos rostros llenos de vida. Solo alguien con alma de monstruo, orfandad de sentimientos y entrañas de hiena pudo matar a personas así y arrebatarles de un zarpazo la sonrisa.
Junto a las imágenes ordenadas en filas, una pintura remeda al DC-843 de Cubana y, al lado, la cronología desde que despegó en Guyana, sus escalas en Trinidad-Tobago y Barbados, y, finalmente, su caída al mar frente a una playa repleta de bañistas atónitos ante la tragedia. Un croquis reproduce la ruta del avión, según la captó el radar del aeropuerto de Seawell. Desde un sencillo pedestal, un trozo de fuselaje rescatado en el océano acusa a los asesinos.
Hay pertenencias de los mártires por doquier. Aquí, una instantánea de Carlitos a los 35 días de nacido. Allá, su carné de la UJC y el de usuario de la biblioteca. También una libreta con notas de clases y su diario de entrenamiento. Una postal dedicada de su puño y letra a su mamá por el Día de las Madres hace humedecer las pupilas.
Desde un mural aledaño, un certificado emitido por el Comité Olímpico Mexicano reconoce las dotes de floretista de Leonardo. También son suyos trofeos, placas, ropa, un radiograma dirigido a su hermano médico, armas, un comprobante del Servicio Militar, llaveros, cartas de referencias, su carné de identidad...
MEDALLAS, ESCULTURA Y ACADEMIA
Algo que el museo-memorial exhibe con particular orgullo son las medallas Soles sin Manchas, entregadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro a los familiares de las víctimas al cumplirse 25 años del crimen. Ya lo había adelantado en la despedida de duelo: «...sus medallas de oro no yacerán en el fondo del océano, se levantan ya como soles sin manchas y como símbolos en el firmamento de Cuba».
En el patio del museo, una escultura se levanta, desafiante, como una advertencia al enemigo. Inspirada en las víctimas del acto terrorista, se nombra Nuestros muertos alzando los brazos, y es obra del matancero Juan Esnard Heydrich, quien la donó a la institución en 1978. Para crearla apeló al famoso verso de Bonifacio Byrne que la identifica, emblema de la hidalguía y el valor del pueblo cubano.
La pieza está facturada en metal soldado, cuyas asperezas le conceden un singular dramatismo. Recrea desgarradoramente un cuerpo humano hecho pedazos y consumido por el fuego, pero erguido a pesar de todo, con un brazo en alto y el puño cerrado, dispuesto a defender a ultranza el suelo, la dignidad y la soberanía de la Patria. La estructura le otorga extraordinario simbolismo al entorno.
En la parte trasera del inmueble principal, donde una vez estuvo el taller de carpintería del padre de Carlos Leyva, el área de esgrima es toda una alegoría a los caídos en aquella salvaje masacre aérea del 6 de octubre de 1976. Allí se han formado varias generaciones de esgrimistas, casi todas bajo la mirada experta de Delio Pavón, quien fuera también entrenador de Leonardo y de Carlitos.
EL MUSEO PUERTAS AFUERA
Pero el memorial Mártires de Barbados es más que fotografías, vitrinas, esculturas y anaqueles. Entre sus propósitos fundamentales figura insertarse en la comunidad para hacerla partícipe activa de la historia de un crimen que, 31 años después, continúa lacerando con la intensidad del primer día la sensibilidad de los cubanos.
«Tenemos varias actividades que nos caracterizan –asegura Francilia Frías Olazábal, la única fundadora que queda en la institución-. La Estocada Cultural, por ejemplo, está dirigida a los jóvenes. Acordes, tiene de protagonistas a los discapacitados del Hogar de Día. Con los niños desarrollamos un encuentro llamado Uno, dos, tres, alé, con variados juegos de participación y comentarios sobre efemérides relacionadas con las víctimas. También hacemos extensión hasta hogares maternos y casas de los abuelos de la ciudad. En fin...»
La especialista Nidia Moreno, por su parte, opina que el museo podría hacer mucho más y convertirse en referencia nacional. «Pero para eso necesitamos la colaboración de familiares de las víctimas de otras provincias –agrega-. Aquí tenemos las exposiciones fijas de Carlos y Leonardo, pero si quisiéramos montar una muestra transitoria el día del nacimiento de Nancy Uranga, por ejemplo, no tenemos nada de ella, excepto su foto y su biografía. La única que ha cooperado es la madre de José Ángel Fernández, que trajo algunas donaciones.»
A MANERA DE EPÍLOGO
Cuando estoy a punto de marcharme, varios niños irrumpen desde la calle. Son alumnos de la escuela especial Camilo Cienfuegos, que, como cada semana, vienen al museo a codearse con la historia.
«Lo que aprenden aquí lo llevan después al aula –asegura Belkis Sedeño, su maestra-. ¡Tendría usted que verlos con sus propios ojos! Todos saben cuánto daño le ha hecho el terrorismo a Cuba. Y si por casualidad alguien menciona en su presencia a Posada Carriles, ¡se ponen frenéticos! Ellos saben por sus visitas al museo que sobre su conciencia –aunque dudo que la tenga- pesa el crimen de Barbados.

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jueves, 27 de agosto de 2009

El pequeño patriota paduano

Este cuento es una versión del que aparece en el libro Corazón, de Edmundo de Amiscis. Es una joya que quiero compartir con mis lectores.

Un navío zarpó de Barcelona para Génova. Llevaba a bordo franceses, españoles y suizos. Había, entre otros, un niño italiano de 11 años de edad, solo y mal vestido, que estaba siempre aislado como animal salvaje, mirando a todos de reojo. Y con razón, pues hacía dos años que sus padres lo habían vendido al jefe de una compañía de titiriteros, quien, después de enseñarle a hacer varios juegos a fuerza de puñetazos y ayunos, lo llevó por Francia y España pegándole siempre y teniéndolo hambriento.
Llegado a Barcelona, y no pudiendo soportar ya los golpes y el ayuno, reducido a un estado tan lamentable que inspiraba compasión, se escapó de su carcelero y fue a pedir protección al cónsul de Italia, el cual, compadecido, lo había embarcado en aquel navío, dándole una carta para el alcalde en Génova, quien debía enviarlo a sus padres, aquellos mismos que lo habían vendido como una bestia.
El pobre niño estaba lacerado y enfermo. Viajaba con pasaje de segunda clase. Todos lo miraban, algunos le preguntaban, pero él no respondía y parecía odiar a todos. ¡Tanto lo habían irritado y entristecido las privaciones y los golpes durante esos años!
A fuerza de insistencia, tres de los viajeros que hacían la travesía lo hicieron hablar, y en pocas palabras torpemente dichas, mezcla de italiano, español y francés, el muchacho les contó su triste y desgarradora historia. Parte por piedad, parte por excitación del vino, le dieron algunas monedas, instándolo a que contara más.
-¡Toma, toma más! -le decían mientras le entregaban las monedas.
El muchacho las recogió todas, dando las gracias a media voz, con aire malhumorado, pero con una mirada por primera vez sonriente y cariñosa. Con aquel dinero podía tomar algún buen bocado a bordo. Después de dos años de no comer nada más que pan, podría por fin comprarse una chaqueta apenas desembarcara en Génova.
Aquel dinero era para él una fortuna y en esto pensaba mientras los tres viajeros conversaban y bebían sentados en la mesa. Se los oía de hablar de sus viajes y de los países que habían visto. Y de conversación en conversación vinieron a hablar de Italia. Empezó uno a quejarse de sus fondas, otro de su ferrocarril y luego todos, animados, hablaron mal de todo. De los estafadores, bandidos, farsantes, comentaban que los empleados no sabían leer…
-Es un país de ignorantes - dijo el primero, enérgico.
-Un pueblo sucio - añadió el segundo con voz gangosa.
-La… - exclamó el tercero, que iba a decir ladrón….
Pero no pudo terminar la palabra. Una tempestad de monedas cayó sobre las cabezas y espaldas de los tres, y descargó en la mesa y el suelo con un ruido infernal. Los tres se levantaron furiosos, mirando hacia arriba, y recibiendo aún un puñado de monedas en la cara.
-Recobrad vuestro dinero -dijo con desprecio el muchacho-. Yo no acepto limosna de quienes insultan a mi patria.

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miércoles, 29 de julio de 2009

Un poema de Mario Benedetti



MEMORANDUM

UNO llegar e incorporarse al día
DOS respirar para subir la cuesta
TRES no jugarse en una sola apuesta
CUATRO
escapar de la melancolía
CINCO aprender la nueva geografía
SEIS no quedarse nunca sin la siesta
SIETE el futuro no será una fiesta
OCHO no amilanarse todavía
NUEVE vaya a saber quién es el fuerte
DIEZ no dejar que la paciencia ceda
ONCE cuidarse de la buena suerte
DOCE guardar la última moneda
TRECE no tutearse con la muerte
CATORCE disfrutar mientras se pueda


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martes, 11 de marzo de 2008

Un libro por corazón

Presumo de ser uno de los afortunados seres humanos que vinieron al mundo con un libro por almohada. Tan pronto aprendí a buscarle sentido, no tardé en encontrar entre sus páginas mi refugio predilecto. Hoy, buena parte de mi tiempo transcurre todavía a la vera de ese compañero inigualable de quien dijo Settembrini, uno de los personajes de La montaña mágica, de Thomas Mann: «A menudo en tu vida te encontrarás con que un libro es mejor amigo que un hombre». Puedo blasonar, además, de que mi pequeña biblioteca es una suerte de autobiografía, porque conservo en sus estantes un libro para cada momento de mi vida.
Los libros son, en sí mismos, maestros insuperables. Ellos nos enseñan a vivir, a soñar y a engrandecer nuestro espíritu. Si no existieran, ¿cómo accederíamos a la historia de la humanidad? ¿Cómo se transmitiría de una generación a otra el acervo cultural del hombre? ¿Cómo conoceríamos su pensamiento? «La lectura -dijo nuestro recurrente y fundamental José Martí- estimula, enciende, aviva, y es como un soplo de aire fresco sobre la hoguera resguardada, que se lleva las cenizas y deja al aire el fuego.»
La ciudad cubana de Las Tunas fue durante los últimos días una ofrenda literaria abierta a la lectura pública, en ocasión de celebrarse en sus predios la Feria Internacional del Libro. Millares de personas de todas las edades desfilaron ante los estanquillos de venta, repletos de títulos de los más disímiles autores y nacionalidades. Pocas veces se ha apreciado por acá un entusiasmo tan mayúsculo por la letra impresa. Ya se sabe, la lectura nos hace contemporáneos de todos los hombres y ciudadanos de todos los países.
Los niños clasificaron entre los mayores favorecidos en este gran convite del saber devenido acontecimiento cultural. Papá y mamá se vieron obligados, seguramente, a ajustar la economía doméstica para hacerles el juego a las exigencias de la grey menor, ávida por adquirir los libros más conocidos de la literatura infantil universal: Había una vez, Oros Viejos, El Principito, Corazón, Cuentos de Perrault... ¡Y qué alegría reflejaban sus semblantes luego de atrapar en los anaqueles tal vez el último ejemplar en oferta!
Para los adolescentes y los adultos la propuesta no fue menos tentadora, tanto en lo clásico como en lo contemporáneo. A pesar de los precios, fueron muchos los que halaron por sus billeteras para regresar a casa en compañía de un volumen con etiqueta de best seller, lo mismo en narrativa que en poesía. Por ahí deben de andar aún, tumbados tal vez en un sillón o acomodados sobre un mullido sofá, con el cuerpo y el alma puestos en el inigualable ejercicio de leer. Luego, consumidas sus páginas, ya se sabe, a buscar una nueva obra y a reiniciar la aventura. Quien lee una vez ya no dejará jamás de hacerlo. Sí, tenía razón el inefable Bécquer: «El recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo».
Así ocurre con la obra literaria cuando es legítima: incendia fantasías y alimenta expectativas. Poco importa el público a quien vaya dirigida ni la edad de quien la evalúe. No en balde diversas personalidades de la historia han encontrado en los libros su principal fuente de conocimientos. Se asegura que el gran poeta argentino Jorge Luis Borges, ya en el ocaso de su vida, se puso a pensar en la muerte no sólo para investigarla como el último acto, sino porque se imaginaba el paraíso como una gran biblioteca repleta de libros.
A juzgar por lo que vi en esta Feria Internacional en Las Tunas, el libro regresó por sus fueros. Ninguna versión electrónica podrá reemplazar, al menos por ahora, a esa relación de intimidad que establece el lector cuando pone ante sus ojos su volumen preferido de tinta y papel. El futuro del libro se vislumbra cada día más brillante, porque el libro del futuro seguirá siendo -¡vaya suerte la nuestra!- almohada premonitoria y referencia temporal para bordarle a la vida sus momentos más trascendentales.

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jueves, 15 de noviembre de 2007

El tesoro de nuestro idioma

El 23 de abril de 1616 está registrado en los anales de la cultura universal como una jornada azarosamente trágica. Ese día -¡vaya con las coincidencias!-, murieron en distintos lugares y horarios del planeta tres íconos de la literatura: el inglés William Shakespeare, el español Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega.
Como ofrenda póstuma a esos grandes hombres de letras, en 1995 la Conferencia General de la UNESCO eligió al 23 de abril como Día Internacional del Libro, «considerando que ha sido, históricamente, el elemento más poderoso de concentración y divulgación del conocimiento humano y el medio más eficaz para conservarlo.»
Los hispanohablantes –perpetuos inconformes- le subimos la parada a la conmemoración, y adoptamos también el 23 de abril para celebrar el Día Mundial del Idioma Español. Porque, ¿acaso no engrandeció sobremanera la perspectiva de nuestra lengua esa obra maestra de Cervantes que es El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. La famosa novela de caballería constituye en sí misma todo un reservorio idiomático capaz de complacer los gustos más exigentes.
Sobre el origen de nuestro idioma concurren varias teoría. La más aceptada afirma que desciende de un proceso de depuración por el cual diversos dialectos se fueron modificando al influjo del latín y de los invasores romanos, godos y árabes. Se dice que hasta el griego contribuyó al «diseño» del luego llamado castellano, pues le aportó a su repertorio voces tales como huérfano, escuela y democracia.
Ya a fines del siglo XV el castellano se había impuesto en España lo suficiente como para atravesar en carabelas el Atlántico junto a Cristóbal Colón en busca del Nuevo Mundo. Fue precisamente en 1492, fecha de la llegada del Gran Almirante a América, cuando Antonio de Lebrija publicó la primera gramática castellana. El suceso editorial impulsó extraordinariamente el desarrollo de esta lengua que hoy retoza en los labios de casi 500 millones de personas.
Fue en el continente americano donde nuestro exuberante idioma encontró la horma de su zapato. Tan pronto echó pie a tierra con la espada y con la cruz a cuestas, enfrentó el promiscuo asedio de lenguas nativas tales como el taíno, el aymará, el maya, el quechua y el guaraní. Tal diversidad originó, según los expertos en la materia, que el Nuevo Mundo se convirtiera luego en el territorio de mayor fragmentación lingüística del planeta, con más de 120 familias de lenguas diferentes y cientos de dialectos en su haber.
Así, en el siglo XVI los americanismos comenzaron a desembarcar en España en los viajes de regreso y a irrumpir en su mapa léxico con nuevas palabras olorosas a selva y a monte: cóndor, maíz, cacique, colibrí, chocolate, tomate, cacao, aguacate... Muchos años después, en 1713, se fundó en Madrid la Real Academia Española de la Lengua. Por cierto, la primera voz aborigen que esta institución aceptó en su selecto diccionario fue huracán. Sí, la conquista resultó traumática para los conquistados. Pero en el orden lingüístico nos dejó el saldo de la palabra, ese tesoro al que tanto le debe nuestra cultura.
«Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra –diría de los conquistadores siglos más tarde el gran poeta chileno y Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda en su antológico libro Confieso que he vivido-.Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes. Salimos perdiendo. Salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras.»
Actualmente el español es la lengua oficial de 22 países y la cuarta más hablada del mundo, después del chino, el inglés y el hindi. En pleno siglo XXI se le encuentra presente y activo en cualquier lugar del globo terráqueo. Tanto ha crecido su utilización que es ya el segundo idioma en Estados Unidos, donde viven hoy 38,6 millones de hispanos -el 13 por ciento de su población-, y su crecimiento se incrementará hasta los 155 millones para el año 2050. Esto significa que para dicha fecha, uno de cada tres norteamericanos procederá de una nación donde se hable el idioma de Cervantes.
CURIOSIDADES DEL IDIOMA ESPAÑOL
Entre los matices que distinguen a la lengua española figuran en un sitio relevante las curiosidades. A riesgo de ser tildado de chovinista, sospecho que ninguno otro registro idiomático exhibe tantas. Pongo de muestra un caso de acentuación. Se trata de una oración en la cual todas sus palabras -nueve en total- llevan acento ortográfico, es decir, tilde. Ahí les va: «Tomás pidió públicamente perdón, disculpándose después muchísimo más íntimamente». Sí, es a lo mejor una construcción forzada, pero no deja de ser interesante.
Y disfruten de este rosario de singularidades: La palabra oía tiene tres sílabas en tres letras. En el vocablo aristocrático, cada letra aparece exactamente dos veces. El término arte es masculino en singular y femenino en plural. En la palabra barrabrava, una letra aparece una sola vez, otra aparece dos veces, otra tres veces y la cuartas cuatro veces. En el término centrifugados todas las letras son diferentes y ninguna se repite. El vocablo cinco tiene a su vez cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número. El término corrección tiene dos letras dobles... Interesante, ¿verdad?
Y este otro recital: Las palabras ecuatorianos y aeronáuticos poseen las mismas letras, pero en diferente orden. Con 23 letras, se ha establecido que la palabra electroencefalografista es la más extensa de todas las aprobadas por la Real Academia Española de la Lengua. El término estuve contiene cuatro letras consecutivas por orden alfabético: stuv. Con nueve letras, menstrual es el vocablo más largo con solo dos sílabas. Mil es el único número que no tiene ni o ni e. La palabra pedigüeñería tiene los cuatro firuletes que un término puede tener en nuestro idioma: la virgulilla de la ñ, la diéresis sobre la ü, la tilde del acento y el punto sobre la i. El vocablo reconocer se lee lo mismo de izquierda a derecha que viceversa. La palabra euforia tiene las cinco vocales y solo dos consonantes...
LAS PALABRAS MÁS BELLAS EN ESPAÑOL
Todos los años, cuando está por llegar el día 23 de abril, un sitio madrileño en Internet llamado Escuela de Escritores realiza una encuesta entre cibernautas de todo el mundo en torno a la siguiente pregunta: «¿Cuál es la palabra más bella del idioma español?» Solo les establece un requisito sine qua non: en las respuestas no se aceptan nombres propios ni palabras que no estén reconocidas por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
El año pasado el portal recibió respuestas de más de 41 mil personas de alrededor de 50 países de los cinco continentes, quienes votaron por 7100 términos diferentes. ¿Y saben qué palabra se llevó los máximos honores? Pues amor, con 3364 votos, seguida de libertad, paz, vida, azahar, esperanza, madre, mamá, amistad, libélula, amanecer, alegría, felicidad, armonía, albahaca, susurro, sonrisa, agua, azul, luz, mar, solidaridad, pasión, mandarina y abrazo.
Según los organizadores de tan singular concurso, todo parece indicar que los concursantes votaron por aquellas palabras españolas cuyas fonéticas las hacen agradables al oído, pero que, sobre todo, llevan intrínsecos nociones y conceptos fundamentales en las expectativas de los seres humanos. Basta repasar las 25 premiadas para confirmar que, en efecto, suenen bien... ¡y se les interpreta mejor!
«Todos creemos, junto con Jorge Luis Borges, que en la palabra Nilo fluye el Nilo, y por lo mismo pensamos que en la palabra amor viven todos y cada uno de los amores pasados, presentes o futuros. Si perdiéramos la palabra amor, perderíamos la posibilidad de sentirlo. Y lo mismo sucede con las otras tres que le siguen: libertad, vida y paz. No debe parecernos falta de imaginación que la gente las haya preferido a otras: las tres expresan realidades esenciales, son 'el nombre exacto de las cosas', la cosa misma», opina en el diario El País Andrés Trapiello, autor del libro El arca de las palabras .
El español es una lengua que le ha dado gloria a nuestra cultura en todas sus manifestaciones. Sus hablantes debemos de estar atentos para vigilar por la integridad de los patrones que le dan vida, cultivarlo con el buen gusto y salvarlo a ultranza de quienes intentan contaminar su uso cotidiano con la chabacanería.
En el mundo actual –aseguran los estudiosos- se hablan aproximadamente cinco mil idiomas y dialectos. ¡Un verdadero mosaico! A los millones de hispanohablantes del planeta nos corresponde velar por el nuestro y por su pureza, para entregárselo entero y vital a las generaciones que nos sucedan. El escritor Miguel de Unamuno lo dijo cierta vez con elegancia y tino: «La sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo, que no amengua su voz por mucho que ambos mundos llene».

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viernes, 19 de octubre de 2007

Del caballito al caballete

Cuando la caravana de la vuelta ciclística a Cuba cruzaba como una exhalación de colores por la avenida próxima a su casa, la mirada infantil de Marcial Flores dejaba escapar a los pedalistas para fugarse –fascinada- tras las motos patrulleras. «¡Ahhh, cuánto me gustaría montarme en una!», decía para sí el niño santiaguero.
Sus simpatías por estas apuestas máquinas de dos ruedas no eran, por cierto, amor a primera vista. Su hermano mayor, miembro del MININT, tenía amigos entre los populares caballitos. Algunos solían visitarlo en su hogar, y ahí Marcial se daba gusto con las manos y con los ojos delante de aquellos equipos Guzzi de la época que tanto admiraba.
De entonces acá, 30 calendarios agotaron sus hojas. En el ínterin, Marcial se radicó en Nuevitas, matriculó en un curso básico de la Policía Nacional Revolucionaria y, obsesivo con sus preferencias, optó por la especialidad de tránsito. En 1995, la tradición tunera en el motocross lo sedujo. Así, un mañana hizo las maletas, cogió carretera y... «aquí estoy, como uno más entre ustedes», dice.
-Marcial, a quienes ejercen tu profesión se les conoce en la calle con el nombre de caballitos, ¿es así como se les debe llamar?
-Las denominaciones oficiales son ciclista de tránsito y agente motorizado. Sin embargo, no me molesta en lo absoluto que me llamen caballito. No tiene nada de ofensivo ni de irrespetuoso. Algunos nos identifican también como «los caballeros de la vía», quizás por la elegancia de nuestros uniformes y el porte de nuestros vehículos. Pero eso es secundario. Lo principal es garantizar orden y disciplina en la vía, y, en especial, aplicar con rigor los artículos de la Ley 60 o Código de Vialidad de Tránsito. Así contribuimos a educar a los conductores y a prevenir accidentes. Es un trabajo donde la ética, el ejemplo, la autoridad, la decencia, el respeto y la justicia son esenciales. Por eso tiene tanto prestigio nuestra institución.
-¿Alguna vez has tenido que arreglártelas de manera atípica para resolver un caso? Quizás tengas una anécdota...
-Cierto domingo estoy patrullando cerca del municipio de Majibacoa cuando, de pronto, escucho por la radio de la moto que el conductor de un jeep marca Susuki se ha dado a la fuga en un tramo de la carretera Holguín-Las Tunas. Recibo la orden de colaborar para interceptarlo y, al rato, lo ubico a la altura del poblado de Arroyo El Muerto. Salgo en su persecución con las precauciones de rigor. El prófugo, ansioso por escapar, abandona la vía, dobla a toda velocidad por un terraplén y se mete por El Mijial, Piedra Hueca, El Roble y otros asentamientos rurales. Pero con tan mala suerte que el carro se le atasca en un pantano. Entonces, al verse atrapado, se baja y echa a correr hacia un cañaveral. Yo me tiro también de mi Yamaha y me monto en un caballo que andaba por allí. Luego de casi un par de horas de galopar tras él entre los plantones, el fugitivo desiste de la huída y entonces lo detengo. Aquello fue cosa de película. ¡Del caballito al caballo! Así es en ocasiones nuestro trabajo.
-Sí, fuiste del caballito al caballo, aunque me han dicho que también vas del caballito al caballete, porque eres caricaturista...
-Me encantan las artes plásticas. Adquirí la afición en mi niñez, cuando trataba de reproducir sobre un papel los dibujos que hacía mi madre costurera y los diseños de muebles de papá en la carpintería. Cuando en la escuela dejaba de interesarme una clase, sacaba una hoja y me ponía a pintar cualquier cosa. Lo de las caricaturas vino luego. Les hice a casi todas mis maestras, a mis vecinos, a mis parientes y hasta al bodeguero de la esquina. Y se las regalaba para que las tuvieran de recuerdo. Tal vez algunos de ellos las conserven todavía. ¡Era mi hobby, junto con las motos! Al parecer no lo hacía muy mal, porque me alentaban con frecuencia para que estudiara pintura. En aquella época de primaria y secundaria llegué a participar en varios concursos de dibujo a diferentes niveles. Pero fue aquí, en Las Tunas, cuando comencé a tomarme en serio lo de las caricaturas.
-Háblame de esa etapa de tu carrera como diletante, ¿cuáles fueron las motivaciones y en qué temas te inspiraste?
-Yo me había alejado del dibujo. Hasta que una tarde las musas me obsequiaron un filón para el retorno: acababa de establecerse el uso de cascos protectores para los motoristas, y, como aún no se comercializaban en grandes cantidades, aparecieron diversos modelos: de constructor, de pelotero, de ciclista, de bombero y hasta de vikingo. Dije para mí: «Esto merece caricaturizarse». Fue tal la motivación que en una semana dejé listas 10 obras. Cargué con ellas para la galería-taller, se las mostré a los expertos...¡y las aceptaron! Así monté mi primera exposición, titulada Humor de tránsito. Después vino otra sobre la campaña contra el aedes aegypti, en la Oficina del Historiador de la Ciudad. Una tercera en la Casa de la Prensa abordó el cacareado Plan Busch contra Cuba. Y algunas más. La que dediqué al bloqueo fue solicitada por las provincias de Granma y Holguín para mostrarlas en sus instituciones. A todas las considero más reflexivas que humorísticas. Aunque, para ser franco, lo mismo le saco partido a una canción de Fabré que a una telenovela brasileña.
-¿Aprecias algún antagonismo entre tu profesión de policía y tu afición a la caricatura? ¿Qué dicen los conductores de eso?
-Ser caricaturista no le crea conflictos al policía que soy, porque quienes están al tanto de esa faceta mía saben cuánta importancia le doy a mi trabajo. La responsabilidad no excluye las simpatías por el arte. Además, sé cómo proceder en cada circunstancia. Los choferes conocen muy bien mi manera de actuar. A veces, una charla causa mejor efecto que una multa. Por cierto, con varios tengo amistad y algunos hasta asisten a mis exposiciones. En una oportunidad un conductor al que estaba notificando me dijo: «Oiga, agente, ahora sé por qué usted escribe tan rápido las multas. No digo yo..., ¡con la mano que tiene para dibujar!» Tuve que reírme. Otra vez un camionero paró su vehículo y me preguntó desde la ventanilla: «Permítame, ¿usted es el que hace los muñequitos de la galería?». Le dije que sí con la cabeza. Y él: «Ahhh, ya sabía yo...» Y prosiguió la marcha.
-¿Cómo acogen tus compañeros en general y tus jefes en particular esta faceta artística tuya tan inusual en tu profesión?
-Con mucho entusiasmo. Recuerdo un mediodía en el comedor de la Jefatura. El teniente coronel César –amigo de las bromas- vino hasta mí para proponerme en secreto que les hiciera caricaturas a algunos compañeros con motivo de sus cumpleaños. Me pidió guardar absoluta discreción, pues de otro modo no funcionaría la sorpresa. Como la idea me pareció simpática, acepté. Pero el gran compromiso estaba por llegar: En el grupo de los caricaturizables figuraba... ¡el coronel Benítez, segundo jefe del MININT en la provincia! Enseguida pensé, receloso «Bueno, ¿y si no le ve la gracia a la broma y se pone bravo conmigo? Porque la soga revienta siempre por el lado más débil. ¿Y si lo toma como una falta de respeto de mi parte?» Le planteé a César mis preocupaciones. Y él: «No, chico, no, tú verás que no pasa nada, te lo garantizo...» ¿Y qué iba a hacer yo? ¡Jugármela! Me mostró varias fotos del coronel en la pantalla de la computadora. Seleccioné la que más me convenía y, a partir de la imagen, hice con sumo cuidado la caricatura. El día del cumpleaños, atrajeron al coronel con no sé qué pretexto hasta el sitio donde la habían colocado. Para mi tranquilidad, le gustó, se emocionó y hasta me felicitó.
-¿Te encuentras afiliado a alguna organización relacionada con las artes plásticas o trabajas tu obra de manera independiente?
-Debo reconocer que tengo muchísimo que aprender en materia de pintura, pues carezco de formación académica. Así que, a instancias de un artista plástico local, me sumé a un proyecto muy interesante llamado Perspectiva. Lo integran por lo general, campesinos, obreros, profesores, jubilados, amas de casa... También hay algunos profesionales. Nos reunimos periódicamente y lo mismo organizamos una exposición en una cerca de alambres que en un barrio periférico de la ciudad. Se hacen miniaturas, caricaturas, poesía, artesanía... En cada encuentro con el grupo incorporo conocimientos nuevos. Ahora trabajo con cartulina, lápices de colores, lapiceros, centropenes... Pero, sobre todo, con muchos deseos de hacer las cosas bien. Tengo varios planes rondándome en la cabeza. Cuando disponga del tiempo suficiente, quisiera ponerlos en práctica. Son ideas que se me ocurren. A veces, en la vía, apreso algunas en un papelito.
-Para terminar, ¿te ha ocurrido algo curioso que implique tu doble condición de policía y de caricaturista?
-Voy con otra anécdota. Una tarde me presenté vestido de policía en la oficina del Historiador de la Ciudad con el propósito de coordinar allí una exposición de caricaturas. Por entonces no tenía el gusto de conocer en persona al licenciado Víctor Marrero, el historiador. Pregunté por él y me lo fueron a buscar al fondo del local. Le dijeron: «Víctor, allá afuera hay un policía del tránsito que te anda buscando». Cuando lo tuve ante mí, lo saludé y le dije muy serio: «Vengo por lo del casco». Se puso pálido, preocupado tal vez porque yo le recriminara haber manejado en algún momento sin casco el pequeño ciclomotor que tiene asignado. Pero le aclaré enseguida: «No, Víctor, por el casco protector no. Vengo por el asunto del casco histórico de la ciudad. Para que usted, que sabe tanto sobre ese tema, me explique algunas cosas.» Y los dos nos morimos de la risa.

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