domingo, 30 de diciembre de 2012

La cólera del profesor Sela

Desconozco si mis antiguos compañeros de aula recuerdan a un profesor de Fotografía que tuvimos en el primer año de la carrera de Periodismo, cursada entre los años 1988 y 1993 allá en la Universidad de Oriente, en la indómita Santiago de Cuba.
Era un vejete hiperquinético y cascarrabias, de apellido Sela. Ninguno de nosotros le hacíamos el menor caso a sus regaños. El pobre, no sabía cómo arreglárselas para controlar aquel grupo repleto de jodedores. 
Un día, como parte del programa de la asignatura, nos llevó a conocer por dentro el laboratorio fotográfico. Se trataba de un local de dimensiones sumamente reducidas, y, como él nos obligó a todos a entrar, quedamos allí apretujados unos contra otros. El profe, a duras penas, nos mandó a hacer silencio y comenzó a explicarnos con voz gangosa que el revelado de los negativos demandaba hacerse en la más completa oscuridad. Y, para demostrarlo, mandó a uno de nosotros a apagar la luz del recinto. 
En ese fugaz, brevísimo momento, una mano «misteriosa» se abrió paso entre las sombras y, con toda la intención, la exactitud y el irrespeto del mundo, le tocó al infeliz docente la zona del cuerpo donde la espalda pierde su noble nombre. El profesor soltó un «¡coñooooo...!» de sorpresa e indignación. Luego hizo lo que no debía hacer. Porque, en lugar de quedarse callado para que nadie se enterara de la broma de la que había sido víctima, armó una algarabía descomunal. 
A tientas, y apartando gente en medio de las tinieblas, llegó hasta el interruptor eléctrico, encendió la iluminación y gritó: «¡Carajo, ahora mismo me van a decir quién fue el falta de respeto que me cogió las nalgas!». La carcajada general que provocó su insólita exigencia impidió escuchar las amenazas y los improperios que vinieron detrás. Por fortuna, la sangre no llegó al río y el incidente no tuvo mayores consecuencias. 
Siempre he pensado que el autor de aquella extravagante jarana  que tanto nos hizo reír entonces fue Carlos Julio Remedios Compti (en foto de la época, sentado, junto a Armando Céspedes, otro chivador del grupo), hoy periodista de la redacción deportiva de Tele Cristal, en Holguín. Sin embargo, y seguramente por razones de seguridad, mi amigo Carlos nunca lo ha reconocido tácitamente, ni en público ni en privado. 
Si en definitiva fue él -como continúo creyendo- ya puede admitirlo sin temor a represalias. No solamente porque el profesor Sela falleció hace ya un buen tiempo y no podrá pedirle cuentas. Sino también porque la mayoría de los «delitos» prescribe a los 20 años... ¡y de eso hace 23!

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lunes, 10 de diciembre de 2012

Una anécdota tragicómica

En fecha venidera celebraremos por acá el siglo de la fundación de Manatí, mi entrañable terruño natal. Aunque su debut territorial y demográfico data de mucho antes -el 20 de octubre de 1868 nuestros insurrectos incendiaron el pueblo y la iglesia de San Miguel-, las autoridades del municipio decidieron adoptar 1912 como referente por ser el año en que se iniciaron las obras constructivas del ingenio, cuya primera zafra se hizo 12 meses después. Se molieron entonces 15 millones 84 mil 788 arrobas de caña, con las fueron producidas 134 mil 757 sacos de azúcar de 320 libras cada uno. 
Pero no voy a hablar ahora de nuestra desaparecida fábrica, sino de sus torres. Esta foto congeló el momento en que -para orgullo de los manatienses en cualquier lugar de Cuba- disponía de cuatro chimeneas. Las primeras en levantarse fueron las metálicas. Se aprecian en color negro. Una aparece al fondo, casi tapada por el follaje de un higuillo que impuso su frondosa presencia en esa zona hasta que el huracán Ike lo convirtió en leña. Luego vienieron las chimeneas de ladrillos, es decir, el par restante. Con el tiempo, y por etapas, se demolieron todas y se erigieron dos más, esta vez por el sistema de paneles de hormigón y acero, todo -¡pa´su escopeta-! fundido allá arriba, en las alturas. En la parte izquierda de la foto se distingue una de esas torres en fase constructiva, con su cúpula todavía por terminar. 
Y aquí viene mi anécdota. Durante el levantamiento de una de ellas, por los años 70 del siglo pasado, la brigada especializada a cargo de su ejecución pasó un susto de anjá. Resulta que una mañana sus integrantes se encontraban en pleno ajetreo, a unos 50 metros de altitud, cuando de pronto -¡zaz!- una ráfaga de viento estuvo a punto de echar abajo el andamio sobre el cual trabajaban. Afortunadamente para ellos, consiguieron aferrarse como pudieron a las estructuras terminadas y no hubo que lamentar víctimas. Dicen que ese día interrumpieron la jornada laboral, bajaron a toda prisa por un cable y, para brindar en grande por su buena suerte, por poco se beben todo el ron del bar de los Folgueiras, que expendía a la sazón donde está hoy el restaurante Argelia.

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viernes, 30 de noviembre de 2012

Un dibujo de mis hijas

Un amigo tunero radicado en España -Juan Carlos Cuba Marchán-, me obsequió ayer algo que, por su naturaleza emotiva, le agradezco desde el fondo mismo de mi corazón. Se trata de este dibujo realizado por él a partir de una fotografía de mis hijas tirada por mí, y que hice pública aquí mismo, en mi muro. Para mi beneplácito, numerosos amigos la comentaron entonces en términos sumamente gratos. Esta réplica artística -evidentemente distinta en cuanto a técnica y textura- la vieron mis chicas en la pantalla de la computadora tan pronto regresaron de la escuela. Se pusieron contentísimas con verse en esa dimensión, para ellas inédita. «Es una obra de arte», dijo la esnobista Sofía (izquierda), sin quitarle la vista. «Me parece algo muy lindo», dijo la pragmática Beatriz, con la certeza dibujada en el rostro. Creo que son los mejores elogios para mi apreciado tocayo allá en la península. Él prometió remitirme, tan pronto le sea posible, una copia del dibujo en formato de papel. Y yo le aseguré que, si se hace efectivo el envío, la colgaré dentro de un cuadro en la parte más visible de la sala, para que los visitantes la celebren y admiren. ¿Qué les parece el trabajo de mi coprovinciano, a todas luces un artista de excelencia?

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domingo, 11 de noviembre de 2012

Querida Guatemala...

Foto: GUATEMALA DE MI CORAZÓN

Por Juan Morales Aguero 

El terremoto que acaba de vestir de luto a la hermana República de Guatemala estremeció también las fibras más íntimas de mi sensibilidad. La naturaleza debería ahorrarles tragedias así, tan despiadadas, a naciones como esta, pobres y desvalidas. 
En el año 2002 recorrí en menesteres periodísticos más de una decena de departamentos de ese bellísimo país. Caminé cientos de kilómetros a través de su geografía, tanto por angostos senderos mayas como por entre la cordillera de los Cuchumatanes. 
Con los pelos de punta, rodé en pickoup, motocicletas y automóviles por terracerías de una sola senda, escamoteadas a la montaña al borde mismo de los precipicios. Quedé fascinado por la hospitalidad de su gente y la exuberancia de su entorno.
El chapín -como le dicen a los guatemaltecos- lleva su estirpe indígena rotulada en el semblante. Compartí con muchos, muchísimos de ellos, en aldeas de Alta Verapaz como La Tinta, Xenahú, Tucurú, Telemán, Panzós, Fray Bartolomé... 
En Huehuetenango comí tortillas de maíz en Nentón, Jacaltenango, San Pedro Nexta, San Juan Ixcoy, Barilla...; en los Petenes me deleité con la hermosura de Sayaxché, Flores, Tikal y Poptúm; en Quiché paseé por Joyabaj, Uspantán y la Zona Reina… 
En Nevaj anduve por Chajul, Cotzal, La Perla, Santa Delfina...; en Totonicapán caminé por San Antonio Sija, San Francisco, Momostenango... Visité, además, Quetzaltenango, Salamá, San Marcos, Chiquimula, Jalapa, Antigua, Nueva Concepción... 
En todas partes, el descendiente maya devino recurrencia, con su secular atuendo, su cocina singularísima, sus casas de tallos de maíz, su gama de dialectos, su gentileza congénita, su asombrosa educación formal, su gratitud hacia los galenos cubanos ... 
En la foto que preside esta nota aparezco junto a una familia indígena, en la aldea de Tuxhilá, en Alta Verapaz. Pasé junto a sus miembros una mañana inolvidable mientras el médico cubano Raúl Fornet -solícito- atendía dolencias y recetaba medicamentos.
No olvido en este momento de tragedia que el Himno Nacional de Guatemala -uno de los más bellos del mundo- lo escribió el cubano José Joaquín Palma. Y que nuestro José Martí dejó allí una huella intelectual y sentimental que honra a ambas naciones. 
En estos instantes de dolor generados por los estragos del sismo, mis recuerdos no se agrietan y permanecen incólumes. Estoy junto a los guatemaltecos en su dolor. Llegue hasta ese pueblo antiquísimo y sufrido no solo mi solidaridad, sino también mi amor.El terremoto que acaba de soltar sus demonios sobre la hermana República de Guatemala estremeció -también violentamente- las fibras más recónditas de mi sensibilidad. La madre naturaleza debería ahorrarles tragedias así, tan despiadadas y terribles, a naciones como esta, pobres y desvalidas.
En el año 2002 recorrí en menesteres periodísticos más de una decena de departamentos de ese bellísimo país centroamericano. Quedé fascinado por la hospitalidad de su gente y la exuberancia de su entorno color esmeralda.
Aproveché al máximo mi estancia por allá. Así, caminé kilómetros y kilómetros a través de su geografía, tanto por angostos senderos como por entre la cordillera de los Cuchumatanes. Divisé peligrosos pumas, quedé exhausto al llegar a la cima de una montaña, tomé guaro con un viejo aborígen, asistí a un rito religioso y eludí serpientes barbiamarillas.
Con los pelos de punta, rodé en motos, camionetas, camiones y automóviles por terracerías de una sola senda, escamoteadas a la montaña al borde mismo de los precipicios. Trepé a lomos de mulos hasta algunos de sus picachos más agrestes. Y hasta escalé una ladera del volcán de Agua, que duerme hoy, afortunadamente, el sueño de los justos.
Los chapines -como les dicen a los guatemaltecos- llevan su genealogía indígena rotulada en el semblante ancho, noble y cobrizo. Compartí con muchos, muchísimos de ellos, en aldeas de Alta Verapaz como La Tinta, Xenahú, Tucurú, Telemán, Panzós, Fray Bartolomé...
En el montañoso Huehuetenango comí tortillas de maíz en Nentón, Jacaltenango, San Pedro Nexta, San Juan Ixcoy, Barilla...; en los Petenes me deleité con la hermosura de Sayaxché, Flores, Tikal, Santa Elena y Poptúm; en Quiché paseé por Joyabaj, Uspantán y la Zona Reina…
Anduve por el llamado Triángulo Ixhil -formado por Chajul, Cotzal y Nevaj-. Y, en la propia zona, por La Perla, Santa Delfina, Pombalsé...; en Totonicapán caminé por San Antonio Sija, San Francisco, Momostenango... Visité Livingston, Puerto Barrios, Quetzaltenango, Salamá, San Marcos, Chiquimula, Jalapa, Antigua, Nueva Concepción...
En todas partes, el descendiente maya devino recurrencia, con su secular manera de vestir, su cocina singularísima, sus casas de tallos de maíz, su heterogénea gama de dialectos, su gentileza congénita, su pasmosa educación formal, su gratitud hacia los galenos cubanos ...
En la foto que preside esta nota aparezco junto a una familia indígena, en el pimpollo de la aldea de Tuxhilá, en Alta Verapaz. Disfruté junto a sus miembros de una mañana inolvidable mientras el médico cubano Raúl Fornet -solícito- atendía dolencias y recetaba medicamentos.
No olvido en este momento de tragedia que el Himno Nacional de Guatemala -uno de los más bellos del mundo, según encuestas- lo escribió el cubano José Joaquín Palma. Y que nuestro José Martí dejó allí una huella intelectual y sentimental que honra a ambas naciones.
En estos instantes de dolor generados por los estragos del demoledor sismo, mi corazón está al lado de los guatemaltecos. Mis recuerdos no se agrietan, permanecen incólumes.  Llegue hasta ese pueblo antiquísimo y sufrido no solo mi solidaridad, sino también mi amor.

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jueves, 4 de octubre de 2012

Las frases de mi Sofía

Tengo dos hijas que le dan sentido a mi existencia. Ustedes lo saben, porque mucho que he escrito aquí sobre ellas. La mayor se llama Sofía (siete años de edad, en la foto), y la menor, Beatriz (seis años). Son dos chicas despiertas y ocurrentes. A menudo, tanto una como otra se gastan unas frases que, vaya... ¡me dejan de una pieza!  Compartiré con ustedes algunas dichas por Sofía. En una próxima entrega irán las de Beatriz, quien también se las trae en cuanto a agudeza. Advierto que Sofía es de personalidad fantasiosa y soñadora; Betica, por su parte, es pragmática y realista. ¡Qué gran fortuna verlas tan diferentes! No existe nada más aburrido que la homogeneidad. Ahí van algunas «perlas» de mi Sofi.

1- «Papito, escucha: si los niños no deben ver telenovelas, porque, según tú, están hechas para adultos, los padres tampoco deben ver muñequitos, porque están hechos para los niños» (así me dijo cuando me sorprendió viendo animados por la tele).

2- «Papito, tengo que hablar bravamente contigo» (esa fue su expresión el día en que no fui puntual al buscarla en el círculo infantil. Estaba indignadísima e inventó ese simpático adverbio).

3- «Papito, ¿es cierto que cuando los dinosaurios existieron yo era solamente una diminuta célula?» (me quedé patitieso, jajajaja).

4- «Papito, yo tuve un noviecito de mentiritas en el círculo que se llama Christian Hernández». Yo le dije, en broma: «Sofía, pero es muy feo» Y ella, indignada: «Papito, para mí todas las personas son lindas».

5- «Papito, ¡cómo hay nubes en el cielo esta noche! Me gustaría agruparlas, convertirlas en algodón y curar con ellas todas les heridas del mundo» (me dejó sin palabras, y ella, como si acabara de decir la frase más común de su repertorio, se fue a otra parte).

6- «Papito, me gustaría saber cocinar para hacerte todos los días almuerzo y comida» (nada, sencillamente..., ¡no sé qué decir!).

7- Beatriz estaba llorando porque quería un pañito que traía Sofía. «Yo lo quiero», sollozaba Betica. Y Sofía: «Bueno, Betica, tú lo podrás querer, pero quererlo no significa que lo tendrás» (jajajajajaja).

8- «Papito, te diré algo: el refresco instantáneo es instantáneamente rico» (sencillamente genial. Y perdonen a este padre adulador).

9- «Papito, en tu librero hay un libro que se llama La paciente impaciencia. Pero a ti hay que llamarte al revés: La impaciente paciencia, porque no tienes paciencia para nada» (respuesta de Sofía ante mi impaciencia por su demora en prepararme un refresco. La paciente impaciencia es un libro del nicaraguense Tomás Borge).

10-  Una mañana, mientras la llevaba de la mano a la escuela, comencé a hacerle preguntas diversas. Sofía se cansó de responder. Y, de pronto, me dijo: «Papito, no me preguntes tanto». Y yo: «Sofi, recuerda que soy periodista, y los periodistas preguntamos mucho». Y ella: «Sí, eres periodista, lo sé, pero tú no me estás haciendo una entrevista».

11- Una noche, intencionadamente y a manera de relato aleccionador, le conté a Sofía algo desagradable que le había ocurrido a otra gente.  Me prestó mucha atención. Finalmente, dijo: «Ay, Papito, ojalá que eso no nos ocurra nunca a nosotros. Déjame tocar madera». Pero, como no había ningún objeto de madera por los alrededores, cambió de idea: «Bueno -se justificó-, no veo  nada de madera por aquí cerca. Pero yo creo que da lo mismo si toco algo de hierro». Y, ni corta ni perezosa, Sofía tocó tres veces con sus nudillos un brazo del sillón metálico en el que ambos estábamos sentados.

12- «Tía, no te pongas brava por lo que te voy a decir, pero, con ese pelo alborotado, te pareces a un científico que le ha explotado un experimento en la cara» (así le dijo a una tía que, acabada de levantar por la mañana, todavía no se había peinado).

13- Tiene muchas inquietudes idiomáticas. Una vez me preguntó: «Papito, las palabras son injustas. ¿Por qué se le dice solamente lunar, y no también solar, a esa manchita que tenemos en el cuerpo? La Luna y el Sol tienen el mismo derecho». Y en otra: «Papito, si tú me dices que te dé un abrazo, es con los brazos. Pero si te paso una pierna por encima cuando estoy durmiento, lo que te estoy dando es un apierno. ¿no te parece?»  (En ambas ocasiones le respondí: «Ahh, no Sofía, por favor, yo de eso no sé nada, no me atormentes»).

14- Una tarde se peleó conmigo porque no quise complacerle uno de sus caprichos. «¡Ya no serás más mi papito!», me hizo saber, llorosa. Al poco rato me necesitó para algo impostergable. Le hacía falta una hoja de papel y yo podía facilitársela. Pero, como me había dicho que ya yo no sería más su papito, quería dirigirse a mí de forma tal que no afectara su «dignidad». Y la encontró. Me dijo muy seria, luego de un receloso e indeciso merodeo en torno mío: «Ex-papito, ¿podrías regalarme una hoja?». Se la busqué, la tomó en sus manos y, después que me dio la espalda sin darme ni siquiera las gracias -y a hurtadillas, para que no me escuchara- por poco me muero de la risa.

15- Mientras ella veía muñequitos en el televisor de la sala, yo tecleaba la PC, ansioso por ponerle punto final a un reportaje. En eso tocaron a la puerta. Por los golpes supe que era Beatriz, quien jugaba fuera de la casa con sus amiguitas y venía en busca de algo de comer. Como la puerta me quedaba algo distante y el sillón donde se había acomodado Sofía estaba casi al lado, le pedí desde el cuarto: «Sofi, abre, que es tu hermana». Y ella, absorta y sin quitar la vista de la pantalla, me replicó, tranquilamente: «Abre tú, que es tu hija» (acabó conmigo jajajajaja...).

16-  Todas las mañanas, camino a la escuela, tomo una flor de un rosal vecino y se la regalo. Hubo una particularmente hermosa. «Mïrala bien, Sofi, qué pétalos tan parejos, qué olor tan delicado, qué color tan bonito... Solo la madre naturaleza puede crear algo así tan perfecto, ¿no te parece?». Calló un momento y luego me replicó: «Bueno, Papito, lo que dices de la flor es verdad. Pero la que no es tan perfecta es la naturaleza, porque si lo fuera  no nos hiciera sufrir con sus ciclones».

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lunes, 1 de octubre de 2012

Caldosa y pentagrama

Desde hace más de 30 años, las fiestas cederistas tuneras no se conciben si entre sus invitados de honor no prevén a un «personaje» de suculenta y tonificante casta: la popularísima caldosa. 
Se trata de un plato de padres desconocidos. Pero, por caprichos de la fortuna, un matrimonio local -José Enrique Pérez (Quique) y Luz Marina Zaldívar (Marina)- lo legitimó ante el paladar público con la ayuda de las musas que merodean la sensibilidad de cierto profesor tunero de Biología, ajeno a los sofritos y las sartenes. 
El «milagro» se produjo cuando Rogelio Díaz Castillo, guitarrero aficionado y vecino de la pareja, compuso una simpática guaracha inspirada en una noche en la que la gente de su barrio aguardaba por el nuevo día para celebrar una importante conmemoración nacional. 
-Fue el 25 de julio de 1979 –evoca Rogelio, hoy Doctor en Ciencias Pedagógicas-. Nos reunimos todos para esperar el 26 aniversario del asalto al cuartel Moncada. Quique y Marina tenían otro motivo para festejar por lo alto: su hijo Pachi acababa de llegar de la URSS, luego de cursar exitosamente sus estudios en aquella nación. 
«Acordamos que nadie se marcharía a casa antes de que llegara la medianoche –prosigue-. Cuando faltaba más o menos una hora, dudamos que el pacto se cumpliera. La parranda había arrancado temprano y ya algunos acusaban los efectos de la fatiga y de las copas». 
Relata el profesor-músico –y también viceversa- que entonces, como salidos de la chistera de un mago, aparecieron en escena Quique y Marina. Cargaban entre ambos un caldero repleto de «algo» que, a juzgar por su sazonado aroma, parecía capaz de revivir un muerto. 
Comenzaron a repartirlo con un cucharón entre los presentes. «Prueben esto y verán cómo se reaniman», repetía una y otra vez Quique, mientras escanciaba caldo en jarros y tazones. Y así fue. Al rato, la fiesta cobró inusitados bríos. Y la gente empezó a bailar, ya no hasta las 12 campanadas, sino hasta… ¡las tres de la mañana!

NACE UNA GUARACHA

-El convite revivido por la caldosa me inspiró a escribir una guaracha –admite Rogelio-. La titulé La caldosa de don Quique y la canté junto a mi vecino, con su hija Lolita a las maracas. Nunca sospeché la gran repercusión que alcanzaría. Y algo inaudito: no se estrenó en una emisora tunera, sino en la televisión nacional. 
Según Rogelio, la pieza comenzó a tejer su historia cuando él conoció a Inocente Iznaga, El Jilguero de Cienfuegos- durante la Jornada Cucalambeana de 1979. Se le acercó y, luego de presentarse, le dijo: «quiero que escuche esta guaracha mía. Tal vez encaje en su estilo». 
El artista escuchó al joven cantautor, que, en la interpretación más importante de su vida, se hacía acompañar por una guitarra. No emitió juicio. Solo le pidió al muchacho que le hiciera llegar la pieza con Ana Navarro, una tunera amiga cuyos padres –Amparo y Joaquín- tenían relaciones con músicos de la época. Rogelio se la llevó. Y la mujer se la entregó a Inocente Iznaga en su primer viaje a la capital. 
-Pero tenía reservada una gran emoción –rememora-. Fue un domingo de enero de 1980. Me avisaron por teléfono que El Jilguero de Cienfuegos estrenaría esa noche La caldosa de don Quique en el programa Palmas y Cañas. Compré un par de botellas de ron e invité a varios amigos a compartir conmigo aquel minuto de gloria frente al televisor. Ellos pensaron que se trataba de una triquiñuela mía para que me ayudaran a cargar ladrillos. Ninguno acudió a la cita. ¡Y se lo perdieron! 
«A punto de comenzar el espacio televisivo, acertó a pasar frente a mi casa el escritor Guillermo Vidal, ya fallecido. Lo puse al tanto de lo que iba a ocurrir. Y, para inmenso honor mío, me hizo compañía, junto a mi esposa y a mi mamá, en aquella singular premiere. 
«El estreno tuvo un preludio jocoso –acota-. El animador era Agustín Roquefuentes, y, en un momento en que El Jilguero se le acercó, le dijo: “oye, tú que vas con frecuencia a Las Tunas, ¿sabes qué es la caldosa?” Y el artista le respondió: “¡Pues claro que lo sé, chico, si hasta traigo para cantar una guaracha de Rogelio Díaz Castillo sobre ese plato tunero”. Y ahí arrancó el acompañamiento musical». 
El número cobró inusitada celebridad. Su auge sobrevino en 1981, cuando Las Tunas organizó las actividades centrales por el 26 de Julio. La emisora Radio Victoria la estrenó en cinta magnetofónica, presentada pro el locutor Rafael Urbino. Resultó un exitazo. Los oyentes la solicitaban y los programas los complacían. Se extendió por toda Cuba y los CDR la acogieron como símbolo de sus festejos.

¡QUÉ BIEN SE CAMINA!

Previo a las actividades por el Día de la Rebeldía Nacional, visitaron Las Tunas personalidades de diversos sectores. Expectantes, casi todas preguntaban a sus anfitriones: «¿Dónde podemos probar un plato de caldosa?». Como ya supondrá el lector, el hogar de Quique y Marina se convirtió -ipso facto- en lugar de recurrencia. El tema y sus protagonistas devinieron, además, enorme suceso mediático.
En unos pocos meses, la fama alcanzada por la chispeante guaracha convirtió a Quique y a Marina en emisarios caldoseros. En tales menesteres, y con el beneplácito del gobierno local, recorrían el país. Aquí, allá y acullá los requerían para que, en sus carnavales, ellos les cocinaran de cuerpo presente el apetitoso plato.
-Hubo un momento en que atendieron áreas de elaboración de caldosa en La Habana (calle G) y Santiago de Cuba (reparto Sueño) –asegura Rogelio-. Viajaban en avión entre las dos ciudades para estar al tanto de cada detalle y que nada fallara. Más de una vez los vi por la televisión, concentrados en su labor y aclamados por la gente.
«En una de esas ocasiones, observé a Quique con una mano vendada. La razón me la contó luego él mismo, muerto de la risa: “Fue por una quemadura –dijo-. Los comensales se impacientaban en espera de la caldosa. Cuando dijimos que estaba lista, un grupo se arremolinó contra el quiosco móvil y tumbó el mostrador. Por instinto, y para que no me arrastraran, me agarré del asa de una olla hirviendo”.
«Participé con ellos en varios recorridos. Fuimos invitados, por ejemplo, a la Revista de la Mañana y al Festival de la Radio de Bauta. Pero Quique y Marina siempre fueron más conocidos que yo. De corazón te lo digo: eso no me molesta en lo absoluto. Ocurre como con los escritores, que crean personajes y luego estos los sobrepasan.
«Hay un refrán que reza: “nadie es profeta en su tierra”. Eso jamás funcionó con Quique y Marina, porque los tuneros los adoraban. Recuerdo un caso insólito. En 1981, en la zona del tanque de Buena Vista, montaron una caldosa gigante en cinco calderos grandísimos que dio cinco mil raciones. Fue en una actividad festiva, cuyo cierre estuvo a cargo de Celina González y El Jilguero de Cienfuegos. La televisión nacional la transmitió para toda Cuba. ¡Una apoteosis!
«Esa noche, cansado de tanta juerga, me acosté temprano. Pero apenas cerré los ojos, ya andaban en mi busca Homero Pérez –por entonces director de Palmas y Cañas-, Fernando Guardado, Figueredo Doncell y otros más. Pretendían seguir la fiesta, pero me escabullí. Al rato se aparecieron Miguel Ángel Céspedes y Sergio Farías a darme el «de pie». Andaban cantando por la ciudad. ¡Tuve que seguir la parranda!

MÁS ALLÁ DEL PLATO

«La caldosa se hizo tan célebre que, incluso, desbordó el contexto cederista. Estoy enterado de que en La Habana algunos estudiantes de la enseñanza media la han adoptado. No como plato, sino como sinónimo de festividad. “Ayer armamos una caldosa”, dicen. Puede que la elaboraran o no. Pero a sus celebraciones las llaman así: caldosa.
«Hay anécdotas cómicas. Una colega y yo –pertenecemos al Consejo Científico de la Ministra de Educación- comenzamos a investigar sobre tradiciones históricas. Me habló de una escuela habanera nombrada «28 de Septiembre». Fuimos allá y entrevistamos a varios alumnos.
«Entre otras cosas, les preguntamos por qué el centro se llamaba «28 de Septiembre». Para mi sorpresa, un estudiante despistado respondió: “porque ese día se inventó la caldosa de Quique y Marina”. Tuve que reírme. Es que algunos asocian la caldosa con esa fecha. El plato es, realmente, un auténtico símbolo de la unidad del barrio.
«Además de la versión de El Jilguero, La Caldosa de don Quique tiene otras. Entre ellas la de un grupo colombiano llamado Latin Brother, que la incluyó en un CD. Otra agrupación llamada Los Pinos la grabó con un sello japonés. La última que conozco –regettoneada- la hizo el grupo tunero El Balcón. El número se ha modernizado musicalmente. Incluso, existen varias versiones en tiempos de rap. Y hasta Aurora Basnuevo la cantó en un viaje que hizo al continente africano.
«He escrito unas 20 piezas. Pero, interpretadas por colectivos musicales, solo hay alrededor de 10. A La Caldosa de don Quique le continuaron en popularidad En 26 Las Tunas y El Sogón, ambos interpretados por El Jilguero de Cienfuegos; El chivo de Caisimú, por la orquesta Caisimú; y El Tiburón Ballena, por Los Caribeños.
«Mis relaciones con el fallecido Jilguero de Cienfuegos siempre fueron excelentes. Cuando iba a La Habana y lo visitaba, celebrábamos en grande. La última vez que lo hice llegué a su casa alrededor de la medianoche. Le solté una serenata junto a varios colegas. Luego armamos tremenda parranda.
«En su cumpleaños, el 28 de diciembre, Día de los Inocentes y San Inocencio, lo llamaba y conversábamos. La Caldosa de don Quique estará eternamente ligada a su currículo. Es un clásico de la cancionística cubana.
Quique y Marina fueron mis vecinos. Luego nos convertimos en una familia. Constituimos un equipo artístico. Él falleció el 15 de enero de 2004. Ella continúa ahí, aunque no como antes. «No, no sé hacer una buena caldosa. Para lo que sí estoy siempre dispuesto es para tomar la guitarra y descargar un rato. ¿Este 28 de septiembre? ¡Claro que hicimos un fiestón en el barrio! Y con caldosa, por supuesto».

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sábado, 8 de septiembre de 2012

Calle Gobernador Guillén

Guillén (centro) y su hijo (izquierda)
El Dr. Alfredo Guillén Morales fue un político y periodista tunero de inicios de la pasada centuria. Gastaba todavía pantalones cortos cuando se incorporó como un soldado más a las filas del Ejército Libertador de Cuba. Combatió en la toma de Las Tunas de 1897, a las órdenes del Mayor General Calixto García. Terminó la guerra con el grado de alférez. 
No eran los únicos méritos de aquel hombre de verbo florido e impetuoso carácter. Al fundarse en la zona el Partido Conservador, él fue su primer correligionario. Luego estudió Odontología y lo eligieron Representante a la Cámara. Desde su curul parlamentario puso en discusión un proyecto de ley para que todos los municipios cubanos dispusieran de servicios dentales. 
En su ejecutoria figuraba, además, el haber ocupado cargos importantes, como Consejero Provincial de Oriente, Gobernador Civil interino y hasta Gobernador titular. Siempre favoreció los intereses de su terruño. Más de una obra de la ciudad obtuvo compostura gracias a su apoyo. 
Con tan rico palmarés a guisa de argumento, y según registra el Libro de Actas del Ayuntamiento de Victoria de Las Tunas, el 21 de julio de 1917 varios concejales de ese concilio propusieron una iniciativa que, a todas luces, marcó el debut de la era de la chicharronería política local. 
La idea sugería que, «en vistas de los méritos adquiridos por el doctor Alfredo Guillén Morales durante el tiempo en que formó parte del Concejo Provincial de Oriente, y considerando que la única recompensa que pueden los pueblos dar a sus favorecedores es la recompensa moral que demuestre, además de gratitud, cuánto se aprecian sus servicios», se rebautizara a la calle Colón con el nuevo nombre de Gobernador Guillén. 
A pesar del entusiasmo que sus patrocinadores le insuflaron, el proyecto fue objetado por sus colegas de la municipalidad. Ellos creyeron injusto cercenarle el celebérrimo nombre del Gran Almirante -exhibido en todas sus esquinas desde 1884- a una de sus vías urbanas más populosas. Por agradecidos que le estuvieran al doctor Guillén, no les pareció correcto. 
Pero los concejales eran tercos. Y, para evitar que su guatacazo terminara en el cesto de los desperdicios, replicaron con una segunda opción: «Bien –alegó uno de ellos- aceptamos que no sea la calle Colón la del cambio de nombre. Pero, ¿y qué tal si se lo quitamos a la calle Canoa?» 
El golpe de timón generó una acalorada discusión en la que la desamparada calle Canoa –bautizada así desde 1868- devino víctima. Así, por mayoría, el Ayuntamiento de Victoria de Las Tunas acordó privarla de su nombre y llamarla en lo adelante Gobernador Guillén. El foro apestaba a chicharrón. 
Sin embargo, la novedad urbanística tendría efímera vigencia. A juzgar por el acta del primero de abril de 1918 del propio cabildo tunero, tan pronto la componenda de los concejales aterrizó sobre la mesa del Ministro de Gobernación, su titular se escandalizó. « ¿Pero han perdido la razón estos señores? –chilló con el documento en la mano- ¿Acaso ignoran que la Constitución de Cuba prohíbe identificar con nombres de personas vivas a los lugares públicos?» Y acto seguido ordenó vetar el acuerdo. 
El rechazo ministerial provocó gran desencanto entre los valedores de la propuesta. ¡Hasta el mismísimo doctor Guillén sintió en su alma la mordida de la desilusión! Pero, como la venganza es un plato que se come frío, se armó de paciencia. Y al cabo de un año le llegó su desquite. 
En efecto, pasados 12 meses del fracasado intento de sus admiradores para eternizar su nombre en una calle de la ciudad, el doctor Guillén tuvo la enorme dicha de convertirse en padre de un hermoso niño. ¿Y saben con qué nombre lo bautizó? ¡Pues con el de Gobernador Guillén! 
A la semana de nacido el párvulo, el eufórico progenitor remitió un telegrama al Ministerio de Gobernación con este lacónico y mordaz texto lleno de ironía: «Señor Ministro, me acaba de nacer un hijo varón. Se llamará Gobernador Guillén. Vea si usted es capaz de vetarme por inconstitucional ese acuerdo. Mis respetos, Dr. Alfredo Guillén Morales». 
Y, desde luego, no se lo vetaron.

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martes, 28 de agosto de 2012

La huella de los forasteros

No han sido escasos los nacidos en otras latitudes que, en algún minuto de sus vidas, escogieron a Cuba para levantar campamento. La mayoría, seguramente, pasó sin penas ni glorias. Pero otros dejaron una obra, una huella o un recuerdo difíciles de borrar. Propongo echarles un vistazo.


EL PADRE DE NUESTRA PEDAGOGÍA MUSICAL

La enseñanza musical en Cuba tiene su génesis en un maestro holandés de sólida formación académica: Hubert de Blanck. Este ilustre contertulio del dios Orfeo creó nexos con la isla al casarse con Ana García-Menocal, compatriota nuestra radicada a la sazón en Europa. En su compañía, y ya célebre como concertista, visitó La Habana en 1882. Un año después, decidió establecerse definitivamente entre nosotros. 
La capital cubana lo vio ejercer como promotor cultural, profesor de música y pianista acompañante. En el ínterin, amén de organizar la Sociedad de Música de Cámara en 1884, realizó su aporte cardinal: la fundación del Conservatorio de Música (1885), precursor de su tipo en el país. 
«Desde esa institución, Hubert de Blanck desplegó una obra de más de 45 años de enseñanza que contribuyó decisivamente a la formación de varias generaciones de artistas cubanos», afirma el investigador y periodista Leonardo Depestre. 
Amén de la docencia, el holandés se convirtió en partidario confeso de nuestra lucha independentista. Por esa razón las autoridades españolas lo encerraron primero y lo deportaron después. Sobrellevó su destierro en Estados Unidos. 
En Nueva York apeló a su virtuosismo para recaudar fondos destinados a financiar la causa cubana. En una fervorosa velada, estrenó Paráfrasis, una pieza para piano inspirada en nuestro Himno Nacional. Concierne también a su catálogo la ópera Patria, la primera en abordar el tema mambí. 
Concluida la guerra contra España, Hubert de Blanck volvió a la isla y retomó su magisterio. En 1903 se hizo ciudadano cubano. Murió colmado de honores, el 28 de noviembre de 1932. Un teatro habanero se dignifica con su nombre.

UN BELGA IMPRIMIÓ NUESTRO PRIMER LIBRO

No fue un coterráneo nuestro el impresor del primer libro cubano en 1722, sino… ¡un belga! Su nombre: Carlos Habré, matrimoniado con una criolla desde 1720 y dueño de una vetusta imprenta contigua al centro histórico habanero. 
Según anota en un artículo Huib Billiet, investigador y paisano de Habré, la existencia de esa obra fundacional no se conoció hasta el 2010, cuando un curador de una biblioteca norteamericana buscaba información en Internet sobre Francisco José de Paul, el segundo impresor de Cuba.
Mientas husmeaba en la web de la Biblioteca Nacional de Madrid, se dio de narices con un nombre que le resultó asaz conocido: Carlos Habré. Y, asociado a él, con un texto religioso ignorado hasta entonces: Novena en devoción y gloria de N.P. San Agustín, datado en La Habana en 1722. 
Fue un golpe de fortuna, porque, a pesar de su prolongada estancia en los anaqueles, la obra acababa de añadirse al fondo digital de la entidad. El hallazgo descartó la tesis de que el libro cubano más antiguo era Tarifa general de precios de medicinas, impreso en 1723 por el propio Habré. 
Por cierto, el único ejemplar de este título –encontrado en 1910 por el estudioso Manuel Pérez Beato, quien, según escribió Ambrosio Fornet, «lo dio a conocer como la obra inaugural de nuestra bibliografía»- pertenece a los Fondos Raros y Valiosos de la Biblioteca Nacional José Martí. 
De Carlos Habré no se sabe mucho. Ni siquiera cuándo debutó su taller en la calle San Agustín, hoy Amargura. Después de Novena en devoción…, imprimió un breviario. Luego, afirma con cierto desconsuelo un portal en Internet, «desapareció en los pliegues de la historia sin dejar más rastros».

EL FUNDADOR DEL ORQUIDEARIO DE SOROA

Las archifamosas orquídeas de Soroa estrenaron su perfume en 1948. Sin embargo, no fue hasta la llegada a la zona del floricultor japonés Kenji Takeuchi cuando las delicadas y exóticas flores conquistaron allí su legítimo esplendor. 
El capítulo cubano de este emigrante asiático comenzó a escribirse el 14 de enero de 1931, cuando él contaba con 30 años de edad. Aquel día, el barco donde viajaba rumbo a la ciudad norteamericana de Nueva York para estudiar Botánica en la Universidad de Cornell atracó en un muelle habanero. 
Según Rolando Álvarez y Marta Guzmán, autores del libro Japoneses en Cuba, Kenji «decidió no continuar, por un tiempo, hacia el destino previsto para conocer la flora tropical de la mayor de las Antillas». Lo de «por un tiempo» fue una presunción, pues en Cuba echó raíces. Años después lo contrataron para fundar el orquideario de Soroa, donde cultivó más de 700 especies de flores. 
En sus canteros hizo germinar una nueva variedad de margarita japonesa. La llamó Hasagawa Pink, en honor a la novia que dejó en Japón y que no volvió a ver. Pero su obra maestra brotó en 1953: el lirio José Martí, híbrido nipón-cubano. Lo ofrendó al siglo del nacimiento del Apóstol. 
Kenji Takeuchi murió en Cuba, el 30 de agosto de 1977. Había nacido en la ciudad de Hiroshima en 1901. «Fue un sabio que hizo grandes aportes a la horticultura cubana –acota en su memoria el citado libro-. Gracias a sus estudios y experimentos, el paraje de Soroa se convirtió en uno de los más hermosos del país».

UN ITALIANO INVENTÓ EN CUBA EL TELÉFONO

En enero de 1834, el ingeniero italiano Antonio Meucci desembarcó en La Habana en busca de fortuna. Traía como aval su experiencia de tramoyista en el Teatro de La Pérgola, en Roma. Buscó dónde emplearse y le ofertaron una plaza análoga en el Teatro Tacón, en Prado y San Rafael.
Además de diletante contumaz, a Meucci le apasionaba el uso de la electricidad en el tratamiento de ciertas malezas. Un día, al intentar aliviar con electrochoques la cefalea de un amigo, lo escuchó chillar desde un local vecino a través de los cables de cobre que unían a ambas habitaciones. 
Había descubierto que la voz puede transmitirse a distancia por un cable cuando las vibraciones sonoras se convierten en impulsos eléctricos. Meucci recordaría aquel grito como el sonido precursor de lo que sería luego su teléfono. 
Años después, el teatro Tacón fue pasto de las llamas. Ante la contingencia, su empresario resolvió partir para Nueva York. Meucci lo acompañó. En la urbe perfeccionó su invento, al que llamó teletrófono. Pero, como no andaba abundante de dinero, solo pudo pagar dos años de patente. Eso provocó que perdiera sus derechos sobre el aparato. 
Un norteamericano de origen escocés, Alexander Graham Bell, intentó, mediante artimañas legales, adjudicarse la paternidad del invento. Meucci contrató abogados y litigó en los tribunales. Pero fue en vano. Murió en la miseria, el 18 de octubre de 1889. 
El 11 de junio de 2002, por las presiones de la comunidad italo-norteamericana residente en el país, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Resolución 269, que descartó a Alexander Graham Bell y reconoció a Antonio Meucci como el verdadero inventor del teléfono, cuyos principios básicos estableció en La Habana.

EL CONSTRUCTOR DE NUESTRO FERROCARRIL CENTRAL

El ingeniero norteamericano William Van Horne figura en nuestros anales como la persona que dirigió la construcción del ferrocarril central cubano, a inicios del siglo XIX. 
Todo comenzó -grosso modo- cuando Estados Unidos ocupó la isla, en 1899. La avidez de sus compañías puso los ojos en la red ferroviaria criolla, desarrollada en el occidente del país, pero casi virgen en la parte más oriental. 
Van Horne –en cuyo brillante currículo constaba haber unido por ferrocarril el Océano Pacífico con el Atlántico en Canadá-, llegó a Cuba con la encomienda de tender una via férrea que enlazara a Santa Clara con Santiago de Cuba, un sueño postergado desde el siglo XIX por los españoles. 
Luego de sortear y superar complejos laberintos legales, decidió fijar la línea divisoria de las aguas en el centro del país, para así construir la menor cantidad posible de puentes y alcantarillas a lo largo de todo el trayecto. 
A seguidas, emprendió una intensa campaña de convencimiento entre los campesinos y los terratenientes residentes en las regiones por donde circularía el flamante ferrocarril para que donaran de forma voluntaria la tierra, todo en nombre de la bonanza que tal medio le acarrearía a la nación. 
Las obras constructivas comenzaron a ejecutarse al unísono en las ciudades de Santa Clara y San Luis -los extremos de las paralelas centrales proyectadas- en noviembre de 1900. Más de 6 000 hombres tomaron parte en esas labores. 
El 12 de noviembre de 1902, en una ceremonia oficial, se colocó el último tramo de raíles y traviesas en las cercanías de Sancti Spiritus. Se habían tendido 541 kilómetros de vía férrea. Cosa de un mes después, rodaban en una y otra direcciones los trenes y las locomotoras.

EL PRIMER DIRECTOR DE LA ACADEMIA DE SAN ALEJANDRO

Juan Bautista Vermay nació en Francia, en 1784. Aficionado a la pintura desde niño, hizo carrera por su buena mano con el pincel. Tomó clases del artista neoclásico Louis David y enseñó su arte a Hortensia de Beauharnais, hijastra de Napoleón Bonaparte. En 1713 el propio emperador lo eximió del Servicio Militar para que solo se dedicara a pintar.
Tras la derrota del Gran Corso en Waterloo, Vermay viajó a La Habana en 1815, invitado por el obispo Espada. El 11 de enero de 1818 fundó en un aula del convento de San Agustín la Academia Gratuita de Dibujo y Pintura, que comenzó a llamarse San Alejandro en honor a Alejandro Ramírez, gerente de la Sociedad Económica de Amigos del País. Vermay la dirigió hasta su muerte por cólera morbo en 1833. 
Este artista dejó su impronta en la plástica nacional, como la transformación neoclásica del interior de la catedral habanera, que conservó su notable fachada barroca. También pintó lienzos para El Templete, monumento colindante con la ceiba que el 16 de noviembre de 1519 acogió a la primera misa y cabildo de la villa de San Cristóbal de La Habana. 
Además de pintor, Juan Bautista Vermay fue arquitecto, decorador y escenógrafo. En su tumba en el Cementerio de Colón está grabado un epitafio lírico, escrito por su gran amigo, el poeta José María Heredia. Dicen tres de sus versos: / Ese pintor, sembrado en nuestro suelo / dejó de su arte el germen poderoso / y en todo pecho blando y generoso / amor profundo, turbación y duelo /».

EL PADRE DE LA METEOROLOGÍA CUBANA

El 4 de marzo de 1870 llegó a Cuba un sacerdote jesuita español llamado Benito Viñes Martorell. Traía la encomienda de dirigir el observatorio meteorológico del Real Colegio de Belén, en virtud de sus títulos de catedrático en Física y Ciencias Naturales por la Universidad de Salamanca. 
Tan pronto asumió su flamante cargo, se consagró a la tarea de realizar observaciones meteorológicas a horas fijas, acopiar datos de los eventos de esa naturaleza ocurridos en La Habana e investigar a fondo acerca de las trayectorias y características físicas de los ciclones tropicales. 
Según Habanaradio, «su penetrante poder de observación y su tenacidad como investigador le permitieron elaborar el primer aviso o pronóstico de ciclón tropical reconocido en la historia de las ciencias. Ocurrió el 11 de septiembre de 1875, y es una primicia para la meteorología cubana». Entre 1870 y 1893 vaticinó el paso por Cuba de 33 ciclones. 
Sus biógrafos afirman que el padre Viñes –Socio de Mérito de la Real Academia de Ciencias de Cuba- fundó las bases de nuestra tradición meteorológica y de la ciencia ciclónica aplicable en zonas donde se producen tormentas giratorias tropicales. De él dice la enciclopedia Ecured: «Sus ideas y teorías fueron consideradas por casi todos los meteorólogos del mundo durante la primera mitad del siglo XX». 
En 1893, los organizadores del Congreso Meteorológico de Chicago lo animaron a preparar un informe sobre ciclones. Lo redactó y le incluyó su método de pronóstico a partir de la observación de las nubes. También las conocidas «Leyes de Viñes», cuyos principios fueron trascendentales para entender la dinámica y el comportamiento de los ciclones tropicales en el área geográfica del Océano Atlántico. 
Este documento fue su testamento científico, pues la noche en que lo concluyó -23 de julio de 1893- falleció a causa de un derrame cerebral en el Colegio de Belén, institución donde transcurrieron los últimos 23 años de su vida. 
El periódico La Lucha escribió: «Incansable para el bien, infatigable en el estudio, consagrado por completo a Dios y a la Ciencia, cayó al terminar una obra científica».

UN ANGOLANO MILITÓ EN EL EQUIPO DE FUTBOL DE CUBA

La década de los años 60 del siglo pasado recién gateaba sobre el almanaque cuando un joven angolano llamado Antonio Dos Santos Franca arribó a Cuba con el propósito de estudiar una carrera en la Universidad de La Habana. 
Tan pronto desempacó su equipaje, comenzó a darle cauce a una de sus grandes pasiones: el fútbol. La calidad de su juego fascinó, ipso facto, a sus compañeros. Tanto que, un tiempo después, integró el equipo del alto centro docente y luego el de Industriales, el más potente de la capital.
Pero Dos Santos tenía anhelos aún más elevados. Y fue así como –entre taquitos y goles- llegó a integrar la selección nacional de fútbol de nuestro país –por entonces estaba permitida esa licencia-, en cuya nómina brilló como el mejor jugador foráneo jamás visto en canchas criollas. 
Uno de sus momentos de gloria durante los seis años en que vistió la casaca tricolor se consumó el 7 de febrero de 1965, cuando el once cubano derrotó 2-1 a su similar de Jamaica, en partido eliminatorio con vistas a la Copa del Mundo que se celebraría el año siguiente en terrenos ingleses. Dos Santos anotó los dos goles cubanos. 
Culminado sus estudios, retornó a su país. En 1977, la selección cubana realizó una gira por varias naciones de África: Libia, Mozambique, Zambia, Etiopía y… ¡Angola! En las gradas del estadio de Luanda, en calidad de espectador, disfrutó del encuentro Antonio Dos Santos Franca, quien para entonces era miembro del Comité Central del MPLA, el partido del Presidente de la República, Agostinho Neto. 
Nuestro hombre alcanzó en su patria el grado de General Además, desempeñó el importante cargo de Jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola (FAPLA), con las cuales combatió a las unidades de la contrarrevolución, siempre bajo el seudónimo de Ndalu
Antonio Dos Santos Franca, el angolano que formó parte de la selección nacional de fútbol de Cuba, nos ha visitado en varias ocasiones. La última el año pasado, en calidad de Diputado a la Asamblea Nacional de la República de Angola.

A UNA DOMINICANA SE LE ATRIBUYE NUESTRO PRIMER SON

Por Internet navegan sitios –tanto cubanos como foráneos- que consideran a la pieza musical Son de la Ma´Teodora, compuesta en Santiago de Cuba en 1562 por la dominicana Teodora Ginés, como el primer son de la historia. 
Según esos portales, la añeja pieza tiene características del cubanísimo género, por ejemplo, el diálogo entre el solista y el coro. Esto puede resultar polémico. Pero advierto que no es mi propósito atizar el debate. 
Entre los que asumen tal tesis está el cubano Laureano Fuentes Matons, quien la defiende en su libro Las artes en Santiago de Cuba (1893). De Teodora Ginés afirma que «es la primera celebridad musical de la Isla de Cuba». El investigador Fernando Ortiz, por su parte, tiene al Son de la Ma´Teodora como «el primero de los sones conocidos». 
Otros la objetan a ultranza, como Alberto Muguercia. La cuestionó así: «En 1562 no existían los instrumentos usados en el son cubano». Va más lejos: alega que las Ginés son hijas de la ficción. Y Danilo Orozco: «El son nació en la zona montañosa de la Sierra Maestra, alrededor de 1880». 
La tal Teodora (a quien llamaban Ma´Teodora), junto a su hermana Micaela, eran negras libertas nacidas en África, establecidas en la dominicana Santiago de los Caballeros y luego radicadas en Santiago de Cuba. Por sus aptitudes para la música, fueron liberadas por sus amos para que se integraran a la orquesta de la catedral oriental. 
En aquel sacro recinto fundaron también la primera orquesta instrumental de la ciudad indómita. Teodora Ginés tocaba la bandola y el bajo; su hermana Micaela, cantaba; la guitarra corría a cargo del sevillano Pascual de Ochoa; el violín era rasgado por el malagueño Pedro Almanza; y el portugués Jacome Viceira ejecutaba a todo viento el clarinete. 
Apócrifa o legítima esta historia -y ahora cito un pasaje del libro de Alejo Carpentier La música en Cuba, publicado en México en 1946-, «la dominicana Teodora Gines (Ma'Teodora) fue un personaje legendario dentro de la historiografía musical cubana». Debemos admitirlo.

UN PERUANO LUCHÓ POR NUESTRA INDEPENDENCIA

En un salón del Palacio de los Capitanes Generales de La Habana existe un retrato de Leoncio Prado (1853-1883), el peruano que combatió por la libertad de Cuba. Era hijo de Mariano Prado, Presidente de la República del Perú. 
Tenía solo 19 años de edad cuando llegó a la isla. Aquí estableció relaciones de colaboración y amistad con líderes independentistas como Francisco Vicente Aguilera y Pío Rosado. Tiempo después, junto a 10 compatriotas nuestros, lideró una de las acciones más espectaculares de la Guerra Grande: el secuestro del vapor español Moctezuma. 
El hecho tuvo lugar el 7 de noviembre de 1876, cuando el buque-correo ibérico navegaba con personal, correspondencia y mercancía entre el quisqueyano Puerto Plata y la costa de Haití. El comando criollo pretendía apoderarse de la nave, artillarla y luego ponerla a guerrear contra España. 
Unas cuatro horas después de subir a bordo como pasajeros simples, y cuando estaba a punto de servirse el almuerzo, tres de sus hombres, armados con revólveres, conminaron a la numerosa tripulación a rendirse. Hubo resistencia y hasta algunos muertos. Pero la situación fue controlada. 
Prado asumió el mando del navío, le cambió el nombre de Moctezuma por el de Céspedes y levantó acta de lo ocurrido, en nombre de la República en Armas. Según Wikipedia, él mismo izó la bandera cubana, «por lo que se le considera el primer buque de la Marina del país en gestación». 
Acto seguido, puso proa al puerto haitiano de Paix, donde hizo bajar a sus prisioneros. Después levó anclas y se refugió en el puerto de Gracias a Dios. Las autoridades españolas, alarmadas por tan audaz suceso, ordenaron zarpar a sus buques de guerra. « ¡Hay que rescatar al Moctezuma y traerlo de vuelta!», exigieron a sus capitanes. 
El 4 de enero de 1877, uno de los acorazados se aproximó en zafarrancho de combate a Gracias a Dios. Leoncio Prado y su gente lograron salvar las armas y los medios. Luego incendiaron la santabárbara e hicieron estallar la nave. Según Ecured, «por esa acción fue ascendido a Coronel». 
Participó luego en la guerra de Filipinas y en la de su país contra Chile. Lo capturaron y condenaron a muerte el 15 de julio de 1883. Él mismo dirigió el pelotón de fusilamiento con tres golpes de cuchara sobre una cazuela.

EL ÚLTIMO MÉDICO DE NAPOLEÓN VIVIÓ Y MURIÓ EN CUBA

Se llamó Francisco Antonmarchí y nació en Córcega, Francia, el 6 de julio de 1789. A los 19 años de edad ya era doctor en Medicina; y, a los 30, uno de los mejores cirujanos de su época. Su brillante currículo le abrió las puertas del ejército imperial francés en calidad de galeno. 
En 1915 estuvo con Napoleón cuando fue derrotado en Waterloo. Junto a él se refugió en la isla de Santa Elena. Allí el cardenal Fesh lo nombró médico de cabecera del Emperador, encargo que cumplió desde septiembre de 1819 hasta la muerte del Gran Corso, el 5 de mayo de 1821. Antonmarchi fue quien cerró sus ojos e hizo su autopsia. 
Viajó por varios países hasta llegar a Cuba el 10 de mayo de 1837. Traía en su equipaje valiosos objetos, entre ellos el molde de la mascarilla mortuoria de Napoleón, cabellos suyos, la mortaja e, incluso, sus memorias. Dice Ecured: «De La Habana partió a Santiago de Cuba al encuentro de su primo Antonio Benjamín Antonmarchi y Chaigneas, dueño de cafetales y radicado en la villa de El Cobre».
En la ciudad oriental, «El médico de Napoleón», como le decían, se ganó el cariño de la gente y realizó la primera operación de catarata. Allí pasó «los momentos más felices de su vida», según solía decir a sus familiares. 
Falleció en Santiago de Cuba, en la casa del brigadier Juan Moya, a quien una vez había salvado la vida, el 3 de abril 1838 (se manejan también otras fechas del mismo año), víctima del vómito negro, nombre con el que se conocía entonces a la fiebre amarilla que tanto él había investigado. Fue sepultado con honores militares. 
Sus restos se encontraron en 1994 dentro de una caja de plomo de en el panteón de la familia Portuondo, en el cementerio de Santa Ifigenia, e identificados por el médico forense santiaguero Antonio Cobo Abreu. Luego de la investigación y certificación legal de rigor, la osamenta se cubrió de barniz, se introdujo en una caja metálica soldada y se depositó nuevamente en la cripta familiar. 
¡Divino país el nuestro! ¡Afortunada Patria donde tanta gente ilustre, venida al mundo allende sus fronteras, llegó cualquier día de cualquier año para regalarle su gloria!

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viernes, 3 de agosto de 2012

El primer tunero en olimpiadas

Ahora que los Juegos Olímpicos de Londres están en su clímax competitivo quiero presentarles a mis lectores al primer tunero que participó en esas competencias cuatrienales. Se trata de Norge Marrero González, un hijo de Puerto Padre nacido el 12 de noviembre de 1943, quien integró el equipo CUBA  de remos en la cita de Tokyo, Japón, en 1964. En aguas niponas remó en la modalidad de ocho con timonel. Su bote ocupó entonces el quinto puesto en las eliminatorias y el cuarto en el repechage. Cuatro años después, en los juegos de Ciudad México, en 1968, Norge volvió a remar, esta vez en el doble sin timonel, junto a Eralio Cabrera. Su embarcación reeditó el quinto lugar en la clasificatoria e igual ubicación en el repechage. En los certámenes estivales de Munich´72 y Montreal´76, fungió como técnico de la selección criolla. Luego, en 1977, fue promovido a presidente de la Federación Cubana de Remos. Actualmente es Director de Deportes de Alto Rendimiento del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), y en esa función está en la capital inglesa junto a la delegación de nuestro país. Norge Marrero González es el único cubano que ha tomado parte en 11 Juegos Olímpicos, tanto en calidad de atleta como en las de técnico, federativo y directivo.

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jueves, 19 de julio de 2012

Ilustres y desconocidos cubanos

La historia de Cuba tiene engarzados en sus páginas infinidad de nombres célebres. Escritores, deportistas, políticos, artistas, científicos… Los de más lustre apenas necesitan presentación. Otros –quizás no tan mediáticos- dormitan el sueño del anonimato sin apenas credenciales. 
Les propongo esta suerte de flashazos biográficos de algunos de esos compatriotas cuasi olvidados. Ellos trascendieron por sus aportes en diferentes áreas. Siempre habrá lectores enterados de su existencia. Otros, sin embargo, tal vez conozcan sus méritos por esta vía.

UN CUBANO, COLABORADOR DE GUSTAVO EIFFEL

La torre Eiffel es el símbolo de París. La inauguraron en 1889, cuando la Feria Mundial organizada por la Ciudad Luz. Su ejecutor fue Gustavo Eiffel. Pero hay algo poco conocido: uno de sus ayudantes era… ¡cubano! 
Guillermo Pérez Dressler –su nombre- nació en Guanabacoa, en 1860. Desde niño le gustó el dibujo. Pero no pudo desarrollarlo, pues su padre murió cuando él tenía 15 años de edad. Debió renunciar al aula para ayudar a su familia. Uno de sus profesores, conocedor de su talento y a través de gente rica del Vedado, le tramitó una beca para estudiar Arquitectura en la universidad de La Sorbona, en París. A los 21 años se graduó con honores. 
Su vida cambió cuando su ex-profesor, Gravier de Vergennes, le presentó a Gustavo Eiffel, quien necesitaba un asistente para la edificación de su torre. El cubano se convirtió en su mano derecha, al punto de que aquel le permitió corregir varios diseños y lo nombró administrador de la obra. 
Según el sitio de Internet de la Revista Somos Jóvenes, Eiffel padecía de vértigo –algo que intentaba ocultar-, por lo cual solo se atrevía a ascender hasta el primer piso. «Todo lo que se edificó por encima de ese nivel estuvo a cargo de la orientación y supervisión de Dressler», dice. 
El día de la inauguración de la torre, y para disimular su miedo a las alturas, Eiffel se puso a charlas en la base con varios dignatarios presentes. Fue Dressler quien guió a la prensa mundial hasta la cumbre del monumento y le sirvió de anfitrión. Añade el sitio: «Con el transcurso del tiempo se fue eclipsando su decisivo aporte a la construcción de la Torre Eiffel, y hoy en día no le se recuerda».

UNA CUBANA, DUQUESA DE LUXEMBURGO

María Teresa Mestre Batista nació en cuna burguesa en 1956, en la barriada de Marianao. Tenía tres años de edad cuando sus padres emigraron a Estados Unidos. Luego de un breve paso por España, se radicaron en Ginebra, Suiza, en cuya universidad ella matriculó luego Ciencias Políticas. 
Por azar conoció allí a un joven estudiante de su misma carrera. Ignoraba que era, en realidad, el Gran Duque Heredero de Luxemburgo, quien, para conservar su intimidad, se hacía llamar Enrique de Clairvaux. La química del amor funcionó y se casaron el 14 de febrero de 1981. 
En el 2000, Enrique devino Gran Duque de Luxemburgo, y María Teresa Gran Duquesa. Para demostrar su apego por sus orígenes, escribió en español los documentos que la proclamaban soberana del pequeño país, y empleó el castizo María Teresa en lugar de Merie Therese requerido. 
Deseosa de reencontrarse con sus ancestros, hizo una visita privada a Cuba en el 2002, acompañada de uno de sus cinco hijos. Se alojó en el hotel Santa Isabel, en la Habana Vieja. Declaró que ese viaje la marcó. 
«Hay algo muy fuerte que he descubierto y se llama cubanía, un sentimiento que cuando uno crece en una familia cubana no se pierde nunca. Me he dado cuenta de que sucede algo especial con los cubanos y es que están unidos. Aunque no vivan en Cuba, crecen con Cuba, comen cubano, hablan cubano, sienten cubano y el corazón late cubano». dijo. 
Es la primera soberana de origen latinoamericano en una monarquía europea. Patrocina la Liga de Ciegos y la Asociación Alzheimer de Luxemburgo. Además, es Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO y Presidenta de Honor de la Fundación de Investigación sobre el SIDA.

UN CUBANO, SECRETARIO PRIVADO DE SARMIENTOS

Ramón Roa (1844- 1912) nació en Las Villas. Desde su etapa estudiantil tuvo arrojos libertarios. Tanto, que a los 16 años de edad las autoridades coloniales lo forzaron al exilio. Al despedirse de sus padres rumbo a Nueva York les atestó: «No volveré a Cuba sino con el rifle al hombro».
Rebelde contumaz, en Estados Unidos se enroló para ir a pelear en la guerra que los dominicanos libraban contra la reconquista española. Lo hizo como si se tratara de su propia Patria. Y con ardor tal que, con solo 20 primaveras, le colgaron sobre sus hombros los entorchados de coronel. 
Dos años después, Domingo Faustino Sarmientos –ilustre pedagogo, quien fuera luego presidente de Argentina- fue investido como embajador de su país en Washington. Allí el diplomático tuvo entre sus más cercanos colaboradores a Ramón Roa, quien, para entonces, estaba de regreso en USA y trabajaba en la sede sudamericana en calidad de attaché. 
A pesar de la diferencia de edades, hicieron tan buenas migas que el autor de Facundo invitó más de una vez a Roa a que lo acompañara en sus conferencias por universidades e instituciones norteamericanas. El cubano, incluso, la tradujo al inglés varios de sus textos y discursos. 
Ignacio Canel escribió en el sitio Cubarte: «Residiendo aún en Washington, Sarmiento fue informado del triunfo arrollador de su candidatura presidencial en Argentina, y el 23 de julio de 1868 embarcó hacia Buenos Aires, llevando consigo a Ramón Roa en calidad de su secretario privado». 
Sarmiento -el verdadero fundador de la República Argentina, según Martí –apreció mucho a nuestro compatriota. En su libro Pluma y Machete, este dice que al morir en la batalla de Curopayri el vástago de aquel, el gran hombre le propuso adoptarlo como hijo en su sustitución. «Y correspondiendo a ese tierno arranque, le quise siempre como un padre». 
Enterado del alzamiento, Ramón Roa regresó a Cuba para unirse a la lucha. Obtuvo el grado de teniente coronel. Fue ayudante de los generales Ignacio Agramonte, Julio Sanguily y Máximo Gómez. También secretario de Relaciones Exteriores y Hacienda dela República en Armas. 

UNA CUBANA, LA PRIMERA QUE AMAMANTÓ A BOLÍVAR

Cuando Simón Bolívar estaba por nacer, su madre, doña María Concepción, enfermó gravemente de tuberculosis. «En esas condiciones no es recomendable que amamante a su bebé», le aconsejaron los médicos días antes del parto. 
Se pensó entonces en Hipólita, una esclava que trabajaba en una de las haciendas de la familia. Ella podría ser madre sustituta y amamantar a Simoncito tan pronto naciera. Pero cuando eso ocurrió, el 24 de julio de 1783, la fiel negra, a punto de parir, no había dado a luz al suyo. 
La familia de Simón acudió a la señora Inés Mancebo de Miyares, una cubana casada con Fernando de Miyares, luego gobernador de Venezuela. La dama, amiga de María Concepción, acababa de debutar como madre y no vaciló en compartir su leche con el recién nacido. 
A pesar de que no tuvo gran trato con doña Inés, Bolívar le tuvo afecto a la cubana. Incluso, cuando se les confiscaban los bienes de los españoles y sus seguidores, él intercedió a su favor. «Cuanto usted haga en favor de esta señora corresponde a la gratitud que un corazón como el mío sabe guardar a la que me alimentó como madre –le escribió a un subalterno-. Fue ella la que en mis primeros meses me arrulló en su seno. ¿Qué más recomendación que ésta para el que sabe amar y agradecer como yo?»

UN CUBANO, YERNO DE CARLOS MARX

Un compatriota nuestro, Pablo Lafargue, fue yerno de Carlos Marx. Descendía de un judío francés y de una mulata haitiana instalados en Santiago de Cuba luego de escapar de la violencia en la vecina Haití en tiempos de la rebelión anticolonialista. 
Lafargue inició estudios en Cuba. Pasado un tiempo, su padre abandonó su negocio de café y marchó con la familia a Francia. Años después el joven matriculó Medicina de la Universidad de París. 
Su participación en un congreso estudiantil en Lieja, Bélgica, provocó que las universidades galas le prohibieran acceder a sus aulas. Pablo tuvo que marchar a Londres para reiniciar allí la enseñanza superior. 
En la capital inglesa devino asiduo visitante de la casa de Carlos Marx. «El muchacho empezó a encariñarse conmigo, pero pronto traspasó el cariño del padre a la hija», escribió aquel a su amigo Federico Engels. Se trataba de Laura, con la cual Lafargue formalizó relaciones en 1866. 
Carlos Marx no solo halló en el cubano a un yerno que haría feliz a su hija, sino también a un colaborador inteligente y capaz que interpretó con fidelidad su obra. Fue, además, el primer diputado socialista en el Parlamento francés. 
Lafargue escribió varios libros. Entre ellos, El derecho a la pereza, uno de los más difundidos de la literatura socialista mundial, solamente superado en ese aspecto por el Manifiesto Comunista, de Marx y Engels. 
El 25 de noviembre de 1911, convencidos de que habían vivido lo suficiente, Pablo y Laura se suicidaron de común acuerdo, luego de haber pasado la tarde en un cine de París comiendo unos pasteles de hojaldre. 
Ante sus tumbas hablaron personalidades como Jean Jaurés, líder socialista francés, y un revolucionario ruso exiliado, de nombre de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido en aquellos predios por el seudónimo de Lenin.

UN CUBANO, AUTOR DEL HIMNO NACIONAL DE GUATEMALA

José Joaquín Palma, un bayamés nacido en 1844, es el autor de la letra del Himnno Nacional de Guatemala, considerado entre los más bellos del mundo. Exiliado en ese país por sus actividades conspirativas en Cuba, en la tierra del quetzal dirigió la Biblioteca Nacional y fue profesor de Literatura Española en la Universidad de San Carlos. 
En 1896, durante la presidencia José María Reyna Barrios, se promovió un concurso especial para seleccionar la música y la letra del citado Himno Patrio. Se presentaron muchas obras. En el pentagrama se alzó con la guirnalda el maestro chapín Rafael Álvarez Ovalle. En la segunda convocatoria, el jurado seleccionó un texto de autor anónimo. 
No fue hasta 1910 cuando el propio José Joaquín Palma reconoció en público su autoría. El entonces presidente, Manuel Estrada Cabrera, lo condecoró con una medalla de oro. El estreno del Himno Nacional guatemalteco tuvo lugar en el 14 de marzo de 1897. La pieza consta de varias estrofas de elevado lirismo y contenido patriótico. 
Al constituirse la República en 1902, José Joaquín Palma formó parte del servicio exterior cubano en calidad de cónsul en la República de Guatemala. Nuestro compatriota falleció en ese país, el 2 de agosto de 1911. Sus restos fueron repatriados a Cuba tiempo después.

UN CUBANO, ALCALDE DE PARÍS

Un mulato cubano fue alcalde de París. Según el sitio Cubadebate, que cita un libro de un profesor francés, se llamaba Severiano de Heredia, nacido en La Habana en 1836. Era primo del poeta romántico cubano José María Heredia y del también poeta parnasiano galo José María de Heredia. 
A los 10 años emigró a Francia con su madre adoptiva. Allá desarrolló una larga carrera política y ocupó importantes cargos en la III República. El primero de junio de 1879 fue electo alcalde de París, que contaba por entonces con dos millones de habitantes. 
Durante su mandato enfrentó la emergencia del invierno de 1879-1880, que «exhibió temperaturas de hasta 23 grados bajo cero, el río Sena se congeló y las principales vías de comunicación quedaron bloqueadas». Severiano ordenó contratar a 12 mil desempleados para limpiar las calles y abrir los locales de la ciudad a las personas sin hogar. 
En 1881 lo eligieron diputado, y en 1887 Ministro de Obras Públicas en el gobierno de Maurice Rouvier. Los racistas de cierta prensa lo llamaban, despectivamente, «el negro del Elíseo». Murió el 9 de febrero de 1901, a los 64 años. Está enterrado en el cementerio de Batignolles, en París.

UN CUBANO, YERNO DE BENITO JUÁREZ

Pedro Antonio Santacilia se asomó a la vida el 24 de junio de 1826 en esa incubadora de patriotas que es Santiago de Cuba. Como tantos otros amantes de la libertad, fue deportado a España en 1852. Logró fugarse por Gibraltar y viajar de polizón en un barco que iba a Estados Unidos. 
En 1856 conoció en Nueva Orleans a «un indio pobre que, a fuerza de voluntad e inteligencia, había llegado a ser gobernador de Oaxaca y diputado en la nación azteca. Se llamaba Benito Juárez y quería constituir otro México», escribió Josefina Ortega. 
Santacilia y Juárez quedaron unidos por la amistad y las ideas. Tiempo después, el cubano se casó con Manuela, hija del bien Benemérito de América. Este llegó a tomarle tal afecto que solía llamarlo «mi querido hijo Santa». 
Cuando Francia invadió la nación azteca, Benito Juárez –quien fue varias veces presidente de México- le encomendó el cuidado de su familia y la tarea de adquirir armas en Estados Unidos, entonces en plena guerra civil. Tras la derrota de los franceses, Santacilia se mantuvo junto a su amigo y suegro en su gobierno de reconstrucción. 
Siete veces el pueblo mexicano eligió a nuestro compatriota diputado al Congreso Federal. Cuando estalló la Guerra de Independencia en Cuba, sus esfuerzos lograron que México fuera el primer país en reconocer la beligerancia de los mambises. Murió a los 76 años de edad, en 1910.

UN CUBANO, INICIADOR DEL PERIODISMO EN COLOMBIA 

Manuel del Socorro Rodríguez (1758-1819), bayamés de cuna y carpintero de oficio, nunca imaginó el destino que le tenía reservado la fortuna. Huérfano a precoz edad, bregó duro para mantener a su familia. Aun así, su devoción por los libros propició que adquiriera una gran cultura. 
«Fue entonces que, mediante un memorial, solicitó empleo al rey Carlos III y pidió que, antes de concedérsele, se le examinara. En el colegio de San Carlos lo sometieron a prueba en las ramas de las Humanidades y salió tan airoso que el mariscal de campo José de Ezpeleta, promovido de Capitán General de la Isla de Cuba a Virrey de Santafé de Bogotá, decidió llevarlo consigo y allí le encomendó la dirección de la biblioteca», escribió de él Ciro Bianchi. 
Favorecido por el apoyo del alto oficial español, en enero de 1791 el bayamés sacó a la luz el primer número del Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, hito que lo convirtió en el fundador del periodismo en el Nuevo Reino de Granada, como llamaban entonces a la actual Colombia. 
Cuando en esa región comenzó la lucha por la independentista, estuvo junto al prócer colombiano Antonio Nariño. Nunca superó el estado de pobreza en que vivió. Falleció en la diminuta buhardilla que siempre tuvo como habitación en la biblioteca. Una efigie de nuestro compatriota Manuel del Socorro Rodríguez honra desde 1910 el Salón de la Prensa de Bogotá.

UN CUBANO, PIRATA DE LOS MARES

Fue conocido como Diego Grillo, Dieguillo, Diego Martín y varios motes más. Sus biógrafos suponen que nació en San Cristóbal de La Habana allá por 1556, fruto de los amoríos entre una hermosa negra y un peninsular. 
Diego tuvo una infancia esclava, en la que abundaban azotes y agravios. Eso lo convirtió en rebelde. A los 13 años se fugó de la villa y se enroló como grumete en un barco. Meses después, el galeón donde navegaba fue capturado por el corsario Francis Drake. El cubanito quedó fascinado por el famoso y temido hombre de mar, quien lo apadrinó. 
Dice de él la enciclopedia Ecured: «Después que su maestro pirata fue nombrado Almirante de Inglaterra, el criollo mandó su propio barco, (…) convirtiéndose en el azote de las naves españolas que navegaban en los mares cubanos». 
Junto a Drake, saqueó entre 1577 y 1580 Campeche, Veracruz y puertos de las costas de Chile y Perú. Comenzaron a llamarlo el Mulato Lucifer. Llegó a ser segundo del célebre pirata holandés Cornelis Jol, conocido por Pata de Palo, con quien asoló ciudades como Nuevitas y Mariel. 
Dicen que hablaba perfectamente el inglés y la lengua africana de su madre. Y que hasta recibió honores de los reyes de Inglaterra por los servicios prestados a la Corona. Sus biógrafos agregan que era valiente hasta la temeridad y caballeroso con las damas cautivas. 
Ecured añade: «Hay constancia de que al menos dos gobernadores de la Isla de Cuba le persiguieron afanosamente, y en el libro Quién es quién entre los piratas se asegura que fue capturado y ahorcado por los españoles en 1673». Otras versiones dan por hecho que murió de viejo en Inglaterra, disfrutando de sus millones.

UN CUBANO, CAMPEÓN MUNDIAL DE BILLAR

Alfredo de Oro fue una gloria del billar cubano y del planeta. Nació en Manzanillo, el 28 de abril de 1863. Cuando tenía 15 años de edad, un hermano lo llevó por primera vez a un salón de billar. El muchacho aprendió a jugar y quedó prendado con las bolas y los tacos. 
Su progreso fue tal que, con solo 18 años, derrotaba ya a los mejores jugadores de Cuba. En 1887 participó en un torneo por el campeonato de Estados Unidos y empató en el lugar de honor. Tres años después lo ganó. 
En 1893 tomó parte en el Gran Campeonato del Mundo. Alfredo de Oro obtuvo la corona al derrotar al campeón inglés. En 1904 ganó también el Primer Premio en Campeonato del Mundo, celebrado en el contexto de la Exposición de San Luis. 
Obtuvo el campeonato mundial de billar 31 veces en varias modalidades, 18 en forma consecutiva. En 23 años solo perdió cuatro matches individuales en tres bandas y tiene el récord de haber hecho 93 bolas en un tiro. 
La revista norteamericana Billiards Digest lo reconoció como el cuarto mejor jugador del mundo en todos los tiempos. Se retiró en 1934 en Estados Unidos, donde murió en 1948, a los 85 años. En 1967 ue exaltado póstumamente al Salón de la Fama de Billaristas de Estados Unidos. 
Hay otros compatriotas ilustres. Guillermo Sanguily -hermano de Manuel y de Julio- fue alcalde de Sidney, Australia; la cubana Edelmira Sanpedro se casó en 1933 con el Príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón; el cocinero pinareño Elio Gutiérrez es el que le prepara los manjares a los reyes británicos en el palacio de Buckingham; un cubano fue el padre de Enmon de Valera, quien fuera primer ministro, presidente y autor de la constitución de Irlanda de Irlanda; el escritor italiano Italo Calvino no nació en la península, sino en la cubanísima Santiago de las Vegas… 
En fin, queda tinta en el tintero. Pero ya agoté la mía.

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lunes, 25 de junio de 2012

Erótica naturaleza...

El coco-de-mer es una curiosa palmera originaria de las islas Seychelles, en el Océano Índico. Se le conoce también por coco de mar y coco fresse
Según los botánicos, esta singular especie produce la mayor semilla del mundo, que puede llegar a pesar en la báscula hasta... ¡20 kilogramos!
Su fruto femenino, como se aprecia en la fotografía, semeja una cadera-pubis de mujer, mientras el masculino sugiere un miembro viril. 
Debido a sus reconocidas propiedades medicinales –se le acreditan, además, milagros afrodisíacos-, se convirtió en un objeto tan codiciado que estuvo a punto de extinguirse en el siglo XVIII. Actualmente solo se le encuentra en las islas Curieuse y Praslin, del propio archipiélago. 
En esta última ínsula, por cierto, existe un famoso bosque llamado Valle de Mai, plantado casi exclusivamente de esta palmera. Se trata de un área protegida que ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La exportación de sus semillas está reglamentada. 
El coco-de-mer -cuyo nombre científico es Lodoicea maldivica- aparece reproducido en las monedas de cinco rupias de las Seychelles y, en el único aeropuerto del archipiélago, los funcionarios lo estampan con un sello de goma en los pasaportes. El cultivo fuera de su hábitat natural es bastante raro, debido a la lentitud de germinación  de sus semillas.

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domingo, 17 de junio de 2012

Feliz Día de los Padres

-Tener hijos no convierte en padre, como tener un piano no vuelve a nadie pianista (M. Levine).

-Vive de modo tal que cuando tus hijos piensen en justicia y en integridad piensen en ti (J. Brown).

-Un padre cuya conducta personal sea paradigma vale por mil maestros (George Herbert).

-Nada hay nada más hermoso en el mundo que cuando un padre llega a convertirse en el mejor amigo de sus hijos (José Ingenieros).

-Con mucha frecuencia los seres humanos son en la vida lo que sus padres hacen de ellos (Ralph Waldo Emerson).

-El mejor regalo que un padre puede hacerles a sus hijos es un poco de su tiempo cada día (O. A. Battista).

-Un padre es un hombre que espera y confía en que sus hijos sean tan buenos como él hubiera querido ser (Joyce)

LO QUE PIENSA EL SER HUMANO ACERCA DE SU PADRE

A los 5 años de edad: Mi papá es el más grande, el más fuerte y el mejor de todos. Se las sabe todas.
A los 10 años: ¡Qué inteligente e importante es mi papá! No hay ninguno que sepa más cosas que él.
A los 15 años: Verdaderamente, mi papá esta fuera de onda. Por eso es que no me comprende nunca.
A los 20 años: Mi papá está que ya no pone una buena, sus ideas son anticuadas y están fuera de foco.
A los 30 años: Viendo la vida de lejos, no sé como mi papá no pudo hacer lo que yo hice y voy hacer.
A los 40 años: Voy a consultar a mi papá; he visto que mucho de lo que me ha dicho se ha cumplido.
A los 50 años: ¡Murió el viejo! Cuántos buenos consejos me dio siempre y no aproveché casi nunca.
A los 60 años: ¡Qúe sabio era papá! ¡Cuántos problemas me hubiera evitado de haberle hecho caso!
A los 70 años: ¡Qué sabios éramos! ¡Cuántos problemas nos hubiéramos evitado de habernos oído!

PARA LOS PADRES

Una noche, un niño le pregunta a su padre: “Papá, ¿cuánto ganas por hora?” El padre responde con otra pregunta: “¿Por qué quieres saberlo?” Y el niño: “No, por nada”. Acto seguido, el niño le pide cinco pesos. Y el padre: “¿Para qué los quieres?” Y el niño: “Para hacer un gasto importante”. El padre le entrega el billete. A la noche siguiente el niño vuelve a hacerle la misma pregunta y el mismo pedido, y el padre, enojado, le dice: “¿Piensas que me regalan el dinero? Considero una insolencia que me estés preguntando cuánto gano”. Lo manda a dormir. Pasados algunos minutos, el padre recapacita y, arrepentido, piensa que quizás fue un poco duro con su hijo. Se acerca a la cama del niño, lo acaricia y le dice: “Perdóname, a veces no estoy de humor; aquí tienes los cinco pesos." El niño lo mira tiernamente y luego le pregunta en voz baja: “¿No te molesta si vuelvo a preguntarte cuánto ganas por hora? El padre lo observa y le dice: “No me molesta, gano 10 pesos por hora”. Entonces el niño levanta la almohada, toma los cinco pesos del día anterior y le dice a su padre: “Toma, papi, ya tengo 10 pesos ¿Podrías estar una hora conmigo?”

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