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Pero no voy a hablar ahora de nuestra desaparecida fábrica, sino de sus torres. Esta foto congeló el momento en que -para orgullo de los manatienses en cualquier lugar de Cuba- disponía de cuatro chimeneas. Las primeras en levantarse fueron las metálicas. Se aprecian en color negro. Una aparece al fondo, casi tapada por el follaje de un higuillo que impuso su frondosa presencia en esa zona hasta que el huracán Ike lo convirtió en leña. Luego vienieron las chimeneas de ladrillos, es decir, el par restante. Con el tiempo, y por etapas, se demolieron todas y se erigieron dos más, esta vez por el sistema de paneles de hormigón y acero, todo -¡pa´su escopeta-! fundido allá arriba, en las alturas. En la parte izquierda de la foto se distingue una de esas torres en fase constructiva, con su cúpula todavía por terminar.
Y aquí viene mi anécdota. Durante el levantamiento de una de ellas, por los años 70 del siglo pasado, la brigada especializada a cargo de su ejecución pasó un susto de anjá. Resulta que una mañana sus integrantes se encontraban en pleno ajetreo, a unos 50 metros de altitud, cuando de pronto -¡zaz!- una ráfaga de viento estuvo a punto de echar abajo el andamio sobre el cual trabajaban. Afortunadamente para ellos, consiguieron aferrarse como pudieron a las estructuras terminadas y no hubo que lamentar víctimas. Dicen que ese día interrumpieron la jornada laboral, bajaron a toda prisa por un cable y, para brindar en grande por su buena suerte, por poco se beben todo el ron del bar de los Folgueiras, que expendía a la sazón donde está hoy el restaurante Argelia.
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