jueves, 27 de diciembre de 2007

El hijo alegre de la caña de azúcar

El título de esta crónica se lo pedí en préstamo a Fernando G. Campoamor, el desaparecido hombre de letras cubano, autor de un popular libro con ese nombre. El escritor y periodista artemiseño diseñó en su obra todo lo que de auténtico y de maravilloso hay en esa «mezcla culta de factores incultos», como alguien bautizó con acierto al coctel. Quiero compartir con los lectores de mi blog algunos matices del asunto en este festivo diciembre.
Los orígenes del coctel cubano -conocido y reconocido en buena parte del planeta- se remontan al siglo XIX, cuando los habaneros de la época solían tomar el fresco del atardecer en los portales de los bodegones de la ciudad. Aseguran los invetigadores del tema que por entonces se acostumbraba beber una mezcla de ron con miel a la que los parroquianos llamaban compuesto. No tenía nada de especial, pero era el trago de moda y como tal se le invitaba a la mesa.
Casi al terminar aquella centuria los alambiques comenzaron a fabricar un licor blanco y seco. A cierto cantinero capitalino se le ocurrió un día ligarlo indistintamente con jugos, refrescos, hielo, azúcar... La mezcla resultante la sirvió en copas de cristal y las adornó con tajadas de frutas y ramitas de yerba buena. El nuevo brebaje atrajo simpatías y devino éxito rotundo. Nadie volvió a acordarse del humilde compuesto. Así nació el coctel cubano.
Desde entonces, varias combinaciones etílicas de factura criolla pasearon su bouquet por las más alegantes barras del planeta. La coctelería internacional les reservó un palco de preferencia. Personalidades de la talla de Ernest Hemingway, por ejemplo, contribuyeron a difundir sus cualidades gustativas. Coctelómano empedernido, el Premio Nobel norteamericano se hizo cliente habitual de dos de los más famosos bares de La Habana: El Floridita y La Bodeguita del Medio. Ambos prestan todavía servicios.
En fin, lector amigo, si algún producto no necesita demasiados protocolos es el coctel cubano. Resulta mucho mejor degustarlo en colectivo que distraerse con disquisiciones teóricas acerca de su origen. Para que ponga enseguida manos y batidora a la obra y le regale a su paladar un trago inolvidable, le propongo algunas recetas clásicas que le han dado a nuestra coctelería prestigio, aceptación y universalidad. Tome nota de ellas, por favor:
DAIQUIRÍ: (Debe su nombre la playa de Santiago de Cuba donde nació)
En la batidora:
Media cucharadita de azúcar, ¼ de onza de jugo de limón, gotas de marrasquino, onza y media de ron blanco y una buena cantidad de hielo frapé. Batir bien y servir en una copa de champán.
CUBA LIBRE:
(Inspirado en el grito de guerra de nuestros mambises)
En un vaso de jaibol:
Onza y media de ron blanco, cubos de hielo, refresco de cola y gotas de limón. Revolver.

MOJITO: (Nacido en la playa habanera de La Concha)
En un vaso de jaibol:
Media cucharadita de azúcar, ¼ de onza de jugo de limón. Diluir bien con un poquito de soda. Añadir hojas de yerba buena y machacar el tallo para que suelte el jugo (sin dañar las hojas). Cubos de hielo. Agregar una onza y media de ron blanco.
De la coctelería clásica cubana dijo, admirado, cierto autor: «Ha estado en los labios de gente importante: reyes y príncipes, duques y archiduques, condes y vizcondes, barones y lores, bajás y mandarines, excelentísimos y eminencias, magníficos e ilustrísimos, rajás y maharajás, obispos y cardenales...»
Con un currículo así, ¿vacilaría alguien en levantar enseguida la copa?

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sábado, 15 de diciembre de 2007

Caprichos de gallinas

Las gallinas de Las Tunas andan últimamente con la autoestima por las nubes. En lugar de preocuparse por cacarear y por constituir familia, les ha dado ahora por aspirar a vedettes. Sus congéneres de corral están escandalizadas con las fatuas excentricidades de estas paranoicas con ínfulas de recordistas planetarias. ¡Vaya manera de violentar la lógica y los convencionalismos las muy pícaras!
Pues sí, hace unas semanas atrás, una polluela negra, con gallinero sito en las afueras de esta ciudad del oriente de Cuba, coqueteó con la gloria y fue durante varias jornadas titular en buena parte de los medios de información del planeta. Les ofrezco las razones para tamaño desafuero: en su primera vez al bate -digo, en su primera vez al nido- la novata puso un huevo de 90 milímetros de largo y 60 de ancho que pesó... ¡148 gramos! El archifamoso libro Guinness de los Récords jamás había registrado algo parecido.
La flamante plusmarquista, sin embargo, no se contentó con echar fuera tan desproporcionada postura, sino que la concibió al estilo de las cajas chinas, es decir, con otra en su interior, lo cual acrecentó su notoriedad. Y no es para menos, porque los expertos –valga decirlo- le confieren a los huevos de 45 gramos de peso la condición de chiquitos, a los de 65 la de normales y a los que llegan a 75 el rango de grandes. En consecuencia, el huevo tunero se incluye por derecho propio en la división superpesada. Solo falta calcular cuántas personas podrían haber comido revoltillo en caso de que el dueño del ave hubiera pasado yema y clara por una sartén caliente.
Enterado del acontecimiento por la magia de Internet, Nelson Carneiro, especialista brasileño en la materia, escribió en su página personal de la web el siguiente comentario: «Este huevo gigante significa una aberración de la naturaleza, pues eso solamente sería posible en aves seleccionadas, con pesos corporales próximos a los 3,5 kilogramos». Los parámetros del experto carioca, desde luego, no armonizan con nuestra criollísima y plebeya polluelita, carente de pedigrí, lo cual multiplica su récord fuera de linaje.
Pero la proeza de la joven ponedora duró lo que el clásico merengue en la puerta de un colegio. En efecto, poco tiempo después la Agencia de Información Nacional de Cuba circuló la noticia de lo ocurrido en una granja avícola de la provincia de Pinar del Río, en el extremo occidental de la isla, la cual transcribo parcialmente:
LOS PALACIOS, Pinar del Río (AIN).- Un huevo de 168 gramos de peso, reportado en esta localidad, reúne las condiciones para romper el récord Guinness en poder de una gallina de la provincia de Las Tunas. La postura de ave, con 120 milímetros de largo y 80 de circunferencia, si bien no es de oro, produce asombro en quienes la han visto. El hecho ocurrió en el área de autoabastecimiento para obreros y familiares de la unidad empresarial de base cosechadora de arroz en Los Palacios, a partir de la repentina muerte de una de sus aves de corral. Ante el suceso, el veterinario patólogo del centro decidió intervenirla quirúrgicamente para determinar las causas y en esos menesteres le fue detectado y extraído el descomunal huevo, a la postre fatal para su progenitora, una gallina de la especie llamada montañés, híbrido de criolla y canadiense.
A juzgar por la información de los colegas, esta unidad ovoide podría aspirar con toda potestad al certificado de nueva recordista universal. Lástima que, si se lo reconocen finalmente los editores ingleses, el lauro deba ser adjudicado con carácter póstumo, pues la protagonista falleció en el intento de soltarlo fuera. La polluelita negra de Las Tunas, sin embargo, continúa viva y en juego, picando de lo que pican los pollos en el patio de su dueño, el ornitólogo Humberto Cao. Y por cierto, sería legítimo de su parte interponer recurso legal para que se le respete la primacía obtenida en buena lid, pues su huevo «nació» por las rutas convencionales y no por la vía de la cesárea, como le sucedió al de la plumada pinareña.
Y ahora esta otra, también envuelta en plumas: Desde que el mundo es mundo, las gallinas han puesto siempre sus huevos a ras de suelo, ¿no es cierto? Lo mismo dentro de un cajón que debajo de un matorral. Pero resulta que una joven polluela -¡ahhh, los jóvenes siempre rompiendo patrones!- del tunero poblado de Calixto, cerca de la capital provincial, se ha encaprichado en hacerlo encima de un tamarindo. ¡Despega y aterriza a la manera de una paloma! Allá arriba, entre los troncos del árbol, construyó la muy extravagante su nido, y, según todo parece indicar, le va de lo mejor.
Se trata, como en el caso de los huevos gigantes, de algo inusual, porque las gallinas, hablando en términos de béisbol, se trasladan de un sitio a otro de roling, no de flai. Un sitio digital lo deja claro al decir que «ciertas aves, como las gallinas, los pavos y los avestruces, no pueden volar o realizan un vuelo bajo y corto, más bien parecido a un salto prolongado». Y agrega: «Eso se debe a que sus alas son débiles y poco desarrolladas y a que carecen de poderosos músculos pectorales capaces de permitirles emprender vuelo estable y sostenido, como en el caso de las golondrinas, los vencejos, las águilas, las palomas y otras especies.» Añade que el vuelo estable depende también del tamaño de los huesos, la alta temperatura, la fuerza del corazón e, incluso, de las plumas. «El esqueleto de un ave voladora es siempre muy ligero y de huesos delgados, en cuyo interior hay aire en lugar de médula», refiere el cibersitio.
Ahora, independientemente del tamaño de sus alas, de las proporciones de su pechuga, del temple de su miocardio y de su estado febril, lo que trae en ascuas a la gente en Las Tunas es saber cómo se las arreglará para bajar a sus polluelos del tamarindo cuando salgan del cascarón. Sí, ella, por libérrima elección, construyó su nido en las alturas y puso los huevos allá arriba. Pero, ¿y ahora qué? La pregunta se las trae. ¿Alguien tiene una respuesta?

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martes, 11 de diciembre de 2007

Curiosidades a pie de mapas

Muchos aficionados a la geografía suelen en ocasiones conocer más sobre este redondo y maltratado planeta nuestro que algunos grandes hombres de vocación cosmopolita. Se cuenta, por ejemplo, que Julio Verne, el genial novelista francés, escribió la mayoría de sus obras de temas geográficos sin salir jamás de su natal Nantes. ¡Y hay que leer al autor de Cinco semanas en globo para apreciar cuántas vueltas dio por el mundo! Una caminata por la Patagonia, un crucero por Oceanía, una expedición por África..., siempre andando, volando y navegando imaginariamente sobre sus mapas.
En fin, hay diferentes tipos de aficionados. Unos son auténticos maestros y otros humildes aprendices. Me inscribo en el segundo grupo. Fue así como al revisar un moderno atlas electrónico de última generación, conocí, entre perplejo y curioso, que el nombre de Cuba, mi país, no es exclusivo de este caimán antillano. Tampoco es único el de Las Tunas, mi provincia. Como si fuera poco, no lo es el de Manatí, mi municipio de nacimiento. ¡Desconcertante!
En los Estados Unidos de América, por ejemplo, se llaman Cuba 17 lugares ubicados en 15 estados federales, a saber: Alabama, Georgia, Illinois (2), Indiana, Kansas, Louisiana, Missouri (2), Nuevo México, Nueva York, Carolina del Norte, Ohio, Dakota del Norte, Tennesse, Texas y Wisconsin. Por mucho que trato, no consigo explicarme las razones de semejantes coincidencias toponímicas en dos naciones de tan diferentes orígenes e idiosincrasia.
Pero el asunto no termina ahí. En México aparecen en los mapas cuatro localidades llamadas Cuba. Se localizan en los estados de Campeche, Durango (2) y Sonora. Más al sur, en la República de Colombia, se registran tres pueblos denominados así. Y otras dos en territorio de Bolivia. Y una, respectivamente, en Argentina, Filipinas, Portugal y Puerto Rico. Desconozco si a los habitantes de todas esas comarcas les gusta bailar el son, comer lechón asado, ayudar al menesteroso y jugar a la pelota. ¡Solo eso faltaba!
Con el nombre de Las Tunas ocurre algo parecido. En México hay sitios llamados así en Chihuahua, Sinaloa y Tamaulipas. También cuentan con uno per cápita Argentina, Chile, Honduras, República Dominicana y Venezuela. Y para confirmar aquello de que «nadie es profeta en su tierra», la provincia tiene un doble toponímico en... ¡su propio territorio! En efecto, un poco al sur de la capital de la comarca se encuentra un asentamiento nombrado así: Las Tunas. Y por añadidura, otro bautizado Las Tunas de Guaimarillo.
El municipio de Manatí es el único de los ocho de la provincia tunera que tiene eco onomástico en otras latitudes del planeta. Aclaro que el denominado Colombia se llama así por razones de solidaridad con ese país, de manera que no cuenta en esta reseña. Así, Manatí se repite dos veces en la República de Colombia y una vez en la europea Albania, las africanas Angola y Sudán, la caribeña Puerto Rico y la bolivariana Venezuela. Para no ser menos que Las Tunas, Manatí tiene su par en la geografía cubana por la zona sur de la provincia de Ciego de Ávila. ¿Verdad que son muy curiosas estas coincidencias?

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lunes, 10 de diciembre de 2007

Paseo de domingo

Ayer domingo resultó un día muy especial para mi pequeña familia. Desde hacía varios meses no salíamos a pasear todos así, juntos. Entonces, aprovechando la celebración de un evento sobre Periodismo en la ciudad de Puerto Padre, distante unos 40 y tantos kilómetros de la capital provincial, nos dimos todos un saltito hasta allá y cambiamos de aires por unas siete horas.
Nuestras niñas se divirtieron de lo lindo en la bien llamada Villa Azul de Cuba. Sofía cantó varias canciones de su «repertorio» y, por si eso no bastara, «participó» en la sesión teórica del evento con papá. Beatriz, por su parte, correteó todo lo que quiso por los pasillos y jardines y hasta se fue de compras con mamá. Se portaron excelentemente las dos princesas y no se ganaron ni siquiera un regaño, lo cual les agradecimos sobremanera.
En el viaje de retorno en ómnibus, el sueño las rindió en nuestros brazos. Por fortuna, Morfeo no las retuvo durante mucho rato en su reino y al cabo de una hora, aproximadamente, ya estaban las dos despabiladas y listas para reiniciar sus travesuras. Y cuando digo «por fortuna» es porque la brevedad de la siesta nos garantizó que por la noche se fueran a la cama relativamente temprano y nos dejaran a nosotros -mamá y papá- descansar también un poco luego de una intensa y feliz jornada de trasiego puertopadrense.
Hoy, 10 de diciembre de 2007, Sofía cumple tres años de edad. Pero de eso hablarán mañana las imágenes de su fiestecita. Las publicaré aquí mismo, en mi página. ¡Felicidades, mi Sofi!

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viernes, 7 de diciembre de 2007

Maceo en el recuerdo

En la historia de las guerras de todas las épocas no abundan los nombres de soldados que hayan recibido en sus anatomías 26 heridas durante los combates. Los cubanos, para gloria nacional, disponemos de un ejemplo: el Mayor General Antonio Maceo Grajales. O, si lo prefiere, el Titán de Bronce, como lo bautizó en la manigua su fiel compañero de armas y de ideales, Manuel Sanguily.
Fue el también Lugarteniente General del Ejército Libertador un hombre de méritos excepcionales. Su valor -lo reconocieron en la época hasta sus más enconados enemigos- lindaba con la temeridad, y ni en los más difíciles trances pidió tregua. Durante las gestas independentistas cubanas iniciadas en 1868, participó en más de 800 batallas y su cuerpo salió de algunos muy mal parado. En ninguno de esos casos se permitió permanecer mucho tiempo en cama.
En la batalla de Mangos de Mejías, lo impactaron ocho balas. Cinco le perforaron el pecho y tres le alcanzaron la mano derecha, la encargada de empuñar el revólver y el machete. Convaleciente todavía de tan serias lesiones, supo que su tropa era acosada por una partida española. Se irguió con dificultad de su camilla, montó en su caballo y se puso a salvo de sus perseguidores.
La historia de San Pedro de Punta Brava fue el colofón a tanta gloria. Al escuchar disparos en las proximidades de su campamento mambí, se puso de inmediato al frente de sus hombres y ordenó zafarrancho para enfrentar al enemigo. Una alambrada obstaculizó la acometida insurrecta. Envió a varios jinetes a picarla con sus machetes para intentar luego salir a campo abierto e iniciar la carga.
Estaba a la espera de que fuera neutralizado el obstáculo en medio de la balacera cuando le dijo al brigadier José Miró Argenter: «Esto va bien». El doctor Zertucha, que acompañaba a Maceo en la aciaga jornada, narró así tan dramáticos instantes en carta dirigida al Mayor General Máximo Gómez, fechada el 12 de septiembre de 1899:
«Apenas hubo acabado de decir el General Maceo las anteriores palabras, cayó por el lado izquierdo de su caballo como herido de un rayo, lanzando su machete hacia adelante a considerable distancia. Tras él caí yo: lo encontré sin conocimiento; un arroyo de sangre negra salía por una herida que tenía al lado derecho de la mandíbula inferior, a dos centímetros de la sínfisis mentoniana. Introduje un dedo en su boca y encontré que estaba fracturada la mandíbula.
«Su estado general indicaba a primera vista la gravedad. La algidez, el síncope, el pulso nulo y la palidez que aumentaba hasta el extremo de estar su rostro desconocido, me indicaban había sido herido y que la muerte era cercana. A los dos minutos de ser herido, murió en mis brazos y con él cayó para siempre la bandera.»
Una reseña de la época agrega que el proyectil le entró por la derecha de la cara, desgarró la carótida y salió por la izquierda del cuello. Tras desplomarse, lo incorporaron de nuevo sobre la montura. Ahí otro impacto le hizo diana en el tórax y, de paso, mató a su caballo. Jinete y cabalgadura cayeron al suelo. Quienes pretendieron rescatar su cadáver resultaron heridos Así, el cuerpo de Antonio Maceo quedó solo en medio de la maleza, batido por la fusilería española.
La revista Bohemia reseñó así otro pasaje de aquel infausto 7 de diciembre de 1896: «Panchito, su ayudante, hijo del Generalísimo Máximo Gómez, que no participó en la acción de San Pedro por encontrarse herido, al conocer la suerte de su jefe, partió solo, con un brazo en cabestrillo y prácticamente desarmado, hacia el lugar del hecho. En un gesto supremo de devoción y lealtad fue a morir junto al General. Resultó blanco fácil de las balas adversarias. Lo hirieron dos veces y trató de suicidarse, pero antes quiso dejar una nota a sus padres y hermanos. No terminó de escribirla. Indefenso, lo remataron con ensañamiento los guerrilleros a machetazos».
HERIDAS RECIBIDAS POR MACEO
1-
Combate de Michocán (enero 16-1896)
2- Ingenio Armonía (mayo 20-1896)
3- Majaguabo Arriba (julio 2-1870)
4- San Rafael (julio 25-1870)
5- Majaguabo Arriba (octubre 2-1870)
6- Nuevo Mundo (diciembre 28-1870)
7 y 8- La Matilde (enero 16-1872)
9- Tiguajabos (enero 24-1872)
10- Ingenio Santa Fe (noviembre 2-1872)
11- Las Guásimas (marzo 15-1874)
12 a 19- Combate de Mejías (agosto 7-1877)
20- Vereda La Juba (febrero 8-1878)
21- Combate de Juan Criollo (febrero 12-1878)
22- San José, Costa Rica (noviembre 10-1894)
23- Combate de Río Hondo (febrero 7-1896)
24- Combate de Las Lomas de Tapia (junio 23-1896)
25 y 26- Combate de Punta Brava (diciembre 7-1896)

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martes, 4 de diciembre de 2007

Un popurrí para Barbarito Diez

La sobria tesitura de su voz no funda su abolengo entre los pétalos perfumados de una rosa de Francia. Irrumpe, afinada y limpia, de el arroyo que murmura allá en la distancia, junto al palmar del bajío, mientras desgrana al viento cadencias y compases de alta factura musical como el arrullo de palmas.
En tanto rompen los acordes, un dulce embeleso alucina la mirada. Es que cuando Barbarito canta, su voz emerge como de entre espumas para luego alcanzar la pureza de una perla marina. Así de mesurado es el estilo de este gigante del pentagrama, timbre y cariz de nuestro baile nacional.
Con su sello personalísimo e irrepetible, el danzón deviene capullo de alelí para los enamorados. Habría que tener alma de roca para no rendirse a tan sublime ensoñación. Es que mientras existan Barbaritos rompiendo la rutina habrá gente por ahí negada de plano a aceptar que ausencia quiere decir olvido.
Para que la oigas, Barbarito, la vida te anuncia hoy, 4 de diciembre de 2007, tu 98 cumpleaños. Será una fecha para festejar eternamente en Manatí, querido Manatí. De allí partiste un día del brazo de las musas a conquistar musicalmente el alma cubana con una rosa roja prendida en el ojal y un par de lágrimas negras nublándote el brillo de los ojos.
El pueblo que te reverencia no te olvida, Príncipe del Danzón. Aunque quiera olvidarte, ha de ser imposible. Los artistas de tu estirpe no mueren nunca, porque viven eternamente en su voz. Tu nombre no solo está grabado con letras indelebles en el tronco de un árbol. También en la parte más sensible de nuestros corazones.

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viernes, 30 de noviembre de 2007

Cantera, el de los crucigramas

Los crucigramas son, sin dudas, los entretenimientos de corte editorial más carismáticos y divulgados de la época contemporánea. A ellos no solo les reservan espacio en sus páginas las revistas y los periódicos, sino que hasta se editan libros dedicados por entero al tema. Tal y como los conocemos hoy, los primeros vieron la luz en diciembre del año 1913 en el suplemento dominical del diario New York World. Tuvieron tanto éxito que la dirección del rotativo optó por convertirlos en sección fija.
En el municipio tunero de Manatí, a 46 kilómetros de la capital provincial, radica desde hace más de 70 calendarios un hombre devenido referencia en tan interesante asunto: Enrique Cantera Alberdi. Allá por la década de los 80 del siglo pasado, este hispano nacido en Santander rubricaba la autoría de muchos de los crucigramas aparecidos en la prensa nacional. Hoy tiene 94 años de edad y la vista ya no le permite excesos. Sin embargo, Cantera accede a desgranar su historia crucigramera entre verticales y horizontales.
-Cuénteme, ¿cómo llegó al mundo de los crucigramas?
-A mí siempre me gustaron los crucigramas. En la etapa previa al año 1959, perseguía los de la revista Carteles, que eran dificilísimos, y no descansaba hasta resolverlos. Ahora, sobre lo que me preguntas, sucedió a mediados de 1980 aproximadamente, cuando me atreví a remitir algunos a la revista Bohemia, que cuando aquello era semanal, con más páginas y de mayor tamaño. Dos o tres meses después del envío tuve la sorpresa y la alegría de ver uno de ellos publicado, gracias a la confianza depositada en mí por el humorista y gran amigo Ramón Guerra –conocido popularmente por Mongo P.- quien por entonces atendía en la propia revista la gustada sección En Pocas Palabras, anfitriona de ese tipo de entretenimientos.
“Me motivó únicamente la intención de no estar ocioso en casa y de darle actividad a mis neuronas. Te advierto que soy una persona de formación autodidacta y presumo de haber leído mucho durante toda mi vida. Eso me facilitó bastante la tarea. Y como los desafíos intelectuales siempre han gozado de mis simpatías, pues cierta mañana me senté a la mesa, tomé lápiz, papel y regla, hice una cuadrícula de 15 por 15 sobre una hoja en blanco, llamé a filas a mi viejo diccionario Larousse Ilustrado, comencé a llenar casillas con palabras diversas y, luego de un montón de horas de tropiezos y aciertos... ¡nació mi primer crucigrama! Así fue el debut.
“A partir de ese instante sistematicé mi colaboración con la revista Bohemia, que se extendió por casi 10 años. Todos los meses me publicaban dos y hasta tres crucigramas. Pero mi desaforada producción desbordaba la demanda, y entonces les propuse también algunos a Verde Olivo y a Opina, dos publicaciones de la época, así como a la revista Logros, que editaba la ANIR. ¡Y también me los publicaron! En total soy autor de casi 800 crucigramas, muchos de los cuales todavía se encuentran inéditos en sus álbumes originales”.
-¿Se proponía algún objetivo específico al concebirlos?
-Jajajajajaja... En algunos de ellos –no lo niego- mi propósito era crear dificultades, hacer rabiar al solucionista, enredarlo en mis laberintos de casillas bloqueadas, confundirlo con paronimias diversas, en fin... Deliberadamente le complicaba la perspectiva semántica en la cuadrícula para obligarlo después a consultar un diccionario especializado en busca de un sinónimo, un antónimo o una definición cualquiera que, de no ser así, se hubiera negado de plano a revelarle su significado. Siempre me gustó fastidiar en eso, jajajajaja...
“Pero en otros crucigramas –y también lo reconozco- salía en busca del recreo intelectual, del regodeo idiomático... Muchos de ellos, incluso, podían hasta reflejar mi estado de ánimo en el momento de elaborarlos. De eso pueden dar fe quienes me conocieron y compartieron conmigo aquellos excelentes ejercicios de creación y de esfuerzo mental donde tanto me divertí y aprendí.
“Desde luego, no existen dos crucigramas completamente idénticos. ¡Ni siquiera parecidos! Eso sí, cada uno lleva implícito el sello personalísimo de su autor, razón por la cual los solucionistas habituales suelen identificarlos al primer golpe de vista. Eso ocurría siempre con los míos, aunque no llevaran mi crédito a pie de página”.

-¿Existe alguna técnica especial para estructurar un buen crucigrama?
-La técnica siempre es personal y se aprende sobre la marcha, con muchas horas de paciencia y de persistencia sobre los diccionarios. ¡No creas que es fácil! Se comienza por el modelo de papel cuadriculado con un número determinado de casillas intencionalmente sombreadas, no solo para hacer compleja la posible solución del crucigrama, sino también para dotarlo de un diseño visualmente atractivo y ligero, con simetría incluida.
“Acto seguido, se procede a distribuir poco a poco las palabras dentro del cuadro, de manera que las posiciones que ocupen en el papel –horizontales o verticales- no alteren en nada sus respectivos significados como consecuencia del necesario entrecruzamiento. En tales circunstancias, cada casilla vencida le trae nuevos obstáculos al creador, porque se trata de una verdadera tormenta de vocablos aceptados o rechazados, ya por su extensión, ya por su definición. Así es como se llega a la última letra y se le pone punto final a la aventura. Créeme, uno termina con la mente ardiendo.
“En mi caso particular, siempre procuré evitar, por ejemplo, la ubicación de palabras invertidas, aunque en ocasiones no me quedaba otro remedio que ponerlas. Tampoco solía apelar a siglas inventadas ni a neologismos forzados, aunque sí incluía nombres de países, de personalidades, de montañas, de ciudades, de ríos... Algunos eran extrañísimos y apenas conocidos, y eso hacía rabiar a la gente. Es que a mí siempre me ha parecido que lo fácil no enseña tanto como lo difícil. Si usted consigna para una horizontal: 1- Blanco y ovalado, que lo ponen las gallinas, enseguida le escribirán: huevo. Sin embargo, establezca para una vertical: 24- Nombre del padre de Cristóbal Colón, y verá cómo se suda la gota gorda para saber que se llamaba Doménico. Un crucigrama es también una enciclopedia breve, una antología de cultura general en pequeño formato”.
-¿Sabía que muchos lectores nunca los completaban con éxito?
-Sí, cómo no, estaba enterado de eso. ¡Y lo disfrutaba de lo lindo, jajajajajaja! Realmente, cuando terminaba de crear un crucigrama casi siempre tenía la certeza de que alguien no lo podría luego resolver hasta el final, ya fuera por ignorancia o por inexperiencia. Eso provocó más de una catarsis en mi contra a través del correo postal, con gruesos calificativos dirigidos a mi árbol genealógico. Pero nunca me reconocí culpable. Más bien me divertía con esas reacciones.
“Claro, otro grupo más hábil y preparado intelectualmente sí conseguía terminarlos, y también me lo hacía saber epistolarmente, entre triunfante y burlón. Se trataba de personas que preferían «vivir» mis crucigramas con sus incógnitas llenas de situaciones para pensar, discurrir y apelar al Larousse en busca de ayuda. Esos nunca aguardaban por la Bohemia siguiente para comprobar sus aciertos. Se exprimían las neuronas hasta sacarles el jugo en una suerte de masoquismo intelectual. Pero finalmente vencían.”
-¿Llegó a tener preferencias por alguno de sus crucigramas?
-Te confieso que sí. Eso siempre ocurre en el campo de la creación. En cierta oportunidad concebir uno de ellos me resultó tan extremadamente difícil y complicado que la obsesión por terminarlo casi me quitó el sueño durante una semana. Tal vez por eso se convirtió luego en mi favorito. Todavía hoy, después de tanto tiempo transcurrido, lo desempolvo alguna que otra vez de su álbum y le paso revista a sus casillas bloqueadas y rellenadas con nombres inauditos y acepciones fuera de uso extraídos de mi vetusto, gastado, exhausto y siempre fiel diccionario Larousse.

“Otra de mis producciones que recuerdo siempre con infinito agrado es la que contiene en su estructura cuadriculada los nombres de las 14 provincias cubanas y del municipio especial de la Isla de la Juventud, combinados todos con términos de uso popular y cotidiano. Lo significativo de ese crucigrama es que lo diseñé con solo 37 casillas bloqueadas. MI experiencia me dice que es imposible hacerlo con menos. Si alguien opina lo contrario y quiere probar, pues, arriba..., ¡manos a la obra!”
-¿Alguna anécdota personal relacionada con los crucigramas?
-Una no..., ¡varias! Mira, una vez recibí una carta simpatiquísima procedente del municipio de Ranchuelo, en la zona central de Cuba. Pues bien, en ella el remitente me adjuntaba unas cuartetas muy divertidas acerca de mi costumbre de incluir sinónimos rebuscados en los crucigramas. Los versos me hicieron reír, porque eran ingeniosos y estaban hechospor un cubano auténtico. Decían así: «Cantera, vete a la porra / te digo en esta cuarteta / ¿quién rayos en el planeta / sabe que api es mazamorra? / Hasta el diccionario fui, / de otra forma no podía / saber que la Ley Judía / era tora, y lo aprendí. / Ninguno de por acá / sabe que allá en Filipinas / además de criar gallinas / se produce el abacá. /
Expresión de cortesía / quiere decir rendibú. / Me parece que ni tú / ni nadie allá lo sabía. / No sigo porque es humano / no hacer tan larga la lista. / Pero hay que ser un artista / para batearte, mi hermano. / Yo trabajo sin apuro / y así siempre te bateo. / Pero en mi opinión yo creo / que estás pitcheando muy duro.»
-¿Qué le proporcionó a su vida el mundo de los crucigramas?
-Mucho. Muchísimo, diría yo. Me posibilitó probarme intelectualmente ante el desafío de las casillas en blanco, incrementó mi cultura general y me granjeó tremenda popularidad tanto positiva como negativa. Sí, porque –debo decirlo- tuve apologistas, pero también detractores. Además, una vida vertical para exhibirla cuando la horizontalidad me reclame. ¿No le parece que es bastante?

NOTA: Esta entrevista fue publicada por el periódico cubano Juventud Rebelde hace cinco años. Enrique Cantera falleció en su hogar manatiense el 22 de agosto del pasado 2006.

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martes, 27 de noviembre de 2007

La pelota viajera

Aquel mediodía pintaba bien para cualquier cosa menos para ponerse a jugar pelota bajo el sol. «¡Cómo se les ocurre…!», exclamaban siempre los mayores. Pero cuando se tienen 15 años de edad no se repara demasiado en semejantes bagatelas, propias de adultos aburridos y regañones. Y así pensábamos todos en el grupo de adolescentes que domingo tras domingo nos achicharrábamos en El Campito, nuestro destartalado terrenito de béisbol, para liarnos a batazos y en discusiones.
Íbamos llegábamos a cuenta gotas. César, con su estropeado guante, regalo de un primo que quiso una vez ser pelotero; Alberto, arreos y careta en ristre; Jorge Alba, el único que tiraba curvas entre nosotros; Humberto, con un bate de majagua fabricado a machete limpio; Corpas, con una vieja mascota de receptor... De más está decir que ser propietario de uno de estos implementos garantizaba la inclusión per secula en alguna de las dos novenas.
Jugar en El Campito no era miel sobre hojuelas, porque se las traía por sus irregularidades topográficas mitad tierra y mitad cemento. Imponía que los jardineros derecho y central se situaran a más de medio metro sobre el nivel del resto de las posiciones, entre los aparatos de un parque infantil; que el antesalista y el torpedero casi pegaran las espaldas a la cerca; que el left fiel jugara mucho más allá del límite perimetral, en medio de una calle; que el segunda base y el inicialista tomaran posiciones cercanas al lanzador...
Aquel domingo estábamos los de siempre y recién comenzaba el juego. Cada cual ocupó su sitio acostumbrado. En la lomita de uno de los equipos se trepó el gordo Jorge Alba, quien, durante el calentamiento, hizo sonar con estridencia la mascota de su receptor con aquella, nuestra única pelota, forrada esa mañana con esparadrapo y empolvada luego con ceniza para, según se aseguraba, facilitarle el agarre y hacerla menos pegajosa al tacto.
Pero -¡ay!-, Jorge solamente llegó a realizar un lanzamiento oficial. El hombre al bate le hizo swing y levantó un fly de foul hacia atrás, casi perpendicular con la calle de siempre, por donde transitan los carros que se dirigen hacia la ciudad de Las Tunas. Sucedió entonces algo extraordinario: en ese preciso instante acertó a pasar por la vía un transporte serrano –guarandinga, como le llamaban- repleto de pasajeros. Y como las casualidades están para que ocurran a pesar de nosotros, la pelota fue a caer sincronizada y exactamente encima del maletero, situado en el techo del vehículo. Imagínense...
Cuando vinimos a darnos cuenta, ya la guarandinga se había alejado lo suficiente como para no poder darle alcance ni con la voz ni con las piernas. Ninguno de los viajeros se había percatado del abordaje de aquella intrusa de última hora, sin la cual nuestro encuentro dominical estaba condenado irremediablemente a irse a bolina.
Pasmados e incrédulos, perdida en calidad de polizona la única pelota en existencia por causa de aquel azar fuera de cálculo, recogimos el magro equipamiento y nos despedimos a deshora con la promesa de inventar algo, cualquier cosa, para la próxima cita dominguera.
Cuando retornamos a nuestros hogares –tristes, derrotados, cariacontecidos- más de un padre nos salió con aquello de «¡pero cómo se les ocurre...!» Y a pesar del respeto que nos inspiraban, más de uno les respondimos con una elocuente torcida de ojos.

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jueves, 22 de noviembre de 2007

Pedradas desde el cielo

Al filo de las dos y media de la tarde del viernes 29 de marzo de 1963, Enma Gutiérrez sacó media humanidad por el hueco de la ventana del comedor y fijó sus ojos castaños en las nubes. «¡Ñoo, va a caer tremendo aguacero!”» dijo para sí. Mujer precavida, corrió ligera a recoger lo que tenía oreándose en los cordeles del patio. «Bien que nos vendría aunque fuera una chubasco», pensó, mientras se echaba al hombro sábanas, camisas, blusas, toallas... Tuvo que apresurarse. «¡Uff, gracias a Dios me dio tiempo!», se felicitó. Ya dentro de la casa y con la ropa seca, se sirvió una tacita de café. «¡Qué rico!», reconoció. Estaba aún relamiéndose de gusto cuando se desató aquella tormenta horrible. Luego vinieron 40 minutos laaaaaaaaargos que los tuneros de la época no olvidarán en lo que les resta de vida.
«Recuerdo que había una seca tremenda y todos estábamos locos porque lloviera –apunta el hoy septuagenario Alcides Viamontes. Ese día el cielo se puso negro como chapapote. ¡Parecía que lo habían pintado!. Los primeros goterones nos llenaron de contentura. Imagínese, el agua es el todo. Y uno pensando en las cosechas, en los animales... Pero cuando llegaron los granizos la cosa se puso fea. Oiga, periodista, ¡fea! Yo nunca he visto nada parecido. Rebotaban como pelotas ahí mismitico, en el patio. Eran así de grandes. Estuvieron cayendo 10 ó 15 minutos, más o menos. Lo suficiente como para que acabaran con la quinta y con los mangos.»
Un corresponsal del diario habanero Revolución destacado en la otrora Victoria de Las Tunas simplificó el insólito suceso con una breve frase: «El entusiasmo inicial de los tuneros se tornó pronto en preocupación.» Y no era para menos. De súbito comenzaron a vivirse dramáticos momentos de angustia. La tormenta no solo se volvió implacable, sino también agresiva. Y se buscó un aliado poderoso: el viento, que, en ráfagas huracanadas, llegó a alcanzar hasta 75 kilómetros por hora. Llovió a cántaros, al punto que los pluviómetros registraron casi 45 milímetros. ¡Y aquellos granizos! Parecía como si un ejército armado de tirapiedras la hubiera emprendido contra la ciudad desde algún recóndito escondrijo del cielo.
Fue un desastre memorable. Quizás uno de los más espectaculares en los anales citadinos. La siniestra cofradía agua-viento-granizo derrumbó viviendas, pulverizó anuncios lumínicos, echó abajo vallas publicitarias, quebró vitrinas comerciales, arrancó árboles y postes... En los populares repartos Buena Vista, Santo Domingo y Sosa dejó un saldo de más de 25 personas lesionadas que requirieron de urgente asistencia médica. Fueron interrumpidos temporalmente, además, el fluido eléctrico y las comunicaciones telefónicas y telegráficas...
«Y eso que solo duró unos minutos. –acota Luis Almaguer, un exbodeguero de 80 años a cuestas con más de una anécdota de la infausta jornada-. Que si no... Los granizos por poco echan abajo el techo de cinc de mi casa. También me desbarataron en el patio una caravana donde tenía encerradas ocho polluelas ya de comer. Por supuesto, no recuperé ni las plumas. ¡Vaya usted a saber quién se dio banquete con el fricasé! Pero nada. Me dije: “bueno, más se perdió en la guerra. Y al que a granizo mata, a granizo muere”. Entonces recogí en un cubo unos puñados en el patio y enfrié con ellos unas cervecitas que tenía guardadas. De alguna manera me desquité la que me hicieron los muy granujas.»
Ese día por la tarde el hielo y los escombros acumulados interrumpieron el tránsito en algunas calles. Como no había corriente, por la noche la gente se alumbró con velas y faroles. Por unas cuantas horas la incomunicación en la ciudad fue absoluta. Se reportaron con daños de consideración el edificio de la planta eléctrica, la fábrica de piensos, el almacén del MINCIN, la torre repetidora de Radio Reloj y más de un centenar de viviendas.
«La granizada fue tan descomunal que hasta tupió las canales de recoger agua de lluvia –rememora Nelia Rodríguez-. Las tejas de las casas quedaron relucientes y limpieciiiiitas... Y Reynaldo Contreras: “A mí me sorprendió en un descampado. ¡Y me dio una tunda! Tuve que botar los paquetes que traía en las manos y echarme a correr en busca de un techo. Si no me tapo la cabeza el granizo me descalabra. Aún así, me llenó la espalda de chichones”.»
Pero... ¡genio y figura! Pasado la tormenta, muchos se lanzaron a la vía pública... ¡a festejar! No fueron pocos los que imitaron a Luis Almaguer en aquello de enfriar cervezas con las bolitas heladas! Realmente, había granizos en cantidades industriales: en los contenes, en los techos, en las oquedades... Llegaron a formaron bloques macizos de hasta 16 pulgadas de altura. Omar León era un chiquillo, pero recuerda que por entonces se estaba construyendo el alcantarillado de la ciudad. «Las zanjas eran hondísimas y se llenaron hasta el tope», asegura. Hay quien cuenta que algunos niños intentaron construir muñecos de «nieve», a imagen y semejanza de los infantes europeos. Choferes de vehículos que consiguieron franquear las barreras interpuestas se llevaron hacia sus destinos los maleteros repletos de granizos, como prueba irrefutable de lo sucedido aquella tarde en los tranquilos predios tuneros.
No faltaron los supersticiosos y los apocalípticos: «Caballeros, ¡recuerden que anoche salió el caballo blanco!», dijeron el día del célebre, helado y celestial apedreamiento. Se referían a un antigua leyenda local que hablaba de un indio sin cabeza a lomo de un corcel de ese color cuyo galope nocturno por las calles de la ciudad solía presagiar «infaliblemente» una cercana desgracia individual o colectiva.
Casi 45 años después de la célebre lluvia de balines helados, Enma Gutiérrez se frota las manos y retorna a la actualidad. Por un instante echa un vistazo a la incipiente mañana tunera y dice, premonitoria. «Hoy va a hacer un sol que rajará las piedras». Me trae un buchito de café tibio. «Hasta otro día», le digo en son de despedida. «Ha sido un placer tenerlo por acá», me responde, amable. Salgo a la calle radiante de luz. Media cuadra después, vuelvo la cabeza y sorprendo a la mujer con la mirada castaña perdida en el cielo huérfano de nubes. Y me parece como si se reeditara por un momento la historia de aquella aciaga tarde tunera, cuando Enma pronosticó el aguacero que fue el mascarón de proa de una de las granizadas más fabulosas ocurridas en todos los tiempos en el territorio nacional.

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domingo, 18 de noviembre de 2007

A 25 años del tiburón-ballena

A pesar del tiempo transcurrido desde entonces, la noticia conlleva aún al asombro. En efecto, el 19 de abril de 1982, un suceso poco común hizo impacto en las apacibles coordenadas del Puerto de Manatí: la captura en la zona de Palancón de un enorme tiburón-ballena cuyo peso ascendió a... ¡nueve mil 590 libras! Dicen que es el mayor de su tipo de los cobrados en Cuba en cualquier época. Resultó de tales dimensiones que se hizo necesario recurrir a una grúa para izarlo, de lo cual dejó constancia el periódico tunero 26 en la fotografía adjunta a esta reseña.
Tenían sobradas razones para la admiración los atónitos hombres de mar, acostumbrados a pescar con sus avíos bichos de mucho menor rango. El tiburón ballena, realmente, es el mayor pez de los mares, una colosal criatura que llega a alcanzar hasta 20 toneladas de peso y 18 metros de longitud. Su cola puede medir de lado a lado más de dos metros y su descomunal boca tiene capacidad suficiente como para engullirse de una vez a una persona nadando de costado.
Los pescadores lo identifican también por los nombres de damero y pez dama, y aseguran que su carne es exquisita. Afortunadamente, a este gigante marino no le interesan los seres humanos, porque se alimenta solamente de plancton y pequeños peces. Por cierto, no fue extravagante la presencia en nuestras latitudes de tan enorme pez, pues abunda en aguas del Océano Atlántico y se le puede encontrar en zonas costeras, tanto tropicales como templadas.
Este del cual les hablo fue capturado por los pescadores Franklin Roque, Celso Rodríguez y Germán Justo a 20 pies de profundidad y a unos 400 metros de la orilla, luego de enredarse en uno de los aparejos, donde permaneció cautivo 48 horas antes de ser remolcado a tierra por más de 24 kilómetros. Se aferraba con tal frenesí a la vida que sus captores se vieron obligados a realizarle ocho disparos de bala para remitirlo defintivamente al otro mundo.
Las mediciones posteriores certificaron que el ejemplar medía 11 metros de largo, 15,3 pies de diámetro, 5,5 pies de ancho de cabeza y 51 pulgadas de ancho de boca. Además, se le extrajeron cuatro mil 795 libras de excelente carne –suficientes para que el establecimiento pesquero local le diera un significativo impulso a su plan de captura- y su piel fue aprovechada con fines industriales.
Pero el acontecimiento no quedó solamente en la sensacional captura y en la difusión reiterada de la noticia por la mayoría de los medios periodísticos del país. A los pocos días un compositor fue visitado por las musas y le dio vida a una simpática guaracha relacionada con el tema que las emisoras de radio se encargaron de popularizar en el estilo del muy gustado grupo musical Los Caribeños.
En fin, aquel tiburón-ballena de tan extraordinarias dimensiones se hizo célebre en el territorio nacional y todavía, más de un cuarto de siglo después de su singular captura, se le recuerda.

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jueves, 15 de noviembre de 2007

El tesoro de nuestro idioma

El 23 de abril de 1616 está registrado en los anales de la cultura universal como una jornada azarosamente trágica. Ese día -¡vaya con las coincidencias!-, murieron en distintos lugares y horarios del planeta tres íconos de la literatura: el inglés William Shakespeare, el español Miguel de Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega.
Como ofrenda póstuma a esos grandes hombres de letras, en 1995 la Conferencia General de la UNESCO eligió al 23 de abril como Día Internacional del Libro, «considerando que ha sido, históricamente, el elemento más poderoso de concentración y divulgación del conocimiento humano y el medio más eficaz para conservarlo.»
Los hispanohablantes –perpetuos inconformes- le subimos la parada a la conmemoración, y adoptamos también el 23 de abril para celebrar el Día Mundial del Idioma Español. Porque, ¿acaso no engrandeció sobremanera la perspectiva de nuestra lengua esa obra maestra de Cervantes que es El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. La famosa novela de caballería constituye en sí misma todo un reservorio idiomático capaz de complacer los gustos más exigentes.
Sobre el origen de nuestro idioma concurren varias teoría. La más aceptada afirma que desciende de un proceso de depuración por el cual diversos dialectos se fueron modificando al influjo del latín y de los invasores romanos, godos y árabes. Se dice que hasta el griego contribuyó al «diseño» del luego llamado castellano, pues le aportó a su repertorio voces tales como huérfano, escuela y democracia.
Ya a fines del siglo XV el castellano se había impuesto en España lo suficiente como para atravesar en carabelas el Atlántico junto a Cristóbal Colón en busca del Nuevo Mundo. Fue precisamente en 1492, fecha de la llegada del Gran Almirante a América, cuando Antonio de Lebrija publicó la primera gramática castellana. El suceso editorial impulsó extraordinariamente el desarrollo de esta lengua que hoy retoza en los labios de casi 500 millones de personas.
Fue en el continente americano donde nuestro exuberante idioma encontró la horma de su zapato. Tan pronto echó pie a tierra con la espada y con la cruz a cuestas, enfrentó el promiscuo asedio de lenguas nativas tales como el taíno, el aymará, el maya, el quechua y el guaraní. Tal diversidad originó, según los expertos en la materia, que el Nuevo Mundo se convirtiera luego en el territorio de mayor fragmentación lingüística del planeta, con más de 120 familias de lenguas diferentes y cientos de dialectos en su haber.
Así, en el siglo XVI los americanismos comenzaron a desembarcar en España en los viajes de regreso y a irrumpir en su mapa léxico con nuevas palabras olorosas a selva y a monte: cóndor, maíz, cacique, colibrí, chocolate, tomate, cacao, aguacate... Muchos años después, en 1713, se fundó en Madrid la Real Academia Española de la Lengua. Por cierto, la primera voz aborigen que esta institución aceptó en su selecto diccionario fue huracán. Sí, la conquista resultó traumática para los conquistados. Pero en el orden lingüístico nos dejó el saldo de la palabra, ese tesoro al que tanto le debe nuestra cultura.
«Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra –diría de los conquistadores siglos más tarde el gran poeta chileno y Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda en su antológico libro Confieso que he vivido-.Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes. Salimos perdiendo. Salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se lo llevaron todo y nos dejaron todo. Nos dejaron las palabras.»
Actualmente el español es la lengua oficial de 22 países y la cuarta más hablada del mundo, después del chino, el inglés y el hindi. En pleno siglo XXI se le encuentra presente y activo en cualquier lugar del globo terráqueo. Tanto ha crecido su utilización que es ya el segundo idioma en Estados Unidos, donde viven hoy 38,6 millones de hispanos -el 13 por ciento de su población-, y su crecimiento se incrementará hasta los 155 millones para el año 2050. Esto significa que para dicha fecha, uno de cada tres norteamericanos procederá de una nación donde se hable el idioma de Cervantes.
CURIOSIDADES DEL IDIOMA ESPAÑOL
Entre los matices que distinguen a la lengua española figuran en un sitio relevante las curiosidades. A riesgo de ser tildado de chovinista, sospecho que ninguno otro registro idiomático exhibe tantas. Pongo de muestra un caso de acentuación. Se trata de una oración en la cual todas sus palabras -nueve en total- llevan acento ortográfico, es decir, tilde. Ahí les va: «Tomás pidió públicamente perdón, disculpándose después muchísimo más íntimamente». Sí, es a lo mejor una construcción forzada, pero no deja de ser interesante.
Y disfruten de este rosario de singularidades: La palabra oía tiene tres sílabas en tres letras. En el vocablo aristocrático, cada letra aparece exactamente dos veces. El término arte es masculino en singular y femenino en plural. En la palabra barrabrava, una letra aparece una sola vez, otra aparece dos veces, otra tres veces y la cuartas cuatro veces. En el término centrifugados todas las letras son diferentes y ninguna se repite. El vocablo cinco tiene a su vez cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número. El término corrección tiene dos letras dobles... Interesante, ¿verdad?
Y este otro recital: Las palabras ecuatorianos y aeronáuticos poseen las mismas letras, pero en diferente orden. Con 23 letras, se ha establecido que la palabra electroencefalografista es la más extensa de todas las aprobadas por la Real Academia Española de la Lengua. El término estuve contiene cuatro letras consecutivas por orden alfabético: stuv. Con nueve letras, menstrual es el vocablo más largo con solo dos sílabas. Mil es el único número que no tiene ni o ni e. La palabra pedigüeñería tiene los cuatro firuletes que un término puede tener en nuestro idioma: la virgulilla de la ñ, la diéresis sobre la ü, la tilde del acento y el punto sobre la i. El vocablo reconocer se lee lo mismo de izquierda a derecha que viceversa. La palabra euforia tiene las cinco vocales y solo dos consonantes...
LAS PALABRAS MÁS BELLAS EN ESPAÑOL
Todos los años, cuando está por llegar el día 23 de abril, un sitio madrileño en Internet llamado Escuela de Escritores realiza una encuesta entre cibernautas de todo el mundo en torno a la siguiente pregunta: «¿Cuál es la palabra más bella del idioma español?» Solo les establece un requisito sine qua non: en las respuestas no se aceptan nombres propios ni palabras que no estén reconocidas por el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
El año pasado el portal recibió respuestas de más de 41 mil personas de alrededor de 50 países de los cinco continentes, quienes votaron por 7100 términos diferentes. ¿Y saben qué palabra se llevó los máximos honores? Pues amor, con 3364 votos, seguida de libertad, paz, vida, azahar, esperanza, madre, mamá, amistad, libélula, amanecer, alegría, felicidad, armonía, albahaca, susurro, sonrisa, agua, azul, luz, mar, solidaridad, pasión, mandarina y abrazo.
Según los organizadores de tan singular concurso, todo parece indicar que los concursantes votaron por aquellas palabras españolas cuyas fonéticas las hacen agradables al oído, pero que, sobre todo, llevan intrínsecos nociones y conceptos fundamentales en las expectativas de los seres humanos. Basta repasar las 25 premiadas para confirmar que, en efecto, suenen bien... ¡y se les interpreta mejor!
«Todos creemos, junto con Jorge Luis Borges, que en la palabra Nilo fluye el Nilo, y por lo mismo pensamos que en la palabra amor viven todos y cada uno de los amores pasados, presentes o futuros. Si perdiéramos la palabra amor, perderíamos la posibilidad de sentirlo. Y lo mismo sucede con las otras tres que le siguen: libertad, vida y paz. No debe parecernos falta de imaginación que la gente las haya preferido a otras: las tres expresan realidades esenciales, son 'el nombre exacto de las cosas', la cosa misma», opina en el diario El País Andrés Trapiello, autor del libro El arca de las palabras .
El español es una lengua que le ha dado gloria a nuestra cultura en todas sus manifestaciones. Sus hablantes debemos de estar atentos para vigilar por la integridad de los patrones que le dan vida, cultivarlo con el buen gusto y salvarlo a ultranza de quienes intentan contaminar su uso cotidiano con la chabacanería.
En el mundo actual –aseguran los estudiosos- se hablan aproximadamente cinco mil idiomas y dialectos. ¡Un verdadero mosaico! A los millones de hispanohablantes del planeta nos corresponde velar por el nuestro y por su pureza, para entregárselo entero y vital a las generaciones que nos sucedan. El escritor Miguel de Unamuno lo dijo cierta vez con elegancia y tino: «La sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo, que no amengua su voz por mucho que ambos mundos llene».

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lunes, 12 de noviembre de 2007

¿Y qué me dicen de estos papás?

Los padres buenos no son exclusivos del sapiente género humano. ¿Buscar al niño a la guardería? ¿Bañarlo alguna que otra vez? ¿Cambiarle los pañales en ausencia de mamá? ¿Sacarlo de paseo los domingos? Bah, amigo cibernauta, cualquiera de esos deberes es una bicoca comparado con lo que la paternidad les exige a ciertos progenitores del reino animal. ¡Lea y dígame si tengo razón o no!
Una especie de tilapia macho no prueba bocado mientras nacen sus crías, pues carga los huevos en la boca durante las dos semanas que dura la incubación. Cuando las posturas sacan, los pececillos nadan libremente por las cercanías. Pero si surge algún peligro, papá-tilapia abre su enorme boca y las crías entran a ocultarse a toda velocidad dentro de ella. Pasado el apuro, salen de nuevo a retozar como si tal cosa.
El kiwi de Nueva Zelanda lo hace casi todo: su hembra pone el huevo y él se le sienta encima por espacio de 80 jornadas ininterrumpidas. En ese ínterin el abnegado papá pierde la mitad de su peso corporal . Algo similar realiza el pingüino emperador. Cuando su pareja echa fuera la postura, él la toma con cuidado y se la pone entre los pies para evitarle el contacto con el hielo durante... ¡115 días! Así enfrenta el cruel invierno antártico sin apenas comer, hasta que mamá pingüina vuelve de su estancia en el océano.
Cierto sapo europeo se envuelve los huevos en las piernas, donde los lleva durante los 21 días de la incubación. En todo ese tiempo su cónyuge duerme plácidamente y a pierna suelta. Otro batracio llamado partero lleva los huevos y las pequeñas crías sobre unos orificios que le salen en su espalda. La madre «apenas dispara un chícharo», como decimos los cubanos cuando alguien se desentiende con demasiada frecuencia de sus deberes.
El macho de la chinche de agua es otro mártir de la paternidad, pues entrega su espalda para que la hembra desove sobre ella. Mientras incuba la nidada, el infeliz queda incapacitado para volar, ya que los huevos les sellan las alas. Papá caballito de mar no le va a la zaga: a él no solo le toca llevar los huevos durante 40 ó 50 días en una bolsa prendida a su abdomen hasta que rompen el cascarón. También les proporciona oxígeno a través de su propio sistema sanguíneo. ¡Hasta los dolores del «parto» van a la cuenta de este estilizado animalito en su versión masculina.
El ñandú es un ave de gran tamaño cuyo macho convive con varias hembras a la vez. Es él quien construye los nidos para que ellas pongan. Luego asume la incubación y el cuidado de las polladas. Antes de ese momento, y en aras de simplificarse tan agobiante menester, transporta los huevos de cada una de sus concubinas a un nido colectivo. Los pichones permanecen al cuidado del buen padre hasta que tienen de cuatro a seis meses, mientras las madres pasean orondas y sin compromisos por las praderas.
Muchas aves machos son muy buenos padres. El albatros viajero, por ejemplo, vuela millares de kilómetros en busca de alimentos, mientras su compañera le espera impaciente en el nido. En las zonas desérticas, otros plumados varones emplean un método sumamente eficaz para aplacar la sed de sus crías: localizan un charco, se empapan las plumas del pecho y regresan a toda velicidad al nido para que los pichones beban el agua que estas portan.
La protección de los polluelos exige una gran consagración. Cuando llueve, papá-ave cubre a sus crías con sus alas extendidas para mantenerlos calentitos y bien secos. Los estorninos son modelos: para proteger el nido de piojos y pulgas, estos pájaros recogen trocitos de plantas tóxicas y los depositan estratégicamente alrededor y dentro de la casita de paja para que actúen como fortísimos insecticidas capaces de neutralizar o de repeler a los parásitos agresores.
¿Qué le parecen estos ejemplos, amigo cibernauta? Comparados con estos mártires de la paternidad, ¿no pueden considerarse los padres de la especie humana algo más que afortunados?

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sábado, 27 de octubre de 2007

Aquella visita de Jorge Negrete

Tal vez muchos de los cubanos contemporáneos de Jorge Negrete desconozcan que este gran cantante y actor mexicano nacido en Guanajuato el 30 de noviembre de 1911, abrazó la carrera militar antes de consagrarse a sus corridos, boleros y rancheras que le franquearon luego el camino de la fama.
En efecto, Jorge Alberto Negrete Moreno -su nombre completo- vistió de uniforme en su juventud, quizás por herencia familiar, en tanto fue el segundo hijo del coronel David Negrete Fernández, y descendiente, además, de ilustres hombres de armas que ocupan un importante lugar en la historia contemnporánea de México: por la vía paterna, del General Miguel Negrete, quien enfrentó a los franceses en la batalla del 5 de Mayo de l862; y por vía materna, del General Pedro María Anaya, defensor del convento de Churubusco durante la invasión norteamericana al país azteca, el 20 de Agosto de l847.
Por si fuera poco, y tomando como referencia su frondoso árbol genealógico, casi todos sus biógrafos aseguran que los orígenes del apellido Negrete se remontan a una tribu de tez morena clara cuyos miembros pelearon a favor de la Corona española con tal lealtad y valentía que el mismísimo Rey Carlos V decidió armarlos caballeros y los apodó, afectuosamente, «Los Negretes».
Pues bien, en tiempos en que el carismático artista vestía uniforme, gorra y polainas con grados de subteniente, hubo de recorrer parte del territorio cubano. En uno de sus movimientos por el interior de la isla, el tren en el cual viajaba hizo escala por un par de horas en la otrora ciudad de Victoria de Las Tunas, poco más de 700 kilómetros al este de La Habana. Elia Marchán, una tunera con una memoria a prueba de almanaques, recuerda como si fuera hoy lo ocurrido aquel día, y, gentilmente, lo reseña de esta manera:
«Para matar el aburrimiento que le produciría sin dudas la espera, Negrete decidió estirar las piernas por los alrededores –precisa-. Y, casi sin saberlo, se dirigió hacia el cuartel de la Guardia Rural, situado por entonces en la calle Lucas Ortiz, entre Villalón y Avenida Dos de Diciembre, no lejos de la terminal ferroviaria de la ciudad.
“Antes de llegar al recinto militar, divisó en las proximidades un pequeño establecimiento donde expendían, entre otras cosas, bebidas alcohólicas. Era el negocio que la familia Perea Torres tenía donde hoy se encuentra la funeraria provincial. Negrete se detuvo allí a tomarse una copa. Estaba a punto de apurar el trago, pagar y seguir rumbo a su destino cuando escuchó a alguien tocar el piano desde el interior de la casa-vivienda».
-¿Quién toca tan bien ahí dentro? –preguntó, admirado.
Y la joven del mostrador le respondió enseguida:
-Se trata de mi hermana Teté, señor.
Negrete solicitó permiso para pasar a verla y, ya ante la muchacha, se presentó formalmente. La noticia de que Jorge Negrete en persona estaba en la casa de los Perea Torres corrió como reguero de pólvora por todo el vecindario. Y, como ya era muy popular en Cuba por su talento artístico y su calidad interpretativa, en cuestión de minutos el inmueble se abarrotó de admiradores. A solicitud de ellos, cantó una de sus más conocidas rancheras acompañado al piano por la sorprendida y halagada Teté. Luego apuró otra copa de ron, se despidió, saludó a los presentes y se marchó.
En ese preciso momento, otra de las hermanas Perea Torres llamada Margot, se acordó del vaso todavía sin fregar donde había bebido su trago de ron Bacardí el popularísimo intérprete de Allá en el rancho grande y de ¡Ay, Jalisco, no te rajes! A falta de fotografías que perpetuaran el momento, quiso tener un recuerdo de tan memorable visita, por lo cual tomó el recipiente de cristal, lo introdujo en un nylon de calcetines Casino, le ató la boca con una cinta de falla y lo guardó en una gaveta para la posteridad. Elia Marchán da fe de que la última vez que vio a Margot viva, hace alrededor de una década, todavía conservaba en su poder el envoltorio.
Jorge Negrete falleció de cirrosis hepática el 5 de diciembre del año 1953 en Los Ángeles, Estados Unidos. El día en que se produjo su muerte hubo duelo nacional en México y se guardaron cinco minutos de silencio en todos los cines del país. Sus restos mortales fueron esperados en el populoso aeropuerto de la capital azteca por más de 10 mil personas. Los tuneros lo recordaremos siempre no solo por lo que el Charro de Oro fue artísticamente, sino también por aquella breve estancia suya en casa de las Perea Torres.

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miércoles, 24 de octubre de 2007

En mulo hasta La Estrella Polar

La primera cabalgata en mulo de mi vida la hice a través de las montañas de la intensamente fría región guatemalteca de Nebaj, mientras daba cobertura periodística al trabajo de los médicos cubanos en la hermosa y hospitalaria república centroamericana. Conocía por referencias que los animales de su especie son tercos a más no poder y cascarrabias cual vejetes solterones. Algo sabía también acerca de su linaje híbrido, fruto de los amoríos carnales entre un burro y una yegua. Pero montarlos, lo que se dice ponerme a horcajadas sobre el lomo de uno de ellos y ponerlo luego al galope, jamás. No pienso hacerlo por segunda vez, por cierto.
El mayor trance antes de iniciar la marcha fue treparme a la montura. ¿Motivo? Sencillo: al animal no le dio la gana de permitírmelo. Cuando calculó que iba a poner el pie en el estribo, comenzó a girar y a girar y a girar... Tuvo que acudir un indígena y sujetarlo de la brida para que el muy bellaco interrumpiera su alegoría de rechazo. Solo entonces conseguí subir y acomodarme en lo alto de la silla, no sin antes agarrarme con fuerza de su crin.
Tan pronto don Lulo, alcalde de Nebaj, ordenó ponernos en camino con rumbo a una aldea indígena llamada La Estrella Polar, cometí el error del jinete principiante: le clavé las espuelas en los flancos al animal. ¡Fue el acabóse! Aquella bestia comenzó a patear y a encabritarse como un demonio al punto de que fue a dar casi al borde del abismo. «¡Sujétate, sujétate fuerte...!», me gritó, asustado, don Baudilio, el otro miembro de la comitiva. Por supuesto que lo hice con todas mis energías. Así y todo, faltó poco para que la bestia me lanzara por los aires. Afortunadamente, la cosa no pasó de ahí.
Al restablecerse la calma, todos reímos a mandíbula batiente. Pero, por si acaso, me quité las espuelas y las guardé en la mochila. No tenía intenciones de repetirle el agravio al noble bruto. Además, para evitar casualidades, esta vez mi único «acelerador» fue un leve chasquido bucal: «puch, puch, puch..» Al escucharlo, el cuadrúpedo reemprendió sin objeciones la marcha y olvidó sus malas pulgas. Poco después, la naturaleza chapina se desplegó ante nosotros en toda su exuberancia, belleza y esplendor. Guatemala es una nación sumamente favorecida en ese sentido por la Providencia.
Al rato de andar por entre la selva, me percaté de algo: a los mulos no se les pueden imponer itinerarios. Su tozudez carece de sentido común. El mío ignoraba ofensivamente mis tirones de riendas, y tomaba siempre por donde le dictaban sus caprichos. «Déjalo, que él sabe», me indicó don Lulo. Seguí sus consejos, aunque no sin pasar más de un sofocón. Como el de aquel barranco, cará. Resultó ese uno de los momentos tensos de todo el recorrido. Por instante pensé que nos despeñaríamos. «¡Apóyate fuerte en los estribos!», chilló don Baudilio, al darse cuenta de las intenciones del animal de lanzarse del peñasco. Cuando vine a darme cuenta, ya estábamos en el aire. «Nos matamos», me persigné durante el descenso. Pero no hubo ni siquiera un descalabro. Periodista y cabalgadura aterrizaron sin contratiempos... metro y medio más abajo.
Trotamos un buen rato en fila india por senderos rodeados de precipicios. Don Lulo me contó que los trillos datan de tiempos muy remotos, y que, originalmente, fueron trazados... ¡por mulos! En efecto, los indígenas procedían a soltarlos desde lo alto de las montañas, y los animales, con su congénito instinto para buscar los sitios de más fácil acceso, iban configurando lo que luego devendría derrotero público. A esa altura del diálogo, a mi mulo le dio por defecar. No sé de qué manera su cola se enredó con las heces que iban en caída y, de un abanicazo, envió —irrespetuoso— un fétido pegote hasta el rostro del alcalde de Nebaj, que iba detrás de mí en la columna. Todos reímos a carcajadas... menos don Lulo.
Un par de horas después llegamos a la aldea de Chel, de la etnia ixil. A sus pies se desliza un río de amplio caudal y repleto de piedras enormes, sobre las cuales las mujeres indígenas lavan sus cortes y se bañan semidesnudas. Sorprendimos a don Baudilio mirándolas a hurtadillas. «¡Don Baudiliooooo...!», lo recriminó pícaramente su compadre don Lulo. Y el chapín, sorprendido in fraganti, enrojeció hasta la médula en medio de nuestras risas.
Mientras, por nuestro lado, pasaban cual sombras grupos de ixiles cargados de bultos de leña, canastas de mimbre, bandejas con tortillas y sacos de maíz con destino al mercado. Mis guías propusieron echar pie a tierra por unos minutos, cosa que agradecí sobremanera, pues, de tanto cabalgar, ya comenzaba a dolerme el sitio donde la espalda pierde su noble nombre.
Me desmonté sin problemas junto a una de las tiendas del poblado indígena. «El mulo no se ha portado mal, después de todo», le comenté a mis acompañantes, al tiempo que me disponía a amarrarlo a un poste cercano. Perdí una magnifica oportunidad para haberme quedado callado, porque, casi en ese mismo momento, el muy hijo de yegua —lo es estrictamente, ¿no?— me lanzó un mordisco que por poco me arranca el dedo meñique de la mano derecha. No satisfecho con eso, dio media vuelta y me dedicó una andanada de coces con una y otra patas. Por fortuna, se fue en blanco en su intento de venganza y no pudo hacer diana en mi anatomía. Don Lulo dobló una cuerda y le dio tal paliza al díscolo animal que lo hizo entrar en cintura. Fue una cura de caballo —digo, de mulo—, porque no volvió a fastidiar durante el resto del trayecto.
Me falta espacio para reseñar todas las peripecias de las seis horas de cabalgata. Subimos cuestas, sorteamos laderas, desbrozamos selva, topamos con serpientes y divisamos un puma. Mi bestia continuó tomando por el camino que mejor le pareció. Yo la dejé en paz y le permití sin ofuscarme sus malcriadeces. Al vencer un promontorio, don Lulo me indicó: «mira, aquello que se ve allá es La Estrella Polar». Una hora después me fundía en un abrazo con dos médicos cubanos allí destacados. «¿Cómo te fue en el mulo?», me preguntaron. Y yo, recordando un singular medio de transporte colectivo utilizado en Cuba al que, por su forma exterior, el pueblo lo llama jocosamente así: camello, respondí: «Mal, muy mal. Si tengo que escoger, me quedo con el camello». Y ambos, divertidísimos, rubricaron mi punto de vista.

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sábado, 20 de octubre de 2007

Palestina en el corazón

Transcurría el año 1927 cuando a Abder Rahman Mahmus Shehadek alguien le hizo en su natal Palestina -a la sazón ocupada por los colonialistas ingleses- la siguiente propuesta: «¡vámonos para América!».Trotamundo por naturaleza, bohemio por vocación, la idea de un viaje tan sugerente y atractivo no le resultó en lo absoluto extravagante. De manera que semanas después, en compañía de un grupo de compatriotas, se hizo a la mar desde un punto del litoral mediterráneo. Luego de azarosas jornadas navegando a todo trapo, su barco lanzó escalerillas sobre un espigón de la rada habanera. Había llegado a Cuba, nación que, sin imaginarlo todavía el joven árabe, iba a convertirse, con el tiempo, en su patria adoptiva.
Pero Abder Rahman Mahmus Shehadek era una retahíla de nombres y apellidos demasiado complicada para la noble pronunciación de un hispanohablante. Así que, a poco de poner los pies sobre la capital de la Perla del Caribe, Abder permutó para el castizo Alberto, y Shehadek, por su parte, pasó a ser, simplemente, Chejada. Eso explica cómo este palestino venido al mundo en la cisjordana comarca de Beil-Nuba, que había paseado sus ínfulas cosmopolitas por Turquía, Egipto, Marruecos, Inglaterra, Francia y Venezuela, se convirtió, de pronto en Alberto Chejada.
«A La Habana llegué de 22 años de edad –recuerda con no cierta dificultad en su domicilio de Las Tunas el hijo del Levante, ahora con 95 almanaques sobre la espalda-. Una ciudad muy bonita y llena de gente. Desde que pisé tierra comencé a moverme por la zona de los grandes almacenes del puerto, pues lo mío fue siempre el comercio y esas cosas. Luego me fui para San Juan y Martínez, en Pinar del Río. Allá me casé y tuve hijos. Me mantuve 20 años por aquella zona, hasta 1947. Pero el palestino es como es. Y cierto día...»
Empacó el equipaje y regresó a Palestina. Según él, «con el propósito de quedarse». Pero su hijo Alberto asegura que, realmente, no estuvo mucho tiempo por allá. «Tal vez fueron unos cuatro o cinco años», dice. Le había picado el bichito del trópico. Se había enamorado de su canícula. Así que no anduvo por las ramas cuando decidió retornar a América. En un inicio, se estableció en la morocha Venezuela, donde intentó montar un negocio particular. Pero -¡ay!-, las autoridades migratorias de allá le negaron la residencia. Optó por volver a la hospitalaria y multiétnica Cuba. Y entonces otra vez los almacenes, y el comercio, y los recorridos... En 1954 llegó a Victoria de Las Tunas.
«Aquí en Tunas conocí a mi actual esposa –rememora en un arranque de lucidez y todavía arrastrando el rrrrrrrrrr de los árabes-. Luego de un tiempo de noviazgo, nos casamos. Tuvimos a Fátima y a Alberto, nuestros dos hijos. ¿Lo de Fátima? Es por una virgen que se llama así allá en Palestina. Por cierto, ese tapiz que usted ve ahí en la pared lo traje de mi país. Retrata el nacimiento del niño Jesús. También conservo este turbante blanco que me he puesto para complacerlo a usted. Son recuerdos de la patria, ¿sabe?»
Por unos instantes, queda sumido en el silencio. Se sumerge en el mar de sus reflexiones hasta quién sabe qué profundidades. Está absorto, pensativo, como ensimismado tal vez en alguna visión de su heroico y abnegado pueblo. Su hijo Alberto hace algunas precisiones: «A lo mejor ahora mismo tiene la mente puesta en Palestina –conjetura-. Papi siempre la tiene presente. Durante muchos años se ha mantenido actualizado de lo que sucede en su tierra . Tanto que, hasta hace poco, no se perdía un noticiero de la onda corta sobre temas del Medio Oriente.» Y su hija Fátima: «Sufrió muchísimo la Guerra del Golfo Pérsico y el ensañamiento contra Irak –apunta-. Ah, y su ídolo es el líder de la OLP Yasser Arafat. ¡Siempre lo está mencionando! Desde pequeña fui testigo de su devoción por la causa palestina. Si, los musulmanes son muy fieles.»
«Sí, yo soy musulmán –confirma enérgicamente el viejo Chejada al tiempo que emerge de sus cavilaciones-. ¡Musulmán de toda la vida! Y mi enemigo es Israel, que nos ha quitado gran parte de nuestro territorio. Pero a los israelíes les vamos a ganar la guerra. ¡Se la vamos a ganar! Los palestinos somos bravos y lucharemos hasta tener nuestra propia patria. »
Durante la jornada conversamos sobre variados temas. Por ejemplo, de su insistencia en conservar sus tradiciones, tales como la de comer quippi -una mezcla de carne de carnero con trigo- y la de consumir muchos vegetales. Eso sí, nada de carne de cerdo, prohibida por el Islam. Hablamos, además, de las visitas que le hacen algunos de los palestinos que pasan por Las Tunas, de cómo crió a sus hijos, de la añoranza por la patria...
«Papi se jubiló a los 80 años –interviene de nuevo su hijo Alberto, mientras distribuye tacitas con café-. Fue dependiente en las tiendas de aquí de la ciudad. Nunca dejó de laborar con el Estado. Le dieron la medalla Fernando Chenard por más de 25 años en el sector del Comercio. Es una persona muy seria y un excelente padre de familia. Le faltan cinco años para llegar a la centena, pero se mantiene físicamente bien. Claro, la mente no es la de antes.»
Desde que abandona el lecho hasta que se retira a descansar, el viejo Chejada maldice y oprobia a los israelíes «que quieren dejarnos sin patria.» Es su Intifada personal contra los agresores de su pueblo. La conferencia de solidaridad con Palestina recién celebrada en la capital es una muestra de cómo los cubanos estamos de parte suya. ¡En cuerpo y alma, Abder Rahman Mahmus Shehadek! ¡En cualquier circunstancia, Alberto Chejada!

Nota: Esta entrevista fue realizada el miércoles 6 de junio del año 2001. Dos días después, Alberto Chejada murió como consecuencia de un ataque cardíaco. Sirva este trabajo para rendirle homenaje a todos los que, como él, le han hecho aportes a la nacionalidad cubana a pesar de haber nacido en otras tierras.

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viernes, 19 de octubre de 2007

Del caballito al caballete

Cuando la caravana de la vuelta ciclística a Cuba cruzaba como una exhalación de colores por la avenida próxima a su casa, la mirada infantil de Marcial Flores dejaba escapar a los pedalistas para fugarse –fascinada- tras las motos patrulleras. «¡Ahhh, cuánto me gustaría montarme en una!», decía para sí el niño santiaguero.
Sus simpatías por estas apuestas máquinas de dos ruedas no eran, por cierto, amor a primera vista. Su hermano mayor, miembro del MININT, tenía amigos entre los populares caballitos. Algunos solían visitarlo en su hogar, y ahí Marcial se daba gusto con las manos y con los ojos delante de aquellos equipos Guzzi de la época que tanto admiraba.
De entonces acá, 30 calendarios agotaron sus hojas. En el ínterin, Marcial se radicó en Nuevitas, matriculó en un curso básico de la Policía Nacional Revolucionaria y, obsesivo con sus preferencias, optó por la especialidad de tránsito. En 1995, la tradición tunera en el motocross lo sedujo. Así, un mañana hizo las maletas, cogió carretera y... «aquí estoy, como uno más entre ustedes», dice.
-Marcial, a quienes ejercen tu profesión se les conoce en la calle con el nombre de caballitos, ¿es así como se les debe llamar?
-Las denominaciones oficiales son ciclista de tránsito y agente motorizado. Sin embargo, no me molesta en lo absoluto que me llamen caballito. No tiene nada de ofensivo ni de irrespetuoso. Algunos nos identifican también como «los caballeros de la vía», quizás por la elegancia de nuestros uniformes y el porte de nuestros vehículos. Pero eso es secundario. Lo principal es garantizar orden y disciplina en la vía, y, en especial, aplicar con rigor los artículos de la Ley 60 o Código de Vialidad de Tránsito. Así contribuimos a educar a los conductores y a prevenir accidentes. Es un trabajo donde la ética, el ejemplo, la autoridad, la decencia, el respeto y la justicia son esenciales. Por eso tiene tanto prestigio nuestra institución.
-¿Alguna vez has tenido que arreglártelas de manera atípica para resolver un caso? Quizás tengas una anécdota...
-Cierto domingo estoy patrullando cerca del municipio de Majibacoa cuando, de pronto, escucho por la radio de la moto que el conductor de un jeep marca Susuki se ha dado a la fuga en un tramo de la carretera Holguín-Las Tunas. Recibo la orden de colaborar para interceptarlo y, al rato, lo ubico a la altura del poblado de Arroyo El Muerto. Salgo en su persecución con las precauciones de rigor. El prófugo, ansioso por escapar, abandona la vía, dobla a toda velocidad por un terraplén y se mete por El Mijial, Piedra Hueca, El Roble y otros asentamientos rurales. Pero con tan mala suerte que el carro se le atasca en un pantano. Entonces, al verse atrapado, se baja y echa a correr hacia un cañaveral. Yo me tiro también de mi Yamaha y me monto en un caballo que andaba por allí. Luego de casi un par de horas de galopar tras él entre los plantones, el fugitivo desiste de la huída y entonces lo detengo. Aquello fue cosa de película. ¡Del caballito al caballo! Así es en ocasiones nuestro trabajo.
-Sí, fuiste del caballito al caballo, aunque me han dicho que también vas del caballito al caballete, porque eres caricaturista...
-Me encantan las artes plásticas. Adquirí la afición en mi niñez, cuando trataba de reproducir sobre un papel los dibujos que hacía mi madre costurera y los diseños de muebles de papá en la carpintería. Cuando en la escuela dejaba de interesarme una clase, sacaba una hoja y me ponía a pintar cualquier cosa. Lo de las caricaturas vino luego. Les hice a casi todas mis maestras, a mis vecinos, a mis parientes y hasta al bodeguero de la esquina. Y se las regalaba para que las tuvieran de recuerdo. Tal vez algunos de ellos las conserven todavía. ¡Era mi hobby, junto con las motos! Al parecer no lo hacía muy mal, porque me alentaban con frecuencia para que estudiara pintura. En aquella época de primaria y secundaria llegué a participar en varios concursos de dibujo a diferentes niveles. Pero fue aquí, en Las Tunas, cuando comencé a tomarme en serio lo de las caricaturas.
-Háblame de esa etapa de tu carrera como diletante, ¿cuáles fueron las motivaciones y en qué temas te inspiraste?
-Yo me había alejado del dibujo. Hasta que una tarde las musas me obsequiaron un filón para el retorno: acababa de establecerse el uso de cascos protectores para los motoristas, y, como aún no se comercializaban en grandes cantidades, aparecieron diversos modelos: de constructor, de pelotero, de ciclista, de bombero y hasta de vikingo. Dije para mí: «Esto merece caricaturizarse». Fue tal la motivación que en una semana dejé listas 10 obras. Cargué con ellas para la galería-taller, se las mostré a los expertos...¡y las aceptaron! Así monté mi primera exposición, titulada Humor de tránsito. Después vino otra sobre la campaña contra el aedes aegypti, en la Oficina del Historiador de la Ciudad. Una tercera en la Casa de la Prensa abordó el cacareado Plan Busch contra Cuba. Y algunas más. La que dediqué al bloqueo fue solicitada por las provincias de Granma y Holguín para mostrarlas en sus instituciones. A todas las considero más reflexivas que humorísticas. Aunque, para ser franco, lo mismo le saco partido a una canción de Fabré que a una telenovela brasileña.
-¿Aprecias algún antagonismo entre tu profesión de policía y tu afición a la caricatura? ¿Qué dicen los conductores de eso?
-Ser caricaturista no le crea conflictos al policía que soy, porque quienes están al tanto de esa faceta mía saben cuánta importancia le doy a mi trabajo. La responsabilidad no excluye las simpatías por el arte. Además, sé cómo proceder en cada circunstancia. Los choferes conocen muy bien mi manera de actuar. A veces, una charla causa mejor efecto que una multa. Por cierto, con varios tengo amistad y algunos hasta asisten a mis exposiciones. En una oportunidad un conductor al que estaba notificando me dijo: «Oiga, agente, ahora sé por qué usted escribe tan rápido las multas. No digo yo..., ¡con la mano que tiene para dibujar!» Tuve que reírme. Otra vez un camionero paró su vehículo y me preguntó desde la ventanilla: «Permítame, ¿usted es el que hace los muñequitos de la galería?». Le dije que sí con la cabeza. Y él: «Ahhh, ya sabía yo...» Y prosiguió la marcha.
-¿Cómo acogen tus compañeros en general y tus jefes en particular esta faceta artística tuya tan inusual en tu profesión?
-Con mucho entusiasmo. Recuerdo un mediodía en el comedor de la Jefatura. El teniente coronel César –amigo de las bromas- vino hasta mí para proponerme en secreto que les hiciera caricaturas a algunos compañeros con motivo de sus cumpleaños. Me pidió guardar absoluta discreción, pues de otro modo no funcionaría la sorpresa. Como la idea me pareció simpática, acepté. Pero el gran compromiso estaba por llegar: En el grupo de los caricaturizables figuraba... ¡el coronel Benítez, segundo jefe del MININT en la provincia! Enseguida pensé, receloso «Bueno, ¿y si no le ve la gracia a la broma y se pone bravo conmigo? Porque la soga revienta siempre por el lado más débil. ¿Y si lo toma como una falta de respeto de mi parte?» Le planteé a César mis preocupaciones. Y él: «No, chico, no, tú verás que no pasa nada, te lo garantizo...» ¿Y qué iba a hacer yo? ¡Jugármela! Me mostró varias fotos del coronel en la pantalla de la computadora. Seleccioné la que más me convenía y, a partir de la imagen, hice con sumo cuidado la caricatura. El día del cumpleaños, atrajeron al coronel con no sé qué pretexto hasta el sitio donde la habían colocado. Para mi tranquilidad, le gustó, se emocionó y hasta me felicitó.
-¿Te encuentras afiliado a alguna organización relacionada con las artes plásticas o trabajas tu obra de manera independiente?
-Debo reconocer que tengo muchísimo que aprender en materia de pintura, pues carezco de formación académica. Así que, a instancias de un artista plástico local, me sumé a un proyecto muy interesante llamado Perspectiva. Lo integran por lo general, campesinos, obreros, profesores, jubilados, amas de casa... También hay algunos profesionales. Nos reunimos periódicamente y lo mismo organizamos una exposición en una cerca de alambres que en un barrio periférico de la ciudad. Se hacen miniaturas, caricaturas, poesía, artesanía... En cada encuentro con el grupo incorporo conocimientos nuevos. Ahora trabajo con cartulina, lápices de colores, lapiceros, centropenes... Pero, sobre todo, con muchos deseos de hacer las cosas bien. Tengo varios planes rondándome en la cabeza. Cuando disponga del tiempo suficiente, quisiera ponerlos en práctica. Son ideas que se me ocurren. A veces, en la vía, apreso algunas en un papelito.
-Para terminar, ¿te ha ocurrido algo curioso que implique tu doble condición de policía y de caricaturista?
-Voy con otra anécdota. Una tarde me presenté vestido de policía en la oficina del Historiador de la Ciudad con el propósito de coordinar allí una exposición de caricaturas. Por entonces no tenía el gusto de conocer en persona al licenciado Víctor Marrero, el historiador. Pregunté por él y me lo fueron a buscar al fondo del local. Le dijeron: «Víctor, allá afuera hay un policía del tránsito que te anda buscando». Cuando lo tuve ante mí, lo saludé y le dije muy serio: «Vengo por lo del casco». Se puso pálido, preocupado tal vez porque yo le recriminara haber manejado en algún momento sin casco el pequeño ciclomotor que tiene asignado. Pero le aclaré enseguida: «No, Víctor, por el casco protector no. Vengo por el asunto del casco histórico de la ciudad. Para que usted, que sabe tanto sobre ese tema, me explique algunas cosas.» Y los dos nos morimos de la risa.

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domingo, 14 de octubre de 2007

El caballero de... Las Tunas

Cuando nuestra ciudad se despereza entre la neblina del amanecer, Alberto Álvarez Jaramillo –El Comandante- sale a la calle a reencontrarse con lo cotidiano. Gasta pantalón y camisa verdeolivos, charreteras militares y boina carmesí. Anda sin destino fijo, inmerso en sus propias cavilaciones, igual dirigiéndose a un auditorio imaginario que adoptando sofisticada pose de tribuno. El Comandante es un remedo de Quijote provinciano, de Caballero de París fantasioso y tranquilo.
Su edad no es fácil de establecer, pues desde hace muchos años parece como detenido en el tiempo. Se le puede suponer tal vez un poco más de la media rueda, aunque es muy posible que rebase ya los 60. Tampoco se puede calcular la cantidad y la naturaleza de los objetos de todo tipo que almacena en los bolsillos, y que van desde «documentos secretos» hasta pedazos de madera y mochos de lápices recogidos en plena vía.
Presume de su «alta jerarquía» castrense y no admite ambigüedades con sus galones. Si no se le quiere ver airado, que nadie lo trate de capitán o de teniente: ¡Co-man-dan-te! Y cuando escuchen su silbato herir el silencio del mediodía, presten atención, porque será casi seguro el preludio de una de sus parrafadas llenas de fantasiosa sabiduría.
Un familiar de El Comandante me contó una vez que nuestro hombre fue en sus buenos tiempos un joven dispuesto, emprendedor y amigo de hacer el bien a sus semejantes. Pero un medicamento mal administrado le perturbó las entendederas en cuestión de pocos meses y desde entonces recorre incansablemente las calles de Las Tunas vestido de militar, reminiscencia tal vez de su breve paso por la vida de uniforme.
Sin embargo, y a pesar de sus limitaciones mentales, El Comandante es muy capaz de mantener con cualquiera una conversación coherente y fluida. Lo he visto en el parque Vicente García disertar sobre temas del pasado o de la actualidad, ante el asombro de sus interlocutores. Y si de dignidad se trata, él la tiene por arrobas. Nunca pide limosnas ni pernocta fuera de casa. Tampoco acepta chucherías ni refrigerios en su itinerario citadino.
Y otra cosa: la ciudadanía lo respeta y lo acepta como a uno más. Aunque si alguien pretendiera tomarle el pelo, él le subiría la parada, de eso no quepan dudas. Puede montar en cólera ante las burlas de los guasones, que nuca faltan, y ¡ay si alguno de ellos se le acerca! Más de uno ha tenido que sufrir en su propia anatomía el precio del agravio.
Alberto Álvarez Jaramillo, El Comandante, tal vez no sepa que él es un personaje de las calles tuneras. Un símbolo legítimo que improvisa pies forzados, respeta a los niños, detesta a los delincuentes, viste de limpio, saluda a la bandera y ama a su tierra. Y ahora usted dígame, ¿se le puede pedir mayor cordura a un hombre?

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