La sobria tesitura de su voz no funda su abolengo entre los pétalos perfumados de una rosa de Francia. Irrumpe, afinada y limpia, de el arroyo que murmura allá en la distancia, junto al palmar del bajío, mientras desgrana al viento cadencias y compases de alta factura musical como el arrullo de palmas.
En tanto rompen los acordes, un dulce embeleso alucina la mirada. Es que cuando Barbarito canta, su voz emerge como de entre espumas para luego alcanzar la pureza de una perla marina. Así de mesurado es el estilo de este gigante del pentagrama, timbre y cariz de nuestro baile nacional.
En tanto rompen los acordes, un dulce embeleso alucina la mirada. Es que cuando Barbarito canta, su voz emerge como de entre espumas para luego alcanzar la pureza de una perla marina. Así de mesurado es el estilo de este gigante del pentagrama, timbre y cariz de nuestro baile nacional.
Con su sello personalísimo e irrepetible, el danzón deviene capullo de alelí para los enamorados. Habría que tener alma de roca para no rendirse a tan sublime ensoñación. Es que mientras existan Barbaritos rompiendo la rutina habrá gente por ahí negada de plano a aceptar que ausencia quiere decir olvido.
Para que la oigas, Barbarito, la vida te anuncia hoy, 4 de diciembre de 2007, tu 98 cumpleaños. Será una fecha para festejar eternamente en Manatí, querido Manatí. De allí partiste un día del brazo de las musas a conquistar musicalmente el alma cubana con una rosa roja prendida en el ojal y un par de lágrimas negras nublándote el brillo de los ojos.
El pueblo que te reverencia no te olvida, Príncipe del Danzón. Aunque quiera olvidarte, ha de ser imposible. Los artistas de tu estirpe no mueren nunca, porque viven eternamente en su voz. Tu nombre no solo está grabado con letras indelebles en el tronco de un árbol. También en la parte más sensible de nuestros corazones.
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