domingo, 4 de febrero de 2007

Fotos del lanzamiento de mi libro

Estas fotos de la presentación de mi libro POSTALES TUNERAS fueron tomadas por el periodista Miguel Díaz Nápoles, editor jefe de Tiempo 21, la página web de Radio Victoria, emisora provincial. El lanzamento se realizó el día 5 de mayo del año 2005 en el patio interior de la Plaza Martiana, y contó con la asistencia de numerosos colegas y amigos. También con la presencia de mi esposa Iris, a quien se puede apreciar en una de las imágenes con nuestra pequeña Sofía dormida sobre su hombro izquierdo.
Mi libro tuvo una acogida extraordinaria. El día del lanzamiento se vendieron más de 50 ejemplares en menos de una hora. La edición se agotó en cuestión de una semana y muchos interesados se quedaron con las ganas de adquirirlo. Los temas que traté en sus páginas fueron el principal señuelo para los compradores.
El Centro Provincial del Libro me invitó después a realizar presentacions de POSTALES TUNERAS en todos los municipos de la provincia. En algunos de ellos no hubo ni siquiera la posibilidad de comercializar nuevos ejemplares, pues todos se habían agotado.
En aquella primera edición dediqué mi libro a mis inolvidables padres, a mi esposa Iris y a mi primogénita Sofía. Hoy quiero incluir en la dedicatoria a mi adorable Beatriz, mi niña más pequeña, que cuando aquello no era ni siquiera un proyecto en nuestras vidas.




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Presentación de mi libro

«Buenos días, queridos amigos e invitados. El libro que hoy tengo el honor de presentar, Postales Tuneras, es ya, por derecho propio, un texto de referencias para conocer páginas pintorescas y poco divulgadas de la historia de nuestra provincia. Se trata de una antología de crónicas, entrevistas, y reportajes que el conocido periodista tunero Juan Morales Agüero (Manatí, Las Tunas,1955) hizo brotar con el acierto de siempre desde el oficio de su bien entrenada pluma.
Cada uno de los materiales que integran este libro –casi todos publicados en diferentes momentos en el semanario provincial 26 y en el diario nacional Juventud Rebelde- coloca ante nosotros una estampa, un personaje, un sitio o un suceso vinculados a nuestros anales. El autor nos los presenta sin rodeos a través de una óptica costumbrista, en la que se fusionan lo curioso, lo informativo y lo interesante en una suerte de mural decorado con singularidades de la cotidianidad y el sello distintivo que la hace trascender.
En Postales Tuneras encontrará el lector temas tan heterogéneos como la famosa granizada de Las Tunas del año 1963, la separación quirúrgica de las siamesas Maylín y Mayelín, los razonamientos de esa gloria de la cultura local que es el doctor Pedrito Verdecie, la historia del busto de Federico Capdevila en el parque Vicente García y muchos temas más. Los materiales están escritos en un estilo tan desenfadado y refrescante que uno no puede hacer menos que sonreír, satisfecho, cuando el autor comienza a pintar con imaginación el lienzo de sus historias.
Disfruté enormemente este excelente libro de Juan Morales Agüero, recién salido de las prensas de la editorial tunera Sanlope. Solo me queda ahora recomendar su lectura. Les aseguro que no quedarán defraudados».
Lic. Víctor Manuel Marrero
Historiador de la Ciudad
Mayo de 2005

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sábado, 3 de febrero de 2007

Molinos para la Villa

Siempre he simpatizado con la historia que le atribuye el nombre de Puerto Padre a un diálogo entre un marinero y un cura a bordo de una de las carabelas de Cristóbal Colón. “¡Qué puerto, padre!”, aseguran que le dijo el marino al cura, extasiados ambos por la belleza desplegada ante sus ojos. No puedo dar fe de la autenticidad de esta parábola, pero cuentan que Puerto Padre se llama así desde entonces.
Realmente, se trata de una ciudad encantadora. “A pesar de ser pequeña, figura entre las más limpias y bellas de Cuba, con un desarrollo cultural y una fisonomía únicos que reproducen en breve formato a las grandes urbes de anchas avenidas, paseos y malecón”, dice de la localidad y de sus atributos una guía turística que navega en Internet.
A fuer de conocerlos como los conozco, imagino a los portopadrenses hinchados de orgullo por tan elogiosa y merecida apología. Ellos suelen agradecer por toneladas cuanta palabra ensalce los atractivos de su terruño, y blasonan, entre otras cosas, de que la ubicación geográfica de la villa aparece reflejada con la denominación de Portus Patris desde el distante siglo XVI en la cartografía del llamado Nuevo Mundo.
El epíteto de Villa Azul, que también identifica al carismático pueblo, debutó después, motivado quizás por la azulada tonalidad de su mar y de su cielo. El primero en emplearlo públicamente fue el periodista Manuel García Ayala, quien le dio vida en un poema suyo allá por los años 20 del siglo pasado. El apelativo ganó, raudo, el beneplácito de la gente. Tanto que los comerciantes más avispados la adoptaron como eslogan.
En las décadas iniciales de la propia centuria, otro periodista-poeta se encargó de añadirle a la frase lirismo y sugerencia: el canario Manuel Martínez de las Casas, director del semanario El Localista, quien en versos de su autoría se refirió a la localidad como a la Villa Azul de los Molinos, en virtud del gran número de esos aparatos de viento que funcionaban a la sazón en la comarca. Así lo recoge en su interesante libro Crónicas de Puerto Padre el investigador Ernesto Carralero Bosh.
Y es aquí donde pretendo hacer un alto. Cierto: Puerto Padre continúa haciéndole honor al sobrenombre de Villa Azul, pues la coloración persiste no solo en su mar y en su cielo, sino también en buena parte de su fisonomía. Pero, ¿qué hay con lo de Villa de los Molinos? ¿Se corresponde en la práctica el epíteto con el panorama contemporáneo de la ciudad? ¿Cuántos de esos “gigantes” contra los que arremetió El Quijote exhiben todavía por allí sus aspas ? Hay que ver, hay que ver…
SU MAJESTAD LA HISTORIA
La página digital española Interciencia da por establecido que la primera mención conocida a un molino de viento consta en los escritos del historiador árabe Al-Tabari, y datan del año 850 de nuestra era. Los textos certifican la existencia de esos ingenios en la provincia persa de Seistan alrededor de dos centurias atrás. Europa los acogió mucho después, en el período de las cruzadas, entre los años 1096 y 1191, y los primeros países en ponerlos a prueba en el su territorio fueron Holanda (1240) y Alemania (1222). En América debutaron en Brasil (1576) y luego en Estados Unidos (1621). Sudáfrica, por su parte, resultó la pionera en instalarlos en el continente negro cuando ya agonizaba el siglo XVII.
Pero, según consigna el Doctor en Ciencias Técnicas Conrado Moreno Figueredo en el sitio web de CUBASOLAR, el molino de viento que conocemos en la actualidad se desarrolló en los últimos 50 años del siglo XIX en territorio de los Estados Unidos. “La historia de la Cuba de la época y la fuerte influencia de la economía norteamericana en la isla desde finales de ese siglo y principios del XX, hacen presumir que por entonces debió instalarse en nuestro país el primer aparato de ese tipo”, agrega el también destacado especialista en energía eólica.
-A Puerto Padre los molinos de viento llegaron también de la mano del capitalismo –dice Ernesto Carralero, el historiador de la villa -. Eso ocurrió a partir del 30 de enero del año 1902, cuando comenzó a producir azúcar el central Chaparra bajo la regencia de una sociedad norteamericana, la Chaparra Sugar Company. Antes de esa fecha, eran los pozos criollos los que proveían de agua a los lugareños. Después se impusieron los pozos artesianos con sus flamantes molinos de viento.
Carralero precisa que quienes aplaudieron con más frenesí la llegada de los molinos a la villa fueron los vecinos con mayores posibilidades económicas para comprarlos. En la relación figuraban, entre otros, los dueños de tiendas y los altos empleados de la fábrica de azúcar distante solo unos pocos kilómetros. La ciudad llegó a contar con centenares de aparatos dentro del propio perímetro urbano, en casas que conservaban el sello fundacional español, con amplios patios andaluces, techos de tejas francesas, ventanas con rejas y puntales de 14 pies de altura.
-La etapa conocida por La Danza de los Millones propició entre los portopadrenses un aumento significativo de los molinos –acota Carralero-. Fueron tiempos de bonanza económica, pues se había desatado la Primera Guerra Mundial y la industria azucarera criolla aprovechó en su beneficio el alza de los precios en el mercado internacional. Por aquella época ejercía el alto cargo de Presidente de la República Mario García Menocal, quien fue el primer administrador del central Chaparra. Puerto Padre ganó en urbanización, pues se construyeron nuevas calles, lujosas residencias, pequeñas industrias y… ¡se instalaron más molinos!
Con el tiempo sobrevino su decadencia por razones tanto coyunturales como tecnológicas. Lo admite el citado sitio web de CUBASOLAR, cuando dice: ”Esta situación favorable se mantuvo hasta los años 20 –dice-. La gran depresión económica de la década siguiente, los motores de combustión interna y la electrificación posterior a 1945 afectaron fuertemente a la industria de los molinos de viento. Y ya en los años 50 y 60 solo unos pocos fabricantes de esos aparatos permanecían activos”.
VILLA DE LOS MOLINOS
A pesar de que las turbinas les robaron el protagonismo, en Puerto Padre algunos molinos consiguieron permanecer en pie, aunque sin recibir mantenimiento periódico ni ganarle una sonrisa a la indiferencia de sus dueños. Luego el tiempo se encargó de pasarles la cuenta hasta convertirlos en amasijos de metal, en virtuales despojos de una época que se extravió en el olvido como el viento en sus aspas.
-La desaparición de los molinos portopadrenses fue consecuencia del desarrollo de la tecnología de la época –apunta Carralero-. Dejaron de constituir elementos de nuestro paisaje cuando dejaron de ser necesarios. Hubo un tiempo en que tratamos de conservar algunos, y hasta la Asamblea Municipal del Poder Popular aprobó una Resolución para protegerlos, teniendo en cuenta su reconocida connotación en la paisajística y el folclor del territorio. Pero su letra y su espíritu se quedaron en las buenas intenciones, porque la iniciativa apenas tuvo resultados concretos. Conclusión: los molinos sobrevivientes dieron con sus huesos en tierra. Duele admitirlo, pero es un hecho consumado.
Sin embargo, la denominación Villa de los Molinos que alude a Puerto Padre no ha perdido vigor. Aunque solo constituya un soplo de nostalgia entre los muchos que todavía la utilizan. Y miren qué curioso: el epíteto funciona diferente cuando uno llama a Holguín Ciudad de los Parques o a Matanzas Ciudad de los Puentes, porque en ambos casos los parques y los puentes están allí para justificarlo. Algunos de mis lectores dirán : “¿Pero qué propones, periodista? ¿Sembrar de molinos otra vez la geografía de Puerto Padre? Vamos, hombre, que no es para tanto…” Y les respondo: No, propongo rescatar los molinos de una manera… ¡simbólica!
Algo se ha hecho, lo reconozco. La sede de la filial de la UNEAC portopadrense, por ejemplo, instaló un molino en su patio. No lo necesita desde el punto de vista práctico, pero lo ha puesto a convivir con la organización como uno más de sus miembros. Antes, en 1989, los escultores Elvis Báez Morales y Pedro Felipe Escobar erigieron en la avenida Libertad un monumento al que llamaron El Quijote de los Molinos, que es en sí mismo síntesis de la tradición y la hispanidad locales. También existe el Festival de Música Villa de los Molinos, un evento anual de mucho prestigio y hasta el brocal del famoso pocito de agua dulce que se encuentra dentro del mar tiene forma de aspas.
Pero se puede hacer mucho más para que lo de Villa de los Molinos no sea solo alegoría recurrente en poemas, pentagramas, lienzos y pedestales. Y aquí va una propuesta: ¿por qué la filial de la UNEAC de Puerto Padre no adopta al molino como su distinción para entregar a personalidades relevantes? Y una segunda: ¿por qué no diseñar y comercializar pequeños molinos a guisa de souvenir para quienes visiten la tierra natal de Emiliano Salvador? Y una tercera: ¿por qué no colocar molinos decorativos en las principales vías y sitios panorámicos de la ciudad?
-Creo que son propuestas realizables –admite José Ramón Silva, miembro del Buró Ejecutivo del Comité Municipal del Partido-. Agregaría otras, como la organización de competencias deportivas con el nombre de Villa de los Molinos. Copas de tenis de campo y torneos de ajedrez, por ejemplo, donde acumulamos mucha tradición. También situar molinos en patios de casas coloniales emblemáticas. Y hasta la universalización de la enseñanza superior podría explotar el asunto en su provecho.
Para que Puerto Padre armonice su entorno con el seudónimo de Villa de los Molinos no es preciso traer a los molinos de vuelta a sus antiguos emplazamientos. Solo se necesita echar a andar las aspas de la imaginación y romper lanzas contra los convencionalismos. Quijotes y Sanchos existen en la villa para emprender la cabalgata.

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