viernes, 27 de agosto de 2010

Los barrios tuneros y sus nombres

La mayoría de los tuneros de pura cepa presume de conocer como la palma de su mano la geografía de la ciudad que cumplirá pronto 214 años de fundada. Para muchos no existe aquí vericueto ni callejuela que no sean capaces de localizar -es un decir- incluso con los ojos cerrados. Pero, ¿dirían lo mismo acerca del origen de los nombres de algunos de sus repartos y barrios?
Comenzaré con un caso simpático. Allá por los años 60 del siglo pasado comenzó a poblarse a velocidad de vértigo una barriada conocida aquí por Propulsión. Era tal la rapidez de los vecinos para construir allí sus viviendas que uno de ellos -maravillado- exclamó una mañana a viva voz: “Ñoooo, caballeros, esto va más rápido que un propulsión a chorro”. La referencia se basaba en que por entonces la Revolución defendía su cielo con ese tipo de aeronaves supersónicas. A partir de ese momento la gente comenzó a llamar al barrio así: Propulsión. Y con Propulsión se quedó.
Otro nombrecito de anjá es Cantarrana. Dicen sus pobladores más antiguos que el apelativo data de cuando se estaban edificando por la zona las casas fundacionales. Las lluvias solían anegar los huecos de las cimentaciones, con el consabido beneplácito de las ranas, que encontraron en la contingencia un verdadero paraíso. El croar de los batracios llegó a ser tan recurrente que el sector terminó llamándose Cantarrana.
Un bloque urbano cuyo mote suele desconcertar a los visitantes es el conocido por Las 40. ¿Por qué lo identifican así? Realmente, el nombre oficial del reparto es Fernando Betancourt, en honor a un mártir local que murió en Guantánamo mientras cumplía con su deber. Surgió luego del paso por aquí del ciclón Flora, en 1963, cuando construyeron en la zona 40 viviendas para los damnificados. La población se dio entonces en nombrarlo Las 40. Con el tiempo el reparto desbordó sus límites para formar en su parte norte la llamada Comunidad Militar “2 de Noviembre”, a la que casi nadie conoce por esas generales, sino por Reparto Militar.
¿Y qué me dicen del conocido barrio Marabú? Otrora su gente gozó de la poca edificante fama de camorrista y conflictiva Esa imagen cambió después de 1959. Pero su nombre oficial  -reparto Santo Domingo- no ha conseguido todavía imponerse. Según los investigadores del tema, el reparto está asentado en lo que fue en otra época una finca propiedad de Rafael Suárez Cruz. A solicitud de este señor, en 1915 la demarcación resultó aprobada por el Ayuntamiento Municipal con el nombre de Santo Domingo. Como por entonces casi toda su parte norte estaba plagada de marabú, muchas personas se acostumbraron a llamarlo así, Marabú.
En la ciudad abundan también los asentamientos con denominaciones concebidas a partir de los nombres o los apellidos de sus propietarios originales. El reparto Santos, por ejemplo, se localiza en una zona que perteneció al señor José Santos Vargas, quien parceló y vendió el terreno donde más tarde se construyeron casas de viviendas. A partir de 1959, se le cambió el nombre por el de Israel Santos, un hijo del antiguo dueño caído en combate a las órdenes del Che durante la toma de Santa Clara en diciembre de 1958. Cuando se accede a este asentamiento desde la zona del ferrocarril por la avenida Camilo Cienfuegos, las primeras manzanas son conocidas con el apelativo de Bonachea, apellido de la familia que fundó allí un conocido servicentro que todavía presta servicios.
Existe otro reparto que sigue esa línea onomástica. Se trata del Aurora, cuyas áreas pertenecieron en los años 50 del siglo pasado a la señora Aurora Pérez. Se localiza con rumbo noreste, a partir del ángulo formado por las calles General Menocal y Francisco Varona. Curiosamente, el Aurora incluye a otro reparto con linaje propio. Me refiero a dos manzanas a las que la gente identifica como Reparto Médico, una pequeña comunidad residencial construida por trabajadores de la salud en los tiempos de la inauguración del hospital Guevara, en el año 1980.
Por el apellido de su antiguo dueño se conoce también el reparto Sosa, próximo a la terminal ferroviaria, que se levantó inicialmente en predios de una finca propiedad de Bautista Sosa. Y a propósito, durante la última etapa de la lucha revolucionaria cayó en combate Carlos Sosa Ballester, nieto de Bautista. En su memoria una calle del reparto fue bautizada con su nombre. Al Sosa pertenece además el barrio llamado La Canoa. Sus vecinos originales dicen a quien quiera oírlos que recibió tal bautismo porque cuando llovía la zona parecía una canoa rodeada de agua por todas partes.
El reparto Pena tiene su historia. Pertenecía en un inicio a la señora Esperanza León, casada a la sazón con Generoso Pena, conocido fotógrafo de la ciudad. El reparto Velázquez, por su parte, surgió de una propiedad cuyo dueño era José Velázquez. Al aprobarse su existencia por el ayuntamiento en 1950,  cedió una manzana para construir un estadio que se llamó Estadio Municipal Velázquez. Luego del triunfo de la Revolución, en enero de 1959, adoptó el nombre de estadio Julio Antonio Mella.
Algunas personas suelen referirse a dos sectores del centro histórico de la ciudad con los nombres de reparto Primero y reparto Segundo. Pero, ¿son realmente correctas estas denominaciones? Según los investigadores, en 1951 el término municipal de Victoria de Las Tunas constaba de 16 barrios. Dos de ellos estaban asentados en su zona urbana, y eran los llamados Primero y Segundo. Solo que esta clasificación se concibió exclusivamente con fines electorales. A pesar de eso, no son pocos los que persisten en denominarlos todavía así: Primero y Segundo.
Podría hablar de otros barrios y  repartos que le ponen calor y color a la onomástica de nuestra ciudad, como son Casa Piedra, Aguilera, Buena Vista, La Loma, La Victoria, Aeropuerto, Polvacera..., pero la muestra es suficiente. Todos conforman el terruño donde vivimos, y reflejan también, como legítima patria chica, la identidad de sus hijos.

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sábado, 21 de agosto de 2010

Historias callejeras

La mayoría de los seres humanos venimos al mundo con nombres preelegidos por nuestros parientes cercanos. Luego, con mejor o peor fortuna, los llevamos a cuestas durante toda la vida. Algunos tal vez resulten fonéticamente horribles o caligráficamente complejos. Sin embargo, solo en raras ocasiones los inconformes deciden cambiárselos por otros más a tono con sus preferencias. 
No ocurre igual con las denominaciones de las calles. Una avenida pudo tener ayer una identidad, ostentar hoy otra diferente y mostrar mañana una tercera. Estos cambalaches nominales dependen de disímiles factores, entre ellos la voluntad expresa de quienes ostentan la prerrogativa de la decisión. 
Hace poco más de 150 años, la otrora Victoria de las Tunas fue declarada Ciudad por las autoridades coloniales españolas. En 1868, cuando estalló en la antigua provincia de Oriente la Guerra Grande, la villa contaba con 15 vías urbanizadas. Ninguna conserva en la actualidad su nombre original. 
La arteria tunera más populosa es la avenida Mayor General Vicente García. Su nombre original (1868) fue Isabel Segunda, reina de España entre los años 1833 y 1886. Casi 20 almanaques después, su rótulo se cambió por calle Campoamor, apellido de un célebre poeta peninsular.
Hasta inicios del siglo XX, resultó común que la gente de campo recorriera a caballo esta popular calle. Se conservan aún varias argollas empotradas en los contenes, donde sus dueños amarraban las bridas de los nobles brutos.
La calle Lucas Ortiz corre también por las proximidades del corazón de la capital tunera. Sin embargo, no fue ese su primer apelativo, sino Príncipe, vaya usted a saber en honor a qué Alteza Real de la metrópoli.
En 1869 se le comenzó a llamar Bombero, para dignificar a ese gremio. En 1884 sufrió otro cambio: Moratín, notable escritor madrileño. En 1905 los adulones le endosaron Becerra, apellido de un conquistador. Desde 1931 se le llama Lucas Ortiz, ilustre capitán del Ejército Libertador.
Un caso singular es el de la calle Colón, que también serpentea por el ecuador histórico tunero. En 1868 la bautizaron como avenida de Los Pinos, quizás por la profusión de esos árboles a lo largo de su recorrido. Lo curioso es que esta calle ostenta hoy varios nombres en su trayecto.
Se llama así, Colón, desde su origen en la zona de La Martilla hasta la calle Francisco Varona. De ahí a la calle Gonzalo de Quesada se llama Ángel Guardia, mambí caído en la toma de Las Tunas de 1897. Desde Ángel Guardia hasta el ferrocarril, es avenida Frank País. Y hasta la salida hacia Puerto Padre, todos la conocen por avenida Camilo Cienfuegos
La ciudad de Las Tunas tiene otro caso singular: una cuadra con nombres diferentes en cada acera. Está en la Placita de los Recuerdos, en el reparto México. Allí convergen en cuchilla las calles Joaquín de Agüero y Nicolás Heredia. Ambas siguen la misma ruta con igual identidad hasta la Feria, donde terminan. Lo curioso  de esto es que los vecinos que la habitan viven en la misma cuadra, pero no en la misma calle. 
La calle Martí cuenta también con su historia. Al inaugurarse en 1868, las autoridades le pusieron por rótulo calle Carlos Conus, nombre de un capitán español que apresó al patriota camagüeyano Joaquín de Agüero, quien en 1851 intentó sin éxito tomar Las Tunas. En 1905, pasó a denominarse calle República, que era la condición de Cuba desde 1902. 
Otra calle tunera, la Lico Cruz, se llamó en 1868 Maria Luisa, en honor a la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón, hija de los reyes Fernando VII y María Cristina, soberanos españoles del siglo XIX. En 1884, los colonialistas decidieron que esta calle Maria Luisa se llamara calle Pelayo, alegoría a un antiguo obispo de la asturiana ciudad de Oviedo. 
En 1905, ya en tiempos republicanos, se le bautizó como calle Manuel Cruz, comandante mambí caído en combate el 6 de mayo de 1871. Desde  1931 esta vía se llama calle Lico Cruz, otro ilustre insurrecto local. 
A ciertas calles tuneras las autoridades coloniales de la época les impusieron títulos de ingrata recordación, como Leopoldo O´Donell, nombre con el que fue agraviada  en 1868  y hasta años después la actual calle Julián Santana (nombre de un glorioso general mambí de origen canario). 
Este Leopoldo O´Donell fue un alto oficial del Ejército Español, además de Gobernador General de la isla entre 1843 y 1848. En su tristemente célebre mandato fusilaron al poeta Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido). Hizo famosa una frase, adoptada luego por los mayorales en las plantaciones cañeras esclavas: «con sangre se hace azúcar». 
La calle Joaquín de Agüero responde por ese nombre desde 1905. Antes, en 1868, se le conocía por Piquero, reminiscencia del antiguo soldado cuyo única arma en las batallas era una lanza o pica. En 1884 recibió el patronímico de calle León XIII, Papa desde 1878 hasta 1903. 
Otra conocida calle exhibió proclividad por nombres de notables de las letras. Como la Nicolás Heredia, que perpetúa a un novelista cubano del siglo XIX. En 1884 esta vía se llamó Cervantes, apellido del más grande escritor en lengua hispana: don Miguel de Cervantes
Además de las ya mencionadas Julián Santana, Vicente García, Lico Cruz, Lucas Ortiz y Francisco Varona, otras vías tuneras llevan nombres de grandes patriotas locales de nuestras luchas  independentistas decimonónicas. Son las calles Ramón Ortuño y Francisco Vega, ambos generales del Ejército Libertador. La calle Lorenzo Ortiz inmortaliza a otro mambí de menor rango militar, pero igualmente glorioso. 
Con nombres de la última etapa de la lucha revolucionaria existen en Las Tunas las calles Carlos Sosa Ballester, Pelayo Paneque, Aquiles Espinosa, Waldemar Membrado y Calixto Sarduy, entre muchos otros. Hay algunas que inmortalizan a héroes nacionales, como las calles Máximo Gómez, José Martí Antonio Maceo, algo frecuente en casi toda la isla. 
A lo largo de la historia, ciertas calles tuneras ostentaron  por un tiempo denominaciones a las cuales no se les ha encontrado completo sentido: Rastro, Límites y Suburbios. Raros, ¿verdad? 
Otro nombre nada convencional lo lució la actual  calle 24 de Febrero, que en 1868 se llamó Campana. La que hoy conocemos por calle Maceo, fue la calle Canoa desde 1868 hasta 1884. Y la conocida calle Nicolás Heredia era en 1869 la calle Cruz Verde
Las calles son más que corredores para transitar a pie, sobre ruedas o por cualquier otro medio los asentamientos poblacionales. Ellas integran la vida orgánica de las ciudades. Son sus arterias, sus neuronas y sus tejidos. Conocerlas es acceder a una zona importante de nuestra historia.

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lunes, 16 de agosto de 2010

Un colega ha muerto

Mi colega Alexis Pérez Sánchez recién acaba de hacerle mutis a la vida. Su  resentido y frágil músculo cardíaco no soportó tantos agobios y  le consumó la  fatal jugarreta el pasado viernes, bien temprano, cuando el lucero del alba todavía irradiaba  luz en lo más alto del firmamento.  
Siempre me pareció emisario de trágicos augurios cualquier sombrío timbrazo telefónico en la madrugada. ¡Casi todo lo infausto ocurre en ese horario! Esta vez el ring ring confirmó mis suspicacias. Y la mala nueva despabiló mi somnolencia con la energía de un corrientazo. 
La muerte es -amén de rotunda e inevitable- nuestra única certeza absoluta. Se trata de un estado físico con blindaje a prueba de voluntades. En oportunidades apenas propicia espacio para filosofar. Como en este de ahora, donde sobrevino súbita, fulminante, inclemente y prematura.
Todavía hoy, tres jornadas después de su partida, cuesta aceptar que Alexis ya no está, corpóreamente, entre nosotros. Difícil creer que no volveremos a estrechar su afectuosa diestra, a soportar sus ex abruptos  de ocasión o a escucharle leer «a punta de pistola» su reportaje en ciernes. 
La Casa de la Prensa tunera echará de menos su corpulenta figura; muchos temas de actualidad  clamarán por la osadía de su pluma; los estudiantes de práctica laboral extrañarán, desconcertados, al tutor puntilloso y exigente que les  brindó en cada etapa sabiduría, experiencia y  brújula...
En lo adelante, de Alexis Pérez Sánchez, colega y amigo, no se hablará sino en pasado. Su recuerdo, empero, nos acompañará. Porque la vida de los que mueren no se convierte en polvo en una gaveta de mausoleo. Queda -¡vaya fortuna!- en la memoria de quienes los sobrevivimos.

A UN AMIGO MUERTO 

Para Alexis Pérez Sánchez, In Memoriam

Qué desierto está el mundo, amigo mío,  
desde que te cubrió el polvo postrero; 
cómo al pensarte el viento, lastimero, 
azota mi ventana; cuánto frío. 
Qué vacío dejaste, compañero, 
en nuestras vidas; qué estruendoso vacío. 
¿Con quién hablaremos ahora, en el estío? 
¿Por qué tuviste que partir primero? 
Cuando visitemos tu última morada 
dejaremos en la losa, doloridos, 
una flor y una carga de tristeza; 
luego nos iremos, llevando en la cabeza 
esta triste pregunta, ya gastada: 
¿Cómo asumir que de verdad te has ido? 

(Anónimo)

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sábado, 7 de agosto de 2010

Einstein y la bomba atómica


Por estos días que corren, la humanidad amante de la paz conmemora el aniversario 65 de los bombardeos atómicos norteamericanos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Fue aquel un crimen horrible e innecesario, pues, tal y como han establecido los estudiosos del tema, el imperio nipón estaba en ese momento virtualmente derrotado.
En el ataque a Hiroshima, el 6 agosto 1945, la bomba nuclear  cayó en el  mismo centro de la densamente poblada ciudad. Más de 140 mil personas murieron en el acto. La tragedia de Nagasaki sobrevino tres jornadas después, con saldo de 74 mil víctimas. Otros millares  murieron luego en ambas urbes como consecuencia de las heridas y de la radiación.
Se suele atribuir al gran científico Albert Einstein, Premio Nobel de Física, la  paternidad de la bomba atómica. La impugnación tiene que ver con las cartas que, a instancia de varios colegas, le  remitió al entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, con la intención de convencerlo de fabricar cuanto antes la poderosa arma de guerra.
En una de esas misivas escritas en 1939, Einstein alertó a Roosevelt acerca del peligro de que los alemanes, con Adolfo Hitler a la cabeza,  desarrollaran primero una bomba basada en la fisión atómica. Eso influyó en que EU decidiera realizar las pruebas con el  Proyecto Manhattan. Su culminación fueron los  terribles golpes nucleares anteriormente referidos.
Cuando, algunos años después, Albert Einstein se enteró de la atrocidad que supuso el bombardeo atómico sobre objetivos civiles japoneses, se arrepintió públicamente por las cartas enviadas al presidente norteamericano. Su primer rechazo sobrevino el 10 de diciembre de 1945, durante una charla conocida por «Se ha ganado la guerra, pero no la paz».
En esa fecha escribió en el New York Times: «De haber imaginado que emplearían la bomba atómica no como advertencia disuasiva, sino como arma agresora, no hubiera movido un dedo para recomendar su fabricación». Agregó que la firma de esa carta fue el mayor error (moral) de su vida.Y en un texto titulado «Hay que ganar la paz», expresó:
«En la actualidad, los físicos que participaron en la construcción del arma más tremenda y peligrosa de todos los tiempos, se ven abrumados por un similar sentimiento de responsabilidad, por no hablar de culpa. (...). Nosotros ayudamos a construir la nueva arma para impedir que los enemigos de la humanidad lo hicieran antes, puesto que dada la mentalidad de los nazis habrían consumado la destrucción y la esclavitud del resto del mundo. (...). Hay que desear que el espíritu que impulsó a Alfred Nobel cuando creó su gran institución, el espíritu de solidaridad y confianza, de generosidad y fraternidad entre los hombres, prevalezca en la mente de quienes dependen las decisiones que determinarán nuestro destino. De otra manera la civilización quedaría condenada».  
Sus principios con respecto a la paz se sintetizan en estas palabras: 
«Mi pacifismo es un sentimiento instintivo, un sentimiento que me domina porque el asesinato del hombre me inspira profundo disgusto. Mi inclinación no deriva de una teoría intelectual; se funda en mi profunda aversión por toda especie de crueldad y de odio».

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