Por estos días que corren, la humanidad amante de la paz conmemora el aniversario 65 de los bombardeos atómicos norteamericanos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Fue aquel un crimen horrible e innecesario, pues, tal y como han establecido los estudiosos del tema, el imperio nipón estaba en ese momento virtualmente derrotado.
En el ataque a Hiroshima, el 6 agosto 1945, la bomba nuclear cayó en el mismo centro de la densamente poblada ciudad. Más de 140 mil personas murieron en el acto. La tragedia de Nagasaki sobrevino tres jornadas después, con saldo de 74 mil víctimas. Otros millares murieron luego en ambas urbes como consecuencia de las heridas y de la radiación.
Se suele atribuir al gran científico Albert Einstein, Premio Nobel de Física, la paternidad de la bomba atómica. La impugnación tiene que ver con las cartas que, a instancia de varios colegas, le remitió al entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, con la intención de convencerlo de fabricar cuanto antes la poderosa arma de guerra.
En una de esas misivas escritas en 1939, Einstein alertó a Roosevelt acerca del peligro de que los alemanes, con Adolfo Hitler a la cabeza, desarrollaran primero una bomba basada en la fisión atómica. Eso influyó en que EU decidiera realizar las pruebas con el Proyecto Manhattan. Su culminación fueron los terribles golpes nucleares anteriormente referidos.
Cuando, algunos años después, Albert Einstein se enteró de la atrocidad que supuso el bombardeo atómico sobre objetivos civiles japoneses, se arrepintió públicamente por las cartas enviadas al presidente norteamericano. Su primer rechazo sobrevino el 10 de diciembre de 1945, durante una charla conocida por «Se ha ganado la guerra, pero no la paz».
En esa fecha escribió en el New York Times: «De haber imaginado que emplearían la bomba atómica no como advertencia disuasiva, sino como arma agresora, no hubiera movido un dedo para recomendar su fabricación». Agregó que la firma de esa carta fue el mayor error (moral) de su vida.Y en un texto titulado «Hay que ganar la paz», expresó:
«En la actualidad, los físicos que participaron en la construcción del arma más tremenda y peligrosa de todos los tiempos, se ven abrumados por un similar sentimiento de responsabilidad, por no hablar de culpa. (...). Nosotros ayudamos a construir la nueva arma para impedir que los enemigos de la humanidad lo hicieran antes, puesto que dada la mentalidad de los nazis habrían consumado la destrucción y la esclavitud del resto del mundo. (...). Hay que desear que el espíritu que impulsó a Alfred Nobel cuando creó su gran institución, el espíritu de solidaridad y confianza, de generosidad y fraternidad entre los hombres, prevalezca en la mente de quienes dependen las decisiones que determinarán nuestro destino. De otra manera la civilización quedaría condenada».
Se suele atribuir al gran científico Albert Einstein, Premio Nobel de Física, la paternidad de la bomba atómica. La impugnación tiene que ver con las cartas que, a instancia de varios colegas, le remitió al entonces presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, con la intención de convencerlo de fabricar cuanto antes la poderosa arma de guerra.
En una de esas misivas escritas en 1939, Einstein alertó a Roosevelt acerca del peligro de que los alemanes, con Adolfo Hitler a la cabeza, desarrollaran primero una bomba basada en la fisión atómica. Eso influyó en que EU decidiera realizar las pruebas con el Proyecto Manhattan. Su culminación fueron los terribles golpes nucleares anteriormente referidos.
Cuando, algunos años después, Albert Einstein se enteró de la atrocidad que supuso el bombardeo atómico sobre objetivos civiles japoneses, se arrepintió públicamente por las cartas enviadas al presidente norteamericano. Su primer rechazo sobrevino el 10 de diciembre de 1945, durante una charla conocida por «Se ha ganado la guerra, pero no la paz».
En esa fecha escribió en el New York Times: «De haber imaginado que emplearían la bomba atómica no como advertencia disuasiva, sino como arma agresora, no hubiera movido un dedo para recomendar su fabricación». Agregó que la firma de esa carta fue el mayor error (moral) de su vida.Y en un texto titulado «Hay que ganar la paz», expresó:
«En la actualidad, los físicos que participaron en la construcción del arma más tremenda y peligrosa de todos los tiempos, se ven abrumados por un similar sentimiento de responsabilidad, por no hablar de culpa. (...). Nosotros ayudamos a construir la nueva arma para impedir que los enemigos de la humanidad lo hicieran antes, puesto que dada la mentalidad de los nazis habrían consumado la destrucción y la esclavitud del resto del mundo. (...). Hay que desear que el espíritu que impulsó a Alfred Nobel cuando creó su gran institución, el espíritu de solidaridad y confianza, de generosidad y fraternidad entre los hombres, prevalezca en la mente de quienes dependen las decisiones que determinarán nuestro destino. De otra manera la civilización quedaría condenada».
Sus principios con respecto a la paz se sintetizan en estas palabras:
«Mi pacifismo es un sentimiento instintivo, un sentimiento que me domina porque el asesinato del hombre me inspira profundo disgusto. Mi inclinación no deriva de una teoría intelectual; se funda en mi profunda aversión por toda especie de crueldad y de odio».
1 comentarios:
Muy bueno tu blog. Te invito a que pases por mi tallerblog www.bochaelsocilogo.blogspot.com.
Saludos rituales, Bocha
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