miércoles, 20 de julio de 2011

Vacaciones de verano

Los meses de julio y agosto transpiran fragancia a vacaciones. En Cuba casi nos pasamos el resto del almanaque aguardando por la llegada de esas 62 jornadas, en las que la playa, la fiesta y el paseo monopolizan la simpatía pública hasta alcanzar niveles insospechados.
Sin embargo, para la gente de mi generación, las vacaciones de verano tenían un signo particular: eran, sobre todo, ocasión para reencontrarnos con nuestras familias y amigos después de vencer  nuestros cursos escolares en calidad de becarios en ciudades tan distantes de Manatí como La Habana, Camaguey, Santiago y Holguín. 
Recuerdo que todavía no habíamos desempacado las maletas y ya estábamos organizando la primera descarguita entre las amistades más afines. Eran tiempos difíciles aquellos años 70. Pero nuestros padres se las arreglaban para conseguirnos unos panes de telera, pasta de bocadito, una cacharra con ensalada fría, dos o tres botellitas de menta y... ¡a divertirnos con la música de moda en cualquiera de nuestras casas! 
Por entonces no existían los sofisticados equipos de discos compactos actuales ni las discotecas con sus juegos de luces. Pero nosotros la pasábamos de maravillas con aquella vieja grabadora de cinta y cl vetusto tocadiscos para placas negras con no más de 12 canciones, entre las cuales Los Beatles y los grupos de la Década Prodigiosa eran los preferidos. 
No solo eran fiestas nuestras vacaciones de verano. También nos reuníamos para ir a la playita del Puerto o a la de Sabana, contarnos historias de nuestras respectivas becas, jugar baloncesto en la antigua cancha del sindicato o echar algún que otro partido de dominó. Además. aprovechábamos la etapa para leer cuanto libro cayera en nuestras manos, lo mismo aventuras de Emilio Salgari que simplonas novelitas vaqueras. 
Finalmente, llegaba la hora del regreso a nuestros centros de estudio. Uffff, ¡qué bien la habíamjos pasado! Todos nos despedíamos con el rostro radiante por las emociones... hasta el próximo verano.

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domingo, 3 de julio de 2011

Alfonso Silvestre, el tunero de la TV

Este actor es una gloria tunera y cubana de las artes escénicas. Vino al mundo el 9 de octubre de 1926 en la otrora ciudad de Victoria de las Tunas, en el seno de una familia de clase media. 
Desde su infancia manifestó marcado gusto por el teatro, tal vez influenciado por una tía materna, quien solía escribir y montar pequeñas obras donde el pequeño era uno de los actores. 
Aunque su primer oficio fue el de locutor en  las emisoras radiales de la localidad, años antes había establecido nexos con instituciones culturales como La Colonia Española. Allí acudía regularmente para disfrutar del canto, el baile y la música española. También con las sociedades El Liceo y la Unión Fraternal, para recibir cursos de superación dictados por personalidades tan ilustres como Nicolás Guillén
El 10 de junio de 1951 fundó, junto a Manuel Fernández González, el Patronato Pro-Arte en Tunas, que pretendió, según una publicación de la época, "promover el desarrollo cultural del territorio, rompiendo todas las barreras raciales, religiosas, económicas y sociales existentes." 
Y agrega en otra de sus partes la referida publicación: "Esta organización autofinanciada propició, con la participación de los talentos locales, el progreso de diferentes modalidades artísticas en teatros, logias, salones y plazas. Realizaban funciones benéficas y divulgativas con el predominio del teatro, el canto, la música, la declamación y la danza, exposiciones y conferencias sobre temas relacionados con la literatura, la cultura y la sociedad, la difusión radial y periodística de nuestras raíces españolas y africanas como expresión de la cultura cubana".
Dentro de la recién creada institución cultural, Alfonso Silvestre prosiguió desarrollando su afición por las tablas, ya no solo como actor, sino también como autor. Una puesta en escena suya, nombrada El Dilema, tuvo una magnifica acogida en su premier, el 7 de septiembre de 1951.  
A mediados de 1953 se trasladó a La Habana y comenzó a trabajar en la televisión. En ese medio alternó con los mejores artistas cubanos de la época en teatro, animación y programas humorísticos.  Durante su carrera en la pantalla grande actuó en espacios de aventuras como Marco Polo, El Gran Almirante, La flecha negra, Juan Quinquín y El Mambisito.  
En 1960 integró el elenco artístico del Teatro Nacional de Cuba para asumir roles en infinidades de obras teatrales y comedias musicales. Laboró en la Casa de las Américas, en el Anfiteatro de La Habana y en la sala Las Máscaras. Se vinculó a Teatro Estudio (foto) y al Grupo Rita Montaner, compañías con las que montó y actuó en numerosas obras del repertorio universal, como El círculo de tiza caucasiano, de Bertold Bretch. 
En 1970 trabajó como profesor, y  en 1984, por problemas familiares, regresó a su ciudad natal. Trabajó en Radio Victoria y en la Casa de la Cultura Tomasa Varona. En 1986 grabó su última aventura en Buey Arriba, provincia de Granma.  Obtuvo varias distinciones, entre ellas la de Pro- Arte, la medalla Raúl Gómez García y la Vicente García. Murió en Las Tunas, el 24 de diciembre de 1997, a los 71 años de edad.  

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