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sábado, 28 de abril de 2018

Murió el caballero de Las Tunas

Un absurdo accidente de tránsito le cercenó la vida el pasado viernes 20 de abril a un auténtico personaje de la capital tunera. En efecto, a pesar del esfuerzo de los médicos que lo atendieron después de ser atropellado por un motociclista, falleció y fue sepultado en el cementerio municipal Alberto Álvarez Jaramillo, el popular Comandante, quien durante más de medio siglo deambuló por nuestras calles y se insertó en ellas como uno de sus símbolos más genuinos.
Resultó una pésima noticia para la gente que tanto lo quiso y respetó. Y eso se reflejó en las múltiples ofrendas florales que fueron depositadas junto a su féretro, el cual, para honra de su criollísima cubanía, fue cubierto por la bandera nacional. Tenía 78 años de edad este hombre taciturno y cavilador.
En lo adelante, la ciudad y el imaginario callejero sentirán su ausencia. Les propongo leer esta crónica que hace algunos años escribí sobre él. Deviene ahora mi homenaje a un ícono que, por propio derecho, ya pertenece a la posteridad. Atención, escritores y artistas locales: ahí tienen un buen tema de inspiración para perpetuar su memoria.

EL CABALLERO DE... LAS TUNAS

Cuando la ciudad de Las Tunas despierta entre las brumas del amanecer, Alberto Álvarez Jaramillo ─popularmente conocido por El Comandante─ se asoma a la calle a reencontrarse con lo cotidiano. Gasta pantalón y camisa verde olivos, charreteras militares y boina carmesí. Deambula sin destino fijo, igual dirigiéndose a un auditorio imaginario que adoptando sofisticada pose de tribuno. Sí, El Comandante es un remedo de Quijote provinciano, una suerte de Caballero de París fantasioso y tranquilo.
Su edad es imposible de establecer, pues parece como detenido en el tiempo. Tampoco se puede calcular la cantidad y naturaleza de los objetos que almacena con hermético celo en los bolsillos a guisa de patrimonio, y que van desde «documentos secretos» hasta pedazos de madera, trocitos de cuerdas, recortes de periódicos, sorullos de cartón y mochos de lápices recogidos en plena vía pública o regalos de transeúntes piadosos.
Presume de su «alta jerarquía» militar y a nadie le admite ambigüedades con respecto los galones que alguien con alma samaritana le colocó sobre los hombros. Si no se le quiere enojar, que no se le trate de capitán o de teniente: ¡Co-man-dan-te! Y cuando escuchen su silbato romper el silencio del mediodía, atiedan porque será el preludio de una de sus chácharas llenas de chiflada sabiduría.
Un familiar de El Comandante me contó cierta vez que nuestro hombre fue, en sus buenos tiempos, un joven dispuesto, trabajador, hacendoso y amigo de hacer el bien. Pero un medicamento mal administrado y peor asimilado le perturbó las entendederas. Desde entonces cada mañana recorre las calles del centro histórico citadino vestido de militar, reminiscencia tal vez de su efímero tránsito por la vida de uniforme.
Sin embargo, y a pesar de su discapacidad mental, El Comandante es capaz de mantener con el interlocutor que lo respete una conversación coherente y fluida. Lo he observado en el parque Vicente García disertar sobre temas del pasado o de la actualidad, ante el asombro de sus contertulios. Y si de dignidad se trata, él la tiene por arrobas. Nunca pide limosnas ni duerme fuera de casa. Tampoco acepta chucherías ni refrigerios de desconocidos.
La ciudadanía lo acepta como a uno más de los suyos. Aunque si alguien osara tomarle el pelo, él lo enfrentaría y lo pondría en su lugar. El Comandante puede montar en cólera ante las burlas de los guasones, y ¡ay si alguno se le aproxima! Más de uno ha tenido que sufrir en su anatomía el precio del agravio por la vía de un merecido y oportuno puñetazo.
Alberto Álvarez Jaramillo, El Comandante, tal vez ignore que él es un auténtico personaje de las calles tuneras. Un símbolo legítimo que improvisa pies forzados, respeta a los niños, detesta a los delincuentes, ofrece los buenos días, socorre a los ancianos, viste de limpio, saluda la bandera y ama a su tierra. ¿Se le puede pedir mayor cordura a un hombre?

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viernes, 29 de septiembre de 2017

El Escudo y el Himno de Las Tunas

Todas las ciudades del planeta cuentan con su escudo. Es la divisa que las identifica, y en su diseño se incluyen, simbólicamente, los principales hechos que les han dado lustre y relieve. El escudo es como la carta de presentación citadina para mostrar a sus visitantes de circunstancias.
La ciudad de Las Tunas tiene con su propio escudo. Es una pintura al óleo sobre tela, polícroma y enmarcada en madera y metal repujado. Su diseño fue obra de Mery Cruz Medina, quien ganó en 1937 un concurso convocado con ese fin por la municipalidad. Desde el 9 de enero de 1939 es el escudo oficial de la capital de esta oriental provincia cubana.
Nuestro escudo consta de cuatro cuarteles o departamentos, los cuales pueden describirse de la siguiente manera:
En la parte superior izquierda aparece la figura de un insecto volador muy conocido por su laboriosidad: la abeja, la cual simboliza el trabajo y la vocación activa que han caracterizado siempre al pueblo tunero. Esta área es de tonalidad azul, como el mar que nos circunda, el cielo que nos protege y tres franjas de nuestra Bandera Nacional a la que tanto han cantado los poetas.
En la parte superior derecha está la imagen de una llave, que representa la posición geográfica que ocupa Las Tunas en el mapa geográfico cubano, entre el legendario Camagüey y el indómito Oriente. El cuartel tiene fondo rojo, como el triángulo de la enseña patria, en recordación a la sangre derramada por los mejores hijos de esta tierra en sus cruentas luchas por la libertad.
La parte inferior izquierda recoge la imagen de una ceiba, el árbol que cobijó a nuestros guerreros del siglo XIX y alrededor del cual se fundó la ciudad. Este símbolo de la flora autóctona se encuentra insertado dentro de un contexto de tonalidades verdes, tan recurrente en el panorama rural del territorio.
En la parte inferior derecha aparecen las ruinas del cuartel de las 28 columnas, antiguo bastión militar del colonialismo español en la ciudad, hoy escuela elemental. Simboliza la derrota de las huestes ibéricas en la zona. También figura la imagen de una mujer, cuya participación en nuestras luchas es reconocida por la historiografía. Además, una hoguera, símbolo de las veces que fue quemada la ciudad en holocausto a la libertad. La planta llamada tuna es una sugerencia acerca de por qué se llama así esta comarca.
Al pie del escudo, con la misma vigencia de cuando fue concebida, aparece una leyenda, que es un fragmento de la frase dicha por el Mayor General Vicente García González el 26 de septiembre de 1976, cuando, al incendiar la ciudad, dijo: «Tunas, con dolor en mi alma te prendo candela, pero prefiero verte quemada antes que esclava.» De ahí la divisa del escudo: quemada antes que esclava.
EL HIMNO DE LAS TUNASLa ciudad también tiene su Himno. Por cierto, Las Tunas se vanagloria de poseer una exuberante y añeja tradición musical. Algunas agrupaciones locales han trascendido los límites geográficos para imponerse en exigentes escenarios habaneros.
El Himno tunero fue compuesto por el laureado compositor José Antonio Miranda Torres (Las Tunas, 1957), un médico devenido autor por obra y gracia del dios Orfeo, quien tiene en su haber importantes resultados, como los del Concurso de Música Popular Adolfo Guzmán, festivales infantiles Cantándole al Sol y la OTI, entre otros.
A continuación transcribo la letra de esta pieza compuesta por Tony especialmente para la ciudad que tiene ya 211 años de fundada.

HIMNO DE LA CIUDAD DE LAS TUNAS
Autor: José A. Miranda.
TUNAS,
Tus hijos se forjan en la llama
Que simboliza un pueblo que prefiere
Arder dos veces todo lo que quiere

Antes que opriman lo que más ama.

Tus mujeres flores de Virama
que guardan la ternura de Guarina
Pero su cabeza nunca inclinan
Cuando el ejemplo de Mercedes lo reclama.

Del Cornito fuiste al universo
Cuando el alma del bardo se inspiró
Para inmortalizarte con sus versos
Que a esta tierra de ensueños le cantó.

Del mambí trazaste tu camino
Que si de nuevo tienes que elegir
Por tu ciudad, tus hijos , su destino
Quemada antes que esclava preferir
Quemada antes que esclava preferir.El Escudo

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domingo, 29 de enero de 2017

La hija del general

Por su excelente posicionamiento estratégico, Las Tunas fue siempre una plaza militar a la que España confirió especial atención durante las guerras independentistas del siglo XIX. En consecuencia, la protegió hasta el mínimo detalle con fuertes, fortines, fosos, alambradas y centenares de soldados. 
El Mayor General Calixto García Íñiguez operaba por la zona con sus hombres en 1897. Su servicio de inteligencia lo mantenía al tanto de todo lo concerniente al enemigo. Al amanecer del 28 de agosto, el osado insurrecto resolvió dar un golpe. Sus tropas atacaron la ciudad con ayuda de la joven María Machado, una de sus agentes secretas, hija del general español Emilio March.
A riesgo de su propia vida, María se las arregló para hacerle llegar al alto oficial mambí, acampado en la manigua, los planos diseñados por el joven capitán del Ejército Libertador Mariano Lerma Varona. Allí figuraba  la información necesaria para dirigir una riesgosa operación que se extendió por tres días y dio lugar a encarnizados combates.

UNA HISTORIA DE AMOR

El 11 de diciembre de 1949, la revista Carteles le realizó una extensa entrevista a Modesta Hecheverría, hija de María Machado con un soldado del Ejército Libertador, titulada La hija de un general español trazó el plano para la toma de Victoria de Las Tunas. Sus declaraciones arrojaron luz sobre las circunstancias en que los progenitores de la heroína tunera se conocieron y enamoraron, a pesar de formar parte de bandos contrarios.
Dijo aquella vez la entrevistada:
-Mi abuelo, el general Emilio March, llegó como simple oficial a Puerto Padre durante la Guerra de los 10 Años. Allí conoció a mi abuela Caridad, hija de una ardorosa familia de patriotas. Sus padres se opusieron tenazmente a la relación entre la muchacha y el español. Pero ambos, flechados por el amor, decidieron pasar por encima de la voluntad paterna.
«De aquel amor contrariado nació María, mi madre. Ella no fue motivo bastante para que los padres de mi abuela cejaran en su oposición al matrimonio, pese a que el entonces capitán March quiso realizarlo y trató de convencer al obstinado padre para que colocara su patriotismo sobre el nombre de la familia.
«Terminada la guerra con la paz del Zanjón, y no obstante sus esfuerzos por legalizar la situación con quien era ya la madre de su hija, el capitán March volvió a España. Pero no olvidó a quienes formaban parte de sus afectos. Sin embargo, ellos se habían mudado a Manzanillo para intentar alejarlo.
«Dos años después, March regresó a Cuba con el objetivo de reconocer la paternidad de la hija cubana, y, si era posible, llevársela consigo, pues para entonces había muerto la joven madre, quizás bajo el dolor de aquel amor desgraciado.
«También el empecinado padre había dejado de existir. Mi madre quedó entonces al cuidado de una tía llamada Irene, que, fiel continuadora de la patriótica tozudez de su hermano, se negó a que el ya comandante Emilio March reconociera a su hija y aun la escondió para que no pudiera verla. De nuevo el infortunado padre debió regresar a su patria, solo y defraudado».
Modesta le relató a Carteles que, al comenzar la guerra de 1895, Emilio March retornó a Cuba, según ella, «tal vez imantado por el recuerdo de su hija cubana a la que casi no conocía». En un momento de la entrevista, le mostró al periodista varios documentos escritos por el general, entre ellos una carta dirigida a María, en la que le pregunta si está recibiendo los 40 pesos que le envía todos los meses.
A la sazón ya ostentaba el grado de general, y se le asignó el mando de la Tercera División, con sede cuartelaria en la ciudad de Holguín, con jurisdicción sobre Victoria de Las Tunas. «Mi madre, su hija, ya estaba casada con Orfilio Hecheverría, con quien tenía descendencia. El general Emilio March investigó hasta dar con su paradero. Al poco tiempo contactó con ella y le insistió en su propósito de reconocerla, deseo al cual ella se mostró siempre remisa, influida por su tía, que continuaba ejerciendo, irrevocablemente, su férrea autoridad».
No obstante la negativa de la muchacha a ser reconocida como hija del alto oficial ibérico –incluso, siempre firmó con el apellido Machado, el de su madre- no dejaron de confraternizar. El general, como prueba de cariño, la dotó de un salvoconducto especial para que transitara libremente por las zonas en conflicto. Al unísono, ella disponía de un permiso firmado por el Mayor General Calixto García, que la autorizaba a circular a su albedrío por la región dominada por los insurrectos.
María aprovechó esas facilidades para recopilar información acerca del enemigo -cantidad de soldados y de cañones de la guarnición, emplazamiento de las fortificaciones y otros detalles igualmente valiosos- para entregarla luego en el territorio libre de Cuba. Así se lo había ordenado el Mayor General Calixto García, conocedor de su compromiso con la causa.

LA TOMA DE LAS TUNAS DEL 28 DE AGOSTO DE 1897

En aquella acción del 28 de agosto de 1897, las tropas del Mayor General Calixto García estrenaron un cañón de dinamita. Uno de sus artilleros fue José Francisco Martí Zayas-Bazán, hijo del Apóstol, a quien las explosiones afectaron su audición. Por su valor se ganó un ascenso. Hubo una baja sensible: el coronel Ángel de la Guardia, quien acompañaba a nuestro Héroe Nacional cuando cayó en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895.
El 30 de agosto por la mañana se rindieron los ocupantes del cuartel de infantería. Los españoles tuvieron casi 200 muertos y se les ocuparon mil 200 fusiles, dos cañones, un millón de proyectiles, medio millar de machetes, otras tantas granadas así como ropas, víveres y medicinas.
Los cubanos registraron 25 caídos en combate, entre ellos Custodio Orive, Francisco Sidano y Lorenzo Ortiz. La toma de Las Tunas de agosto d 1897 resultó una de las operaciones artilleras más importantes de la guerra de 1895 y el declive estratégico de la dominación española en Cuba.
El doctor Rolando Rodríguez, investigador del tema, ha dicho en que en aquella acción «los españoles se batieron bravamente y solo cuando les fue imposible continuar la lucha, sin haber obtenido apoyo ninguno del exterior, pactaron la rendición. Calixto García les garantizó la vida a todos y los trató con los honores que los cubanos dispensaban a los vencidos».
La toma de Las Tunas de agosto de 1897 resultó una de las operaciones artilleras más importantes de la Guerra Necesaria y el declive estratégico de la dominación española en Cuba. Tuvo gran impacto en la opinión pública internacional, al punto de que las autoridades coloniales perdieron la confianza en su hombre fuerte de entonces, el tristemente célebre Valeriano Weyler, y lo sustituyeron por el general Ramón Blanco.

UN FINAL SIN COLOFÓN

El general Emilio March regresó a su país al concluir la dominación colonial en Cuba, luego de los Acuerdos de París entre España y Estados Unidos. Dicen que se marchó decepcionado por lo que él llamó «la traición de su hija» y los cubanos «fidelidad a sus ideales». No tengo información sobre cuál fue su destino. Se sabe que matrimonió con una dama holguinera muy patriota, y que tuvo con ella descendencia.
De María Machado la historiografía cubana tampoco recoge elementos complementarios. Solo que tuvo cinco hijos: Orfilio, Caridad, Ángel, Sergio y Modesta. Supongo que sobrevivió a la instauración de la República, ocurrida el 20 de mayo de 1902, y que recibió alguna pensión como colaboradora activa del Ejército Libertador y partícipe de la Toma de Victoria de Las Tunas del 28 de agosto de 1897.
Pocos días después de aquella acción, el comandante Eduardo Vidal Fontaine (Lalo),quien tomó parte en ella y fue luego el primer alcalde de Victoria de Las Tunas, escribió una poesía referida a la batalla. Algunos versos de la pieza están dedicados a la valiente joven: «Menocal planeó el combate / con el croquis que mandara / una dama distinguida / de la sociedad cubana / muy blanca, de ojos azules, / María Machado llamada, / que tiene para la historia / esta nota reservada /».

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domingo, 31 de enero de 2016

La Casa Insólita de Las Tunas

Cuando a inicios de 2013 el arquitecto Domingo Alás les propuso a las autoridades tuneras construir en la ciudad una casa insólita o anti-gravedad, sus interlocutores pusieron rostros graves y se mostraron escépticos ante lo insólito de la solicitud. 
Domingo sacó de la manga sus argumentos. Les aseguró que sería la única instalación de su tipo en Cuba; y que, por su naturaleza, atraería gran número de visitantes; y que sería una opción recreativa para los tuneros; y que la gente valoraría en alto grado su apertura; y que allí se podrían entender mejor algunas leyes de la Física y de la Óptica; y que le dieran una oportunidad para demostrarlo; y… 
El arquitecto fue aún más lejos. Les dijo que si su proyecto les parecía demasiado fantasioso, que, por lo menos, le dieran la oportunidad de intentar convencerlos de lo contrario. 
-Les propuse vender mi vivienda y mi carro, y, con el dinero resultante, construir una casa insólita algo más pequeña, cuya gestión comercial correría por mi cuenta y riesgo –recuerda-. Luego de unos meses abierta al público, les demostraría que, además de convertirse en una atracción, la instalación era capaz de recuperar con creces el desembolso realizado. 
Por fortuna, no fue necesario materializar tan extravagante propuesta. La pasión que puso Domingo en la defensade su idea, y las expectativas creadas en torno suyo como alternativa de recreación sana, hicieron que los decisores dieran luz verde a la ejecución de un proyecto arquitectónico que pone a la ciencia a revelar secretos en complot con la gravedad.
ANTECEDENTESDEL PROYECTO
Las casas insólitas son recintos en cuyo interior es posible percibir sensorialmente fenómenos que, en apariencias, se encuentran en las antípodas de los principios de la gravitación universal. Existen pocas en el mundo, y no con el mismo nombre. Una de las más antiguas de las que se tienen noticias es la del Vórtice de Oregón, que figura entre las atracciones de carretera más divertidas de Estados Unidos. 
Según se cuenta, en 1904 una compañía dedicada al comercio de oro construyó allí una cabaña que al cabo del tiempo, y por algún desperfecto original, se reclinó hacia un lado hasta quedar en posición oblicua. La casita cobró fama cuando sus primeros visitantes se percataron de que dentro de ella los cuerpos tienen a adoptar extraños ángulos con respecto al suelo, sin que la voluntad personalconsiga evitarlo. 
Argentina tiene la suya, auspiciada por estudiantes de la Universidad de Buenos Aires. La llaman La Casa Anti-Física de Newton y consta de tres locales con inclinaciones de 20, 30 y 35 grados, respectivamente. La fuerza de la gravedad allí provoca que la gente sienta que camina «torcida». Pero en cada sala hay un peldaño con el ángulo normal para que el visitante desconcertado se tranquilice y «descubra» el encantamiento. 
El desaparecido Michael Jackson estableció una insólita pauta anti-gravedad. El Rey del Pop patentó unos zapatos cuyos tacones podían acoplarse a unos tornillos fijados sobre el escenario. El ardid, que él estrenó en su video clip Smooth Criminal, le permitía quedarse de pie y dejarse caer hacia adelante hasta un ángulo de 45 grados con respecto al piso. Pero -¡ay!- en 1996, durante un show en Moscú, el artista se lesionó al zafarse uno de los tacones en pleno espectáculo.
LA CASA POR DENTRO
Se conoce que la fuerza de gravedad ejerce su influencia en las personas. Cualquier cambio suyo repercute de alguna manera en la orientación en el espacio y exige a los órganos del equilibrio adaptarse de prisa a las nuevas circunstancias. Cuando ese acomodo no se consuma en su totalidad, pueden sobrevenir mareos e ilusiones visuales. 
Estas verdades se ratifican tan pronto se penetra en el túnel ladeado que da acceso a la casa insólita tunera. Al instante uno siente como si todo diera vueltas, y un súbito vértigo hace acto de presencia. «Aguántense bien del pasamanos», advierte la guía. Pero, a pesar de seguir a pies juntillas su exhortación, solo pasados unos minutos se consigue estabilizar el paso. 
La primera sala está consagrada al científico griego Arquímedes de Siracusa, creador del principio de la hidrostática.A él se le atribuye un famoso y recurrente enunciado: «Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen que desaloja». 
Su primera atracción es un estanque con casi 20 mil litros de agua. La superficie debía descansar en perfecta horizontalidad, pero aquí está inclinada. Uno llega a pensar que en cualquier momento se le vendrá todo el líquido encima. Pero hay más: en una pecera aledaña, golfies y colisables nadan graciosamente con sus cabecitas más altas que sus segmentos traseros. La oportuna explicación propicia entender el curioso fenómeno. Y, como Arquímedes, exclamar ante el hallazgo: « ¡eureka!». 
A Pitágoras, el gran matemático y filósofo helénico, se dedica la segunda sala insólita. De tanto repetirlo otrora, aún se recita de carretilla su conocido teorema: «En un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos». 
Pero no es la biografía del ateniense ilustre lo que sorprende en este local de 20 grados de inclinación. La sensación de sorpresa la origina la llamada «canal hidráulica trastornada», que transporta agua… ¡hacia arriba! ¿Cómo puede tolerar tamaño agravio la ley de la gravitación universal? Delante de mí, un adolescente manifiesta su incredulidad frotándose los ojos. 
El sempiterno Newton, matemático y físico inglés, monopoliza honores en la tercera sala. Su primera ley, «todo cuerpo permanece en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme mientras que sobre él no actúe ninguna fuerza que varíe su estado inicial» encuentra allí buena atmósfera. 
El local hace gala de artefactos como el Tragabolas y las Regletas. En ambos casos se utilizan planos inclinados donde las esferas, independientemente de su peso, ascienden, en lugar de precipitarse cuesta abajo, en una flagrante burla a los añejos principios de la fuerza de gravedad. Igual recorrido describen pequeñas bolas en tres canales superpuestas. 
La cuarta sala se reclina a los pies de Leonardo da Vinci, el florentino que fue, al unísono, pintor, anatomista, arquitecto, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta, gastronómico y urbanista. 
Lo más notable allí es la cortina líquida que se filtra a través de una pared con reminiscencias de roca. Pero, en lugar de deslizarsehacia abajo, como todo manantial que se respete, lo hace hacia adelante, buscando la perpendicular. Una estrella de madera llena de agua provoca igual efecto. Los visitantes, además, se divierten con las posturas absurdas que adoptan sus cuerpos al caminar por dentro de la casa. 
La quinta sala es, en mi criterio, la más espectacular. De todo lo que allí asombra, resalta el péndulo de un reloj. Cuelga desde el techo en un ángulo nada convencional y oscila irregularmente de un lado a otro, igual que los columpios. Hay una escalera que parece como cortada a pico en la pared, y, sin embargo, es perfectamente posible bajar y subir por ella. 
Los visitantes ponen los ojos como platos cuando asisten a un espectáculo increíble: una silla que apoya sus patas traseras en un saliente de la pared y deja las delanteras en el aire sin que su ocupante se venga aparatosamente al suelo. Y, si de patas se trata, una mesa de billar las tiene de diferentes tamaños, lo cual no impide que las bolas corran hacia uno y otro lado como si todo estuviera perfectamente horizontal. Por último, hay un sofá del que es imposible pararse sin recibir ayuda. Ante tamaña dinámica, Galileo Galilei, dignificado en esta sala, se hubiera evitado pronunciarsu célebre frase: «Y sin embargo se mueve…».
DETALLES COMPLEMENTARIOS
-Ninguno de los elementos de la casa puede considerarse como tecnología de punta –comenta Domingo, autor de otros diseños que combinan la Física con la ingeniería y la arquitectura, como la Plaza Martiana local y el Memorial Caimito de Hanábana, en Matanzas- Tampoco hay tomaduras de pelo con lances de magia, pues los fenómenos percibidos son ilusiones ópticas legítimas.Se trata apenas de un aporte a la divulgación de la ciencia y a fomentar su interés público de manera amena y divertida. 
Desde su apertura oficial hace apenas una semana, la casa insólita tunera ha recibido la visita de centenares de personas –incluyendo varios ministros y otros dirigentes-, ávidas por apreciar de primera mano el desconcierto provocado por una propuesta considerada ya la gran novedad de este verano. El inmueble incluye, además, otros espacios para la cultura como una sala de proyección en 3D y un patio para la presentación de espectáculos de magia, amén de servicios de gastronomía. 
-La aceptación que ha tenido la casa insolita es espectacular –asegura la joven Beatriz Acosta, especialista a cargo de la conducción de los visitantes a través de las salas-. Y la disciplina del público, inmejorable. A todos, sin distinción, nos corresponde cuidar esta joya, que ya forma parte del patrimonio cultural de la localidad. 
La casa insólita de Las Tunas deja boquiabiertos a sus visitantes de ocasión. Se trata de una manera novedosa de eludir los convencionalismos con el empleo consecuente de la originalidad y de la fantasía. En definitiva, la originalidad es la expresión más acabada del ingenio; y la fantasía, la mejor aliada para encontrar el camino de la realidad.

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viernes, 24 de julio de 2015

De Las Tunas a Washington

Escribo esto para todo tunero que resida hoy en cualquier parte del planeta; o que se haya ido del terruño en cualquier época; o que siga cualquier ideología política; o que pertenezca a cualquier grupo generacional; o que le importe un carajo cualquier arreglo Cuba-USA... Pero, en especial, escribo esto para aquellos tuneros que conservan en la parte izquierda del pecho el recuerdo de su Patria (de la Grande y de la Chica). Unos y otros deben sentir orgullo de lo ocurrido el pasado 20 de julio en la Embajada de Cuba en Washington. Fíjense, a mí no me parece tan crucial su antecedente de 1961 como su referente de 2015. En materia de vínculos intergubernamentales, siempre será más importante izar una bandera que arriarla. Ojalá este simbolismo traiga tiempos mejores en las relaciones de dos países que están al alcance de un abrazo. Porque, como dijo la gran Indira Ghandi, «con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos». ¡Basta de hostilidad! ¡Bienvenida la concordia! Todos los cubanos -¡todos!- nos lo merecemos. 

AHORA LEAN LO QUE INVESTIGUÉ SOBRE EL TEMA: 

Las primeras palabras del Canciller Bruno Rodríguez en la reapertura de la Embajada de Cuba en Estados Unidos revelaron la participación tunera en un suceso a todas luces trascendental. Expresó: «Amigas y amigos: La bandera que honramos a la entrada de esta sala es la misma que aquí fue arriada hace 54 años, conservada celosamente en la Florida por una familia de libertadores y luego por el museo de nuestra ciudad oriental de Las Tunas, como anticipación de que este día tendría que llegar».
Pocos cubanos conocían de este singular hecho, que hoy cobra relevancia en tanto se da a conocer en un contexto de inusitada significación. Uno de ellos es el máster Víctor Marrero Zaldívar, Historiador de la Ciudad de Las Tunas, quien ofreció detalles en torno a la historia de una enseña que permeneció durante años oculta al público dentro de un cilindro plástico.
-La bandera la trajo a la ciudad de Las Tunas Héctor García Soto, bisnieto del Mayor General Vicente García González, el héroe tunero por excelencia. Como se sabe, este valeroso oficial mambí, entre otros muchos méritos, llegó a ocupar la presidencia de la República en Armas y fue, además, General en Jefe del glorioso Ejército Libertador de Cuba.
«A inicios de 1960, Héctor fue designado por el Ministerio de Relaciones Exteriores para trabajar como diplomático en la Embajada de Cuba en Washington. Un año después, el 3 de enero de 1961, las autoridades norteamericanas rompieron unilateralmente relaciones con nuestro país. En medio del ajetreo que tal decisión entrañaba para el personal cubano destacado allí, Héctor procedió a arriar la bandera tricolor que ondeaba en un asta en el exterior de la misión y a ponerla a buen recaudo.
«En 1992 -continúa Víctor Marrero- una editorial habanera publicó mi libro "Vicente García: leyenda y realidad". Héctor, ya establecido en Miami, recibió un ejemplar que le envió Ileana, una de sus hermanas, ya fallecida. Una vez que lo leyó, me remitió su opinión por correo postal. Hicimos tan buenas migas que un año después lo invité a visitar la tierra de sus ancestros.
«En 1993 lo acogimos por primera vez. Tan bien se sintió que comenzó a venir todos los años, principalmente para los aniversarios del ataque y toma de Las Tunas. Aquella acción de la Guerra Grande fue ejecutada por las tropas al mando de su bisabuelo, el 26 de septiembre de 1876.
«En 1996 regresó con motivo del bicentenario de la ciudad. Una mañana, mientras conversábamos en torno a las relaciones cubano-norteamericanas a través de la historia, me confió que él tenía en su poder la bandera que presidió nuestra embajada allá hasta el momento de la ruptura.
«Le dije algo que, obviamente, él sabía: "Héctor, tienes en tu poder una pieza de incalculable valor. En tu casa carece de utilidad, porque nadie conoce de su existencia. ¿Por qué no la donas a alguna institución?". Me miró y me dijo: "Ya lo había pensado". Un año después la trajo junto a su equipaje. La acogió el Museo Provincial de Las Tunas, que lleva el nombre de su ilustre pariente.
«Héctor continuó visitándonos. En cada viaje se aparecía con alguna donación. Recuerdo que trajo, entre otros objetos, la brújula con la que el Mayor General Vicente García se orientaba en el teatro de operaciones y una buena cantidad de fotos familiares desconocidas para nosotros.
«En una de sus visitas expresó su interés por transferir la bandera a la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García. No hubo inconvenientes, y así, el 26 de septiembre de 2001, el estandarte quedó bajo la custodia de la institución, que cuenta con una sala donde figuran los bustos de todos los generales tuneros que pelearon en las guerras del siglo XIX.
«El tema emerge del anonimato por una entrevista que me realizó para el canal Cubavisión Internacional la periodista tunera residente en La Habana Norka Meisozo, con motivo de un documental en ciernes sobre el Mayor General Vicente García, tema de su Maestría en Ciencias de la Comunicación. Entre otras cosas, le comenté de la existencia de la bandera. Ella, a su vez, se lo hizo saber luego a Eusebio Leal, Historiador de Ciudad de La Habana, también testimoniante del referido audiovisual en construcción.
«Con su proverbial "luz larga", Eusebio vio en la enseña un símbolo digno de utilizarse en el acto de 
reapertura de nuestra embajada en Washington. Así, coordinó con el Consejo Nacional de Patrimonio, y este, a su vez, con las entidades tuneras correspondientes. En definitiva, la bandera se llevó a la capital y luego a Washington. Su historia de los últimos días ya es conocida».

OTROS DETALLES

La ahora famosa bandera cubana fue hecha de una pieza de paño que exhibe los embates del tiempo, en particular, por sus manchas de color amarillo. Mide 3,10 metros de largo por 1,50 de alto.  Tiene adosada una pequeña etiqueta con el nombre del lugar de su confección: La Habana. En uno de sus ángulos aparece la firma de Héctor y la fecha de entrega. Según el donante, en los más de 30 años en que permaneció en su poder, solamente fue desplegada en una oportunidad, y fue cuando un grupo de deportistas cubanos lo visitó en su casa de Miami.
Héctor ha hecho otros donativos a la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García, como los pies de exponentes para los bustos de los generales tuneros, con sus nombres y datos biográficos fundamentales. Ya apenas viene a Las Tunas, pues tiene más de 90 años de edad y problemas en la vista.

CITA CON LA HISTORIA

El 20 de julio pasado, en medio de una ceremonia solemne, la bandera que con tanto celo salvaguardó Héctor García Soto, bisnieto del León de Santa Rita y de su legendaria esposa Brígida Zaldívar, salió del ostracismo para exhibir los colores patrios en medio de las expectativas por un tiempo mejor.
En diálogo con los periodistas que viajaron a Estados Unidos, Eusebio Leal echó mano a los matices de la poesía, que tan bien le vienen a su discurso. Dijo la víspera del izamiento:
«Quizás por caminos extraviados en determinado momento, y luego encontrando finalmente la estrella solitaria de Cuba, Héctor guardó la bandera y ella lo ha guiado hasta hoy. Sé que va a ser una gran satisfacción para él, para su familia y para Las Tunas, que sea esa bandera la que mañana esté, si no en el asta, porque no me atrevería como hombre de Museos y de Patrimonio proponer que ondee y se deshaga la bandera en el aire, sino que va a estar en el salón principal de la planta superior de la hermosa sede de la Embajada de Cuba».

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domingo, 2 de febrero de 2014

Crónica por un colega muerto...

Carlos (derecha) y yo, en la UO, en 1990
Lo conocí en septiembre de 1988 en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba. «Bueno, compadre, me llamo Carlos Remedios. Si vamos a estar juntos cinco años, lo mejor es irnos conociendo» -me dijo con familiaridad en la antesala de la Secretaría Docente de la antigua Facultad de Artes y Letras. Los dos acabábamos de matricularnos en el curso regular diurno para estudiar Periodismo. 
Me presenté también lo mejor que pude, aunque con el recelo propio de la primera vez. Luego del apretón de manos, conversamos un rato y hasta nos tomamos un café por allí cerca. Finalmente, emprendimos juntos el ascenso de la escalinata que conduce hasta la residencia estudiantil, en los altos de Quintero. «Soy de Banes –me contó entre peldaño y peldaño-. Pero no del mismo Banes, sino de Cañadón, un pueblo de por allí, cerca de la playa Guardalavaca». Yo le referí también mis coordenadas existenciales, y así continuamos la cháchara como amigos de toda la vida. 
A primera vista me pareció un tipo chévere. El tiempo me confirmó que, en efecto, lo era. Tendría a la sazón unos 23 años de edad y, según me hizo saber, acababa de cumplir su período de Servicio Militar General, donde se ganó una plaza para estudiar la carrera por la Orden 18 de las FAR.
Era un joven bien parecido, sin dudas. Vestía a la moda, con un jean azul, pulóver de rayas y zapatillas deportivas, algo que la mayoría de los estudiantes cubanos de la época ni soñábamos tener. Pero lo hacía con naturalidad y sin ninguna ostentación. Se peinaba hacia atrás el pelo negrísimo, color también del grueso bigote que se rasuró cursos después, cuando se enamoró. Se reía estrepitosamente, y con una franqueza tal que uno tenía que hacer lo mismo, aunque no existieran motivos para el desternille. Hicimos buenas migas. Tantas, que aquella noche universitaria inaugural, ya instalados en nuestros respectivos cubículos del Edificio F, y a manera de «coctel de bienvenida» organizado por nosotros mismos, compartimos tragos, confesiones y chistes verdes.
En torno a la botella de ron barato tomaron asiento también otros «novicios» del grupo: Ricardo Ronquillo Bello, Osvaldo Sánchez, Yanuris Gutiérrez Luis, Armando Tejeda (fallecido), Isaías Campos Díaz... Y, aunque no puedo asegurarlo, hicieron lo propio Liuba Martínez Corona, Migdalis Pérez, Barbara Brby Llamos, Aymeé Amargós y otras chicas del piquete, también aspirantes al pergamino académico de periodistas. En tanto el alcohol realziaba su catársico efecto, íbamos contando nuestras historias personales. 
Frisaba la madrugada cuando nos retiramos a dormir. Conquistador incorregible, Carlos permaneció en el balcón un rato más, conversando con una muchacha recién conocida. Al día siguiente, ya en una de las aulas a las que llamaban «polleras», la amistad exhibió visos afectivos. Así, mi nombre «Juan» lo convirtió en «Guancho». Y con tal apelativo me llamó durante los cinco períodos que compartimos. Pronto hizo visible su faceta de jodedor incansable y de bromista congénito. Su «víctima» principal era Armando Céspedes, el benjamín del grupo. Más de una vez lo hizo rabiar con hilarantes tomaduras de pelo, pero siempre terminaban amigos.
A los profesores también los «trajinaba» cada vez que podía. Como a aquel vejete que impartía Fotografía, Cela de apellido, a quien rozó intencionalmente el trasero cuando el docente había apagado la luz del laboratorio para que nosotros apreciáramos en qué condiciones se efectuaba el revelado de los rollos fotográficos. Jamás apareció el culpable. Pero todos en el grupo sabíamos que había sido Carlos. 
En los estudios no era ni el más aplicado ni el último. Eso sí, solía llegar tarde a clases con las más extravagantes justificaciones, siempre con los cuadernos enrollados y embutidos en un bolsillo trasero del pantalón. También lo recuerdo a toda carrera rumbo al comedor, para llegar justo antes de que expirara el horario de desayuno. O repasando a última hora el contenido del seminario que una exigente profesora desarrollaría al día siguiente, y de cuyas preguntas Carlos jamás conseguía salir ileso.
En cuanto a los deportes, en honor a la verdad debo decir que nunca fue un gran practicante. Ni siquiera un conocedor de sus estadísticas. Y miren ustedes lo que es la vida: de tanto escucharnos a Isaías y a mí hablar del tema, y de tanto asistir con nosotros al estadio Guillermón Moncada a disfrutar de los juegos de béisbol, se aficionó y terminó ejerciendo el periodismo deportivo en la holguinera Tele Cristal.
Era generoso a la hora de compartir. Las escasas fotografías que conservo de la época (como esta de 1990, donde aparecemos juntos -él a la derecha- en el balcón del Edifico F, en la Universidad de Oriente) fueron realizadas en blanco y negro con su vieja cámara Zenith de rollitos. Carlos financiaba y regalaba copias a quienes aparecíamos retratados. 
En el tercer año de la carrera se enamoró de Marel González, otra de nuestro grupo. La bella muchacha, también enamorada, consumó la proeza de enmendarlo y Carlos se hizo más responsable y menos bullanguero. Tomó más en serio los estudios y consagró a ella sus piropos. Se casaron y formaron una bonita pareja. Juntos redactaron el Trabajo de Diploma para finalizar la especialidad, juntos cumplieron su servicio social en Radio Banes y juntos partieron a conquistar las televisión de Holguín. 
A pesar de nuestra cercanía geográfica –unos 76 kilómetros-, en los últimos 20 años nos vimos solo una vez, cuando él vino a Las Tunas a jugar softbol en unión de otros colegas de su provincia. Todavía me pregunto si fue el director de su equipo quien lo dejó fuera de la alineación por su bajo rendimiento deportivo, o si fue el propio Carlos el que solicitó no saltar al terreno para poder tomarse en las gradas media botella de ron conmigo y conocer a mis pequeñas hijas Sofía y Beatriz. Conversamos de lo humano y lo divino. Y trajimos desde el pasado un montón de anécdotas que nos hicieron reír a mandíbula batiente. Fue la última vez que lo vi. Después supe de él por sus reportes al Noticiero Nacional Deportivo o por amistades comunes que se lo topaban en algún evento. 
La noticia de su divorcio de Marel no me sorprendió tanto como la de su repentina enfermedad. «¿Carlos enfermo? –me extrañé cuando me lo dijeron-. ¡Pero si es el tipo más saludable que he conocido!» Me equivocaba de plano. Hay males que no reparan en apariencias, y seleccionan a sus víctimas a su libérrimo capricho. Luego de hacerlo padecer horriblemente durante varios meses, el cáncer, con metástasis incluida, lo derrotó este 30 de enero. Eso a pesar de los esfuerzos especializados de los médicos y de las encomiendas desesperadas de sus familiares. Tenía apenas 48 años de edad y unos extraordinarios deseos de vivir. 
Más de una vez pensé visitarlo en su lecho de moribundo. Pero siempre deseché la idea. Hice bien, creo. A él no le hubiera agradado que lo viera así. Yo -y esto no es retórica- prefiero recordarlo tal y como lo conocí en la Universidad de Oriente: vivaracho, alegre, entusiasta, optimista, jodedor, cumbanchero... Carlos, amigo, colega, hermano, descansa en paz y que Dios te acoja. Un abrazo entrañable y... ¡hasta más ver!

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