viernes, 6 de marzo de 2015

Sinsabores de la corrección periodística

Durante más de ocho años escribí cada viernes en el semanario provincial tunero 26 una sección fija llamada Variedades que, por la naturaleza de su contenido, contó desde su primera salida con la simpatía de los lectores. Así lo confirmaban a través de llamadas, cartas y correos. 
Cierto día, en busca de segmentos nuevos, se me ocurrió publicar breves referencias acerca de lugares célebres del mundo. Así, fueron apareciendo cada semana, entre otros, las Pirámides de Egipto, la Torre de Pisa, el Big Ben de Londres, el Eurotúnel bajo el Canal de la Mancha y... el famoso Carillón del Kremlin. 
El viernes en que salió a la calle la reseña sobre el carillón —así, con una sola r—, los teléfonos del semanario sonaron con insistencia desde bien temprano. ¿Motivos? Algunos lectores, al tanto del célebre reloj moscovita y de la ortografía de su nombre, me impugnaban haberlo escrito con dos r. 
Busqué a toda prisa un ejemplar del periódico. Y —¡madre mía!— allí estaba la nota que les daba toda la razón a mis inquisidores. Como una bofetada, aparecía carillón impreso con doble r no una vez, sino... ¡tres veces! He leído que ese reloj tiene un peso de 25 toneladas. Bueno, a mí me pareció que toda esa descomunal mole me había caído encima. 
Mi primera reacción fue buscar los originales. Di con ellos y comprobé que lo había escrito bien, así, carillón, con una sola r. Entonces me dije «ahh, no, esto es cosa de los correctores». Y ni corto ni perezoso entré como un bólido en la oficina de Pancho Valdés, el corrector a cargo de la página. 
«Oye, Pancho —le espeté tan pronto lo tuve frente a mí— ¿De dónde rayos sacaste tú que la palabra carillón se escribe carrillón, así, con doble r? Acabo de confrontar los originales y resulta que allí aparece correctamente. El disparate no lo puede haber cometido otro que tú. Así que libérame de responsabilidades y admite tu libretazo, compadre...» 
Con su flema característica, y sin dignarse a mirarme, Pancho tomó el periódico, lo desp´legó y paseó su mirada por la sección. «Pues sí, es como tú dices —dijo transcurridos unos segundos— el error fue mío. La palabra me pareció mal escrita y le agregué otra r. Ahora ya sé que se escribe con una. NO fue con mala intención. Yo solo quise corregirla...» 
Y ahí fue cuando Elmer Almaguer (en esta foto de ayer aparece junto a mi, picando un pequeño kake, con motivo de su 71 cumpleaños), formatista del semanario que se encontraba presente, notorio por su agilidad mental y cuerda humorística, le soltó a Valdés aquella coletilla, acerca de la cual pido excusas si acaso hiere alguna sensibilidad. Le dijo Elmer: 
«O sea, Valdés, que si no te entiendo mal, tú quisiste corregirla, pero en realidad lo que hiciste fue cagarla...» 
Y, ante la sinonimia plebeya y venida al caso, el edificio donde radica el periódico casi se desploma de tanta carcajada.

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