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sábado, 31 de octubre de 2009

El cementerio de Las Tunas

La historia de los cementerios viaja asociada a la propia historia del hombre. Estos sitios imperturbables -«lo más penoso de la muerte es el silencio»-, escribió el escritor francés Romain Rolland─ llegaron hasta hoy no solo para filosofar en torno al último día, sino también para pasarle revista a la vida.
El término cementerio proviene del griego koimetérion, que significa dormitorio. Según la creencia de la religión cristiana, allí los cuerpos duermen hasta el día de la resurrección. Los católicos lo denominan también camposanto. Se dice que cuando las autoridades sanitarias ordenaron clausurar el cementerio de Pisa -construido dentro de la ciudad en el siglo XIII-, el terreno que ocupaba fue cubierto con tierra traída por las galeras pisanas de los lugares santos de Jerusalén.
Las Tunas cuenta en sus anales con interesantes referencias en materia de camposantos. La génesis de los servicios necrológicos aquí se remonta a siglos atrás, cuando era tradición universal entre los cristianos sepultur a los difuntos en los patios de las iglesias.
En Cuba esta práctica debutó en La Habana, al erigir los españoles la Parroquial Mayor, pionera de las iglesias capitalinas y primera donde se inhumaron personas fallecidas. Como por entonces no existían los libros parroquiales que registraban las defunciones desde 1519 -los piratas los habían incinerado-, se adoptó como enterramiento primigenio en el país el de María Magdalena Comadre, ocurrido el 24 de enero de 1613.
Nuestros aborígenes procedían diferente a la hora de otorgarles destino final a sus muertos. Un estudio del licenciado José A. López, del Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas, asegura al respecto:
«Antes del arribo de los europeos a Cuba, el problema social que significaba separar los muertos de los vivos se resolvía por los indios siboneyes mediante la disección de los cadáveres hasta dejarlos como momias. Para la conservación de los huesos utilizaban estatuas de madera hueca, que adquirían el nombre de las personas a las que pertenecían. Entre los taínos eran más comunes los enterramientos en lugares apartados, aunque también practicaban la cremación.»
España, por Real Cédula, puso fin a esta costumbre en el siglo XVIII. Cuba le siguió, pues, «el crecimiento de su población incrementó también las defunciones, con la consiguiente escasez de espacio para las inhumaciones. A ello se agregó la infestación. Era tan insoportable el hedor que despedían los cadáveres en descomposición que resultaba imposible permanecer mucho tiempo dentro de las iglesias. Tal situación, además de conspirar contra el culto religioso, llegó a constituir una amenaza para la salud pública. De ahí que, con el tiempo, los templos dejaran de ser sede de los enterramientos.»
Durante la etapa en que gobernó Don Salvador de Muro y Salazar, Marqués de Someruelos, se construyeron en el país los primeros camposantos fuera de los templos. El primero fue el Cementerio General de La Habana, conocido luego por Cementerio de Espada.
Aunque la comarca tunero tuvo ermita católica desde 1690, esta no alcanzó rango de iglesia hasta 1752. Años antes, el Obispo don Jerónimo Valdés autorizó erigirla al heredero del hato de Las Tunas, Diego Clemente del Rivero. Por entonces la población se encontraba muy dispersa, por lo que no hubo enterramientos allí hasta 1790.
Aquella parroquia fundacional estaba en el mismo sitio donde radica hoy la iglesia principal de la ciudad. Su patio incluía la zona actual del parque Vicente García y de la tienda Casa Azul. En esta área funcionó el primer cementerio que tuvo la ciudad. Anónimos y seculares, reposan allí desde entonces los restos mortales de quién sabe cuántos tuneros.
En 1847, el camposanto se mudó para la zona donde se encuentra hoy. En aquella etapa se llamaba Cementerio de Colón, como su homólogo habanero. No fue hasta el siglo XX que pasó a identificarse como Cementerio Municipal Mayor General Vicente García.
Cuando se construyó sus dimensiones eran de 45 varas de fondo por 44 de frente, con fachada de mampostería y tapias de tablas de jiquí. En la Guerra Grande los españoles lo utilizaron como área de defensa y fue escenario de feroces combates. En 1945 se creó el Patronato pro-reconstrucción, aumento y mejoramiento del cementerio, que, presidido por el Dr. Rafael Arenas, recaudó mil 177 pesos para las obras.
Su estado constructivo mejoró, pero causó que muchas tumbas de la parte delantera se perdieran. De los sepulcros que se conservan, el más antiguo es el de la francesa Victoria Martinell, fallecida en 1860. Era la madre de Iria Mayo, la compañera de Charles Peiso, el colaborador de los mambises que tomó parte en la Comuna de París.
El cementerio tiene un área de cuatro mil metros cuadrados y está dividido en 12 patios, con unas 500 tumbas cada uno. Su estilo es ecléctico. Casi todas las esculturas funerarias son obra del español Nicasio Menza, quien radicó por acá durante varios años, y la mayoría de los panteones abovedados, del marmolista cubano José Domínguez.
Algunas de las más relevantes figuras tuneras de los dos últimos siglos están sepultadas aquí. El mausoleo del Mayor General Vicente García clasifica como uno de los más visitados. Está hecho de mármol de Carrara y es la ofrenda de Las Tunas a su hijo más ilustre.

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jueves, 25 de diciembre de 2008

La primera construcción europea en América

La primera construcción occidental en el continente americano acaba de cumplir 516 años de erigida. Aunque, obviamente, de su arcaica y rústica estructura no quedó para la posteridad ni siquiera un clavo, resulta interesante conocer las circunstancias de su debut. El hecho ocurrió el 25 de diciembre de 1492, y establece nexos con la primera travesía de Cristóbal Colón al llamado Nuevo Mundo.
A juzgar por las crónicas de la época, a inicios del citado mes de diciembre el Gran Almirante arribó con sus tres carabelas al litoral de La Española, isla a la que los nativos llamaban por entonces Bohío. Fue recibido junto a sus hombres de mar con grandes muestras de amabilidad, especialmente por parte de Guacanagarí, cacique de la costa noroeste de lo que es hoy Cabo Haitiano, en la vecina República de Haití
.
Por un descuido del propio Cristóbal Colón, días después encalló entre los arrecifes de la costa la Santa María, buque insignia de la expedición española. Tenía tres palos, 76 pies de largo, 26 de ancho, siete de calado y un peso muerto de 225 toneladas. Del accidente salió ilesa la totalidad de su tripulación –compuesta por 30 marineros y dos grumetes-, pero la embarcación quedó inutilizada por completo para navegar.
Los aborígenes taínos, con Guacanagarí al frente, ayudaron a los recién llegados en las labores de salvamento, tanto de los hombres como de la carga que la nave transportaba a bordo. Al concluir esta tarea, el genovés decidió que con los restos de la nave se construyera un fuerte al que dio por nombre Navidad, en honor al 25 de diciembre, día de la zozobra. Así quedó fundada la primera construcción occidental en América, localizada entre la desembocadura del río Guarico y la Punta de Picolet.
Tras la edificación del fuerte, Colón decidió regresar a España con La Pinta y La Niña, las dos carabelas restantes, el 4 de enero de 1493. En el flamante fuerte quedaron la tripulación de la nave siniestrada y otro grupo de hombres fuertemente armados bajo las órdenes de Diego de Arana, alguacil de la expedición, con provisiones suficientes como para soportar sin contratiempos una prolongada y paciente espera.
Luego de dos meses a través del Atlántico alcanzó Lisboa y después Palos de la Frontera. En abril llegó a Barcelona donde fue recibido como un héroe por los Reyes Católicos. El detallado informe que Colón escribió explicando lo que había visto en las nuevas tierras se reprodujo enseguida y fue conocido con gran interés por los europeos. Los resultados obtenidos animaron a la corona a preparar el segundo viaje.
Así fue como el Gran Almirante reunió una gran flota compuesta por 17 navíos con mil 500 hombres y se hizo otra vez a la mar rumbo al Nuevo Mundo el 25 de septiembre de 1493. Llevaba la instrucción expresa de Isabel y Fernando, los soberanos españoles, de colonizar, convertir y explotar económicamente las tierras descubiertas. La nave capitana fue nombrada La Santa María, en honor a su predecesora.
El 27 de noviembre, luego de enfrentar peligros y avatares sobre el océano, la flota tiró anclas a la altura del fuerte Navidad. Para su sorpresa, Colón lo encontró completamente destruido y comprobó -aterrado- que toda la guarnición había sido aniquilada. Luego el cacique Guacanagarí le explicó que, debido a las violaciones, abusos y atropellos cometidos por los españoles contra las indígenas de la comarca, el cacique caribe Canoabo, junto a sus hombres y a su mujer Anacaona, los eliminaron.
Ese fue el origen y el final del primer asentamiento europeo en América.

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domingo, 7 de diciembre de 2008

El nuevo hotel Cadillac

El hotel Cadillac, instalación emblemática del sector en Las Tunas, acaba de ponerle punto final a su prolongada pero necesaria rehabilitación y ahora exhibe sus mejores galas en el mismo centro histórico de la ciudad. Su privilegiada ubicación propicia que se integre de maravillas al novísimo bulevar, proyecto concebido para ambientar la calle Francisco Vega desde su intersección con su homóloga Lucas Ortiz y que ya transita por su tercera cuadra reanimada.
La opinión general es que el Cadillac quedó como de estreno, apreciable tanto en la elegancia de su aspecto exterior como en la exquisitez de su terminación. A la ciudad le apremiaba un sitio así para darle un toque de distinción a su semblante venido a menos. Desde el punto de vista urbanístico y arquitectónico, el inmueble deviene joya que pasa a formar parte del patrimonio histórico y cultural de los tuneros.
La construcción de este edificio de reminiscencia racionalista data de 1945. Como entonces, hoy tiene tres niveles y un sótano, con volumetría simple de balcones corridos y pureza formal en la combinación de sus líneas rectas y curvas. Su magnífica posición en una esquina de la calle Ángel Guardia, frente al parque Vicente García, le garantiza excelencias visuales desde y hacia la propia instalación.
Cada etapa del nuevo diseño tuvo presente integrarlo con armonía y sobriedad a su entorno. También conservar al máximo sus proporciones exteriores e interiores. El Cadillac, como saben los tuneros, es un inmueble pequeño, que cuenta ahora con ocho confortables habitaciones y prioriza su gestión en servicios extrahoteleros con un centro nocturno, un bar-cafetería con extensión a la calle y un bar-mirador en su terraza.
Algo que fue una constante en el trabajo especializado de los restauradores fue respetar el carácter tradicionalista del diseño y estilo del Cadillac, propios de los años 40 y 50 del siglo pasado. Eso le imprimió valores estéticos adicionales, tanto en el mobiliario seleccionado como en las fachadas. Igualmente, se tuvo sumo cuidado en el momento de elegir la iluminación, los accesorios y la ambientación plástica, para que combinaran lo antiguo con lo contemporáneo.
Los especialistas pusieron tal esmero en esos nobles propósitos que cuando concibieron el diseño exterior del hotel hicieron todo tipo de investigaciones en torno a su época de mayor esplendor. Una técnica empleada por ellos fue calar a fondo las paredes para determinar los colores originales. En cuanto al interior, le incorporaron con fines ornamentales la vegetación necesaria y le confirieron a cada espacio una identidad sin excesos de rebuscamientos decorativos.
La operación del hotel Cadillac corre a cargo de la cadena Isla Azul. Es el resultado de un trabajo multidisciplinario, que perseveró en conseguir una obra con atributos capaces de satisfacer elevadas exigencias. No solo representa un producto turístico. También una institución a la que la historia citadina acoge con beneplácito.

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sábado, 17 de mayo de 2008

Plaza de cara al sol

De los variados homenajes que el mármol y el lienzo le han consagrado a nuestro José Martí durante más de un siglo, el de la Plaza Martiana de Las Tunas clasifica tal vez como el de mayor originalidad. Se trata no solamente de una obra artística en el sentido pleno de la frase. Constituye, además, una sui géneris compilación de historia escrita de puño y letra por el Astro Rey a partir de la rigurosa cronología del más universal de todos los cubanos.
El Apóstol y el Sol figuran como los grandes animadores de este complejo abierto oficialmente al público el 25 de marzo de 1995, en ocasión del centenario de la firma del Manifiesto de Montecristi. Basta un somero recorrido por la copiosa bibliografía martiana para confirmar allí la recurrencia de la luz. Eso inspiró al laureado y experimentado arquitecto Domingo Alás a diseñar un sitio en el que el itinerario solar va narrando con luces y sombras los hechos biográficos más importantes del Héroe Nacional de Cuba.
Uno de los elementos más interesantes del conjunto es el reloj solar, de 7,20 metros de diámetro, que ofrece la hora con exactitud cada cinco minutos. Su lectura se realiza mediante la ubicación de la sombra del borde superior –llamado gnomo- sobre las escalas del instrumento. También aparecen registradas en su dorada hechura las coordenadas del oriente cubano junto a la ecuación de rectificación para ajustarlo eventualmente a la hora oficial.
Sobre el pavimento de terrazgo de la plaza aparece visiblemente tatuado el calendario solar. Esta suerte de almanaque funciona de acuerdo a los movimientos de la sombra del punto extremo del reloj. La penumbra describe en la superficie una serie de líneas en forma de curvas que se corresponden con 56 fechas martianas de inusitada trascendencia. Hay que apreciar su funcionamiento en vivo para abrir de par en par las compuertas al asombro.
El reflector es el tercer elemento solar de la plaza tunera. Este aparato protagoniza una vez al año un momento de gran emotividad. En efecto, cada 19 de mayo a las dos y media de la tarde –hora aproximada de la muerte del Maestro-, la luz solar que incide sobre su espejo plano, orientado según las coordenadas solares de altura y acimut, se refleja e ilumina el bronceado semblante del busto del Apóstol, obra de la escultora Rita Longa, como si con ello se hiciera realidad su deseo de morir de cara al Sol.
La Plaza acoge, además, una sencilla referencia escultórica en honor al teniente coronel mambí Ángel de la Guardia, quien fuera único testigo de la caída de José Martí en Dos Ríos. Por cosas del azar, Guardia cayó, a su vez, el 28 de agosto de 1897 en un combate por la toma de Las Tunas, precisamente en el sitio donde hoy se levanta este homenaje perpetuo al autor de La Edad de Oro.
En la plaza labora un entusiasta colectivo que se encarga de mostrarles a sus numerosos visitantes todo lo relacionado con su funcionamiento. Millares de personas la visitan cada año y suele ser eficiente anfitriona de numerosas actividades importantes de la provincia, entre ellas actos solemnes, entrega de condecoraciones y ofrendas florales, entre otras. Sus capacitados especialistas atienden también consultas técnicas sobre la vida y la obra de Martí y dictan conferencias especializadas acerca del propio tema.
La Plaza Martiana tunera es el resultado de un profundo estudio histórico, astronómico y arquitectónico. En sus instalaciones se potencia la figura de un hombre de talla inmortal. De su resultado inferimos que la vocación solar del Apóstol no fue un detalle de circunstancia, sino una actitud coherente con su manera de pensar y con cuanto hay de patriotismo en el término claridad.
Tal vez por esa causa los pensamientos de José Martí sobre esos temas no ofrecen dificultades de interpretación. Como este que engalana una de las paredes del sitio histórico que nos ocupa: «Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz.»

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martes, 1 de abril de 2008

Ayer y hoy de nuestras calles

Los seres humanos hacemos entrada en el mundo con nombres elegidos por nuestros parientes más próximos. Luego los llevamos durante toda una vida y solo en ocasiones algún inconforme decide cambiar el suyo para siempre.
No ocurre igual con las calles y sus denominaciones. Una avenida pudo haber tenido ayer una identificación, ostentar hoy otra y exhibir mañana una tercera. Es que ellas, como las personas, tampoco eligieron sus nombres.
Hace casi 160 años, Las Tunas fue declarada Ciudad por las autoridades coloniales españolas. En 1868, cuando estalló la Guerra Grande, contaba con 15 vías urbanizadas, cuyas identificaciones tenían que ver con la nobleza ibérica de la época o con algunos de sus protagonistas. Ninguna conserva hoy su identificación original, pues a partir de 1902 fueron rebautizadas con nombres de patriotas cubanos o con fechas memorables de la historia nacional.
Por entonces, la céntrica Avenida Vicente García se llamaba Isabel II, y Cristina la también populosa Francisco Vega. Otra conocida, la Lico Cruz, se denominaba María Luisa, mientras que la Martí estaba inscripta en el Ayuntamiento con el nombre de Carlos Conus. El tránsito vehicular y peatonal no era ni la sombra del actual.
La lista se extiende a las actuales calles Colón, Joaquín de Agüero, Heredia, Maceo, Villamar y 24 de Febrero, que en 1868 tenían en sus esquinas los rótulos de Avenida de los Peces, Peguero, Cruz Verde, Canoa, Obrapía y Campana, respectivamente.
La Francisco Varona se llamaba Bayamo; la Julián Santana, O´Donell; la Lorenzo Ortiz, Infanta; y la Ramón Ortuño, Pinillos. Algunas tuvieron más de un nombre. Como la Lucas Ortiz, que, antes de recibir ese bautizo en 1931, se llamó Príncipe en 1868, Bomberos en 1869, Moratín en 1884 y Becerra en 1905.
En la ciudad tenemos otro caso: la calle Colón, llamada así desde su origen en la zona de La Martilla hasta su homóloga Francisco Varona. De ahí a Gonzalo de Quesada se nombra Ángel Guardia, y de allí hasta la línea de ferrocarril, Avenida Frank País. En lo adelante, y hasta la salida hacia la norteña ciudad de Puerto Padre, se le conoce por Avenida Camilo Cienfuegos.
También contamos con una cuadra con nombres diferentes en cada acera. Está ubicada en la llamada Placita de los Recuerdos, en el reparto México. Aquí convergen en forma de cuchilla las calles Joaquín de Agüero y Nicolás Heredia. Ambas siguen la misma vía con igual identidad hasta la Feria Agropecuaria, por lo que muchos vecinos viven en la misma cuadra, pero no en la misma calle.
En materia de longitud, la calla más corta de la ciudad es la Custodio Orive, que pasa por un costado del parque Maceo, frente a la sede tunera de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y tiene apenas cien metros. La de mayor extensión, la Avenida Vicente García, que recorre de un extremo a otro el perímetro citadino y comparte pavimento durante un tramo con la Carretera Central
En fin, unas por cambiar de nombres más de una vez, otras por llevar varios al mismo tiempo y hasta alguna con más de una denominación histórica, nuestras calles son símbolos legítimos que debemos cuidar para las generaciones que nos sucedan.

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viernes, 7 de marzo de 2008

Nombres y enigmas

La ciudad de Las Tunas cuenta con algunos establecimientos comerciales cuyos nombres tal vez resulten enigmáticos para buena parte de sus hijos, a pesar de los años que llevan compartiendo la cotidianidad con ellos. Se trata de denominaciones extravagantes, pero que lograron imponerse gracias a su prolongada utilización entre la ciudadanía.
Tal vez muchos tuneros piensen que el nombre de nuestro céntrico restaurante-cafetería Reymar tiene algo que ver con la especialidad de pescados y mariscos que hoy exhibe su carta. No es así, realmente. Fueron sus antiguos dueños –Reynaldo Torrent y Mario Patiño- quienes decidieron conformarlo hace más de 50 años a partir de la fusión de las tres primeras letras de sus respectivos nombres. De ahí que Rey se uniera a Mar para que naciera el Reymar.
Otros establecimientos de la ciudad ostentaron también nombres derivados de curiosas combinaciones. Un ejemplo que no quiero dejar de relacionar en esta crónica: donde estuvo hasta hace un tiempo la emisora Radio Victoria –en los altos del remozado Teatro Tunas- funcionó durante algunos años un colegio llamado Regil, conjunción de las dos primeras letras de Renán y de las tres primeras de Gilberto, que así se llamaban por entonces sus propietarios.
Voy con otro caso: donde hoy funciona la unidad Dos Gardenias, casi frente a la Dirección Provincial de Patrimonio Cultural, radicó en la etapa prerrevolucionaria el departamento Mercantil Riper, que comercializaba papelería y artículos de oficina diversos. En ese ejemplo se trataba de la sílaba inicial de Rigoberto y de las tres primeras letras de Pérez, su dueño. Interesante, ¿verdad?
A veces reparamos en nombres de instituciones que consiguen desconcertarnos. Sin embargo, la mayoría tiene una justificación en la realidad, en tanto constituye el reflejo de una época ya vencida. Hoy algunos, como el propio Reymar, todavía exhiben aquellas generales. El pueblo agradece de corazón tamaña sobrevivencia.

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jueves, 28 de febrero de 2008

El río de los nueve puentes

Nuestro río Hórmigo es como un capilar mojado que repta sobre la piel bicentenaria de la ciudad de Las Tunas, balcón del oriente cubano. A juzgar por lo que dice el Diccionario Geográfico, Estadístico e Histórico de la Isla de Cuba, del desaparecido erudito Jacobo de la Pezuela, «nace en el Norte y corre hacia el Sur. Es vadeable, excepto en sus crecidas. Tiene aguas impotables, ni aun útiles para usos interiores. Le tributan caudal los ríos Cornito y Ahogapollos». Toda esta referencia bibliográfica se mantiene sin variación, poco más de un siglo después de ser escrita.
Lo que no se consigna en la breve minuta enciclopédica es que nuestro entrañable río Hórmigo —originalmente llamado Hormiguero— escurre su culebreante y angosto cauce bajo las arcadas de nueve puentes, todos distribuidos a capricho a lo largo de su trayecto citadino, un caso inédito en Cuba. De ahí que los haya periféricos, urbanos, suntuosos, plebeyos, pequeños, grandes, peatonales, automotores, recientes, antiguos, altos, bajos... Nueve puentes sumamente transitados y suficientemente conocidos por la mayoría de los tuneros, con independencia de edades y de épocas.
Voy con la lista completa: el primero de estos puentes se localiza en la zona industrial de la ciudad, y a este les continúan los de las calles René Ramos, Martí, Lucas Ortiz, Vicente García, Colón, Nicolás Heredia, accesos al cementerio municipal y carretera circunvalante. Casi todas estas plataformas permiten el tránsito de vehículos automotores de cualquier tamaño y porte. Solo los puentes ubicados en las calles Nicolás Heredia y Colón —por lo estrechos y pequeños— admiten exclusivamente la circulación de peatones.
El puente de la carretera central -próximo al centro histórico de la ciudad- clasifica tal vez como el más connotado y simbólico de todos. Se construyó en los años 30 del siglo pasado, cuando comenzó a proyectarse la importante vía que atraviesa a Cuba de uno a otro extremo. Vino en reemplazo del llamado puente Wood —apellido de Leonardo, un interventor norteamericano de principios del siglo XX— cuya estructura era de madera y databa de inicios de centuria. Se cuenta que antes de 1959 muchas familias pobres que no disponían de techo alguno donde guarecerse pernoctaron bajo sus arcos.
Resulta un ejercicio interesante recorrer el itinerario citadino del río Hórmigo por entre sus pasarelas de metal y de concreto. De esa manera uno confirma que tres de sus armazones devienen virtuales atajos por donde los lugareños acortan el trayecto que conduce hasta la Feria Agropecuaria de la localidad. Jornada por jornada, y a cualquier hora del día o de la noche, trasiegan a través de ellos cientos de tuneros en una y otra direcciones. Lo mismo ocurre con el resto de las estructuras, independientemente de su ubicación.
Al río Hórmigo y a sus rumores les cantó en versos Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé), un decimista tunero considerado por la crítica como el mayor exponente de la poesía bucólica cubana del siglo XIX. Un poemario suyo, no por casualidad titulado Rumores del Hórmigo, se inspiró en las bellezas que acompañan el curso de la corriente fluvial en tiempos en que su murmullo solía ser cántico de fondo para enamorados de circunstancia.
De entonces acá, por supuesto, mucha agua ha corrido, y hoy el cantarín riachuelo es solo un atributo más de la ciudad que serpentea bajo nueve arcadas su monotonía cotidiana. Nunca un río tan humilde fue coronado por tantos puentes. Los tuneros caminan sobre ellos del brazo de una historia que ya tiene 211 años de existencia.

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lunes, 18 de febrero de 2008

Parques emblemáticos

Las ciudades no fueran las mismas sin la existencia de sus parques, esos sitios a donde concurrimos alguna que otra vez para darle otra dimensión a la cotidianidad. Aquí en Las Tunas tenemos dos cuya historia se integra por derecho propio a lo mejor de nuestros anales.
El parque Maceo es, quizás, uno de los espacios citadinos más acogedores. Se trata de una zona de trasiego cotidiano y de un sitio inmejorable para el diálogo de atardecer. El terreno donde se asienta esta instalación era un solar yermo en el siglo XIX. Por allí levantaron su cuartel las tropas norteamericanas que ocuparon la ciudad en ruinas en 1898, luego del incendio mambí de agosto de 1897.
Terminaba la centuria cuando se construyeron por sus alrededores los primeros inmuebles. Al lugar se le comenzó a llamar entonces Plaza Cristina, en honor a una soberana española de igual nombre. Existen referencias de que el primer partido de béisbol celebrado en la otrora Victoria de Las Tunas se efectuó por la zona que hoy ocupa este parque tan querido. El hecho data del año 1901 y los rivales fueron un equipo del ejército de ocupación de los Estados Unidos acantonado aquí y una novena formada por vecinos de la ciudad.
No se ha podido establecer quién fue el ganador de aquel partido fundacional. Pero sí se sabe que el terreno de juego estaba situado en el área que ocupan hoy el propio parque Maceo y el taller Victoria de Girón, antes llamado Garaje Gascón. Luego la zona comenzó a poblarse con rapidez y a exhibir intensa actividad comercial por intermedio de la venta de productos al detalle, los negocios particulares y el alquiler de terrenos para que los circos levantaran sus carpas repletas de payasos, animales y trapecistas.
En todo aquel florecimiento económico, favoreció mucho a la Plaza Cristina su excelente posición casi en el centro de la villa, algo en lo que solo fue superada por el parque Vicente García. Buena parte de las fuerzas vivas de la época se asentaron por sus inmediaciones. Muchas construyeron por allí sus negocios y aprovecharon el buen momento para desplegar a todo trapo sus campañas de publicidad. En el parque sobreviven aún como constancia de tan singular marketing las inscripciones en muchos de sus bancos, casi todos cortesía de algunas de los más prósperas firmas comerciales de entonces.
El desarrollo de la ciudad en la etapa le debe mucho a los incentivos de este lugar. A finales de la primera década del siglo pasado, la Plaza Cristina tomó el nombre de Parque Maceo, en honor a una de las figuras más recias de nuestra historia. El 28 de agosto de 1947, por iniciativa del doctor Alfredo Guillén Morales, alférez del Ejército Libertador , fue develado en una de sus áreas el busto del Titán de Bronce. Una fotografía de la época recoge para la posteridad el instante. En ella aparecen los veteranos tuneros de las guerras independentistas del siglo XIX que en ese momento estaban vivos.
Junto con el paso de los almanaques, el parque Maceo se fue convirtiendo en un espacio de gran raigambre popular. Los estudiantes de las escuelas cercanas contribuyeron a fomentar su carisma mediante la celebración en su entorno del llamado «Día del árbol», en cuyo contexto plantaban en sus proximidades una postura de laurel. Hoy el parque Maceo forma parte orgánica del centro histórico de la ciudad En sus inmediaciones se agrupan importantes dependencias estatales, como la Dirección Provincial de Educación, la fábrica de tabacos, la sede de los escritores y artistas, el Palacio de los Matrimonios, algunas tiendas y varias oficinas.
EL PARQUE VICENTE GARCÍA
El parque Vicente García es la instalación de su tipo más populosa de la capital tunera. Tal vez por encontrarse situado en el vórtice mismo de su casco histórico, exhibe siempre gran actividad y concurrencia. La gente acude allí para conversar sobre cualquier tema, o, simplemente, para tomar el fresco de la mañana. No existe en la ciudad un sitio de mayor popularidad y carisma.
Este parque tuvo como antecedente la otrora Plaza de Armas, inaugurada en el mismo sitio el 3 de abril de 1858, un decenio antes de que los clamores del ingenio azucarero La Demajagua, cerca de la ciudad oriental de Manzanillo, convocaran a los cubanos a la lucha por la independencia de la isla. Según los investigadores del tema, aquí tuvieron lugar encarnizados combates entre las tropas cubanas y las españolas durante nuestras guerras de liberación del siglo XIX.
La plaza cumplió su función social por espacio de varias décadas. Pero en tiempos de la seudo república, el comandante del Ejército Libertador Eduardo Vidal Fontaine (Lalo), primer alcalde de Victoria de Las Tunas, acogió la idea de construir en el área un parque justamente el día en que asumió su cargo público, en el año 1910.
Las iniciativas para concretar tan noble propósito no se hicieron esperar, y el 11 de enero de 1911 quedó constituido en la ciudad el comité Pro Vicente García, cuyos integrantes recolectaron fondos para erigirle un monumento en la plaza al bien llamado León de Santa Rita. El pueblo y las fuerzas vivas locales halaron de la billetera para consumar aquel homenaje de mármol.
Para entonces el Consejo Provincial de Oriente había aportado ya mil pesos con el mismo propósito. Los tuneros le dieron gran respaldo a la convocatoria y mediante su contribución se logró reunir una bonita suma. Finalmente, el conjunto escultórico fue develado el 10 de octubre de 1915. En la ceremonia hizo uso de la palabra el doctor Alfredo Zayas, quien años después sería Presidente de la República.
Pero nadie vaya a imaginar que el parque Vicente García tenía por entonces la misma apariencia de hoy, con sus bancos de granito pulido, su piso de cemento y su configuración irregular. Cuando aquello sus bancos eran de madera y el piso de losas de barro. Tenía forma cuadrada, la cual perdió por exigencias constructivas al pasar por la ciudad la carretera central. Hubo que rebanarle un ángulo, justamente en el sitio donde se encuentra hoy el busto de José Martí. Pero esa es otra historia. Los interesados pueden leerla en este mismo blog, con el título Hubo que serruchar el parque.
Quien visite Las Tunas no puede prescindir de darse un paseo por sus parques principales. Ellos clasifican entre los sitios más interesantes de esta ciudad heroica, ecléctica y hospitalaria.

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domingo, 10 de febrero de 2008

La Casa de Piedra

Es tan célebre que un popularísimo reparto de Las Tunas le pidió prestado su nombre y se quedó para siempre con él. Basta con mencionarla para que cualquier despistado llegue por su referencia a su destino. Todos la quieren, aunque no lo demuestren al pasar por su lado...
Durante muchos años fue el edificio más alto de Victoria de Las Tunas. Sus recios muros han desafiado a pie firme los embates del tiempo. Bueno, creo que ya di suficientes elementos. ¿Algún tunero duda que estoy hablando de nuestra conocidísima Casa de Piedra?
Antes de remitirnos a los orígenes de este vetusto inmueble, debo referirme a las compañías citrícolas norteamericanas que operaban por la zona en el siglo XIX. Ellas poseían extensas áreas de terreno fértil para la siembra, las cuales se vendían y compraban entre sí. Según los anales de la época, en 1904, el propietario de uno de estos emporios agrícolas inició la construcción de la casa.
Un año después estaba terminada. Resultó tan imponente y suntuosa que los vecinos de la barriada comenzaron a llamarla El Hotel. Entre otras cosas, tenía pecera, columpios, jardines, áreas de juego... No se había visto jamás cosa igual en la ciudad.
En la residencia no solo vivían los dueños, sino también algunos empleados, como un maestro traído de los Estados Unidos para enseñar en inglés a los niños. El inmueble tenía tres niveles. El más bajo a partir de mortero y cemento, con tres cuartos, sala y escalera. En el segundo estaban el comedor y cinco dormitorios. Y el último era un salón sin divisiones para todo tipo de juegos de mesa.
Su disposición era muy moderna desde el punto de vista arquitectónico. Las puertas y las ventanas simulaban semiarcos. Al fondo, una chimenea hacía las veces de elemento ornamental. Por añadidura, tres de sus costados disponían de corredores adornados con columnas que imitaban la piedra. Ya le digo, ¡una maravilla!
Los entrepisos eran de tablas sujetas con vigas de júcaro y pinotea. Y de madera también los cerramentos, cuyas viguetas se aseguraban con pernos y tornillos. El techo de cuatro pendientes estaba hecho de zinc con buhardillas que permitían la entrada del aire y de la luz.
En 1909, el grupo Las Tunas Fruit Company compró las tierras citrícolas y también la Casa de Piedra. Sus dueños situaron allí para administrar la naranja y la toronja a mister Charles Milligan, un norteamericano residente en la zona. Años después, la compañía vendió en subasta pública todas sus propiedades, que fueron adquiridas por el propio empleado y su familia.
Mister Charles y los suyos fueron los moradores más estables que tuvo la Casa de Piedra. Residieron allí por un buen número de años, vinculados a la actividad que le dio nacimiento. En ese ínterin, el local hizo las veces de almacén, vivienda y oficinas. En los finales de los años 30, el norteamericano se la alquiló a una tal Mercedes Mora, quien, a su vez, la transfirió más a José Acosta. La casa exhibía ya visibles signos de deterioro. Era el principio del fin.
Corrían los años 40 cuando sus últimos dueños la abandonaron definitivamente para marchar a su país. El acto devino auténtico regalo para numerosas familias sin hogar que vivían en la Victoria de Las Tunas de la época en condiciones de indigencia. La casa fue abordada, dividida y trastocada en vivienda múltiple de los pobres.
En 1962, las familias que vivían en la Casa de Piedra recibieron confortables viviendas. Las condiciones constructivas del inmueble ya resultaban pésimas. Con el tiempo solo quedaron en pie sus muros y algunas vigas como testimonio de una etapa vencida para siempre.
Hoy la Casa de Piedra cobija a un establecimiento comercial. Pero su antigua popularidad no ha mermado un ápice. El reparto tunero que la perpetúa no consentiría jamás en olvidar su historia.

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miércoles, 9 de enero de 2008

Los cines de Las Tunas

El día 13 de febrero de 1895, dos hermanos franceses de apellido Lumiére transfirieron a la cultura universal uno de los aportes tecnológicos de más trascendencia en la historia: la cámara cinematográfica. Pocos meses después, el 28 de diciembre del propio 1895, ambos exhibieron en un sótano del Boulevard de Los Capuchinos, en París, lo que se considera el primer filme de todos los tiempos, titulado Salida de los obreros de la fábrica.
A esta proyección fundacional, integrada por 10 películas mudas de 17 metros y muy breve duración, solamente asistieron 33 espectadores. Luego de un par de días, los parisinos hacían extensas colas en espera de la próxima función del cinematógrafo. La imagen en movimiento conquistó en tiempo récord la admiración de los terrícolas. Fue tal el entusiasmo que en unos pocos meses los aparatos de los Lumiere se diseminaron por casi todo el planeta.
En Cuba el cine hizo su debut el día 24 de enero de 1897 en el Parque Central capitalino. La función inaugural se extendió por cinco horas, en tandas de 30 minutos al precio de 50 centavos. Los materiales presentados que más gustaron fueron los cortos La partida de Naipes y El sombrero cómico. El 7 de febrero se filmó la primera película: Simulacro de un incendio. Se proyectó días después sobre una sábana en la contaduría del Teatro Tacón.
Las Tunas entró en contacto con la sala oscura en el año 1905, cuando abrió sus puertas el cine Victoria, situado por entonces frente al parque Vicente García, en la zona donde hoy radican las oficinas de CADECA. La prensa de la época precisa que disponía de 200 sillas de madera y de una pantalla cuadrada de dos metros. Se desconoce el nombre de la primera película proyectada allí. Pero, cualquiera que fuera, no es difícil imaginar el impacto que seguramente tuvo entre los aprendices de cinéfilos.
Luego de aquel debut, la Victoria de Las Tunas de la época vio nacer pequeñas salas de proyección en algunos de sus barrios. De todos esos locales, el más carismático y popular resultó, sin dudas, el cine Martí, inaugurado oficialmente el día 15 de marzo del año 1937 en la calle Lorenzo Ortiz, próximo a donde se encuentra hoy la Casa del Joven Creador. La primera película que ofertó en su pantalla grande fue el filme norteamericano La canción del olvido. En aquella época las entradas para los hombres se vendían al precio de 20 centavos y al de 10 para las mujeres. Este auténtico cine de pueblo fue demolido junto a su vecino hotel Plaza en el año 1965.
En 1914 comenzó a exhibir películas y a ofertar espectáculos en la ciudad el cine-teatro Cucalambé, propiedad del señor Tomas Oscoz, un emigrante español aplatanado en la ciudad. Esta institución cultural estaba enclavada en la calle Lucas Ortiz, justamente donde hoy se encuentra la tienda La Cadena. Sus balcones y plateas podían asimilar un aforo de hasta 200 personas, que acudían puntuales a deleitarse con los espectáculos y los filmes mudos de la época. Este cine-teatro funcionó hasta el año 1935 con una peculiaridad: su dueño hacía detonar a las nueve en punto de la noche un pequeño cañón para avisar el inicio de las funciones. Después del disparo ya nadie podía entrar hasta el primer receso o hasta los entreactos.
El Teatro Variedades radicó donde hoy está la barbería El Elegante. El periódico El Liberal del 24 de mayo de 1922 informa de la exhibición en su sala de las cintas Fedora y Zorra azul. Los investigadores hablan también de que en 1932 existió un cine llamado El Popular. Disponía de un sector bajo techo y de otro al aire libre para acomodar a los espectadores. El cobro se realizaba en dependencia de donde tomara asiento la persona. El cine Capitolio, por su parte, abrió sus puertas en 1928 en la calle Angel Guardia, donde hoy se encuentra la unidad gastronómica La Holguinera. Tenía más de 400 lunetas y desapareció en 1949.
Un hecho importante fue la apertura del Teatro Rivera el 15 de noviembre de1947. El inmueble fue bendecido ese día por el Padre Marcos de Acha, en presencia del Alcalde Municipal Pepillo Hernández y de otras personalidades de la localidad. Algunos tuneros recuerdan aún las actuaciones allí de celebridades tales como Pedrito Rico, José Mujica, Libertad Lamarque y Lucho Gatica. Tampoco olvidan la cinta en colores La ruta de los corsarios, la primera proyectada. Por entonces el Rivera disponía de dos mil asientos y clasificaba entre los mejores del país. Tomó su nombre del apellido de un emigrante español radicado por acá, quien financió su construcción. En 1981 fue restaurado y pasó a llamarse Teatro Tunas. El año pasado se le sometió a un remozamiento capital y quedó como nuevo.
El cine Luanda marcó un hito cultural desde su apertura el 15 de noviembre de 1975. Se edificó a un costo de 400 mil pesos en el área donde radicó hasta su demolición la Terminal Interprovincial de Ómnibus. Inicialmente se le conoció por Cine Dúplex, pues disponía de dos salas, una para adultos y otra para menores. También contaba con aire acondicionado, confortables butacas y modernos equipos de proyección. Los primeros filmes vistos en sus pantallas fueron Puerto Rico y La cólera del viento. No fue hasta la visita del embajador de la República de Angola a Las Tunas en 1982 cuando adquirió su denominación actual: Luanda, la capital de la nación africana. En 1991 su sala dos fue acondicionada para Discoteca.
Otro cine local que tiene su propia historia es el 28 de Septiembre. Ofreció originalmente lunetas el día 24 de septiembre de 1982. Esta sala cinematográfica se encuentra ubicada en el conocido reparto Buena Vista, y su construcción se extendió durante varios años. La noche de su estreno contó con la actuación de talentos artísticos del territorio, entre los que figuró en primera fila el Conjunto Campesino Cucalambé. Luego los cinéfilos presentes disfrutaron de la película cubana Polvo Rojo, dirigida por Jesús Díaz.
La ciudad tuvo otros lugares para el disfrute del séptimo arte, como el anfiteatro de la Feria Agropecuaria. ¿Qué tunero cincuentón no recuerda aquellas tandas nocturnas al aire libre, matizadas por el refulgir de las estrellas? También dispuso del llamado cine móvil, constituido en 1962, cuyos equipos de proyección viajaban emplazados dentro de camiones especiales hasta los parajes más insospechados para que la gente de campo tuviera acceso a la cultura y disfrutara de las maravillas de la pantalla grande.
Los cines atrapan nuestra existencia al vertiginoso ritmo de 24 fotogramas por segundo. Son símbolos culturales de la ciudad. Nunca le agradeceremos lo suficiente a los hermanos Lumiére el habernos conferido el pretexto para disponer de espacios tan queridos.

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domingo, 27 de mayo de 2007

Construcciones tuneras insignias

La mayoría de las ciudades del mundo tienen lugares, edificios y obras que las distinguen. Muchas suelen aparecer desplegadas a todo color en tarjetas postales, promociones de televisión y guías turísticas. Las Tunas cuenta también -¡cómo no!- con sus propias construcciones insignias, y las muestra al visitante con el mismo orgullo de París por su torre Eiffel, Roma por su Coliseo o Nueva York por su Estatua de la Libertad.
Buena parte de los tuneros coincide en admitir que el edificio distintivo de su terruño es el Museo Provincial Mayor General Vicente García, una obra por la que todos sentimos entrañable cariño. Este inmueble comenzó a erigirse en tiempos en que ocupaba la alcaldía municipal el gran periodista Rafael Zayas González, fundador y director del bisemanario El Eco de Tunas.
Desde el instante mismo en que fue concebido, los patrocinadores del edificio insistieron en dotarlo de un sello particular, por lo cual le confiaron su proyecto y dirección a un profesional de reconocido currículo: el ingeniero Carlos Sagarra Fernández, un hijo de Santiago de Cuba a cuyo talento le debe el inmueble buena parte de su fastuosidad.
Luego del consabido tiempo de construcción, el local abrió oficialmente sus puertas en el año 1921 con el pomposo nombre de Palacio Municipal. Pero, curiosamente, tal denominación nunca consiguió imponerse por completo, porque, como allí radicaban las oficinas y las dependencias del gobierno territorial, el pueblo lo llamó casi siempre el Ayuntamiento.
Sus líneas arquitectónica lindan con el eclecticismo, aunque exhiben también influencia neoclásica en sus frontoncillos y columnas. Sus amplios espacios, elevados puntales, privilegiada ubicación y diseño de carpintería le otorgan personalidad distintiva y gran nivel de confort. Todo esto ha permitido que durante años el edificio haya tenido diferentes usos, como el de Biblioteca Pública Municipal a partir de 1951 y el de Instituto Preuniversitario más tarde. En 1984 se le sometió a una reparación capital y se convirtió en Museo Provincial.
SALA POLIVALENTE
Nadie duda que la instalación deportiva tunera más popular y concurrida es el estadio Julio Antonio Mella, cuartel general de nuestro equipo grande de béisbol. Sin embargo, la Sala Polivalente Leonardo Mackenzie Grant no le va a la zaga en cuanto a simpatías.
Cuando se comenzó a edificar en 1982 no había en el país otra sala deportiva con iguales características. Por tal motivo, la Mackenzie Grant disfrutó de la exclusividad hasta que pocos años después cobraron vida las de La Habana, Sancti Spíritus y Santiago de Cuba. En su etapa constructiva final fue todo un suceso el izaje de la estereocelosía que conforma el techo de seis mil 253 metros cuadrados y 814 toneladas de peso. Esta operación se realizó mediante 268 gatos hidráulicos, ante la mirada de asombro de cientos de tuneros que no le perdieron detalles. Por cierto, la estereocelosía descansa sobre 52 columnas a una altura de 14 metros.
El área principal de nuestra Polivalente mide 54 metros de largo por 30 de ancho. Deportes tales como el baloncesto, la gimnasia, el boxeo, la esgrima, el judo, el balonmano, la lucha y el voleibol han celebrado allí eventos nacionales e internacionales de primerísima calidad.
También dispone de una zona de entrenamiento con tabloncillo y cuadrilátero. Y si de público se trata, sus graderías pueden asimilar holgadamente más de tres mil 500 aficionados. Debajo radican las cátedras deportivas, una cafetería, varias oficinas y salones de prensa y de reuniones. La escultura que engalana la entrada principal es obra del artista plástico tunero Rafael Ferrero y data de 1988. Con su base incluida, mide 12 metros de altura. Fue tallada en un material llamado poliuretano y fundida con resina poliéster y fibra de vidrio. Como toque final, Ferrero la bañó con un producto sintético que imita el color del bronce.
CASA NATAL DEL GENERAL VICENTE
El Memorial Vicente García es otro sitio de la ciudad que nos dignifica. Según datos del Archivo Nacional de Cuba, en esta vivienda residió con su familia hasta el año 1868 el bien llamado León de Santa Rita.
El inmueble data del año 1800, y en sus primeros tiempos era apenas un caserón de ladrillos y tejas ubicado en la que por entonces se conocía por Calle Real. En el año 1876, el Mayor General Vicente García comenzó ejemplarmente el incendio de la ciudad por esta, su residencia familiar. La reconstruyeron al terminar la guerra, pero el Mayor General Calixto García le volvió a prender fuego en el año 1897. La casona estuvo en ruinas hasta 1919, cuando edificaron su parte frontal para dedicarla al comercio.
Por fortuna, la reconstrucción de 1919 le conservó su planta colonial en forma de U, su amplio patio interior, sus colgadizos sostenidos por columnas y sus ventanas con guardapolvo. En cambio, la fachada principal permutó para el eclecticismo, con sus columnas de fuste estriado, su capitel corintio y sus grandes balaustradas. Aunque el Memorial tiene valor arquitectónico, su principal mérito es el histórico. En 1985 fue restaurada por Patrimonio Cultural y en 1996 se le declaró Monumento Nacional.
EL TANQUE MAYOR
El tanque de Buena Vista es algo más que una obra de ingeniería engarzada dentro un populoso reparto de la ciudad. Se trata, además, de una referencia de la que no podemos prescindir. Obreros que participaron en su construcción aseguran que comenzó a ejecutarse con una sola concretera a inicios de los años 60 del siglo pasado y que se concluyó a mediados de 1967. Agregan que en sus etapas constructivas utilizaron el método tradicional, es decir, fundición en el propio sitio de la obra.
La ejecución de este tanque con capacidad para 500 mil galones de agua comenzó con la cimentación corrida, sobre la que se anclaron debidamente las columnas hasta la altura de lo que los expertos llaman arriostre. Encima de esa estructura encofraron con piezas de madera y luego fundieron el plato. Acto seguido se levantaron las paredes de hormigón armado. En esta fase los albañiles solo utilizaron winches y carretillas y su trabajo se extendió por espacio de 76 horas consecutivas. El remate de la obra resultó la tapa del tanque, colocada a 31 metros del suelo.
LA PLAZA DE LA REVOLUCIÓN
La última pieza en incorporarse a la colección de construcciones insignes en Las Tunas fue la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García González, un proyecto donde se integra orgánicamente el arte con la arquitectura. En su consumación tomaron parte activa artistas plásticos, constructores, arquitectos y especialistas variados.
Nuestra plaza cuenta con un área de concentración de corte ecológico-ambiental donde el hormigón teñido se mezcla con el verdor de la vegetación, con los bancos y con la fuente. También se integra a la tribuna que sugiere una fortaleza por los materiales empleados, tales como piedra jaimanita y mármol rojo, y por sus desniveles y laberintos de acceso.
Un gran mural de hormigón armado de 52 metros de longitud y constituido por elementos de entre 10 y 16 toneladas de peso, muestra momentos decisivos de la historia local y nacional. Se trata de un verdadero compendio de nuestras tradiciones de lucha en el que la plástica con sus bondades le aportan su singular manera de manifestarse.
Esta auténtica obra de arte cumple además la función de cubrir una nave de 48 metros de largo por 15 de ancho. Dispone de sala de conferencias, salón de protocolo, oficinas y la sala de los Generales, donde se exhiben bustos de los mambises tuneros que ostentaron ese alto grado militar en las guerras del siglo XIX. Todos los locales tienen un diseño sobrio tanto en forma como en textura y color lo que da una sensación de confort que invita a la meditación y a la honra de los próceres.
Las Tunas cuenta con sitios emblemáticos que vale la pena recorrer y admirar. Ellos también forman parte de nuestro patrimonio.

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