Transcurría el año 1927 cuando a Abder Rahman Mahmus Shehadek alguien le hizo en su natal Palestina -a la sazón ocupada por los colonialistas ingleses- la siguiente propuesta: «¡vámonos para América!».Trotamundo por naturaleza, bohemio por vocación, la idea de un viaje tan sugerente y atractivo no le resultó en lo absoluto extravagante. De manera que semanas después, en compañía de un grupo de compatriotas, se hizo a la mar desde un punto del litoral mediterráneo. Luego de azarosas jornadas navegando a todo trapo, su barco lanzó escalerillas sobre un espigón de la rada habanera. Había llegado a Cuba, nación que, sin imaginarlo todavía el joven árabe, iba a convertirse, con el tiempo, en su patria adoptiva.
Pero Abder Rahman Mahmus Shehadek era una retahíla de nombres y apellidos demasiado complicada para la noble pronunciación de un hispanohablante. Así que, a poco de poner los pies sobre la capital de la Perla del Caribe, Abder permutó para el castizo Alberto, y Shehadek, por su parte, pasó a ser, simplemente, Chejada. Eso explica cómo este palestino venido al mundo en la cisjordana comarca de Beil-Nuba, que había paseado sus ínfulas cosmopolitas por Turquía, Egipto, Marruecos, Inglaterra, Francia y Venezuela, se convirtió, de pronto en Alberto Chejada.
«A La Habana llegué de 22 años de edad –recuerda con no cierta dificultad en su domicilio de Las Tunas el hijo del Levante, ahora con 95 almanaques sobre la espalda-. Una ciudad muy bonita y llena de gente. Desde que pisé tierra comencé a moverme por la zona de los grandes almacenes del puerto, pues lo mío fue siempre el comercio y esas cosas. Luego me fui para San Juan y Martínez, en Pinar del Río. Allá me casé y tuve hijos. Me mantuve 20 años por aquella zona, hasta 1947. Pero el palestino es como es. Y cierto día...»
Empacó el equipaje y regresó a Palestina. Según él, «con el propósito de quedarse». Pero su hijo Alberto asegura que, realmente, no estuvo mucho tiempo por allá. «Tal vez fueron unos cuatro o cinco años», dice. Le había picado el bichito del trópico. Se había enamorado de su canícula. Así que no anduvo por las ramas cuando decidió retornar a América. En un inicio, se estableció en la morocha Venezuela, donde intentó montar un negocio particular. Pero -¡ay!-, las autoridades migratorias de allá le negaron la residencia. Optó por volver a la hospitalaria y multiétnica Cuba. Y entonces otra vez los almacenes, y el comercio, y los recorridos... En 1954 llegó a Victoria de Las Tunas.
«Aquí en Tunas conocí a mi actual esposa –rememora en un arranque de lucidez y todavía arrastrando el rrrrrrrrrr de los árabes-. Luego de un tiempo de noviazgo, nos casamos. Tuvimos a Fátima y a Alberto, nuestros dos hijos. ¿Lo de Fátima? Es por una virgen que se llama así allá en Palestina. Por cierto, ese tapiz que usted ve ahí en la pared lo traje de mi país. Retrata el nacimiento del niño Jesús. También conservo este turbante blanco que me he puesto para complacerlo a usted. Son recuerdos de la patria, ¿sabe?»
Por unos instantes, queda sumido en el silencio. Se sumerge en el mar de sus reflexiones hasta quién sabe qué profundidades. Está absorto, pensativo, como ensimismado tal vez en alguna visión de su heroico y abnegado pueblo. Su hijo Alberto hace algunas precisiones: «A lo mejor ahora mismo tiene la mente puesta en Palestina –conjetura-. Papi siempre la tiene presente. Durante muchos años se ha mantenido actualizado de lo que sucede en su tierra . Tanto que, hasta hace poco, no se perdía un noticiero de la onda corta sobre temas del Medio Oriente.» Y su hija Fátima: «Sufrió muchísimo la Guerra del Golfo Pérsico y el ensañamiento contra Irak –apunta-. Ah, y su ídolo es el líder de la OLP Yasser Arafat. ¡Siempre lo está mencionando! Desde pequeña fui testigo de su devoción por la causa palestina. Si, los musulmanes son muy fieles.»
«Sí, yo soy musulmán –confirma enérgicamente el viejo Chejada al tiempo que emerge de sus cavilaciones-. ¡Musulmán de toda la vida! Y mi enemigo es Israel, que nos ha quitado gran parte de nuestro territorio. Pero a los israelíes les vamos a ganar la guerra. ¡Se la vamos a ganar! Los palestinos somos bravos y lucharemos hasta tener nuestra propia patria. »
Durante la jornada conversamos sobre variados temas. Por ejemplo, de su insistencia en conservar sus tradiciones, tales como la de comer quippi -una mezcla de carne de carnero con trigo- y la de consumir muchos vegetales. Eso sí, nada de carne de cerdo, prohibida por el Islam. Hablamos, además, de las visitas que le hacen algunos de los palestinos que pasan por Las Tunas, de cómo crió a sus hijos, de la añoranza por la patria...
«Papi se jubiló a los 80 años –interviene de nuevo su hijo Alberto, mientras distribuye tacitas con café-. Fue dependiente en las tiendas de aquí de la ciudad. Nunca dejó de laborar con el Estado. Le dieron la medalla Fernando Chenard por más de 25 años en el sector del Comercio. Es una persona muy seria y un excelente padre de familia. Le faltan cinco años para llegar a la centena, pero se mantiene físicamente bien. Claro, la mente no es la de antes.»
Desde que abandona el lecho hasta que se retira a descansar, el viejo Chejada maldice y oprobia a los israelíes «que quieren dejarnos sin patria.» Es su Intifada personal contra los agresores de su pueblo. La conferencia de solidaridad con Palestina recién celebrada en la capital es una muestra de cómo los cubanos estamos de parte suya. ¡En cuerpo y alma, Abder Rahman Mahmus Shehadek! ¡En cualquier circunstancia, Alberto Chejada!
Nota: Esta entrevista fue realizada el miércoles 6 de junio del año 2001. Dos días después, Alberto Chejada murió como consecuencia de un ataque cardíaco. Sirva este trabajo para rendirle homenaje a todos los que, como él, le han hecho aportes a la nacionalidad cubana a pesar de haber nacido en otras tierras.
Pero Abder Rahman Mahmus Shehadek era una retahíla de nombres y apellidos demasiado complicada para la noble pronunciación de un hispanohablante. Así que, a poco de poner los pies sobre la capital de la Perla del Caribe, Abder permutó para el castizo Alberto, y Shehadek, por su parte, pasó a ser, simplemente, Chejada. Eso explica cómo este palestino venido al mundo en la cisjordana comarca de Beil-Nuba, que había paseado sus ínfulas cosmopolitas por Turquía, Egipto, Marruecos, Inglaterra, Francia y Venezuela, se convirtió, de pronto en Alberto Chejada.
«A La Habana llegué de 22 años de edad –recuerda con no cierta dificultad en su domicilio de Las Tunas el hijo del Levante, ahora con 95 almanaques sobre la espalda-. Una ciudad muy bonita y llena de gente. Desde que pisé tierra comencé a moverme por la zona de los grandes almacenes del puerto, pues lo mío fue siempre el comercio y esas cosas. Luego me fui para San Juan y Martínez, en Pinar del Río. Allá me casé y tuve hijos. Me mantuve 20 años por aquella zona, hasta 1947. Pero el palestino es como es. Y cierto día...»
Empacó el equipaje y regresó a Palestina. Según él, «con el propósito de quedarse». Pero su hijo Alberto asegura que, realmente, no estuvo mucho tiempo por allá. «Tal vez fueron unos cuatro o cinco años», dice. Le había picado el bichito del trópico. Se había enamorado de su canícula. Así que no anduvo por las ramas cuando decidió retornar a América. En un inicio, se estableció en la morocha Venezuela, donde intentó montar un negocio particular. Pero -¡ay!-, las autoridades migratorias de allá le negaron la residencia. Optó por volver a la hospitalaria y multiétnica Cuba. Y entonces otra vez los almacenes, y el comercio, y los recorridos... En 1954 llegó a Victoria de Las Tunas.
«Aquí en Tunas conocí a mi actual esposa –rememora en un arranque de lucidez y todavía arrastrando el rrrrrrrrrr de los árabes-. Luego de un tiempo de noviazgo, nos casamos. Tuvimos a Fátima y a Alberto, nuestros dos hijos. ¿Lo de Fátima? Es por una virgen que se llama así allá en Palestina. Por cierto, ese tapiz que usted ve ahí en la pared lo traje de mi país. Retrata el nacimiento del niño Jesús. También conservo este turbante blanco que me he puesto para complacerlo a usted. Son recuerdos de la patria, ¿sabe?»
Por unos instantes, queda sumido en el silencio. Se sumerge en el mar de sus reflexiones hasta quién sabe qué profundidades. Está absorto, pensativo, como ensimismado tal vez en alguna visión de su heroico y abnegado pueblo. Su hijo Alberto hace algunas precisiones: «A lo mejor ahora mismo tiene la mente puesta en Palestina –conjetura-. Papi siempre la tiene presente. Durante muchos años se ha mantenido actualizado de lo que sucede en su tierra . Tanto que, hasta hace poco, no se perdía un noticiero de la onda corta sobre temas del Medio Oriente.» Y su hija Fátima: «Sufrió muchísimo la Guerra del Golfo Pérsico y el ensañamiento contra Irak –apunta-. Ah, y su ídolo es el líder de la OLP Yasser Arafat. ¡Siempre lo está mencionando! Desde pequeña fui testigo de su devoción por la causa palestina. Si, los musulmanes son muy fieles.»
«Sí, yo soy musulmán –confirma enérgicamente el viejo Chejada al tiempo que emerge de sus cavilaciones-. ¡Musulmán de toda la vida! Y mi enemigo es Israel, que nos ha quitado gran parte de nuestro territorio. Pero a los israelíes les vamos a ganar la guerra. ¡Se la vamos a ganar! Los palestinos somos bravos y lucharemos hasta tener nuestra propia patria. »
Durante la jornada conversamos sobre variados temas. Por ejemplo, de su insistencia en conservar sus tradiciones, tales como la de comer quippi -una mezcla de carne de carnero con trigo- y la de consumir muchos vegetales. Eso sí, nada de carne de cerdo, prohibida por el Islam. Hablamos, además, de las visitas que le hacen algunos de los palestinos que pasan por Las Tunas, de cómo crió a sus hijos, de la añoranza por la patria...
«Papi se jubiló a los 80 años –interviene de nuevo su hijo Alberto, mientras distribuye tacitas con café-. Fue dependiente en las tiendas de aquí de la ciudad. Nunca dejó de laborar con el Estado. Le dieron la medalla Fernando Chenard por más de 25 años en el sector del Comercio. Es una persona muy seria y un excelente padre de familia. Le faltan cinco años para llegar a la centena, pero se mantiene físicamente bien. Claro, la mente no es la de antes.»
Desde que abandona el lecho hasta que se retira a descansar, el viejo Chejada maldice y oprobia a los israelíes «que quieren dejarnos sin patria.» Es su Intifada personal contra los agresores de su pueblo. La conferencia de solidaridad con Palestina recién celebrada en la capital es una muestra de cómo los cubanos estamos de parte suya. ¡En cuerpo y alma, Abder Rahman Mahmus Shehadek! ¡En cualquier circunstancia, Alberto Chejada!
Nota: Esta entrevista fue realizada el miércoles 6 de junio del año 2001. Dos días después, Alberto Chejada murió como consecuencia de un ataque cardíaco. Sirva este trabajo para rendirle homenaje a todos los que, como él, le han hecho aportes a la nacionalidad cubana a pesar de haber nacido en otras tierras.
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