Estas son mis princesas SOFÍA (derecha) y BEATRIZ. Sofía es apasionada de la lectura, romántica de nacimiento, osada hasta la temeridad, admiradora de la belleza, original hasta el asombro, fértil de imaginación, defensora de la justicia, cultora de la gratitud, obsesiva de las redes sociales, amante de los detalles, conversadora infatigable, devota del buen humor, generosa con los humildes, caprichosa para comer, elegante de palabra, renuente a las chancletas, aplicada en el estudio, curiosa incorregible, ávida del saber, adoradora de la sonrisa y guardiana de la naturaleza. BEATRIZ es aficionada a las canciones, ágil en las respuestas, precavida ante lo desconocido, cumplidora de promesas, fiel con sus amigas, fanática de los teléfonos celulares, inventora de gangarrias, persistente en sus deseos, amorosa con sus muñecas, sensible ante los regaños, efusiva con sus maestras, carismática de cuna, presumida permanente, voraz de apetito, introvertida de circunstancias, cultivadora de amistades, mimosa como una gatita, callejera a cualquier hora, protestona cuando la mandan, rapidísima de sueño y cariñosa hasta lo inimaginable. SOFI nació el 10 de diciembre de 2004; BETI, el 3 de abril de 2006. Ambas son traviesas como ardillitas, desordenadas con sus pertenencias, preguntonas de lo humano y lo divino, fantasiosas por excelencia, refunfuñonas si se sienten aludidas, destructoras de lapiceros, líderes naturales, adulonas cuando les conviene, derrochadoras de hojas de papel, pícaras de personalidad, divertidas de anecdotario, fans de las tijeras, adictas a mi computadora, insaciables con el helado, inseparables en la vida, solidarias con cualquiera, conquistadoras de corazones, consumidoras de telenovelas, populares desde que vinieron al mundo, adorables de carácter, celosas con sus juguetes, idénticas y diferentes… Y-¡oh, qué maravilla!- las dos son buenísimas personas. Todo lo que hago es por su felicidad, porque prefieran lo espiritual sobre lo material y por evitar que se contaminen con malos ejemplos. ¡Dios bendiga y proteja a mis hijas!
Los medios de prensa del planeta se hacen eco por estos días de los «pronósticos» de varias criaturas del reino animal acerca del resultado del partido de mañana entre España y Holanda, que definirá el próximo campeón mundial de fútbol.
El más famoso de todos, sin dudas, es el pulpo alemán Paul, el cefalópodo que en el 2008 consiguió el 80 por ciento de aciertos en sus vaticinios en la Eurocopa, y que ahora exhibe absoluta efectividad en Sudáfrica.
Las predicciones de Paul acertaron en todos los partido que disputó Alemania, incluyendo sus derrotas ante Serbia y España. Ahora augura que los ibéricos le ganarán mañana a Holanda. Por esa razón, muchos se las juegan por los españoles en las casas de apuestas.
Una de las competidoras de
Paul en el arte de predecir el futuro es la foca española Paulina, célebre por su «instinto adivinatorio». Para demostrar su asombrosa capacidad, sus entrenadores colocaron a dos muchachas en los peldaños de la alberca donde habita el simpático animal. A una la
ataviaron con la camiseta de España y la otra con la de
Holanda.
«Cuando Paulina se puso al lado de la camiseta naranja emitió un gruñido, pero a la que llevaba la de la Furia Roja le dio un beso. «El público, suspicaz, atribuyó su comportamiento a un entrenamiento», comentó el canal Telecinco.
En la bulliciosa y cosmopolita Singapur, el loro Mani salió por un momento de su jaula para elegir entre dos rectángulos de cartulina blancasque tenían diseñadas las banderas de Holanda y España. Inequívocamente indicó al país de los tulipanes como campeón, en contra del hasta ahora certero Paul.
Por su parte, Li Ping, un oso panda de un zoo de Tailandia, apuesta por la victoria ibérica en la final . Según la edición digital de The Nation, al plantígrado le dieron de beber leche en dos recipientes decorados con las banderas de los países contendientes, y prefirió el de la enseña española.
Otro pulpo «pitoniso» –este llamado Maradona y de nacionalidad austriaca- se solidariza con el augurio de su compañero de especie y de los que piensan como él. Apuesta también por España a la hora de levantar la Copa.
Y, hablando de pulpos y de Maradona, en el popular programa de TV argentino «Un mundo perfecto» trituraron un pulpo, en venganza por la predicción de Paul, quien vaticinó que Alemania derrotaría a Argentina en cuartos de finales. «Ha llegado tu momento, pequeño pulpo nazi», dijo con rabia Roberto Pettinato, presentador del programa. Y, delante de las cámaras, molió al molusco dentro de una licuadora.
Se llamaba Francisca Agüero Mayo. Pero eso casi nadie lo sabía. Para sus vecinos, familiares y amigos ella fue siempre, sencillamente, Paquita. Nació el 28 de agosto de 1926 en el tunero barrio de El Oriente. Sin embargo, casi toda su existencia transcurrió en Manatí, a donde fue a residir cuando se casó con mi padre el 4 de diciembre de 1954. Nieta del coronel mambí Calixto Agüero y Agüero, en su personalidad convivieron el carácter y la ternura. Se pasó toda la vida haciendo el bien a los demás y sacrificándose por su familia. Hipertensa crónica con récord personal de presión máxima de 280 mmHg, murió de un colosal infarto cardíaco el 14 de julio de 1996. Cuando desapareció ya nada volvió a ser igual. Incluso las orquídeas del patio que ella cultivaba con devoción de jardinera marchitaron sus pétalos. Aunque nunca se lo dije -me remuerde a veces no haberlo hecho alguna vez- a mi madre le debo todo lo bueno que me ha ocurrido, que no ha sido poco. Jamás querré con similar intensidad. Nunca se borrarán de mi memoria su alma generosa y su rostro venerable. El almanaque no tiene un día -¡un solo día!- en que yo no la recuerde.
MI PADRE INOLVIDABLE
Hoy, 27 de mayo de 2019, mi padre cumpliría 100 años de noble y limpia existencia. Pero la vida, o el destino, o la Providencia, o Dios, o quien haya sido, no se lo permitió, y solo pudo celebrar 62. Fueron suficientes para dejar en mi corazón y en mi memoria una huella entrañable, profunda y eterna. Los buenos padres suelen ser así, inmortales. No, definitivamente, padre no es cualquiera. Papi nació en un asentamiento rural llamado San Isidro, próximo al poblado de Gaspar, en la provincia de Ciego de Ávila. Sus padres lo bautizaron con el nada convencional nombre de Juan Evangelio, que luego él y mi madre me endilgaron cuando me trajeron al mundo. A Manatí arribó en 1945, de la mano de un amigo instalado previamente en la localidad. Tan pronto desempacó, formó parte de la Guardia Jurada, un cuerpo encargado de la tranquilidad ciudadana y de la protección del antiguo ingenio azucarero. Después de 1959, la Empresa Eléctrica le encargó la tarea de leer todos los metros contadores del municipio y después cobrarles a sus propietarios las correspondientes facturas. Para esa fatigosa dualidad recorría cada mes varios kilómetros, enhorquetado en su bicicleta rusa, a la que le sonaban todos los tornillos, pero que nunca lo dejó botado en el camino. Cierro los ojos y me parece verlo tocado con su sombrero de yarey (tejido expresamente para él por un haitiano amigo) y con sus espejuelos en trances de equilibristas sobre la punta de la nariz, mientras escribía números en un libraco repleto de tarjetas con los nombres de los clientes. En casi todas las casas a donde llegaba le brindaban café, chucherías o echaba un parrafito sobre cualquier asunto. Madrugador incorregible, sobre las seis de la mañana ya estaba en pie, listo para hacer la primera colada del día al socaire de los poetas repentistas -una de sus grandes aficiones-, a quienes escuchaba en un radio VEF que le regalamos un día de su cumpleaños en reemplazo de aquel vetusto RCA Víctor de madera y válvulas. Tampoco se perdía Alegrías de Sobremesa, y se divertía de lo lindo con las ocurrencias de la mulata Estelvina y de Paco Carrasquillo. Mucho menos dejaba de ver San Nicolás del Peladero, con su admirado alcalde Plutarco Tuero, en aquel estresante televisor blanco y negro, marca Westinghouse, siempre lleno de lloviznas y de interrupciones. Lo evoco también haciendo puré de tomate en un equipo que él mismo se inventó, capaz de simplificar enormemente la tarea. O sembrando hortalizas en una pequeña parcela que teniamos al fondo de la casa. Mi padre fue un hombre de un carácter sumamente alegre, siempre con una jarana a flor de labios y gran amigo de los niños. «Morales, los niños no te respetan porque juegas demasiado con ellos», lo recriminaba mi madre cuando lo veía darle un pellizco a uno o esconderle la pelota a otro. Con mi mamá formó una pareja memorable. Por lo menos en mi presencia, nunca los escuché discutir por ningún motivo. Tenía con ella detalles bonitos, aunque también la hacía rabiar cuando le preguntaba la edad delante de terceros, a sabiendas de que -como muchas mujeres- le tenía aversión a ese tema. Mis relaciones con él siempre fueron de excelencia. Muchos consejos me dio y pocos escuché. Cuando uno es joven, siempre que sucede igual pasa lo mismo. Hoy diera la vida por una sola de sus recomendaciones. A pesar de los años transcurridos, aún me remuerde la conciencia por las veces en que le «robé» menuditos de sus bolsillos mientras él echaba un pestañazo al mediodía. Por entonces, con una peseta se le podían comprar dos barquillas de helado casero al que los vendía por las calles con su nevera montada sobre un carretón. No obstante, me consuela pensar que papi se percataba de mis escamoteos y que se hacía el dormido para no interrumpirlos. En mis tiempos de estudiante becado, no solo estaba al tanto de mi situación disciplinaria y académica, sino que, incluso, aceptó ser el presidente del Consejo de Padres cuando cursé estudios de Educación Física y Deportes en el Fajardo. Eran tiempos de limitaciones –cualquier parecido con la realidad actual no es pura coincidencia-, por lo cual llegué a usar, ocasionalmente, parte de su humilde ropero, en especial unos horribles pantalones de gabardina que alguna vez formaron parte de trajes de etiqueta. Hasta el momento en que enfermó, nunca le habían dolido ni los cayos. Incluso, el día anterior a su súbito malestar nos habíamos tomado unos tragos (aunque nunca fue un bebedor) en compañía de unos amigos. Tuvimos que correr con él para Tunas. «Síndrome de Guillain-Barré», diagnosticaron los médicos que lo evaluaron en el recién inaugurado hospital Ernesto Guevara. Tan rara enfermedad tiene ahora un tratamiento eficaz, pero, en aquella época, quien la padeciera tenía escasas posibilidades de salvación. Mi padre no pudo eludir la acechanza y, a los tres días de su ingreso, el 10 de septiembre de 1981, falleció.
Y VAMOS PA´L 65
-
Diciembre nos acaba de poner en el carril de los 65.
Seis décadas y media de Revolución.
Seis décadas y media de aciertos y de tropiezos, pero sin ...
De cara a la universidad
-
Por estos días, en los 17 centros preuniversitarios de la provincia de Las
Tunas, en los que se imparte duodécimo grado, se da a conocer el plan de
capac...
¿Tiene un padrino Víctor Mesa?
-
Me lo preguntan en la calle a diestra y a siniestra y yo, que estoy lejos
de las élites, me encojo de hombros y digo que no. Pero mi respuesta
pudiera no t...
EL ZAPATERO Y SUS ZAPATOS
-
Por Luis SextoLa web se ha vuelto adicta a textos, a veces menos que eso, a
simple algarabía teórica, que coincide en decir que Cuba se aparta del
socialis...
0 comentarios:
Publicar un comentario