sábado, 10 de mayo de 2014

Madre Paquita...

Dice uno madre y lo entrañable del término cala profundo en el cariño. Repite uno madre, o lo musita, o lo vocifera, y la poesía de la evocación adquiere forma de universo. Sucede como si el simple hecho de nombrarla trocase en mejor lo bueno y en perfecto lo mejor.
Para apreciar tu grandeza, mami, no basta el devenir del segundo domingo de mayo. Si de homenaje se trata, habría que ofrecértelo cada amanecer; si de auténtico regalo, habría que ofrendarte el monopolio del calendario.
La huella de tu presencia se esculpe en el recuerdo. Desde aquella etapa del andar vacilante y el incipiente balbuceo; de la travesura precoz y el consecuente correctivo; del debut escolar y la paráfrasis salgariana…
Cierro los ojos: «Levántate, que se te hace tarde para la escuela… Cepíllate bien los dientes… Ven para que desayunes… Arréglate la camisa… ¿Ya cogiste las libretas?... No te ensucies la ropa… Ahí está la merienda… No te entretengas por el camino… ¿Hoy tienes clases por la tarde?... ¡Pero dale, muchacho, que te van a regañar!...»
Ningún consejo como el tuyo, con categoría de premonición. En los instantes más difíciles, supiste extraer, desde el fondo de la tristeza, el resplandor de una sonrisa. Y, durante el tiempo en que te tuve, no hubo regalo de más valor que el destello feliz de tu mirada.
Mi recuerdo remonta vuelo de nuevo hacia al pasado: «No te conviene esa amistad… Ya te lavé la ropa que querías… ¡Se te enfría el almuerzoooo!... ¿Vas por fin a la fiesta esta noche?... No tomes mucho y ven temprano… Tu pase se termina mañana… ¡No dejes la ropa regada, chico!... Hoy voy a cocinar de lo que a ti te gusta… Escríbeme o mándame un telegrama tan pronto llegues…»
Te sorprendió la senectud, y el entusiasmo, lejos de mermar, se multiplicó. ¡Qué resistencia la tuya, mami! Seguiste madrugando la mañana, presta siempre a servir. Así fue cada día, cada hora, cada instante, atenta a esto, a aquello… ¡Qué entereza! ¡Cuántos detalles enormes sublimizaron tu existencia! Y tú ahí, inmutable…
«Recuerda la guardia esta noche… Por la ropa en perchas en el escaparate… ¡No tienes que regalarme nada, mi´jo!... No me gusta ni la pechuga del pollo, así que cómetelos… ¿Cuándo me vas a limpiar el patio?... Aquí están los periódicos de hoy… ¿Por qué te pusiste las mismas medias de ayer?... Tómate ahora esta aspirina…»
Este domingo es Día de las Madres. Y, aunque no estés físicamente a mi lado, mami, para mí continúas al alcance de un beso. Te lo haré llegar hasta ese lugar especial en que seguramente estás. Ese sitio que el ocaso de la vida le reserva a las personas buenas y entrañables. Dios te guarde siempre, madre querida…

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