De las amas de casas a tiempo completo no suele hablarse. Sin embargo, ¡cuánto merecen ellas que se les reconozca y estimule! Por razones de pragmatismo, el lente público apenas las tiene en cuenta en sus primeros planos. El pedestal rara vez les reserva sitio en los agasajos y en las distinciones. Por su parte, el almanaque está todavía por ofrendar 24 horas en su honor. Y es lamentable semejante anonimato. Porque, si de trajinar en grande se trata, ¿quién les saca ventaja a estas mujeres guardianas del orden y el equilibrio domésticos?
Conozco a muchas que bien podrían ser declaradas heroínas del trabajo. Sus jornadas comienzan con el alba y culminan con el ocaso. Planchan, lavan, van al punto de leche, cocinan, friegan, barren, atienden visitas, sacuden, acomodan, organizan, regatean en el mercado, cuidan niños, cosen, contestan el teléfono... En los viajes a la playa se encargan del fogón mientras los demás se divierten. Carecen de domingos libres, de sábados cortos, de vacaciones, de sindicato y de salarios. Pero -¡ay!- sus nombres nunca figuran en los murales ni las eligen obreras destacadas. Sucede que una torcida filosofía ha llevado a pensar que solo se laborea cuando se dejan atrás los predios domésticos. Olvidamos de buena fe que las amas de casas trabajan para que otros puedan trabajar. Sin ellas todo sería más difícil.
La ANIR debería tenerlas entre sus innovadores más capaces y originales. ¡El ingenio es uno de sus fuertes! Ellas lo mismo reparan la junta de una olla de presión que adaptan una receta de cocina a las disponibilidades del momento. Saben también arreglárselas para que el detergente rinda un lavado más y para que el arbolito ornamental no se marchite. Y si de "inventar" con los calderos se trata... Bueno, en los momentos más apretados del Período Especial escuché a más de una musitar con rostro contrariado: "hoy no sé que haré de comida." Empero, jamás ninguno de los suyos se fue a la cama con el estómago vacío.
Por mucho que se intente, no logra uno explicarse cómo casi todas consiguen hacer tan buenas migas con el reloj para que sus múltiples y variadas tareas estén en hora: el almuerzo de Fulano para las once, el uniforme de Mengana para la una, el equipaje de Zutano para las siete... Y hay más: cuando los que trabajan en la calle irrumpen en casa al mediodía o al atardecer, encuentran el piso limpio, la mesa lista y las habitaciones ordenadas. Por tamaña laboriosidad es raro que el ama de casa reciba un "caramba, mujer, qué bien todo, te la comiste." Eso casi nunca la apesadumbra. ¡Ya está acostumbrada! Mientras su gente echa una siestecita post-almuerzo, ella aprovecha para cogerle el falso a un pantalón o tal vez para lustrar los cristales de la vitrina con un método acabado de aprender.
Tener un ama de casa en la retaguardia es un tesoro que algunos todavía no han justipreciado en toda su dimensión. Ella es capaz de echarse el hogar a cuestas para que su hijo marche lejos a estudiar. O de cuidar al nené toda la noche para que mamá y papá tiren una canita al aire en el carnaval. ¿Incentivos? Saberse útil, aunque explícitamente no se lo reconozcan. Compartir la tacita de café con la vecina de al lado. Contribuir a la felicidad familiar con su presencia feliz. Y hasta, quizás, conmoverse con cierta novela que Radio Progreso transmite especialmente para su consumo en el horario en que la soledad y el silencio se abalanzan sobre el inmueble en que ella es reina.
En fin, las amas de casas merecen nuestra reverencia. Tal vez en algún momento se creen condecoraciones al mérito para prendérselas al delantal, que es la pieza paradigmática en su indumentaria doméstica. ¿Y por qué no designar un día en su honor? Una decisión así tendría muy buena acogida. ¿Cuál día? Cualquiera. ¿Acaso ellas hacen distingos entre los 365 del calendario? Es una propuesta llamada a generar simpatías. Por favor, los que estén de acuerdo, que levanten simbólicamente las manos...
Conozco a muchas que bien podrían ser declaradas heroínas del trabajo. Sus jornadas comienzan con el alba y culminan con el ocaso. Planchan, lavan, van al punto de leche, cocinan, friegan, barren, atienden visitas, sacuden, acomodan, organizan, regatean en el mercado, cuidan niños, cosen, contestan el teléfono... En los viajes a la playa se encargan del fogón mientras los demás se divierten. Carecen de domingos libres, de sábados cortos, de vacaciones, de sindicato y de salarios. Pero -¡ay!- sus nombres nunca figuran en los murales ni las eligen obreras destacadas. Sucede que una torcida filosofía ha llevado a pensar que solo se laborea cuando se dejan atrás los predios domésticos. Olvidamos de buena fe que las amas de casas trabajan para que otros puedan trabajar. Sin ellas todo sería más difícil.
La ANIR debería tenerlas entre sus innovadores más capaces y originales. ¡El ingenio es uno de sus fuertes! Ellas lo mismo reparan la junta de una olla de presión que adaptan una receta de cocina a las disponibilidades del momento. Saben también arreglárselas para que el detergente rinda un lavado más y para que el arbolito ornamental no se marchite. Y si de "inventar" con los calderos se trata... Bueno, en los momentos más apretados del Período Especial escuché a más de una musitar con rostro contrariado: "hoy no sé que haré de comida." Empero, jamás ninguno de los suyos se fue a la cama con el estómago vacío.
Por mucho que se intente, no logra uno explicarse cómo casi todas consiguen hacer tan buenas migas con el reloj para que sus múltiples y variadas tareas estén en hora: el almuerzo de Fulano para las once, el uniforme de Mengana para la una, el equipaje de Zutano para las siete... Y hay más: cuando los que trabajan en la calle irrumpen en casa al mediodía o al atardecer, encuentran el piso limpio, la mesa lista y las habitaciones ordenadas. Por tamaña laboriosidad es raro que el ama de casa reciba un "caramba, mujer, qué bien todo, te la comiste." Eso casi nunca la apesadumbra. ¡Ya está acostumbrada! Mientras su gente echa una siestecita post-almuerzo, ella aprovecha para cogerle el falso a un pantalón o tal vez para lustrar los cristales de la vitrina con un método acabado de aprender.
Tener un ama de casa en la retaguardia es un tesoro que algunos todavía no han justipreciado en toda su dimensión. Ella es capaz de echarse el hogar a cuestas para que su hijo marche lejos a estudiar. O de cuidar al nené toda la noche para que mamá y papá tiren una canita al aire en el carnaval. ¿Incentivos? Saberse útil, aunque explícitamente no se lo reconozcan. Compartir la tacita de café con la vecina de al lado. Contribuir a la felicidad familiar con su presencia feliz. Y hasta, quizás, conmoverse con cierta novela que Radio Progreso transmite especialmente para su consumo en el horario en que la soledad y el silencio se abalanzan sobre el inmueble en que ella es reina.
En fin, las amas de casas merecen nuestra reverencia. Tal vez en algún momento se creen condecoraciones al mérito para prendérselas al delantal, que es la pieza paradigmática en su indumentaria doméstica. ¿Y por qué no designar un día en su honor? Una decisión así tendría muy buena acogida. ¿Cuál día? Cualquiera. ¿Acaso ellas hacen distingos entre los 365 del calendario? Es una propuesta llamada a generar simpatías. Por favor, los que estén de acuerdo, que levanten simbólicamente las manos...
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