jueves, 10 de septiembre de 2009

El yerno cubano de Carlos Marx

Las casualidades suelen ser muy caprichosas y ubicuas. Una de ellas quiso que un compatriota nuestro fuera yerno del mismísimo Carlos Marx, el fundador del llamado socialismo científico.
Su nombraba Pablo Lafargue y vino al mundo en Santiago de Cuba el 15 de enero de 1842. «Hijo único de una antigua familia de plantadores», como le escribió Marx a su amigo Federico Engels, descendía de un judío francés y de una mulata haitiana instalados en la ciudad oriental luego de escapar de la violencia reinante en Haití en tiempos de la rebelión anticolonialista.
Pablo cursó sus primeros estudios en Cuba. Luego su padre abandonó su próspero negocio de café en la isla y se mudó con la familia a Francia. Años después el joven ingresó en la Facultad de Medicina de la Universidad de París. Pero su participación en un congreso estudiantil en la ciudad belga de Lieja provocó que todas las universidades francesas le prohibieran acceder a sus aulas. Tuvo que marchar a Londres para reiniciar allí sus estudios superiores.
En la capital inglesa se convirtió en un asiduo visitante de la casa de Marx.
En una oportunidad en que le realizó una visita de cortesía, «el muchacho empezó a encariñarse conmigo, pero pronto traspasó el cariño del padre a la hija», escribió de nuevo Marx a su amigo Engels. Se trataba de Laura, la segunda descendiente del famoso pensador alemán, con la cual Pablo formalizó relaciones amorosas en 1866.
Los jóvenes acordaron que el matrimonio no se celebraría hasta tanto él no culminara su carrera de médico en la universidad londinense. En 1868 la terminó y se efectuó la boda. Carlos Marx no solo encontró en Pablo a un yerno que haría feliz a su hija, sino también a un auxiliar capaz e inteligente y a un intérprete fiel de su obra.
Lafargue escribios varios libros. El más conocido y polémico de todos fue El derecho a la pereza (1880), uno de los más difundidos de la literatura socialista mundial, probablemente solo superado en ese aspecto por el Manifiesto Comunista, de Marx y Engels.
El 25 de noviembre de 1911, convencidos ambos de que habían vivido ya el tiempo suficiente, Pablo y Laura Lafargue se suicidaron de común acuerdo, luego de haber pasado una espléndida tarde en un cine de París y de haberse regalado unos pasteles de hojaldre.
Ante sus tumbas hablaron personalidades tan relevantes como Jean Jaurés, la máxima figura del socialismo francés, y un revolucionario ruso exiliado que respondía al nombre de Vladimir Ilich Ulianov, más conocido en aquellos predios por el seudónimo de Lenin.
En su carta testamento, hecha pública después, Pablo Lafargue explicó las razones de su sorprendente e inesperada decisión:
«Sano de cuerpo y espíritu, me doy muerte antes de que la implacable vejez, que me ha quitado uno tras de otro los placeres y goces de la existencia, y me ha despojado de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía y acabe con mi voluntad, convirtiéndome en una carga para mí mismo y para los demás. Desde hace años me he prometido no sobrepasar los setenta años; he fijado la época del año para mi marcha de esta vida, preparado el modo de ejecutar mi decisión: una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico».

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin dudas una impresionante historia real. El hecho de que Lenin haya participado en el sepelio, indica que ambos conyuges debían haber sido reconocidos por su obra revolucionaria. Sería interesante acceder al libro mencionado. En cuanto a la determinación de la pareja de suicidarse, teniendo en cuenta la explicación que consta, parece no estaban dispuestos a soportar la vida triste y apagada que se les avecinaba dadas las circunstancias de la época en que vivieron. Muy interesante y gracias.

Anónimo dijo...

Murio como el quiso: sanito sanito. Asi si da gusto llegar al mas alla...

Anónimo dijo...

Muy interesante, sin duda desidio morir antes de ver el primer pais fruto de su pensamiento filosofico,todo un Santiaguero.

 
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