domingo, 13 de febrero de 2022

LAS TUNAS TUVO SU CAÑONAZO DE LAS NUEVE

La otrora Victoria de Las Tunas tuvo también su cañonazo de las nueve. El suyo no tenía el mismo propósito ni la misma connotación de la célebre descarga habanera, que a esa hora de la noche, desde la fortificación de San Carlos de la Cabaña, advertía a sus moradores el cierre de las murallas de la Villa de San Cristóbal de La Habana en tiempos de la colonia y que hoy mantiene viva la añeja tradición. No, el estampido de nuestro cañoncito –porque eso era, ¡un minúsculo cañoncito!- apenas se escuchaba en el centro de la ciudad, no le turbaba el sueño a nadie y sus pretensiones eran mucho más modestas. La diminuta pieza de artillería disparaba cartuchos y era de la marca Winchester Marked WRA Co., fabricada a principios del siglo pasado. Tenía un cañón de hierro de apenas 30 centímetros de longitud y 20 de alto, montado sobre dos ruedas. Estaba emplazada en el vestíbulo del cine-teatro Cucalambé, que desde ¿1914? hasta 1935 exhibió películas y presentó espectáculos en la calle Lucas Ortiz, esquina a Francisco Vega, justamente donde hoy se encuentra la unidad La Cadena. La instalación tenía capacidad para alrededor de 200 espectadores, y su mecenas y propietario era el emigrante asturiano don Tomás Oscoz, de grata recordación en los anales históricos de la ciudad. Cada noche, segundos antes de que los relojes marcaran las nueve, el propio Oscoz cargaba la diminuta pieza y efectuaba un disparo al aire. Su sonido era el aviso de que las puertas del teatro quedaban cerradas hasta tanto no concluyera el primer acto del espectáculo puesto en escena. Percibir la seca y efímera explosión se convirtió en un detalle pintoresco del ambiente nocturno citadino. El recordado actor tunero Alfonso Silvestre (1926-1997), quien durante buena parte de su carrera profesional se mantuvo estrechamente vinculado al panorama cultural de la ciudad, solía referirse en sus tertulias a aquel cañoncito de tantas remembranzas. En 1935, don Tomás Oscoz emprendió un nuevo negocio y dio por concluido el ciclo del cine-teatro Cucalambé. Su local se convirtió en el bar-restaurante del hotel Estrella de Cuba, demolido unos años después. La familia del emprendedor español le regaló el cañoncito a Silvestre, quien lo aceptó de buen grado. Antes de morir, lo donó para su conservación al Museo Provincial, donde todavía se exhibe, para beneplácito de los tuneros.

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