
viernes, 11 de marzo de 2016
Cosas de mujeres

Les da un repaso a algunas tareas aplazadas. «Tengo que comprar jabón y viandas», musita para sí. Somnolienta todavía va a la cocina y alista la cafetera para el primer buchito del día. Lo bebe en silencio y con delectación. El líquido negro y caliente le tonifica el ánimo. Deviene suerte de disparo de arrancada para los compromisos de su cotidianidad.
En la habitación contigua le echa un tierno vistazo al hijo que duerme. Intenta despertarlo con una caricia. «Vamos, perezoso, que se te hace tarde», le susurra. Desde la abulia de sus seis años, Javier rezonga entre dientes y se vira para el otro lado. Finalmente obedece y hace lo de siempre. Nancy le organiza el cuarto, lo ayuda con el uniforme y le acomoda la mochila.
El desayuno está a punto. Depende de las posibilidades. Tal vez pan con aceite. O con mantequilla. O con queso. O solo pan tostado. Depende. Y quizá yogur de soya. O jugo natural. O leche. O refresco instantáneo. Depende. Nancy se esmera por tenerle algo siempre. Igual para la merienda. Mientras él desayuna, ella, a toda prisa, se asea, se viste, se mira en el espejo, se peina, se pinta, se perfuma, toma la cartera, se evalúa…
Salen. Por suerte, la escuela de Javier está cerca. Nancy lo deja en la puerta. El drama de la «botella» rumbo al trabajo es lo peor de la mañana. Los carros pasan de largo, indiferentes a la súplica de su brazo. Por fin atrapa uno. La deja a siete cuadras de su consultorio. Llega exhausta y agitada. Va directo para el gabinete, donde le aguardan sus pacientes.
Los casos de hoy son numerosos y variados. Una madre con su pequeño en estado febril; un anciano al que se le venció el «tarjetón»; una muchacha embarazada con amenaza de aborto; una adolescente con un fuerte dolor en la garganta; un hombre con problemas de hipertensión… Nancy les escucha pacientemente y les prescribe lo indicado. Luego, con el sol casi a plomo, se va a visitar en sus hogares a un inválido y a una parturienta.
A su regreso al consultorio, pone en orden los papeles y las historias clínicas. Pasado el mediodía come algo y toma rumbo al hospital. Las guaguas de esa ruta demoran, y resuelve hacer el trayecto a pie. «¡Qué calor, madre mía!», se lamenta mientras se enjuga el sudor. En el centro de documentación revisa bibliografía para un evento científico. Luego se llega al laboratorio a buscar el resultado de los análisis de una vecina. Y pasa por la oficina de una colega amiga que le tiene unos zapatos para Javier.
«¡Uy, ya casi es hora de recoger al niño!», se alarma. Otra vez se somete a la odisea de la «botella». Aborda un camión, que la deja lejos de su rumbo. Por el camino compra jabón y viandas. Y un paquete de sorbetos para Javier. Y se toma un refresco frío. Ya en la escuela, alguien le recuerda que hay reunión de padres. A ella —madre sola— le corresponde de oficio. «Tu hijo anda bien en las clases y es muy aplicado», le dice la maestra. Y Nancy, a pesar de su extenuación, siente que es inmensamente feliz.
Camino a casa, él le cuenta las incidencias del día y el resultado obtenido en una evaluación. Se abrazan jubilosos. Javier se empeña en cantarle una canción que la maestra le enseñó hoy y que tiene que ver con la vida de nuestros héroes y el amor a la Patria. Nancy la conoce y la tararean juntos. Y por un instante tiene la sensación de que vuelve a ser niña.
Apenas franquea la puerta de la casa, se enrola en su segunda jornada laboral. Llena de agua la lavadora y acopia las piezas sucias; sacude con un paño el polvo de los muebles; les tira unos escobazos a las habitaciones; plancha el uniforme de mañana; adelanta cuanto puede la comida; cuelga del cordel la ropa lavada; atiende una llamada telefónica; va a la bodega antes de que la cierren; riega sus plantas ornamentales; dedica unos minutos a los ejercicios; le dice a Javier que no hay juego hasta que haga la tarea; y hasta canturrea el último hit musical de Habana de D´ Primera…
Cae la noche y casi es hora de la cena. Nancy le prepara el baño a Javier y sirve la mesa. Los dos comen juntos. Después friega la loza y bota la basura. Desde que se levantó no ha parado un minuto, pero busca tiempo para pintarse las uñas, frotarse crema y depilarse las piernas. A la hora de la novela se sienta frente al televisor. Luego revisa la contabilidad de la casa, saca cuentas y aparta un dinerito para una situación imprevista.
Como cada noche, Javier le exige que le lea un libro de cuentos en la cama. No se puede negar. Para allá van los dos y se acuestan, juntitas las cabezas sobre la almohada. Nancy deviene intérprete de circunstancia de varios personajes infantiles a la vez. El niño se queda rápidamente dormido. Ella le da un beso cariñoso en la frente, lo arropa bien y le apaga la luz.
Vuelve al televisor. En la cartelera anuncian la última película de Leonardo DiCaprio, su actor favorito. «La quisiera ver», dice para sí. Pero no. Los párpados se le caen del sueño. Ha tenido una jornada intensa y el cuerpo y la mente deben descansar. Con toda su calma toma el reloj y lo programa para la hora de siempre. Se acuesta y cierra los ojos. Para Nancy, como para millares de mujeres cubanas como ella, mañana será otro día.
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domingo, 31 de enero de 2016
La Casa Insólita de Las Tunas
Domingo sacó de la manga sus argumentos. Les aseguró que sería la única instalación de su tipo en Cuba; y que, por su naturaleza, atraería gran número de visitantes; y que sería una opción recreativa para los tuneros; y que la gente valoraría en alto grado su apertura; y que allí se podrían entender mejor algunas leyes de la Física y de la Óptica; y que le dieran una oportunidad para demostrarlo; y…
El arquitecto fue aún más lejos. Les dijo que si su proyecto les parecía demasiado fantasioso, que, por lo menos, le dieran la oportunidad de intentar convencerlos de lo contrario.
-Les propuse vender mi vivienda y mi carro, y, con el dinero resultante, construir una casa insólita algo más pequeña, cuya gestión comercial correría por mi cuenta y riesgo –recuerda-. Luego de unos meses abierta al público, les demostraría que, además de convertirse en una atracción, la instalación era capaz de recuperar con creces el desembolso realizado.
Por fortuna, no fue necesario materializar tan extravagante propuesta. La pasión que puso Domingo en la defensade su idea, y las expectativas creadas en torno suyo como alternativa de recreación sana, hicieron que los decisores dieran luz verde a la ejecución de un proyecto arquitectónico que pone a la ciencia a revelar secretos en complot con la gravedad.
ANTECEDENTESDEL PROYECTO
Las casas insólitas son recintos en cuyo interior es posible percibir sensorialmente fenómenos que, en apariencias, se encuentran en las antípodas de los principios de la gravitación universal. Existen pocas en el mundo, y no con el mismo nombre. Una de las más antiguas de las que se tienen noticias es la del Vórtice de Oregón, que figura entre las atracciones de carretera más divertidas de Estados Unidos.
ANTECEDENTESDEL PROYECTO
Las casas insólitas son recintos en cuyo interior es posible percibir sensorialmente fenómenos que, en apariencias, se encuentran en las antípodas de los principios de la gravitación universal. Existen pocas en el mundo, y no con el mismo nombre. Una de las más antiguas de las que se tienen noticias es la del Vórtice de Oregón, que figura entre las atracciones de carretera más divertidas de Estados Unidos.
Según se cuenta, en 1904 una compañía dedicada al comercio de oro construyó allí una cabaña que al cabo del tiempo, y por algún desperfecto original, se reclinó hacia un lado hasta quedar en posición oblicua. La casita cobró fama cuando sus primeros visitantes se percataron de que dentro de ella los cuerpos tienen a adoptar extraños ángulos con respecto al suelo, sin que la voluntad personalconsiga evitarlo.
Argentina tiene la suya, auspiciada por estudiantes de la Universidad de Buenos Aires. La llaman La Casa Anti-Física de Newton y consta de tres locales con inclinaciones de 20, 30 y 35 grados, respectivamente. La fuerza de la gravedad allí provoca que la gente sienta que camina «torcida». Pero en cada sala hay un peldaño con el ángulo normal para que el visitante desconcertado se tranquilice y «descubra» el encantamiento.
LA CASA POR DENTRO
Se conoce que la fuerza de gravedad ejerce su influencia en las personas. Cualquier cambio suyo repercute de alguna manera en la orientación en el espacio y exige a los órganos del equilibrio adaptarse de prisa a las nuevas circunstancias. Cuando ese acomodo no se consuma en su totalidad, pueden sobrevenir mareos e ilusiones visuales.
Estas verdades se ratifican tan pronto se penetra en el túnel ladeado que da acceso a la casa insólita tunera. Al instante uno siente como si todo diera vueltas, y un súbito vértigo hace acto de presencia. «Aguántense bien del pasamanos», advierte la guía. Pero, a pesar de seguir a pies juntillas su exhortación, solo pasados unos minutos se consigue estabilizar el paso.
La primera sala está consagrada al científico griego Arquímedes de Siracusa, creador del principio de la hidrostática.A él se le atribuye un famoso y recurrente enunciado: «Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen que desaloja».
Su primera atracción es un estanque con casi 20 mil litros de agua. La superficie debía descansar en perfecta horizontalidad, pero aquí está inclinada. Uno llega a pensar que en cualquier momento se le vendrá todo el líquido encima. Pero hay más: en una pecera aledaña, golfies y colisables nadan graciosamente con sus cabecitas más altas que sus segmentos traseros. La oportuna explicación propicia entender el curioso fenómeno. Y, como Arquímedes, exclamar ante el hallazgo: « ¡eureka!».
A Pitágoras, el gran matemático y filósofo helénico, se dedica la segunda sala insólita. De tanto repetirlo otrora, aún se recita de carretilla su conocido teorema: «En un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos».
Pero no es la biografía del ateniense ilustre lo que sorprende en este local de 20 grados de inclinación. La sensación de sorpresa la origina la llamada «canal hidráulica trastornada», que transporta agua… ¡hacia arriba! ¿Cómo puede tolerar tamaño agravio la ley de la gravitación universal? Delante de mí, un adolescente manifiesta su incredulidad frotándose los ojos.
El sempiterno Newton, matemático y físico inglés, monopoliza honores en la tercera sala. Su primera ley, «todo cuerpo permanece en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme mientras que sobre él no actúe ninguna fuerza que varíe su estado inicial» encuentra allí buena atmósfera.
El local hace gala de artefactos como el Tragabolas y las Regletas. En ambos casos se utilizan planos inclinados donde las esferas, independientemente de su peso, ascienden, en lugar de precipitarse cuesta abajo, en una flagrante burla a los añejos principios de la fuerza de gravedad. Igual recorrido describen pequeñas bolas en tres canales superpuestas.
La cuarta sala se reclina a los pies de Leonardo da Vinci, el florentino que fue, al unísono, pintor, anatomista, arquitecto, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta, gastronómico y urbanista.

La quinta sala es, en mi criterio, la más espectacular. De todo lo que allí asombra, resalta el péndulo de un reloj. Cuelga desde el techo en un ángulo nada convencional y oscila irregularmente de un lado a otro, igual que los columpios. Hay una escalera que parece como cortada a pico en la pared, y, sin embargo, es perfectamente posible bajar y subir por ella.
Los visitantes ponen los ojos como platos cuando asisten a un espectáculo increíble: una silla que apoya sus patas traseras en un saliente de la pared y deja las delanteras en el aire sin que su ocupante se venga aparatosamente al suelo. Y, si de patas se trata, una mesa de billar las tiene de diferentes tamaños, lo cual no impide que las bolas corran hacia uno y otro lado como si todo estuviera perfectamente horizontal. Por último, hay un sofá del que es imposible pararse sin recibir ayuda. Ante tamaña dinámica, Galileo Galilei, dignificado en esta sala, se hubiera evitado pronunciarsu célebre frase: «Y sin embargo se mueve…».
DETALLES COMPLEMENTARIOS
-Ninguno de los elementos de la casa puede considerarse como tecnología de punta –comenta Domingo, autor de otros diseños que combinan la Física con la ingeniería y la arquitectura, como la Plaza Martiana local y el Memorial Caimito de Hanábana, en Matanzas- Tampoco hay tomaduras de pelo con lances de magia, pues los fenómenos percibidos son ilusiones ópticas legítimas.Se trata apenas de un aporte a la divulgación de la ciencia y a fomentar su interés público de manera amena y divertida.
DETALLES COMPLEMENTARIOS
-Ninguno de los elementos de la casa puede considerarse como tecnología de punta –comenta Domingo, autor de otros diseños que combinan la Física con la ingeniería y la arquitectura, como la Plaza Martiana local y el Memorial Caimito de Hanábana, en Matanzas- Tampoco hay tomaduras de pelo con lances de magia, pues los fenómenos percibidos son ilusiones ópticas legítimas.Se trata apenas de un aporte a la divulgación de la ciencia y a fomentar su interés público de manera amena y divertida.
Desde su apertura oficial hace apenas una semana, la casa insólita tunera ha recibido la visita de centenares de personas –incluyendo varios ministros y otros dirigentes-, ávidas por apreciar de primera mano el desconcierto provocado por una propuesta considerada ya la gran novedad de este verano. El inmueble incluye, además, otros espacios para la cultura como una sala de proyección en 3D y un patio para la presentación de espectáculos de magia, amén de servicios de gastronomía.
-La aceptación que ha tenido la casa insolita es espectacular –asegura la joven Beatriz Acosta, especialista a cargo de la conducción de los visitantes a través de las salas-. Y la disciplina del público, inmejorable. A todos, sin distinción, nos corresponde cuidar esta joya, que ya forma parte del patrimonio cultural de la localidad.
La casa insólita de Las Tunas deja boquiabiertos a sus visitantes de ocasión. Se trata de una manera novedosa de eludir los convencionalismos con el empleo consecuente de la originalidad y de la fantasía. En definitiva, la originalidad es la expresión más acabada del ingenio; y la fantasía, la mejor aliada para encontrar el camino de la realidad.
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viernes, 27 de noviembre de 2015
Ig Nobel para sonreir

Su mecenas es Marc Abrahams, un matemático de 60 años de edad, quien en su época de editor de la revista Science, «descubrió» que los temas de algunas investigaciones eran tan divertidos que merecían conocerse. Así, en 1991, instauró la entrega del lauro en predios de la celebérrima Universidad de Harvard. Los ganadores de esta parodia de los Premios Nobel legítimos son elegidos por un jurado que cada año recibe más de 6 000 nominaciones de todas partes del mundo. La mayoría plantea descubrimientos absurdos, extraños, chiflados, risibles e, incluso, tontos, realizados increíblemente, con seriedad.
Sin embargo, el disfrute anual de las simpáticas guirnaldas ha provocado más de una sorpresa posterior. Por ejemplo, en el año 2000 el ruso Andrei Gueim recibió el Premio Ig Nobel de Física «por hacer levitar a una rana mediante imanes». Una década después ganó el Premio Nobel serio en la misma rama por su trabajo sobre el grafeno. «Las personas que no tienen sentido del humor no pueden ser buenos científicos», dijo una vez. Les propongo un recorrido por la historia de estos premios.
CIENCIA Y CARCAJADA
En 1993 el jurado premió a los doctores Nolan y Stillwel con el Ig Nobel de Medicina por su trabajo Manejo seguro de los penes atrapados en los zipper o cremalleras, publicado en la revista Journal of Emergency Medicine. ¡Cuántos infortunios nos hubiéramos evitado los hombres de haberlo conocido antes! En la misma categoría, pero en 1995, la distinción recayó en un equipo norteamericano por su desconcertante estudio El efecto de la respiración forzada por un solo agujero de la nariz sobre la capacidad cognitiva. Y en 1999, un médico noruego obtuvo el reconocimiento «por recolectar, clasificar y estudiar los tipos de envases elegidos por los pacientes para entregar las muestras de orina».
En 2010 dos «acuciosos» psicólogos holandeses defendieron la tesis de que «los síntomas del asma se alivian luego de una vuelta en una montaña rusa». Sería bueno ubicar algunos de estos artefactos en grandes hospitales. Su colega Mirjam Tuk no les fue a la zaga en espectacularidad. «Demostró» que las personas toman mejores decisiones cuando tienen una urgente necesidad de orinar. Los físicos también han hecho otros aportes a la ciencia curiosa. Como Robert Matthews, investigador de la Universidad de Aston, Inglaterra, que ganó el Ig Nobel en 1996 «por sus estudios sobre la Ley de Murphy y, en especial, por demostrar que las tostadas siempre caen al suelo por el lado de la mantequilla».
En la misma cuerda, un compatriota suyo, el doctor Ien Fisher, obtuvo el singular reconocimiento en 1999 «por explicar la mejor manera de mojar una galleta sin que se desmorone en el café o en el té». Y un tercer inglés, el profesor Jean-Marc Vanden-Broeck, de la Universidad de East Angli, fue distinguido también en ese año con el Ig Nobel «por idear un método para fabricar teteras que no goteen».
PREMIOS A LO IRRELEVANTE
El galardón de 2001 en la categoría se lo agenció un grupo de físicos norteamericanos y taiwaneses, por descifrar la enigmática Ley de la orina. Con su estudio, el equipo llegó a la conclusión de que los mamíferos mayores de tres kilogramos de peso tardan en orinar 21 segundos como promedio. Pero las «pesquisas» en este campo fueron aún más lejos. En 2006, el Ig Nobel se lo adjudicaron dos «investigadores» franceses de la Universidad Pierre et Marie Curie «por estudiar por qué los espaguetis secos se fracturan en más de dos partes cuando se doblan».
En 2007, el singular lauro le fue acreditado a un chileno y a un norteamericano de la Universidad de Harvard, «por estudiar a fondo cómo se arrugan las sábanas». La Física aplicada al deporte figuró entre las reconocidas, cuando en 2011 un experto determinó por qué los discóbolos se ma-rean al lanzar su implemento y los martillistas no. Y algo sumamente «interesante»: en 2009 Katherine K. Whitcome, de la Universidad de Cincinnati, descubrió analíticamente «por qué las mujeres embarazadas no se caen nunca hacia delante».
Pero la «tapa al pomo» en las pesquisas insólitas sobre la especialidad se la pusieron dos japoneses, premiados con el Ig Nobel el pasado año por estudiar «la capacidad de la cáscara de plátano para causar un resbalón». Según ellos, «cuando una persona pisa una cáscara, disminuye la fuerza de fricción entre el zapato y la cáscara, y entre esta y el suelo, por lo que se incrementa de forma considerable el riesgo de caída».
En materia biológica, los Ig Nobel son para desternillarse. En 2001 lo ganó el norteamericano Buck Weimer, por inventar una ropa interior con un filtro desechable capaz de remover los gases malolientes antes de que escapen. En 2007, la agraciada fue una holandesa, por realizar un censo de «todos los insectos con los que compartimos nuestras camas». Un año después ganaron dos franceses, quienes descubrieron «que las pulgas de los perros pueden saltar más alto que las de los gatos». En 2014 un equipo multinacional hurgó en otras facetas y fue premiado: estableció que, cuando hacen sus necesidades, los perros alinean sus cuerpos al eje de los campos geomagnéticos norte-sur de la Tierra. Por su parte, entre los enaltecidos de este año figura un colectivo inglés de la Universidad de Newcastle «por demostrar que las vacas a las que sus dueños han puesto nombres, dan más leche que las vacas sin nombre».
Los Premios Ig Nobel reservan también distinciones para la paz. Así, en 2007 le fue conferido el galardón al Laboratorio Wrigth, de la Fuerza Aérea norteamericana, por desarrollar la llamada «bomba gay», un artefacto con elementos químicos cuyo estallido, en caso de ser lanzado, provocaría que los soldados enemigos se volvieran sexualmente irresistibles entre ellos.
MÁS DE LO MISMO
En 2010 el inglés Richard Stephens confirmó a través de estudios que los insultos, improperios y maldiciones dichas en voz alta alivian la ansiedad y hacen tolerable el dolor causado por un golpe fuerte. Algo parecido consiguió con sus indagaciones el noruego Halvor Teigen, quien en 2011 ganó el Premio por intentar comprender por qué las personas suspiran.
Si de Ig Nobel insulsos se trata, hay dos que turban. John Trinkaus lo conquistó en 2010 en Literatura por su estudio «Porcentaje de jóvenes con la gorra de béisbol con la visera hacia atrás». Y en esa misma categoría lo alcanzó este año el holandés Mark Dingemanse, «por determinar que la palabra “eh” (uh, en inglés) es usada en idiomas de todo el mundo, incluyendo los inusuales», aunque aún desconoce el porqué.
Otro pergamino que se las trae fue el otorgado en la categoría de Astrofísica en 2001. Lo recibieron un par de doctores de Michigan, por «descubrir» que los agujeros negros espaciales satisfacen todos los requisitos técnicos para pensar que allí se localiza… ¡el infierno!
Meteorólogos también contribuyeron al estudio de su ciencia con una monografía que les hizo obtener el Ig Nobel de 1997. En efecto, el australiano Bernard Vonnegut, de la Universidad Estatal de Albany, presentó un informe titulado «El desplumamiento de los pollos como medida de la velocidad del viento durante un tornado», publicado luego por la revista «Weatherwise».
¿Y cómo dejar fuera del podio de los Ig Nobel a la Química? En 2002 esta categoría aplaudió a un colectivo de investigadores japoneses por identificar la enzima que provoca el llanto al cortar cebollas. Según los autores, el compuesto no se vincula con el sabor y el olor de la hortaliza, pero sí podría constituir el primer paso para cultivar cebollas modificadas genéticamente, sin esas molestias para el cocinero. También en esa especialidad este año fue premiado el científico australiano Colin Raston, profesor de la Universidad Flinders, en Adelaida, por una receta proteica capaz de lograr que un huevo hervido regrese a su composición original.
Pero, entre todos los Premios Ig otorgados desde su creación, los que entrañaron mayores sacrificios a sus autores fueron los de Fisiología y Entomología de este año. En la primera categoría ganó el norteamericano Justin Schmidt, por crear el «Índice de Dolor por Picadura», que calcula el rango de dolor sentido tras las picaduras de diferentes insectos, y para cuyo estudio él mismo se prestó como sujeto a ser picado. Durante una pesquisa entomológica análoga, su colega Michael Smith se hizo picar por abejas en 25 lugares distintos para descubrir en cuál área corporal duele más un aguijonazo. A los «picados» por la curiosidad les informo que las zonas más adoloridas fueron las fosas nasales, el labio superior y... el pene.
DE TODO COMO EN BOTICA
Hay más, muchos más Premios Ig Nobel descabellados y curiosos. Como los de 2006 en Acústica y Matemáticas, donde ganaron, respectivamente, un científico de Harvard por llevar a cabo experimentos para conocer por qué algunas personas detestan el sonido de las uñas rascando una pizarra; y dos fotógrafos que calcularon el número de imágenes que deben tomarse para estar seguros de que en un grupo nadie saldrá con sus ojos cerrados. Pero el repaso por la historia de estos singularísimos premios me dejó una insatisfacción: pensé encontrar por alguna parte una guirnalda para el científico que comiera más cascaritas de piña. Mi búsqueda resultó infructuosa. ¿Alguien lo sabe?
viernes, 24 de julio de 2015
De Las Tunas a Washington

AHORA LEAN LO QUE INVESTIGUÉ SOBRE EL TEMA:
Las primeras palabras del Canciller Bruno Rodríguez en la reapertura de la Embajada de Cuba en Estados Unidos revelaron la participación tunera en un suceso a todas luces trascendental. Expresó: «Amigas y amigos: La bandera que honramos a la entrada de esta sala es la misma que aquí fue arriada hace 54 años, conservada celosamente en la Florida por una familia de libertadores y luego por el museo de nuestra ciudad oriental de Las Tunas, como anticipación de que este día tendría que llegar».
Pocos cubanos conocían de este singular hecho, que hoy cobra relevancia en tanto se da a conocer en un contexto de inusitada significación. Uno de ellos es el máster Víctor Marrero Zaldívar, Historiador de la Ciudad de Las Tunas, quien ofreció detalles en torno a la historia de una enseña que permeneció durante años oculta al público dentro de un cilindro plástico.
-La bandera la trajo a la ciudad de Las Tunas Héctor García Soto, bisnieto del Mayor General Vicente García González, el héroe tunero por excelencia. Como se sabe, este valeroso oficial mambí, entre otros muchos méritos, llegó a ocupar la presidencia de la República en Armas y fue, además, General en Jefe del glorioso Ejército Libertador de Cuba.
«A inicios de 1960, Héctor fue designado por el Ministerio de Relaciones Exteriores para trabajar como diplomático en la Embajada de Cuba en Washington. Un año después, el 3 de enero de 1961, las autoridades norteamericanas rompieron unilateralmente relaciones con nuestro país. En medio del ajetreo que tal decisión entrañaba para el personal cubano destacado allí, Héctor procedió a arriar la bandera tricolor que ondeaba en un asta en el exterior de la misión y a ponerla a buen recaudo.
«En 1992 -continúa Víctor Marrero- una editorial habanera publicó mi libro "Vicente García: leyenda y realidad". Héctor, ya establecido en Miami, recibió un ejemplar que le envió Ileana, una de sus hermanas, ya fallecida. Una vez que lo leyó, me remitió su opinión por correo postal. Hicimos tan buenas migas que un año después lo invité a visitar la tierra de sus ancestros.
«En 1993 lo acogimos por primera vez. Tan bien se sintió que comenzó a venir todos los años, principalmente para los aniversarios del ataque y toma de Las Tunas. Aquella acción de la Guerra Grande fue ejecutada por las tropas al mando de su bisabuelo, el 26 de septiembre de 1876.
«En 1996 regresó con motivo del bicentenario de la ciudad. Una mañana, mientras conversábamos en torno a las relaciones cubano-norteamericanas a través de la historia, me confió que él tenía en su poder la bandera que presidió nuestra embajada allá hasta el momento de la ruptura.
«Le dije algo que, obviamente, él sabía: "Héctor, tienes en tu poder una pieza de incalculable valor. En tu casa carece de utilidad, porque nadie conoce de su existencia. ¿Por qué no la donas a alguna institución?". Me miró y me dijo: "Ya lo había pensado". Un año después la trajo junto a su equipaje. La acogió el Museo Provincial de Las Tunas, que lleva el nombre de su ilustre pariente.
«Héctor continuó visitándonos. En cada viaje se aparecía con alguna donación. Recuerdo que trajo, entre otros objetos, la brújula con la que el Mayor General Vicente García se orientaba en el teatro de operaciones y una buena cantidad de fotos familiares desconocidas para nosotros.
«En una de sus visitas expresó su interés por transferir la bandera a la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García. No hubo inconvenientes, y así, el 26 de septiembre de 2001, el estandarte quedó bajo la custodia de la institución, que cuenta con una sala donde figuran los bustos de todos los generales tuneros que pelearon en las guerras del siglo XIX.
«El tema emerge del anonimato por una entrevista que me realizó para el canal Cubavisión Internacional la periodista tunera residente en La Habana Norka Meisozo, con motivo de un documental en ciernes sobre el Mayor General Vicente García, tema de su Maestría en Ciencias de la Comunicación. Entre otras cosas, le comenté de la existencia de la bandera. Ella, a su vez, se lo hizo saber luego a Eusebio Leal, Historiador de Ciudad de La Habana, también testimoniante del referido audiovisual en construcción.
«Con su proverbial "luz larga", Eusebio vio en la enseña un símbolo digno de utilizarse en el acto de
-La bandera la trajo a la ciudad de Las Tunas Héctor García Soto, bisnieto del Mayor General Vicente García González, el héroe tunero por excelencia. Como se sabe, este valeroso oficial mambí, entre otros muchos méritos, llegó a ocupar la presidencia de la República en Armas y fue, además, General en Jefe del glorioso Ejército Libertador de Cuba.
«A inicios de 1960, Héctor fue designado por el Ministerio de Relaciones Exteriores para trabajar como diplomático en la Embajada de Cuba en Washington. Un año después, el 3 de enero de 1961, las autoridades norteamericanas rompieron unilateralmente relaciones con nuestro país. En medio del ajetreo que tal decisión entrañaba para el personal cubano destacado allí, Héctor procedió a arriar la bandera tricolor que ondeaba en un asta en el exterior de la misión y a ponerla a buen recaudo.
«En 1992 -continúa Víctor Marrero- una editorial habanera publicó mi libro "Vicente García: leyenda y realidad". Héctor, ya establecido en Miami, recibió un ejemplar que le envió Ileana, una de sus hermanas, ya fallecida. Una vez que lo leyó, me remitió su opinión por correo postal. Hicimos tan buenas migas que un año después lo invité a visitar la tierra de sus ancestros.
«En 1993 lo acogimos por primera vez. Tan bien se sintió que comenzó a venir todos los años, principalmente para los aniversarios del ataque y toma de Las Tunas. Aquella acción de la Guerra Grande fue ejecutada por las tropas al mando de su bisabuelo, el 26 de septiembre de 1876.
«En 1996 regresó con motivo del bicentenario de la ciudad. Una mañana, mientras conversábamos en torno a las relaciones cubano-norteamericanas a través de la historia, me confió que él tenía en su poder la bandera que presidió nuestra embajada allá hasta el momento de la ruptura.
«Le dije algo que, obviamente, él sabía: "Héctor, tienes en tu poder una pieza de incalculable valor. En tu casa carece de utilidad, porque nadie conoce de su existencia. ¿Por qué no la donas a alguna institución?". Me miró y me dijo: "Ya lo había pensado". Un año después la trajo junto a su equipaje. La acogió el Museo Provincial de Las Tunas, que lleva el nombre de su ilustre pariente.
«Héctor continuó visitándonos. En cada viaje se aparecía con alguna donación. Recuerdo que trajo, entre otros objetos, la brújula con la que el Mayor General Vicente García se orientaba en el teatro de operaciones y una buena cantidad de fotos familiares desconocidas para nosotros.
«En una de sus visitas expresó su interés por transferir la bandera a la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García. No hubo inconvenientes, y así, el 26 de septiembre de 2001, el estandarte quedó bajo la custodia de la institución, que cuenta con una sala donde figuran los bustos de todos los generales tuneros que pelearon en las guerras del siglo XIX.
«El tema emerge del anonimato por una entrevista que me realizó para el canal Cubavisión Internacional la periodista tunera residente en La Habana Norka Meisozo, con motivo de un documental en ciernes sobre el Mayor General Vicente García, tema de su Maestría en Ciencias de la Comunicación. Entre otras cosas, le comenté de la existencia de la bandera. Ella, a su vez, se lo hizo saber luego a Eusebio Leal, Historiador de Ciudad de La Habana, también testimoniante del referido audiovisual en construcción.
«Con su proverbial "luz larga", Eusebio vio en la enseña un símbolo digno de utilizarse en el acto de
OTROS DETALLES
La ahora famosa bandera cubana fue hecha de una pieza de paño que exhibe los embates del tiempo, en particular, por sus manchas de color amarillo. Mide 3,10 metros de largo por 1,50 de alto. Tiene adosada una pequeña etiqueta con el nombre del lugar de su confección: La Habana. En uno de sus ángulos aparece la firma de Héctor y la fecha de entrega. Según el donante, en los más de 30 años en que permaneció en su poder, solamente fue desplegada en una oportunidad, y fue cuando un grupo de deportistas cubanos lo visitó en su casa de Miami.
Héctor ha hecho otros donativos a la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García, como los pies de exponentes para los bustos de los generales tuneros, con sus nombres y datos biográficos fundamentales. Ya apenas viene a Las Tunas, pues tiene más de 90 años de edad y problemas en la vista.
CITA CON LA HISTORIA
El 20 de julio pasado, en medio de una ceremonia solemne, la bandera que con tanto celo salvaguardó Héctor García Soto, bisnieto del León de Santa Rita y de su legendaria esposa Brígida Zaldívar, salió del ostracismo para exhibir los colores patrios en medio de las expectativas por un tiempo mejor.
En diálogo con los periodistas que viajaron a Estados Unidos, Eusebio Leal echó mano a los matices de la poesía, que tan bien le vienen a su discurso. Dijo la víspera del izamiento:
«Quizás por caminos extraviados en determinado momento, y luego encontrando finalmente la estrella solitaria de Cuba, Héctor guardó la bandera y ella lo ha guiado hasta hoy. Sé que va a ser una gran satisfacción para él, para su familia y para Las Tunas, que sea esa bandera la que mañana esté, si no en el asta, porque no me atrevería como hombre de Museos y de Patrimonio proponer que ondee y se deshaga la bandera en el aire, sino que va a estar en el salón principal de la planta superior de la hermosa sede de la Embajada de Cuba».
sábado, 4 de julio de 2015
Chinos en MANATÍ
¿Cuándo llegaron a Manatí los primeros emigrantes chinos? La lógica hace suponer que debe de haber sido a inicios del siglo pasado. Ya por entonces, millares de hijos de ese enorme país asiático –en su abrumadora mayoría solteros- habían arribado por vía marítima a Cuba tras el espejismo de conseguir aquí mejorías económicas. Muy pronto sus ilusiones y sueños se convirtieron en desencanto. Decepcionados, optaron entonces por incorporarse a ese heterogéneo crisol que es nuestra nacionalidad. Por cierto, el humor criollo se cebó en ellos durante muchísimos años. Huérfanos de la picardía insular, los asiáticos resultaron blanco fácil de las bromas de sus anfitriones cubanos. Tal vez no existan en Cuba muchos refranes tan populares como este, cuando ya no hay nada que hacer: «¡A ese no lo salva ni el médico chino!». Recuerdo también a las maestras exasperaban ante los garabatos de sus alumnos: «Ay, chico, tú pareces que escribes en chino», decían. Otro aforismo que no pierde vigor se relaciona con quienes andan de tropiezo en tropiezo en materia de mala fortuna. «Oye, despójate, mi´jo, que traes un chino atrás». Ante preguntas demasiado difíciles, se solía decir: «Oiga, compadre, usted me la ha puesto en China», Y «me quedé en China» cuando no se lograba entender nada sobre algo. En fin... Desde su arribo a Manatí, los chinos manifestaron una particular devoción por la horticultura. En efecto, una buena parte de ellos hizo su huerta en la periferia de la localidad, la sembró, la regó, la cultivó y luego salió a la calle con sus carretillas repletas de vegetales. Evidencias de esta vocación asiática por la agricultura urbana la encontramos en el aljibe subterráneo descubierto hace unos años en el patio de una casa próxima a la funeraria. No caben dudas: se trata de un antiguo depósito de agua para regadío de alguna huerta de por allí, aunque los vecinos actuales del lugar le hayan dado al hallazgo diferente connotación. De su país trajeron sus costumbres y sus tradiciones. Como, por ejemplo, el arte de fumar en narguile, especie de pipa formada por un largo tubo flexible, un recipiente para quemar el tabaco y una vasija rebosante de agua perfumada, a través de la cual aspiraban el humo. Era todo un espectáculo -¡un ritual!- contemplar al anciano padre de Pablito Chiong en aquella suerte de ceremonia oriental, mientras lanzaba volutas de humo al viento. Yo me quedaba embelesado mirándolo cuando visitaba esa casa en busca de Frank, su nieto y gran amigo mío, quien reside todavía en Manatí en una casa que improvisó con los restos de materiales que dejó de ella el huracán Ike en el año 2008. Otro sector que polarizó el interés de los asiáticos por acá fue el de la lavandería. Pues sí, en Manatí existieron varios trenes de lavado regenteados por chinos, los cuales no solo lavaban, sino que también estiraban ropa con planchas calentadas con carbón. Recuerdo con particular cariño uno que estaba cerca de mi casa, cuyos dueños eran Paula y José, cubana ella, cantonés él. Hicieron época por su honradez y por lo blanca y bien planchada que dejaban la ropa. Tenían un par de nietos que fueron mis compañeros de juegos en la niñez: Angelito y Chichi. Si no me equivoco, Chichi era hijo de Orlando Canals, un mártir local. Y claro, descendiente de chino por parte de madre. La pequeña empresa privada siempre fue consustancial a los emigrantes asiáticos. En Manatí existieron tiendas cuyos propietarios eran de ojos rasgados, como La Gran China, de Rogelio Jam, ubicada cerca de la zapatería, detrás del cine. Junto a la tienda había una quincalla, cuya dependienta era Gloria, una hija de Rogelio, residente hoy en La Habana. De esa familia -creo- no queda ningún miembro en Manatí. Existía, además, el llamado Shangai, un coinjunto de casas de madera con un patio interior común. Otros chinos tenían negocios menores, en los que vendían coquitos quemados, caramelos, pasticas de maní, dulces de coco, casabe... Si, evoco en esas labores a chinos entrañables y recordados, como Julián y Luis, por solo citar dos, que residían al lado de la barbería de Sevilla. Y a Rafael y a su esposa Conchita, que tenían una tienda cerca de donde hoy está la funeraria municipal. Por obvias razones de edad, de aquellos emigrantes que formaron la primera colonia china en Manatí no quedó ninguno para contar su odisea. Eso sí, perduran su recuerdo, sus tradiciones y una descendencia apellidada Wong, Chiong, Jam, Hung y vaya usted a saber cuántos apelativos más que vive su época orgullosa de su linaje, aunque ninguno de sus miembros coma ya arroz con palitos..
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lunes, 13 de abril de 2015
Galeano en la memoria

HISTORIA CLÍNICA
Informó que sufría taquicardia cada vez que la veía, aunque fuera de lejos. Declaró que se le trababa la lengua y no lograba articular sonidos cuando ella lo miraba, aunque fuera de refilón. Admitió una hipersecreción de la glándula sudorípara cada vez que ella le hablaba, aunque fuera para contestarle el saludo. Reconoció que padecía intensos desequilibrios en la presión sanguínea cuando ella lo tocaba, aunque fuera por error. Confesó que por ella padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le aflojaban las rodillas, que lo desvelaba el insomnio... «Fue hace mucho tiempo, doctor –dijo-. Nunca más he vuelto a sentir nada de eso». El médico arqueó las cejas. «¿Nunca mas sintió nada de eso?, repitió el doctor. Y diagnosticó: «Su caso es grave».
EL ARQUERO
También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es uno solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace. Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar? Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa. Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos. Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso? ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.
FRASES NOTABLES
Hay un único lugar donde el ayer y el hoy se reconocen y se abrazan, ese lugar es el mañana.
Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.
Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Yo no vendo recetas de la felicidad, ni creo en los bandidos que las venden. Tampoco creo en los dogmáticos religiosos o políticos que venden certezas. Para mí, las únicas certezas dignas de fe son las que desayunan dudas cada mañana.
Los libros están tan caros que de aquí a poco se venderán en las joyerías.
Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios.
FRASES NOTABLES
Hay un único lugar donde el ayer y el hoy se reconocen y se abrazan, ese lugar es el mañana.
Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.
Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Yo no vendo recetas de la felicidad, ni creo en los bandidos que las venden. Tampoco creo en los dogmáticos religiosos o políticos que venden certezas. Para mí, las únicas certezas dignas de fe son las que desayunan dudas cada mañana.
Los libros están tan caros que de aquí a poco se venderán en las joyerías.
Estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios.
Al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, el hombre serrucha, con delirante entusiasmo, la rama donde está sentado.
viernes, 6 de marzo de 2015
Sinsabores de la corrección periodística

Cierto día, en busca de segmentos nuevos, se me ocurrió publicar breves referencias acerca de lugares célebres del mundo. Así, fueron apareciendo cada semana, entre otros, las Pirámides de Egipto, la Torre de Pisa, el Big Ben de Londres, el Eurotúnel bajo el Canal de la Mancha y... el famoso Carillón del Kremlin.
El viernes en que salió a la calle la reseña sobre el carillón —así, con una sola r—, los teléfonos del semanario sonaron con insistencia desde bien temprano. ¿Motivos? Algunos lectores, al tanto del célebre reloj moscovita y de la ortografía de su nombre, me impugnaban haberlo escrito con dos r.
Busqué a toda prisa un ejemplar del periódico. Y —¡madre mía!— allí estaba la nota que les daba toda la razón a mis inquisidores. Como una bofetada, aparecía carillón impreso con doble r no una vez, sino... ¡tres veces! He leído que ese reloj tiene un peso de 25 toneladas. Bueno, a mí me pareció que toda esa descomunal mole me había caído encima.
Mi primera reacción fue buscar los originales. Di con ellos y comprobé que lo había escrito bien, así, carillón, con una sola r. Entonces me dije «ahh, no, esto es cosa de los correctores». Y ni corto ni perezoso entré como un bólido en la oficina de Pancho Valdés, el corrector a cargo de la página.
«Oye, Pancho —le espeté tan pronto lo tuve frente a mí— ¿De dónde rayos sacaste tú que la palabra carillón se escribe carrillón, así, con doble r? Acabo de confrontar los originales y resulta que allí aparece correctamente. El disparate no lo puede haber cometido otro que tú. Así que libérame de responsabilidades y admite tu libretazo, compadre...»
Con su flema característica, y sin dignarse a mirarme, Pancho tomó el periódico, lo desp´legó y paseó su mirada por la sección. «Pues sí, es como tú dices —dijo transcurridos unos segundos— el error fue mío. La palabra me pareció mal escrita y le agregué otra r. Ahora ya sé que se escribe con una. NO fue con mala intención. Yo solo quise corregirla...»
Y ahí fue cuando Elmer Almaguer (en esta foto de ayer aparece junto a mi, picando un pequeño kake, con motivo de su 71 cumpleaños), formatista del semanario que se encontraba presente, notorio por su agilidad mental y cuerda humorística, le soltó a Valdés aquella coletilla, acerca de la cual pido excusas si acaso hiere alguna sensibilidad. Le dijo Elmer:
«O sea, Valdés, que si no te entiendo mal, tú quisiste corregirla, pero en realidad lo que hiciste fue cagarla...»
Y, ante la sinonimia plebeya y venida al caso, el edificio donde radica el periódico casi se desploma de tanta carcajada.
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martes, 14 de octubre de 2014
Barberos de mi pueblo
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De izquierda a derecha, René, Sevilla y Yule. |
miércoles, 1 de octubre de 2014
Un poco de comprensión

«¡Mira lo que acabas de hacer por ser tan descuidado, chico!», lo reprenden por cualquier nadería los hijos, las hijas, los yernos, las nueras... ¡los nietos! Cuando las amonestaciones se tornan intolerables, Nicolás masculla bajito un improperio y se va por ahí a deambular y a rumiar su tristeza. Su mente es un maremagno de incertidumbres y de confusiones. «Para ellos soy un trasto inservible», dice para sí, mientras camina despacio calle abajo.
Nicolás no tiene idea de hasta cuándo se va a extender ese absurdo conflicto generacional donde él lleva siempre la peor parte. Si al menos viviera su esposa... ¡Ella sí que sabía entenderlo con solo mirarlo! En 60 años de matrimonio aprendieron hasta a adivinarse el pensamiento. ¿Cómo entonces no iba a ser él divertido y chivador? Pero —¡ay!—, Matilde falleció entre sus brazos hace una década y Nicolás quedó solo de espíritu, aunque no de compañía.
Ahora ¿vive? bajo el mismo techo con sus hijos e hijas, todos casados y con profusa descendencia. Cierto: no carece de nada material. Los suyos se esmeran hasta el detalle para que se alimente bien y a su hora, se tome las medicinas para la diabetes y la hipertensión, ande limpio y afeitado, cobre su chequera el día que le corresponde y duerma como un bendito toda la noche. En honor a la verdad, sería un ingrato si no reconociera esas cosas.
Sin embargo, se le constriñe la autoestima cuando sus hijas lo acribillan con las advertencias que tanto le fastidian, ridículas y humillantes para una persona de su edad: «que si no te quiero ver más hablando con ese viejo borrachín..., no te demores mucho en el dichoso dominó, ¿por qué no te has cortado las uñas de los pies? ..., enjabónate bien la espalda cuando te bañes..., no camines por el medio de la calle..., no olvides pedir el vuelto cuando compres en la bodegas, …». Y así hoy, mañana, siempre.
En más de una ocasión, Nicolás ha montado en cólera. «¡Al diablo todo el mundo, carajo, déjenme en paz, que ya no soy un niño!», estalla cuando la parentela comienza con la cantaleta y la regañina acostumbradas. Entonces, enojadísimo e impulsado, toma las de Villadiego y no se detiene hasta su banco favorito en el parque municipal. «¡Ahhh, qué papá este, Dios mío, ya no hay quien pueda con él...!», escucha decir a una hija a sus espaldas.
En el parque refresca la perreta junto a sus amigos de la tercera edad. Hablan de pelota y de cuanto se les ocurre. Nicolás se siente allí otra persona, y desahoga las penas que lo traen en ascuas. Y algo curioso: a los otros les ocurre casi lo mismo: en casa se sienten queridos y cuidados..., ¡pero sin comprensión! Jubilados B, como dice uno: «ve al mercado, ve a la bodega, ve al estanquillo..., ¡llegar a viejo es lo último!» Y ríen.
Al rato, culmina la tertulia en el parque. Es casi mediodía, la hora de almorzar. Nicolás se despide hasta mañana de sus amigos y emprende lentamente el regreso al ¿hogar? Llovizna levemente. Cruza una calle y, a pesar de su cuidado, se enfanga un zapato. En la sala de su casa lo aguarda su hija mayor con una reprimenda por haber salido sin el paraguas y por entrar sin limpiarse previamente los pies. «¡Ay, papá, chicoooo…!, le grita.
Va hasta su lecho y se acuesta. Ahora el rapapolvo es por no haber quitado la sobrecama. Pide autorización -¡pedir autorización él!- para llegarse hasta la esquina a comprar unos cigarros y no se lo permiten. «¡No fumes másssssss...!», vociferan todos a la vez. Tampoco lo facultan a buscar a su nietecita a la escuela. «Y dale para el baño, que se te enfría el agua tibia», le ordenan.
Nicolás suspira, se pone las chancletas, toma la toalla y emprende la marcha. Vuelve sobre sus pasos, se sienta en el borde de la cama y se abraza a la melancolía. En medio de su soledad interior, mira con fijeza un vetusto retrato de mujer. Y lagrimea. «¿Pero ahora qué quieres, papá?», le pregunta, airada, su hija menor.
Y él, a toda voz: «¡Comprensión, carajo, comprensión!».
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