El cubano auténtico es jaranero por propia naturaleza. En materia de bromas no es común que encuentre competidores. Desde los alcanforados tiempos de Maricastaña le dio por «ensañarse» jocosamente con los gallegos: que si trajeron la alpargata, que si les gusta quemar petróleo, que sin inventaron la morcilla… ¡Ahh, grandísimo y sempiterno guasón criollo! Hasta el gustado teatro vernáculo nacional tiene el tema entre sus platos fuertes a la hora de las puestas en escena. ¡Genio y figura!
Bufonada y picardía a un lado, ¿alguien se atreve a cuestionar que a los queridos hijos de Galicia nosotros tenemos que agradecerles una estiva de favores? Los vecinos de la comarca manatiense de Las Margaritas, situada al norte de Las Tunas, por ejemplo, veneran todavía la asombrosa fertilidad y la exquisitez del agua de un enorme pozo abierto allí hace más de 90 años por un grupo de emigrantes gaitos radicados por entonces en la zona.
Según los lugareños de mayor edad, el popular pozo se construyó a instancias de la compañía de ferrocarriles del antiguo ingenio Manatí para que sirviera de aguada a la locomotoras de vapor que tiraban materia prima para la desaparecida factoría azucarera. Toda la obra se hizo a pico y pala, sin emplear máquinas herramientas, y funcionaba con un sistema de calderas activado con leña. Con los años, desde luego, se le incorporaron turbinas eléctricas.
El pozo –en realidad son tres orificios consecutivos de tres metros de diámetro cada uno- tiene unos 45 pies de profundidad. Le suministra agua no solo al poblado de referencias, sino también a varias cooperativa agrícolas cercanas. Durante mucho tiempo los vagones cisternas se cargaron allí para llevar el divino líquido hasta el Puerto de Manatí, distante casi 30 kilómetros. Incluso, cuando la última sequía, resolvió emergencias del hospital «Ernesto Guevara», enclavado en la capital de la provincia. Ahhh, y siempre ha mantenido repletos sus tanques elevados de gran capacidad.
La gente suele decir, en broma y en serio, que por debajo de Las Margaritas corre, seguramente, todo un océano de agua dulce. ¿De qué otra manera explicar tamaña abundancia acuosa? Al pozo llegan los vagones cisternas, y cargan. Llegan las pipas, y cargan. Llegan los vecinos, los caminantes, los agricultores, los cooperativistas, los estudiantes… ¡y cargan! Y eso todos los días, todos los meses, todos los años… Nadie recuerda que se haya achicado alguna vez. Ni siquiera en las sequías de mayor rigor e intensidad.
El pozo de Las Margaritas, situado en un pequeño asentamiento rural con apenas un millar de habitantes, es célebre en la provincia de Las Tunas porque siempre ha tenido agua disponible para los sedientos. Se trata de una pieza patrimonial que representa per se la congénita vocación del hombre por superar las dificultades que suele interponerle en el camino la propia Madre Naturaleza.
Bufonada y picardía a un lado, ¿alguien se atreve a cuestionar que a los queridos hijos de Galicia nosotros tenemos que agradecerles una estiva de favores? Los vecinos de la comarca manatiense de Las Margaritas, situada al norte de Las Tunas, por ejemplo, veneran todavía la asombrosa fertilidad y la exquisitez del agua de un enorme pozo abierto allí hace más de 90 años por un grupo de emigrantes gaitos radicados por entonces en la zona.
Según los lugareños de mayor edad, el popular pozo se construyó a instancias de la compañía de ferrocarriles del antiguo ingenio Manatí para que sirviera de aguada a la locomotoras de vapor que tiraban materia prima para la desaparecida factoría azucarera. Toda la obra se hizo a pico y pala, sin emplear máquinas herramientas, y funcionaba con un sistema de calderas activado con leña. Con los años, desde luego, se le incorporaron turbinas eléctricas.
El pozo –en realidad son tres orificios consecutivos de tres metros de diámetro cada uno- tiene unos 45 pies de profundidad. Le suministra agua no solo al poblado de referencias, sino también a varias cooperativa agrícolas cercanas. Durante mucho tiempo los vagones cisternas se cargaron allí para llevar el divino líquido hasta el Puerto de Manatí, distante casi 30 kilómetros. Incluso, cuando la última sequía, resolvió emergencias del hospital «Ernesto Guevara», enclavado en la capital de la provincia. Ahhh, y siempre ha mantenido repletos sus tanques elevados de gran capacidad.
La gente suele decir, en broma y en serio, que por debajo de Las Margaritas corre, seguramente, todo un océano de agua dulce. ¿De qué otra manera explicar tamaña abundancia acuosa? Al pozo llegan los vagones cisternas, y cargan. Llegan las pipas, y cargan. Llegan los vecinos, los caminantes, los agricultores, los cooperativistas, los estudiantes… ¡y cargan! Y eso todos los días, todos los meses, todos los años… Nadie recuerda que se haya achicado alguna vez. Ni siquiera en las sequías de mayor rigor e intensidad.
El pozo de Las Margaritas, situado en un pequeño asentamiento rural con apenas un millar de habitantes, es célebre en la provincia de Las Tunas porque siempre ha tenido agua disponible para los sedientos. Se trata de una pieza patrimonial que representa per se la congénita vocación del hombre por superar las dificultades que suele interponerle en el camino la propia Madre Naturaleza.
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