domingo, 27 de mayo de 2007

Construcciones tuneras insignias

La mayoría de las ciudades del mundo tienen lugares, edificios y obras que las distinguen. Muchas suelen aparecer desplegadas a todo color en tarjetas postales, promociones de televisión y guías turísticas. Las Tunas cuenta también -¡cómo no!- con sus propias construcciones insignias, y las muestra al visitante con el mismo orgullo de París por su torre Eiffel, Roma por su Coliseo o Nueva York por su Estatua de la Libertad.
Buena parte de los tuneros coincide en admitir que el edificio distintivo de su terruño es el Museo Provincial Mayor General Vicente García, una obra por la que todos sentimos entrañable cariño. Este inmueble comenzó a erigirse en tiempos en que ocupaba la alcaldía municipal el gran periodista Rafael Zayas González, fundador y director del bisemanario El Eco de Tunas.
Desde el instante mismo en que fue concebido, los patrocinadores del edificio insistieron en dotarlo de un sello particular, por lo cual le confiaron su proyecto y dirección a un profesional de reconocido currículo: el ingeniero Carlos Sagarra Fernández, un hijo de Santiago de Cuba a cuyo talento le debe el inmueble buena parte de su fastuosidad.
Luego del consabido tiempo de construcción, el local abrió oficialmente sus puertas en el año 1921 con el pomposo nombre de Palacio Municipal. Pero, curiosamente, tal denominación nunca consiguió imponerse por completo, porque, como allí radicaban las oficinas y las dependencias del gobierno territorial, el pueblo lo llamó casi siempre el Ayuntamiento.
Sus líneas arquitectónica lindan con el eclecticismo, aunque exhiben también influencia neoclásica en sus frontoncillos y columnas. Sus amplios espacios, elevados puntales, privilegiada ubicación y diseño de carpintería le otorgan personalidad distintiva y gran nivel de confort. Todo esto ha permitido que durante años el edificio haya tenido diferentes usos, como el de Biblioteca Pública Municipal a partir de 1951 y el de Instituto Preuniversitario más tarde. En 1984 se le sometió a una reparación capital y se convirtió en Museo Provincial.
SALA POLIVALENTE
Nadie duda que la instalación deportiva tunera más popular y concurrida es el estadio Julio Antonio Mella, cuartel general de nuestro equipo grande de béisbol. Sin embargo, la Sala Polivalente Leonardo Mackenzie Grant no le va a la zaga en cuanto a simpatías.
Cuando se comenzó a edificar en 1982 no había en el país otra sala deportiva con iguales características. Por tal motivo, la Mackenzie Grant disfrutó de la exclusividad hasta que pocos años después cobraron vida las de La Habana, Sancti Spíritus y Santiago de Cuba. En su etapa constructiva final fue todo un suceso el izaje de la estereocelosía que conforma el techo de seis mil 253 metros cuadrados y 814 toneladas de peso. Esta operación se realizó mediante 268 gatos hidráulicos, ante la mirada de asombro de cientos de tuneros que no le perdieron detalles. Por cierto, la estereocelosía descansa sobre 52 columnas a una altura de 14 metros.
El área principal de nuestra Polivalente mide 54 metros de largo por 30 de ancho. Deportes tales como el baloncesto, la gimnasia, el boxeo, la esgrima, el judo, el balonmano, la lucha y el voleibol han celebrado allí eventos nacionales e internacionales de primerísima calidad.
También dispone de una zona de entrenamiento con tabloncillo y cuadrilátero. Y si de público se trata, sus graderías pueden asimilar holgadamente más de tres mil 500 aficionados. Debajo radican las cátedras deportivas, una cafetería, varias oficinas y salones de prensa y de reuniones. La escultura que engalana la entrada principal es obra del artista plástico tunero Rafael Ferrero y data de 1988. Con su base incluida, mide 12 metros de altura. Fue tallada en un material llamado poliuretano y fundida con resina poliéster y fibra de vidrio. Como toque final, Ferrero la bañó con un producto sintético que imita el color del bronce.
CASA NATAL DEL GENERAL VICENTE
El Memorial Vicente García es otro sitio de la ciudad que nos dignifica. Según datos del Archivo Nacional de Cuba, en esta vivienda residió con su familia hasta el año 1868 el bien llamado León de Santa Rita.
El inmueble data del año 1800, y en sus primeros tiempos era apenas un caserón de ladrillos y tejas ubicado en la que por entonces se conocía por Calle Real. En el año 1876, el Mayor General Vicente García comenzó ejemplarmente el incendio de la ciudad por esta, su residencia familiar. La reconstruyeron al terminar la guerra, pero el Mayor General Calixto García le volvió a prender fuego en el año 1897. La casona estuvo en ruinas hasta 1919, cuando edificaron su parte frontal para dedicarla al comercio.
Por fortuna, la reconstrucción de 1919 le conservó su planta colonial en forma de U, su amplio patio interior, sus colgadizos sostenidos por columnas y sus ventanas con guardapolvo. En cambio, la fachada principal permutó para el eclecticismo, con sus columnas de fuste estriado, su capitel corintio y sus grandes balaustradas. Aunque el Memorial tiene valor arquitectónico, su principal mérito es el histórico. En 1985 fue restaurada por Patrimonio Cultural y en 1996 se le declaró Monumento Nacional.
EL TANQUE MAYOR
El tanque de Buena Vista es algo más que una obra de ingeniería engarzada dentro un populoso reparto de la ciudad. Se trata, además, de una referencia de la que no podemos prescindir. Obreros que participaron en su construcción aseguran que comenzó a ejecutarse con una sola concretera a inicios de los años 60 del siglo pasado y que se concluyó a mediados de 1967. Agregan que en sus etapas constructivas utilizaron el método tradicional, es decir, fundición en el propio sitio de la obra.
La ejecución de este tanque con capacidad para 500 mil galones de agua comenzó con la cimentación corrida, sobre la que se anclaron debidamente las columnas hasta la altura de lo que los expertos llaman arriostre. Encima de esa estructura encofraron con piezas de madera y luego fundieron el plato. Acto seguido se levantaron las paredes de hormigón armado. En esta fase los albañiles solo utilizaron winches y carretillas y su trabajo se extendió por espacio de 76 horas consecutivas. El remate de la obra resultó la tapa del tanque, colocada a 31 metros del suelo.
LA PLAZA DE LA REVOLUCIÓN
La última pieza en incorporarse a la colección de construcciones insignes en Las Tunas fue la Plaza de la Revolución Mayor General Vicente García González, un proyecto donde se integra orgánicamente el arte con la arquitectura. En su consumación tomaron parte activa artistas plásticos, constructores, arquitectos y especialistas variados.
Nuestra plaza cuenta con un área de concentración de corte ecológico-ambiental donde el hormigón teñido se mezcla con el verdor de la vegetación, con los bancos y con la fuente. También se integra a la tribuna que sugiere una fortaleza por los materiales empleados, tales como piedra jaimanita y mármol rojo, y por sus desniveles y laberintos de acceso.
Un gran mural de hormigón armado de 52 metros de longitud y constituido por elementos de entre 10 y 16 toneladas de peso, muestra momentos decisivos de la historia local y nacional. Se trata de un verdadero compendio de nuestras tradiciones de lucha en el que la plástica con sus bondades le aportan su singular manera de manifestarse.
Esta auténtica obra de arte cumple además la función de cubrir una nave de 48 metros de largo por 15 de ancho. Dispone de sala de conferencias, salón de protocolo, oficinas y la sala de los Generales, donde se exhiben bustos de los mambises tuneros que ostentaron ese alto grado militar en las guerras del siglo XIX. Todos los locales tienen un diseño sobrio tanto en forma como en textura y color lo que da una sensación de confort que invita a la meditación y a la honra de los próceres.
Las Tunas cuenta con sitios emblemáticos que vale la pena recorrer y admirar. Ellos también forman parte de nuestro patrimonio.

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domingo, 20 de mayo de 2007

Encuentro entre las nubes


Nunca le he prestado demasiada atención a los horóscopos. Con el perdón de quienes los siguen y los persiguen, me parecen frivolidades diseñadas para gente tonta y aburrida. Admito estar al corriente de que mi signo es Sagitario porque nací un 18 de diciembre. Pero mis luces sobre el tema solo llegan hasta ahí. Sin embargo, el 7 de mayo del año 2002 me ocurrió algo sumamente curioso mientras cumplía misión periodística en la República de Guatemala: la columna zodiacal del diario local Prensa Libre me predijo, entre otras cosas, lo siguiente: “Hoy va a recibir una sorpresa increíble que lo hará emocionar”. Oiga, ¡y acertó!.
Pues bien, aquel día, después del desayuno, me fui con uno de nuestros médicos hasta una aldea extraviada entre las montañas del Quiché. “Aquí con los indígena vive un hombre que asegura ser cubano”, me comentó el galeno al llegar al villorrio. “Repite eso”, casi le exigí, incrédulo. Lo hizo, y a partir de ese momento no tuve cabeza para otra cosa.
Lo acribillé a preguntas: “¿quién es? ¿dónde vive? ¿hay posibilidad de verlo? ¿cómo se va a su casa? ¿podemos ir ahora mismo?” Un lugareño que escuchaba mi fuego artillero se ofreció para conducirme. Inmediatamente le tomé la palabra. Caminamos un centenar de metros y me mostró una casa humilde y de paredes de barro.
-Llegamos –dijo-. Ese que está en la puerta es Cipriano.
Ante mí tenía a un hombre de unos 75 años, relativamente alto y escuálido, pero todavía bien plantado. Vestía camisa de mangas largas dobladas hasta los codos. El rostro curtido por el sol mostraba una barba escasa y descuidada. Sus ojos penetrantes denotaban un cansancio colosal. Se tocaba con un sombrero blanco ceñido por una banda oscura. De su hombro izquierdo colgaba un morral indígena. Me miró con extrañeza cuando me le aproximé. Le tendí la mano y me la estrechó. Las primeras frases intercambiadas fueron más o menos de este tenor:
-Buenos días. Buenos días. ¿Cómo está? Yo estoy bien, ¿y usted? Bastante bien, gracias. No hay de qué. Me han dicho que usted es cubano. Sí, nací en Cuba. Ah, pues entonces somos compatriotas, porque yo también soy de allá. ¿No me diga? Sí, soy periodista y ando de recorrido por Guatemala. Pues sea bienvenido. ¿Y de que parte de la isla es usted? De Oriente, de la zona de Victoria de Las Tunas...
El corazón me dio una voltereta dentro del pecho. Me sentí sacudido por una emoción inédita y difícil de describir. ¿Había escuchado bien o me traicionaban mis oídos? ¿Coterráneo mío aquel hombre? No, demasiada casualidad. ¿Cómo explicar su presencia en una cordillera guatemalteca, a más de dos mil metros de altura? ¿Desde cuándo había abandonado el terruño? ¿Qué hacía viviendo en una aldea indígena? Sencillamente desconcertante. El viejo se dio cuenta de mi confusión y acudió en mi ayuda. Me sorprendieron la lucidez y la coherencia con que esclareció las circunstancias en que llegó a tierras chapinas.
-Me llamo Cipriano Almaguer Peña –dijo con ronca voz-. Nací en 1925, en un lugar llamado Dumañuecos, cerquita del ingenio Manatí. Dice usted bien, al lado de la loma, cómo no. ¡Todavía me acuerdo de ella! Bueno, pues por allá mi familia tenía un lote de tierra y se dedicaba a sembrar y a esas cosas. Eran tiempos malos. No había dinero, ni ropa, ni comida... A la escuela nunca fui. Tenía que ayudar a papá en los sembrados. Cuando tuve 18 años me fugué de la casa y...
Cipriano tomó rumbo a La Habana junto a un amigo del barrio. En la capital cubana se las vieron negras y cada cual cogió su camino. El guajirito comenzó a merodear por los muelles del puerto y a relacionarse con los marineros. Un día un contramaestre le propuso viajar de polizón en un barco que iba a Honduras. Aceptó. En Centroamérica la United Fruit Company necesitaba mano de obra y le ofreció contrato como estibador. Estuvo cargando racimos de bananas durante un montón de años. Luego viajó a Nicaragua y a El Salvador. Hasta que cierta mañana un accidente en una grúa lo dejó lisiado. Lo despidieron del trabajo. Intentó retornar a Cuba, pero no tenía un céntimo.
-Vine para Guatemala en los años 1956 ó 1957, ahora no recuerdo bien la fecha –agregó-. Aquí hice de todo para ganarme la vida. Desde trabajar en las milpas hasta atender plantaciones de cardamomo. Formé familia. Me arrimé a una indígena que me dio siete hijos varones. Andan regados por todo el país, cada uno en lo suyo. En eso de ir de un sitio a otro se parecen al padre. ¿Mi mujer? Murió hace siete años. ¿Dumañuecos? Jamás volví a saber de allá. Nunca fui muy apegado a mi gente.
Me invita a pasar. Como la mayoría de las casas indígenas, la suya tampoco tiene divisiones ni ventanas. El piso es de tierra. En un rincón, un camastro destartalado da fe de la pobreza de su inquilino. Un fogón de leña humea tímidamente en el fondo. Hay algunas vasijas estropeadas por el uso. Además, un bulto de madera, una tinaja, un amasijo de ropa, una bandeja para hacer tortillas de maíz, un calendario de la cerveza Gallo y un pequeño baúl de metal. Cipriano va renqueando hasta él, lo abre, registra, husmea, revuelve, saca un papel hecho jirones y me lo muestra con la felicidad danzándole en las pupilas.
-Mire este pedazo de un periódico de Victoria de Las Tunas de aquellos años –dice, triunfante-. Se llamaba El Liberal. Ahí hablan de Lalo Fontaine, el mambí, que era mi padrino. Ese recorte lo llevé de Cuba cuando me fui para Honduras. Siempre ha andado conmigo en todas mis andanzas. Además, es el único recuerdo que tengo de allá. ¿Ciudadanía? Ya soy guatemalteco. Fíjese que hasta hablo quetchi. Son muchos los años que llevo viviendo en esta tierra y hay que ser agradecido. Dumañuecos es algo borroso en mi recuerdo. Sí, es una lástima, pero la vida es como es. Paisano, usted perdone, ahora tengo que salir...
Queda parado frente a mí. No hay expresión en su mirada. Lo abrazo y apenas me corresponde el gesto. Se safa con suavidad. Va hasta un ángulo de la casa y le echa mano a un bastón. Yo siento nublarse mis ojos. ¡Todavía no lo creo! Afuera alguien lo llama por su nombre. Sorprendido y emocionado le doy gracias al horóscopo. Me despido.
-Bueno, Cipriano, yo también me retiro... Que le vaya bien. Contento de haberlo encontrado. Y yo, señor, mucho gusto. Nunca pensé toparme a un tunero tan lejos de la tierra. Hasta yo estoy sorprendido... Mire, le regalo este almanaque cubano. Se le agradece. ¿Me permite hacerle una foto? Pero solo una, no me gustan... Bueno, venga para acá. No, aquí mismo como estoy. ¿Nos volveremos a ver algún día? Yo creo que sí, allá arriba...
Y, con el brazo extendido, me señala hacia el cielo.

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lunes, 14 de mayo de 2007

Mis hijas











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miércoles, 9 de mayo de 2007

¡Primero fue en Puerto Padre!

Cualquier fecha del almanaque se pinta de maravillas para ofrendarles cariño a las madres. Halagos en enero, flores en noviembre, besos en abril, ternura en agosto, sonrisas en julio…, ¿qué más da minuto, día, semana, mes o año? Sin embargo, en muchos países se ha escogido el segundo domingo de mayo para potenciar en los corazones ese amor sublime por quienes, al decir de un poeta, «son las únicas personas en el mundo que siempre están disponibles».
Las referencias más distantes de esa festividad datan del año 250 AdC, cuando en la antigua Grecia consagraban una jornada de la primavera a honrar a la diosa Gea, esposa de Cronos y madre de Júpiter, Neptuno y Plutón. Después los romanos escogieron tres días del mes de marzo para celebrar un homenaje similar lleno de ofrecimientos a Cybele, diosa de la naturaleza y la fecundación.
Mucho tiempo antes de la llegada de los conquistadores al Nuevo Mundo, las civilizaciones autóctonas rendían su propio tributo a la maternidad por intermedio de la diosa Coyolxauhqui, madre de Huitzilopochtli, el guerrero emblemático de los aztecas. Como prueba de su adoración, le improvisaban fastuosas liturgias donde abundaban las ofrendas de oro y plata con marcadas alegorías a la luna.
Los celtas cuentan con una bonita historia de agasajos a las progenitoras. Ellos dedicaban un día a la diosa Brígida para gratificarle la primera leche ordeñada en la temporada. Los ingleses del siglo XVII, por su parte, asistían a las parroquias para venerar a la virgen María, madre de Jesús. La tradición se combinó luego con la de obsequiarles algo a las madres. Los criados que vivían lejos de sus casas, eran autorizados con la paga para ir a visitarlas en el cuarto domingo de cuaresma, y todos juntos compartían un pastel.
IRRUMPE EL DÍA DE LAS MADRES
La primera persona en proponer «en serio» la instauración de un día para las madres fue la poetisa norteamericana Julia Ward Howe, autora del llamado Himno de Batalla de la República. «Son ellas las que más sufren la pérdida de sus hijos en las guerras. Debemos apoyarlas y convertirlas en abanderadas por la paz», dijo en el documento de solicitud, fechado en el año 1872 en su natal Massachussets.
Su idea no llegó a cristalizar, pero devino antesala para que una paisana suya, Anna Jarvis, afligida por la muerte de la autora de sus días, diera inicio en 1907 a una campaña nacional por correspondencia para que se declarase una fecha en homenaje a las madres. Persistió tanto en su proyecto que obtuvo el apoyo de muchas personas, entre ellas influyentes ministros, congresistas y empresarios.
El primer Día de las Madres reconocido oficialmente se celebró en la iglesia episcopal de Grafton, Virginia Occidental, el 10 de mayo de 1908, segundo domingo del mes y aniversario de la muerte de la mamá de Anna Jarvis. Como las flores preferidas de la difunta habían sido siempre los claveles, desde entonces se utilizan los rojos para honrar a las madres vivas y los blancos para las fallecidas.
La iniciativa tuvo una acogida tal que en 1910 había prendido en todos los territorios de la Unión. ¡Hasta el Congreso debió debatir un proyecto de Ley para otorgarle carácter oficial! Por fin, en 1914, el Presidente Woodrow Wilson firmó el decreto y proclamó el segundo domingo de Mayo como Día de las Madres en los Estados Unidos. Se había creado ya la Asociación del Día Internacional de las Madres, con el propósito de extender la festividad a otras naciones.
SU CELEBRACIÓN EN CUBA
Casi todas las referencias bibliográficas que existen sobre la introducción del Día de las Madres en Cuba, coinciden en señalar a Santiago de las Vegas como la primera localidad donde se festejó la fecha. También identifican a Víctor Muñoz, un conocido periodista de la época, como a su gran promotor, a partir de una crónica suya titulada Mi clavel blanco, que vio la luz en el periódico El Mundo el domingo 9 de mayo de 1920, donde decía: «El día de hoy es el segundo domingo de mayo, que los americanos consagran como el Día de las Madres, y que muchos cubanos quieren destinar al mismo objeto».
Los investigadores aseguran que el mismo día el teatro del Centro de Instrucción y Recreo de Santiago de las Vegas se colmó de público. La convocatoria pretendía homenajear a las madres, y partió de un grupo de intelectuales, cuyos miembros, alentados por Francisco Montoto, patrocinaron un programa donde se recitaron los versos de José Martí a su progenitora y el poema A mi madre, de Diego Vicente Tejera.
Se dice que fue esa la primera celebración pública del Día de las Madres en Cuba. El 22 de abril de 1921, siendo Muñoz concejal del Ayuntamiento capitalino, propuso y logró instituir en toda La Habana ese agasajo. En el año 1928, a propuesta del senador Pastor del Río, la Cámara de Representantes le dio carácter de Ley Nacional, y así el segundo domingo de mayo se oficializó como Día de las Madres.
PRIMERO FUE EN LA VILLA AZUL
Hay pruebas muy sólidas de que Puerto Padre, en la provincia de Las Tunas, fue la primera localidad cubana en instaurar el Día de las Madres, hecho ocurrido el martes 6 de abril de 1920, es decir, poco más de un mes antes de que Santiago de las Vegas organizara en el teatro de su Centro de Instrucción y Recreo el homenaje citado. Para confirmarlo documentalmente, Sábado, un periódico editado a la sazón en la también llamada Villa Azul, publicó el 19 de abril del año 1952 la siguiente nota:
«El Día de las Madres, tan emocionalmente celebrado siempre en Cuba por iniciativa del laureado periodista Víctor Muñoz, se celebró por primera vez en Cuba en la ciudad de Puerto Padre, por feliz idea del maestro masón Dr. Eduardo Queral Mayo. Con eso no queremos quitarle gloria a quien tiene todo nuestro respeto, pero sería bueno que todo se aclarara (…) Según consta en las actas de la Logia Los Perseverantes, hay un acuerdo que vamos a copiar con certificación del Secretario de aquella venerable Logia y que dice así:
«Atendiendo que es un deber de todo Masón reverenciar a los padres y ayudar al mejoramiento moral e intelectual de la Humanidad, los abajo firmantes proponen:
«QUE sea celebrado el primer domingo de Mayo (el Día de las Madres NdA) en cualquier manera que tienda a demostrar el cariño y el agradecimiento a que es deudor todo hijo.
«Asimismo, proponen que sea designado el primer domingo de Junio a igual fin con relación a los padres.
«(Fdo) Dr. Eduardo Queral Mayo, Enrique Pérez e Ismael Piedra (Aprobado en el Taller, 6 de abril de 1920)»
Como se aprecia, no solo se trata de que Puerto Padre fue el pionero en instituir en Cuba el homenaje a las madres, el 6 de abril de 1920. ¡También fue el primero en celebrarlo en toda la isla! Eso ocurrió el 2 de mayo de 1920, primer domingo de ese mes, es decir, una semana antes del festejo en Santiago de las Vegas. Lo corrobora un editorial publicado en el propio semanario Sábado, con fecha 10 de mayo de 1958, y dirigido al periodista Guillermo Gener, quien escribía por entonces en el rotativo habanero Prensa Libre. Dice:
«Nos hacemos eco en la primera plana de una verdad que no admite en manera alguna polémica de ningún tipo. Guillermo Gener, un periodista que tanto nos agrada leer por su forma llana y sencilla de expresarse, en el colega Prensa Libre, quiere hacer justicia a un grupo de poetas, literatos y periodistas de Santiago de las Vegas y nos habla por tanto de la gloria de haberse instituido en aquella ciudad por primera vez en Cuba en 1920, El Día de las Madres.
«Nos da datos, nos refiere asuntos, nos busca documentos. Es decir, que prácticamente nos lleva al convencimiento de que en Santiago de las Vegas se celebró por primera vez ese gran día en nuestra nación. Pero hay un error, sencillamente porque Guillermo Gener no leyó nuestra edición del 19 de abril de 1952, donde publicamos documentos auténticos acreditativos de que en Puerto Padre se celebró el Día de las Madres el Primer Domingo de Mayo de 1920. En Santiago de las Vegas tuvo efecto el Segundo Domingo de Mayo de 1920, es decir, una semana después que en Puerto Padre.
«A nosotros nos luce, por referencias que tenemos de nuestro buen amigo, el profesor Demetrio Rivero Simón, natural de Santiago de las Vegas, que Guillermo Gener es de aquella simpática ciudad. Bien hace entonces Gener en defender su suelo natal, si es que esto es verdad; pero mucho mejor haría Gener, si salvando localismos, se hiciera eco de esta verdad que seguramente él desconocía, y le diera a Puerto Padre la gloria que bien merece».
Un año después de celebrado en Puerto Padre el Día de las Madres, La Habana celebró el suyo con gran esplendor. Por entonces ya residía en la capital el Dr. Eduardo Queral Mayo, quien cursó un telegrama a sus hermanos de la logia Los Perseverantes en los siguientes términos:
Plaza Habana, Mayo 8 de 1921, las 1.20 pm.
Rafael Nadal
Puerto Padre
Celébrase éxito fiestas de las Madres al igual que establecidas por mí hace un año primero en Cuba.
(fdo.) Dr. Queral
¿Se necesitan más pruebas de que, efectivamente, primero fue en Puerto Padre?

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domingo, 15 de abril de 2007

Beatriz cumplió un añito





Beatriz, mi hija menor, cumplió su primer añito de edad el pasado martes 3 de abril. Para la ocasión, Iris y yo le organizamos en la casa una pequeña fiestecita a la que asistieron los niños del edificio donde vivimos. ¡Se portó de maravillas nuestra pequeña princesa! Mis colegas Miguel Díaz Nápoles y Pastor Batista Valdés trajeron sus cámaras para dejar constancia gráfica del acontecimiento familiar. Aquí les muestro algunas de sus fotografías.

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domingo, 8 de abril de 2007

Mi familia por dentro

SOFÍA vino al mundo un poco después de la medianoche del viernes 10 de diciembre del año 2004. Pesó en la báscula siete libras con cinco onzas. En el horóscopo es Sagitario, igual que yo. Caminó a los 14 meses de nacida. Desde hace aproximadamente un año asiste al círculo infantil «Las Tres Casitas», no lejos de nuestra casa. Allí, entre otras cosas, ha aprendido a llevar un horario del día, a relacionarse con nuevos amiguitos y a cantar canciones infantiles. En estos momentos Sofía se sabe más de 20 canciones, las cuales interpreta a su manera, ya espontáneamente, ya por petición. También le agrada mucho pintar, para lo cual me escamotea hojas de papel y luego las garabatea con sus crayolas de colores. Con lo que más simpatiza Sofía es con los libros, a pesar de que aún no sabe leer. Tiene alrededor de 15 libros infantiles, y los hojea y ojea a todas horas. Ella suele pararse en medio de la sala con un libro abierto a hacer como si lo leyera en su gerigonza. Además, exige que se les lean «de verdad» en diferentes horarios. De tanta lectura escuchada, Sofía puede recitar de memoria Los zapaticos de Rosa y La rosa blanca, dos textos fundamentales de José Martí. Es aficionada a clásicos como La Edad de Oro, La Cenicienta, El soldadito de plomo, Pinocho, El gallo de bodas, etc. Y a la literatura infantil cubana, especialmente al libro que narra en versos las aventuras de Chamaquili, un niño salido de la imaginación de Alexis Díaz Pimienta, de quien, por cierto, acabamos de recibir un correo electrónico donde asegura sentirse muy emocionado "al saber que la pequeña Sofía disfruta de esos poemas". Pueden ver el contenido de ese mensaje en el comentario adjunto a esta entrada. Otra faceta de Sofía es que es capaz de pasarse horas completas petrificada frente a la pantalla del televisor mientras disfruta de programas infantiles tales como La sombrilla amarilla, Alánimo y La canción infantil. Mientras está así no se permite distracciones de ningún tipo. Su película favorita es Shrek, ¡la ha visto decenas de veces! Todos los domingos la llevo al Teatro Guiñol a ver los títeres y los payasos. Ella disfruta tremendamente esos espectáculos y regresa a casa llena de fantasías. Definitivamente, Sofía está manifestando una marcada preferencia por el arte.
BEATRIZ nació al mediodía del lunes 3 de abril del año 2006, es decir, alrededor de 16 meses después que su hermanita mayor. Su signo zodiacal es Aries. Pesó siete libras exactas en la báscula del hospital «Doctor Ernesto Guevara de la Serna», en Las Tunas, Cuba. Se trata de una diablita intranquila y simpática, que irradia carisma por todas partes. La Betty es capaz de tirarle los brazos a cualquiera, aunque no lo conozca. Siempre está de buen humor y con una sonrisa pícara a flor de labios. Nuestros amigos se desviven por tenerla entre sus brazos, porque Beatriz es la alegría personificada. Exhibe una salud de hierro y un apetito voraz, incluso en los horarios más insospechados. Come lo mismo carne asada que pan viejo. Cuando tiene hambre no entiende de bromas. Tan pronto se llena, es toda risa. Duerme de un tirón toda la noche, aunque antes de irse a la cuna exige su correspondiente biberón con nueve onzas de leche. Se despierta primero que Sofía y rápidamente clama por su desayuno. Es juguetona y le encanta mortificar a su hermana, pues tan pronto se le presenta una oportunidad le quiere quitar sus juguetes, principalmente sus libros. Recientemente le celebramos su primer añito y lo disfrutó mucho. Llora muy poco, pero, cuando lo hace, altera a todo el mundo en la casa por la intensidad de sus gritos. Algunos en la familia aseguran que se da un parecido a mi difunta madre. ¡Cuánto orgullo hubiera sentido mi vieja con esa conmparación!" Beatriz todavía no camina sola, pero ya está dando pasitos con cierta seguridad. Esperamos que dentro de un mes a lo sumo ya lo haga sin dificultades. Yo la saco a pasear cada vez que puedo y en la calle la gente la celebra mucho. La llevo a visitar a mis parientes y a mis amigos. Cuando crezca un poquito más, comenzaré también a llevarla al parque infantil y al guiñol.
IRIS, mi esposa, nació el 15 de enero de 1971. Procede del municipio de Pilón, en la provincia de Granma. Realizó sus estudios secundarios y de pre-universitario en el Instituto Pre-Universitario Vocacional de Ciencias Exactas José Martí, de la ciudad de Holguín. Allí le fue asignada la carrera de Licenciatura en Periodismo, que cursó en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, desde el año 1988 hasta el año 1993, cuando se graduó. Fue en su época universitaria cuando nos conocimos, ya que los dos estábamos en la misma aula. Nos acercaron, principalmente, la afición por la lectura y la afinidad de intereses. Formamos pareja desde el año 1991. Cuando se graduó como licenciada en Periodismo, fue ubicada para su servicio social en su municipio de residencia, en calidad de corresponsal de la emisora provincial Radio Bayamo. Desde Pilón realizó coberturas y reportes diarios para la planta matriz sobre el acontecer socio-económico del territorio, principalmente del polo turístico existente en la zona, con sus hoteles Cuatro Estrellas Farallón del Caribe y Marea del Portillo. Al cumplir sus dos años de servicio social, vino para Las Tunas a reunirse conmigo y comenzó a trabajar en el periódico 26, donde todavía se mantiene, aunque hace dos años que apenas escribe por encontrarse de licencia de materrnidad.. Llevamos casi 15 años de relación matrimonial. Como profesional, ha ganado diversos concursos y sus trabajos de opinión sobre temas de la juventud suelen tener repercusión. Con ella he formado mi pequeña familia.

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sábado, 7 de abril de 2007

La tarde en que corrió Cristóbal

Hay hechos que no se olvidan aunque los años les pasen sus almanaques por encima. Yo tengo grabado en la memoria como el primer día aquello que ocurrió en Manatí cierta tarde del mes de mayo de 1968. Ninguno de los testigos ha olvidado un detalle, porque fue una reacción exagerada, absurda y multitudinaria. ¡Ah, las pasiones...! Cuando se desatan y embisten en tromba no hay muro que las pueda controlar. Abstráigase, lector, e imagine…
Es media tarde y dentro de minutos se jugará otra jornada del Campeonato Nacional de fútbol entre el equipo anfitrión y el once de La Habana. No cabe un alma en las decrépitas gradas del estadio Ovidio Torres. La afición local clama a gritos –entre ronazos y blasfemias- un triunfo sobre su enconado y tradicional adversario. ¡Siempre ha sido así!
La rivalidad entre el conjunto oriental y el capitalino hace del encuentro no solo un plato cotizado que todos quieren saborear, sino también una bomba de tiempo, capaz de estallar ante el más intrascendente motivo en cualquiera de los 90 minutos del partido. En efecto, la atmósfera en las graderías parece cargada de alta tensión. Pero, ¿lo habrá percibido en toda su magnitud el árbitro principal Cristóbal Martínez, quien estará a cargo del silbato?
Comienza el juego y la calidad de ambos conjuntos se pone enseguida de manifiesto. De ello dan fe las maniobras llenas de talento e imaginación de los jugadores cuando atacan o defienden. Apenas se han jugado 15 minutos de partido y el público comienza a dar indicios de enojo. ¿Razones? El colegiado se “equivoca” con demasiada frecuencia en favor del cuadro de la capital.
Transcurre e primer tiempo y las pifias legales en perjuicio de los de casa se suceden. “Fuiiiiiii”, suena el silbato, casi siempre para penar una “falta” manatiense. “Fuiiiiiii”, silban las decisiones los inconformes, es decir, la mayoría de los presentes. El bullicio es ensordecedor, homogéneo, amenazante... «Aquí va a pasar algo muy grave hoy», asegura alguien a mi lado. Y así fue.
Segundo tiempo. Cierta jugada de dudosa legitimidad afecta particularmente al once local. ¡Rechifla, insultos, maldiciones, agravios contra el colegiado! Otro fallo discutible y la multitud condena al hombre vestido de negro. Desde las gradas, un imprudente lanza la primera voz. Y entonces cientos de fanáticos se lanzan, se atropellan a toda carrera tras el pobre Cristóbal, quien, luego de un instante de vacilación, toma las de Villadiego, convencido de que su vida depende de la velocidad que sea capaz de imprimirle a sus piernas.
Echa a correr como un bólido hacia un potrero colindante. En la estampida bota silbato, tacos, tarjetas y hasta la sortija del anular de su mano derecha. Pasa ni se sabe cómo por debajo de una cerca y deja un jirón del traje en los alambres de púas. Se refugia en la casa del difunto Yeyo Barroso, desde cuyo patio la turba clama venganza. Tiene que intervenir la fuerza del orden para que no lo linchen. En la noche Cristóbal abandona el pueblo bajo fuerte custodia.
Pasaron muuuchos años, y en Manatí –¡ahh, qué tiempos aquellos...!- se siguió jugando fútbol de nivel. Cristóbal prosiguió también su carrera de árbitro por buena parte de Cuba. Solo que –¿previsión o rencor?- no volvió a pitar jamás un partido que tuviera por sede la popular cancha del “Ovidio Torres”.
Después de varios lustros, alguien reconoció que aquella vez se había ido demasiado lejos con Cristóbal. «¡Se nos fue la mano!”, admitió. Y hete aquí que la Dirección Municipal de Deportes le cursó una invitación especial para que visitara Manatí. Pero no en calidad de colegiado principal para dirigir un encuentro amistoso, sino como huésped distinguido del pueblo. Además, se le ofrecieron garantías absolutas de que el incidente ya estaba olvidado.
Cristóbal aceptó de buen grado el acto de desagravio y durante un par de días confraternizó con sus antiguos inquisidores. Quienes lo acosaron entonces, ahora lo abrazaron. Hubo un minuto de gran emotividad: En ceremonia pública, y para su sorpresa, le fue devuelta la sortija perdida aquella tarde de frenesí. La había conservado a guisa de trofeo un protagonista de los hechos. Cristóbal se emocionó como no se imaginan y hasta ensayó un discurso de gratitud. Y entonces alguien habló por los anfitriones. Y reflexionó sobre el pasado y el presente. Y yo, que aquel día de 1968 también corrí… delante de mi papá, quien trataba de darle alcance a mis 13 años para salvarme de aquella locura, me pregunté cuánto vale un pueblo cuando sabe reconocer sus errores.

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viernes, 23 de marzo de 2007

Un instante que no olvidaré




Uno de los momentos más emotivos de mi carrera profesional lo viví el sábado 10 de marzo de 2007, cuando Tubal Páez, presidente nacional de la Unión de Periodistas de Cuba me prendió de la camisa la Orden Félix Elmuza, la máxima condecoración que confiere la UPEC, en sesión solemne celebrada en el Memorial Vicente García de la capital tunera. Fueron mis compañeros de la delegación de base del periódico 26 quienes me propusieron, a pesar de faltarme un año de trabajo para cumplir los 15 que establecen las normas para la asignación del reconocimiento. Sin embargo, y según precisan las propias ordenanzas, la recomendación puede hacerse efectiva excepcionalmente cuando concurran otros factores en favor del candidato, que en mi caso fueron mis años vinculados al periodismo en calidad de corresponsal voluntario. Muchas gracias, colegas, por la nominación.

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domingo, 11 de marzo de 2007

La reina cubana de la mocha


Desde hace casi 30 zafras –ella no mide el tiempo de otra forma- sus proezas de machetera dejaron de constituir titulares de prensa. Agonizaba la década de los 60 cuando empuñó por primera vez una mocha. A partir de entonces, el cañaveral fue su domicilio y el plantón su recurrencia. Tanta caña tumbó esta mujer menuda como la caña misma, y, como la caña también, dulce y cubanísima, que su nombre exhala todavía la fragancia del guarapo. Petra Almaguer…, ¿alguien la recuerda?
La tengo sentada frente a mi en su casa de Puerto Padre, el retiro que escogió para darle -¡al fin!- unas arrobas de reposo a su vida. Está rodeada de diplomas, medallas, fotografías, recortes, certificados, recuerdos… A pesar de sus 81 años cumplidos, de su pelo marchito, de sus manos agrietadas y de sus arrugas venerables, luce tierna y dispuesta. Y se me ocurre pensar que es por culpa de sus ojos, brillantes como los de una quinceañera cuando su dueña se pone a hablar sobre cañaverales.
-Petra, ¿cuándo y cómo fue que usted comenzó su vida de machetera?
-Ay, mi madre, ¿quién se acuerda? Hace tantos años de eso… Déjeme decirle que lo primero que hice fue lavar y planchar pago en la zona de Velasco. Por allá vivía mi familia antes de la Revolución. Me levantaba oscurito a fajarme con la ropa tiznada que me traían los macheteros. La caña vino después, cuando nos mudamos para San Miguel y me puse a trabajar en una tienda. Un día llega el responsable y me dice: “Petra, creo que te vas a tener que ir de aquí, porque la que era dependienta quiere volver a su puesto. Dice que al marido se lo llevó el Servicio Militar y que está cobrando solo siete pesos. Imagínate, con ese dinero no hay quien mantenga un matrimonio”. ¿Y qué iba a hacer yo? ¡Pues irme! Traté de colocarme en otro lado, pero nada. Lo único que había para ganarse unos reales era la caña. Le dije a mi esposo: “Si tú me dejas me atrevo a cortar”. Y él: “No, va y lo que te cortas es un tendón con la mocha”. Al final lo convencí, aunque en aquella zafra de 1966 solo piqué unas poquitas arrobas, pues estaba acabándose. Así empecé.
-Pero parece que le gustó, porque permaneció mucho tiempo junto al tajo…
-Nada menos que 13 zafras seguidas. La de 1975 fue la mejor, pues terminé con 119 mil arrobas. No sé, pero creo que en Cuba nunca una mujer picó tanta caña. Si me pongo a sacar números, yo debo de haber tumbado varios cañaverales juntos. Y eso que solo pesaba 105 libras. ¡Que si no…! Recuerdo que una vez pusieron al lado mío a cuatro mujeres de la zona y le dieron una carrera a cada una para que las sacaran. Yo cogí cuatro para mí sola y ra ra ra… ¡salí a la guardarraya primero que ellas! Es que yo sabía cortar caña. A veces las tumbaba de una en una. Y en otras abracaba así con un brazo un plantón y con el otro fua fua me lo llevaba completo de dos mochazos. Yo picaba cualquier tipo de caña, pero prefería una que le decían moriolo, que era derechiiiiita. Y aquella, la media luna, también. Lo principal era arrancar temprano. Porque para cortar caña como Dios manda hay que madrugar. Y si es con frío, mejor, para que haya más fresco. Todavía veo a los macheteros y me da envidia. Si fuera más nueva cogía otra vez la guámpara.
-¿Nunca se sintió subestimada por los hombres cuando tomaba la mocha…?
-Bueno, al principio me torcían los ojos. ¡Como si fuera pecado ser machetera! Decían: “Mentira, ella no puede picar tanto como dicen, seguro que el estadístico la ayuda con los reportes”. Hasta que un día mi jefe se incomodó y los llevó al tajo para que me vieran trabajar. Entonces reconocieron: “¡La verdad es que a Petra no hay quién la siga con la guámpara en la mano!”. Y mi jefe les contestó: “¿Ven? Eso es para que no sean tan hablanchines”. Le juro que nunca me acomodaron por ser mujer. A pesar de ser la única en la brigada, si había que ir para un campo de caña quemada, iba igualito que los hombres. Y si el compromiso era tumbar 60 mil arrobas en la zafra, cumplía y sobrecumplía. Llegué a picar hasta 700 diarias. Cuando regresaba a mi casa por la tarde me enredaba con la batea y con la cocina. Y atendía a mi esposo y a mis hijos. Y mire usted, siempre me quedaba un lugarcito para arreglarme un poco y no lucir fea. Y para cantar una canción también.
-Para picar tanta caña usted debe de haber tenido su técnica, ¿cuál era?
-Cogerle el ritmo al corte, descansar solo lo necesario y no tomar demasiada agua. Yo solo paraba de cortar al mediodía para comerme un bocado. Y siempre pedía que me sirvieran poco. Es que la mocha y la barriga llena no ligan. Del comedor regresaba para el campo hasta las dos o las tres de la tarde, aunque en la zafra de 1970 corté también de noche. Si me lo brindaba, me daba mi traguito de ron para reanimarme, porque la caña es de anjá. Y algún tabaco. Pero no en el campo, sino en el camino, rumbo al cañaveral. Lo otro es que siempre fui muy cafetera, así que me llevaba mi pomo con café y lo dejaba en una orilla del tajo para darme un buchito cuando el cuerpo me lo pidiera. Picaba donde fuera, pero me gustaba hacerlo más para normas técnicas, bien arriba y bien abajo, a tres trozos. Y tan al rente que casi me llevaba la tierra ¡Qué bonita se veía la caña con sus tongas parejas y limpias! Por mis carreras se podía correr, porque no dejaba picotillo. Pero no fue solo eso lo que hice en mi vida. En Mayarí sembré tomates y en la Sierra recogí café.
-Dicen que en los plantones hay ratas y culebras, ¿pasó algún susto?
-Yo no le tengo miedo a nada. Me acuerdo que una vez, allá por Cuatro Lugares, estábamos picando ra ra ra y en eso se metió a toda carrera en el cañaveral una vaca fajadora. ¡Aquello era un diablo suelto! Los hombres se mandaron a correr, pero yo seguí en lo mío como si nada y el animal ni me miró. Otra vez me salió un majá prieto y así de grande de entre la paja. Lo maté con la misma mocha. En mi brigada habían hombrones que pataleaban si veían un jubito. A mí no había rana, alacrán ni avispa que me asustaran. ¿Quién ha visto una guajira con miedo a los bichos? En todos estos años me hice solo una herida. Estaba picando caña enyerbada y la mocha se me enredó arriba, en la bejuquera. Me di un guamparazo en un pie. Eché una barbaridad de sangre y me cogieron tres puntos. Pero se me sanó enseguida y a los tres o cuatro días ya estaba de nuevo de pelea.
-Tengo entendido que en aquellos tiempos le hicieron varias entrevistas…
-Uhhh, un montón.¡Los periodistas no me dejaban tranquila! Cuando llegaban al campo en pleno horario de corte me mandaban a buscar y entonces yo les decía: “bueno, si me van a entrevistar que sea rápido, porque no puedo perder tiempo de trabajo”. Y ellos nada, se ponían a hacerme preguntas. Todavía tengo guardada una revista Mujeres donde salí. ¡Y fotos me tiraron que para qué contarle! Siempre les decía a los fotógrafos: “No sean puñeteros, retraten a las artistas, no a mí”. Porque yo era muy penosa. Imagínese, criada en el campo y de familia humilde... Cuando los veía me ponía a temblar. Una vez, en un viaje de estímulo que hice a La Habana, me obligaron a ir a la televisión a no me acuerdo qué programa. Me entrevistó Consuelito Vidal y me relajeó todo lo que quiso. Y quién le dice a usted que me cogieron los nervios y me entró una habladeraaa... Entonces Consuelito dijo: “Caballeros, ¿y esta es la mujer que me habían dicho que era guajira? ¡Pero si casi no me ha dejado poner una a mí...!” La gente se rió cantidad con aquello.
-Usted debe de haber conocido a muchas personalidades, me imagino…
-Conocí a muchos dirigentes y me invitaron a recepciones. Me moría de pena, porque cuando yo entraba era como si hubiera llegado no sé quién de importante... ¡Y solo era una humilde cortadora de caña! Me daban ganas de llorar aquellos recibimientos. A Fidel lo vi de aquí a ahí donde está usted. Él fue quién me puso la medalla de Heroína Nacional de la Zafra. Fui la primera mujer en recibirla en Cuba. Ese día el Comandante me dijo bajito: “Oye, Petra, ¿qué tú haces para cortar tanta caña?”. Yo no sabía qué decir y él se rió al verme así, nerviosa. En el Comité Central me quería cantidad. No sé si algunos por allá se acordarán de mí todavía. Tal vez Jorge Risquet, que me decía en las recepciones: “Coma bastante, Petra, que usted trabaja mucho”. También traté a Jorge Lezcano y a Vilma Espín. Con ellos y con otros macheteros y macheteras fuimos por estímulo durante 15 días a la URSS. Yo nunca había montado en avión y aquel viaje por el aire me entusiasmó. Hubo a quienes se les reventaron los oídos allá arriba y se indigestaron con las comidas rusas. Yo lo que hice fue divertirme. Después fui a otros países socialistas. Y hasta un Congreso del Partido. ¿En qué otro lugar hubiera podido hacer tanto?
-¿Qué otra cosa le hubiera gustado hacer en la vida a Petra Almaguer?
-La vida me dio más de lo que merezco, así que otra cosa no le puedo pedir. Pero, ¿quiere saber algo? Hubiera querido ser mejor madre de lo que fui, y entre las buenas me cuento. Me duele que nunca pude ir a ver a mis hijos a las escuelas donde estaban becados, porque yo cortaba caña hasta los domingos. Tengo la satisfacción de que los ocho me salieron buenos y estudiosos. Me dieron 20 nietos y 13 biznietos que me adoran. Desde hace años estoy jubilada, aunque no dejo de trajinar para que el cuerpo no se me oxide como una mocha vieja. Todavía cocino y lavo. Mire, ese cordel de ropa lo acabo de tender. ¿El último mochazo? Lo di en la zafra de 1979. Estaba cortando en un tajo por la zona de Mesa 3 cuando me avisaron que mi esposo se había enfermado. Desde entonces lo cuido. Tiene ya 92 años de edad. Él no solo ha sido mi compañero en la vida, sino también en los cañaverales, pues picamos mucho tiempo juntos. Yo cumpliré en noviembre 82, pero no tengo pensado morirme pronto. Estoy contenta de vivir en mi país y de haber conocido a Fidel. A lo mejor cuando lea esta entrevista se acuerda de mi. Todos los días le pido a Dios que se ponga bien rápido. Porque, a pesar de que yo soy un poquito más vieja que él, a Fidel lo quiero como si fuera mi padre.

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