jueves, 24 de diciembre de 2020

El médico de El Puerto

Cuando se habla del ejercicio de la Medicina en Manatí, el nombre de José A. Benítez Gutiérrez sale a relucir por derecho propio. Los más jóvenes seguramente no lo recuerdan, pero me estoy refiriendo al popularísimo Médico del Puerto, un seguidor de Galeno que hizo época en la localidad y mucho más allá en las décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado por sus aciertos a la hora de diagnosticar y tratar los más diversos requiebros de salud. Tenía su consultorio a la orilla del mar, muy próximo a la entrañable y recordada Playita, en un local aledaño a su vivienda, donde vivía con su familia, de la que formaban parte sus hijos Aki y Antolín. Ante la aparición de cualquier malestar en alguno de sus hijos, las madres manatienses tomaban el trencito y viajaban hasta el Puerto (18 kilómetros bien contados) para que Benítez lo examinara. Por cierto, al llegar había que echar rápido pie a tierra y correr a toda velocidad, porque solamente se repartían 20 turnos. Y, en muchas ocasiones, la demanda solía estar muy por encima de la oferta. La consulta tenía el valor de cinco pesos, pero la gente los desembolsillaba con gusto. Porque, en honor a la verdad, no había afección que Benítez no neutralizara con su sapiencia profesional: parasitismo, fiebre alta, dolores de cabeza, inapetencia, molestias óseas, afecciones estomacales... La confianza en él era absoluta, por lo que no era raro que vinieran a verlo personas desde localidades distantes Un viaje hasta la consulta de Benítez exigía dedicarle casi el día completo, pues el trencito (siempre un coche-motor) no hacía el siguiente viaje de retorno a Manatí hasta el atardecer. En consecuencia, los menesterosos tenían por costumbre llevar su almuerzo en vasijas para consumirlo sentados a la orilla de la playa, mientras les llegaba el turno para ser atendidos. Más de una vez mi buena madre me llevó hasta él. Le rogaba a todos los santos que no me prescribiera inyecciones, especialmente las de Extracto Hepático, o unas gotas con sabor horrible, llamadas Venatón. Pero casi nunca lograba salirme con la mía. Benítez me hacía acostar sobre una pequeña camita y allí me auscultaba, me reconocía y me hacía sacar la lengua. Luego se sentaba ante su vieja Remington y escribía las consabida recetas, que traían su nombre impreso en la parte superior. Conservo algunas como reliquias. Varios años después, el Médico del Puerto abandonó la medicina privada y comenzó a trabajar en nuestro hospital. La gente lo siguió prefiriendo como en otros tiempos. Tuve la suerte de hacerme su amigo. Con él solía conversar largo y tendido sobre cualquier tema, pues tenía una cultura enciclopédica. Murió hace poco más de una década. Los manatienses jamás lo olvidaremos.

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