La comunidad periodística tunera estuvo de plácemes durante los últimos días. El reciente otorgamiento a la provincia de las actividades centrales por el 14 de Marzo, Día de la Prensa Cubana, hizo que un sentimiento de orgullo recorriera como en un corrientazo de alta tensión los paralelos y los meridianos de nuestra sensibilidad.
Se trata de un reconocimiento merecido, pues mucho se trabajó durante los últimos 12 meses para que esta «prosa de prisa» nuestra, como decía Nicolás Guillén, se colocara de nuevo a la altura de los esfuerzos. Aunque, desde luego, sin perder de vista que por encima de las distinciones, el periodismo sigue su curso. No deben apagarse las plumas, ni esfumarse las imágenes ni enmudecer las voces.
Les propongo la lectura de un fragmento del un material que encontré en Internet, para que confirmen hasta qué punto nuestra profesión y quienes la ejercemos estamos conminados a continuar la marcha con más bríos, entusiasmo y confianza que nunca:
El periodismo no es un oficio: es una vocación, y se necesitan muchas cualidades para ejercerla.
El periodista no sólo proclama la noticia: la traspasa. No sólo busca las cuerdas de donde procede, sino que enciende el ojo mágico de su linterna para darle luz. No sólo la juzga en el presente, sino que pronostica hasta dónde puede trascender en el futuro.
El periodista no es un novelista que inventa, crea y maneja las cosas con su imaginación. Ni un biógrafo que describe hechos, características, formación y actuación en la vida de los hombres. Ni un poeta que lleva dentro el instrumento de su canto, que pasea el mundo haciendo nacer rosas al sentimiento y que cambia la pupila de la humanidad.
El periodista, cuando capta la noticia, no sólo tiene que asimilarla, sino también someterla a juicio, desmenuzarla, dar razones serias, reflexiones objetivas y soluciones libres de ofuscación y de apasionamiento.
El periodista es jinete, guerrero, filósofo, profeta, conductor y maestro.
A un buen periodista no hay manos que le sujeten la conciencia, ni vendajes que le tapen las heridas del mal, ni nada que le cierre la boca a la hora de hablar ni le contenga la voz a la hora de la verdad.
La vida de un buen periodista no se atasca a la hora de la prebenda, ni del miedo, ni del soborno.
Quizás sus ojos no puedan abarcarlo todo, ni su corazón dar la medida exacta de todas las cosas. Pero sí sabe, en conciencia, que defiende lo que cree justo y jerarquizado lo que cree superior.
No se queda en la superficie de los hechos: se nutre dentro y les palpa las raíces.
No se queda flotando en el espacio: se sumerge en profundidades y llega al fondo.
No se queda mirando pasar el mal: toca la llaga y advierte el peligro.
No pierde el paso: conoce la tierra donde pisa.
No anda por las ramas: se afianza en el tronco.
No se escuda en evasivas: pone su fuerza en la justicia y en la verdad.
No pone parches: va al grano.
No divaga: siembra y poda a tiempo.
No se contenta con ser espectador de los sucesos diarios: nada en sus aguas, atrapa sus males y afila su pluma.
El periodista dice a veces cosas que muchos no quieren oír.
El periodista tiene vuelo de águila, puntería de cazador, ojos de cocuyo, mente de profeta, arrestos de guerrero y corazón de pastor.
El periodista afina los sentidos, olfatea las trastiendas y derriba las incógnitas; sube los muros y rompe la sombras para que nada desconcierte el corazón, ni desvíe la inteligencia, ni malogre el ideal.
El buen periodista debe saber conjugar cerebro, corazón y valentía. Una trilogía que le balancea la vida y lo hace salir airoso de muchas situaciones.
El periodista es un mentor que marca rutas, forma opinión y trabaja con los acontecimientos que lo rodean.
El periodista es un hombre que vive con la brújula en la mano, la pantalla ante los ojos, la tinta en el papel y el valor a flor de piel.
Es una espada afilada contra la corrupción, la mentira y las bajas pasiones. Una flecha que da en el blanco. Y una linterna mágica para descubrir el refugio secreto del mal.
Mientras existan los buenos periodistas, el mundo tendrá defensa, las causas nobles tendrán quien luche por ellas y los seres humanos vivirán con esperanza.
Los buenos periodistas de estos momentos históricos y cruciales de nuestra Patria son los que, al morir, podrán decir: «He trabajado por el mejoramiento de mi pueblo. Por la justicia entre los hombres. Por el bien de mis semejantes. Por un país soberano y feliz. Sin ambiciones personales, sin codicia, sin envidias, sin odio. Todo conforme a mi conciencia».
Se trata de un reconocimiento merecido, pues mucho se trabajó durante los últimos 12 meses para que esta «prosa de prisa» nuestra, como decía Nicolás Guillén, se colocara de nuevo a la altura de los esfuerzos. Aunque, desde luego, sin perder de vista que por encima de las distinciones, el periodismo sigue su curso. No deben apagarse las plumas, ni esfumarse las imágenes ni enmudecer las voces.
Les propongo la lectura de un fragmento del un material que encontré en Internet, para que confirmen hasta qué punto nuestra profesión y quienes la ejercemos estamos conminados a continuar la marcha con más bríos, entusiasmo y confianza que nunca:
El periodismo no es un oficio: es una vocación, y se necesitan muchas cualidades para ejercerla.
El periodista no sólo proclama la noticia: la traspasa. No sólo busca las cuerdas de donde procede, sino que enciende el ojo mágico de su linterna para darle luz. No sólo la juzga en el presente, sino que pronostica hasta dónde puede trascender en el futuro.
El periodista no es un novelista que inventa, crea y maneja las cosas con su imaginación. Ni un biógrafo que describe hechos, características, formación y actuación en la vida de los hombres. Ni un poeta que lleva dentro el instrumento de su canto, que pasea el mundo haciendo nacer rosas al sentimiento y que cambia la pupila de la humanidad.
El periodista, cuando capta la noticia, no sólo tiene que asimilarla, sino también someterla a juicio, desmenuzarla, dar razones serias, reflexiones objetivas y soluciones libres de ofuscación y de apasionamiento.
El periodista es jinete, guerrero, filósofo, profeta, conductor y maestro.
A un buen periodista no hay manos que le sujeten la conciencia, ni vendajes que le tapen las heridas del mal, ni nada que le cierre la boca a la hora de hablar ni le contenga la voz a la hora de la verdad.
La vida de un buen periodista no se atasca a la hora de la prebenda, ni del miedo, ni del soborno.
Quizás sus ojos no puedan abarcarlo todo, ni su corazón dar la medida exacta de todas las cosas. Pero sí sabe, en conciencia, que defiende lo que cree justo y jerarquizado lo que cree superior.
No se queda en la superficie de los hechos: se nutre dentro y les palpa las raíces.
No se queda flotando en el espacio: se sumerge en profundidades y llega al fondo.
No se queda mirando pasar el mal: toca la llaga y advierte el peligro.
No pierde el paso: conoce la tierra donde pisa.
No anda por las ramas: se afianza en el tronco.
No se escuda en evasivas: pone su fuerza en la justicia y en la verdad.
No pone parches: va al grano.
No divaga: siembra y poda a tiempo.
No se contenta con ser espectador de los sucesos diarios: nada en sus aguas, atrapa sus males y afila su pluma.
El periodista dice a veces cosas que muchos no quieren oír.
El periodista tiene vuelo de águila, puntería de cazador, ojos de cocuyo, mente de profeta, arrestos de guerrero y corazón de pastor.
El periodista afina los sentidos, olfatea las trastiendas y derriba las incógnitas; sube los muros y rompe la sombras para que nada desconcierte el corazón, ni desvíe la inteligencia, ni malogre el ideal.
El buen periodista debe saber conjugar cerebro, corazón y valentía. Una trilogía que le balancea la vida y lo hace salir airoso de muchas situaciones.
El periodista es un mentor que marca rutas, forma opinión y trabaja con los acontecimientos que lo rodean.
El periodista es un hombre que vive con la brújula en la mano, la pantalla ante los ojos, la tinta en el papel y el valor a flor de piel.
Es una espada afilada contra la corrupción, la mentira y las bajas pasiones. Una flecha que da en el blanco. Y una linterna mágica para descubrir el refugio secreto del mal.
Mientras existan los buenos periodistas, el mundo tendrá defensa, las causas nobles tendrán quien luche por ellas y los seres humanos vivirán con esperanza.
Los buenos periodistas de estos momentos históricos y cruciales de nuestra Patria son los que, al morir, podrán decir: «He trabajado por el mejoramiento de mi pueblo. Por la justicia entre los hombres. Por el bien de mis semejantes. Por un país soberano y feliz. Sin ambiciones personales, sin codicia, sin envidias, sin odio. Todo conforme a mi conciencia».
2 comentarios:
Coimbra, 23 de Abril de 1975.
" Há poucos dias, durante a homilia da missa dominical na igreja de uma freguesia rural das cercanias, o padre falou aos seus paroquianos sobre as próximas eleições para a Assembleia Constituinte. Lançou mão da parábola para melhor se fazer compreender e disse-lhes:
-"Meus caros irmãos em Cristo: suponhamos que um de vós é dono de uma vaca leiteira; se ganhar o socialismo, fica o irmão com a vaca, mas tem que dar o leite a esse partido; se ganhar o comunismo, fica sem a vaca e sem o leite..." "
Cristóvão de Aguiar, in Relação de Bordo (1964-1988), página 164, Grande Prémio de Literatura Biográfica APE/CMP - 2000 (ESGOTADO)
Hola ,y ante todo¡¡ Feliz día de la prensa!! allá en Cuba.. un poquito tarde ( recién leí el artículo, pues) pero el saludo es sincero. Del excelente tema que leí hay algo sabio y que debo resaltar:el periodismo debe ser siempre por vocación....y al señor Aguero la vocación para escribir le sobra. Mis fraternos saludos y felicitaciones por tanto talento,Maestro.
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