Cuando llegué a Manatí, dos jornadas después del devastador ataque del huracán Ike, sentí un estremecimiento interior y lo ojos se me nublaron. «¡Pero qué le hiciste a mi pueblo, Dios mío!», murmuré, espantado. Ante mí se extendía un panarama desolador. Árboles enormes en el suelo, casas destruidas, cultivos arrasados, fango y humedad por todas partes, lugares en ruinas, impotencia colectiva, abatimiento... Y mucha tristeza. Y semblantes incrédulos que me miraban fíjamente, como preguntándome: «¿Será real lo que estamos viendo o es solo una pesadilla?» Pero no era una pesadilla. Era la verdad en toda su crudeza.
Yo podría escribir aquí mucho, ¡muchísimo! Dar pormenores de lo ocurrido, transmitir estados de ánimo, revelar mundos interiores, describir la dimensión del drama... Sin embargo, y por aquello de que una imagen vale a veces por mil palabras, prefiero que hablen las fotografías con su discurso desgarrador. Advierto que solo se trata de botones de muestra, porque Manatí es hoy inaprehensible para la cámara. Ni siquiera ella, copista fiel de la realidad, lograría reproducir los amargos matices de este lienzo que nos duele hondo, independientemente de donde hayamos levantado campamento.
Yo podría escribir aquí mucho, ¡muchísimo! Dar pormenores de lo ocurrido, transmitir estados de ánimo, revelar mundos interiores, describir la dimensión del drama... Sin embargo, y por aquello de que una imagen vale a veces por mil palabras, prefiero que hablen las fotografías con su discurso desgarrador. Advierto que solo se trata de botones de muestra, porque Manatí es hoy inaprehensible para la cámara. Ni siquiera ella, copista fiel de la realidad, lograría reproducir los amargos matices de este lienzo que nos duele hondo, independientemente de donde hayamos levantado campamento.
Ni esta torre del antiguo ingenio, sobreviviente de la desaparición de la industria azucarera local, salió ilesa del embate de Ike. Los manatienses, expertos en identificar cada centímetro cuadrado del terruño, notarán que un trozo de su punta cayó a tierra. Para conseguir tal fuerza, el huracán debió superar en algún monmento los 200 k/h. De otra forma no me explico como la estructura de hormigón y acero perdió esa parte de su pináculo.
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