En el Puerto de Manatí, localidad situada a unos 64 kilómetros al norte de la ciudad de Las Tunas, nacieron y residen todavía algunos de mis mejores amigos. Con varios de ellos trabé amistad en mi ya lejana época de estudiante de la enseñanza secundaria. A otros los conocí en circunstancias diferentes, aunque igualmente perdurables. Solemos encontramos de vez en vez, y, cuando eso ocurre, nos vienen a la memoria los buenos momentos pasados juntos.
Algo que siempre ha picado mi curiosidad en los portuarios –tanto de mis amigos como de quienes no lo son- es su proverbial tendencia a endilgarse y a llamarse entre sí por apodos de la más heterogénea naturaleza. Sí, la onomástica del ultramarino poblado, siempre tan pintoresco y hospitalario, es una auténtica exhibición de sobrenombres extravagantes, rasgo característico de las comarcas pequeñas, donde todos sus habitantes se conocen.
Allí uno se puede encontrar con motes tales como Chapín, La Chopa y Tortugón, todos con inconfundible sabor a mar y justificados por la convivencia de sus habitantes con el salado elemento. Sin embargo, otros recuerdan a ciertas aves que no figuran en la fauna local, como Tomeguín, El Títere y El Perico. Y nada de Gaviota, Pelícano o Flamenco, como sería lógico que ocurriera, dada la afinidad de estas especies aladas con territorios cercanos al litoral.
Si de insectos se trata, quien visite el Puerto se encuentra de sopetón con apodos relacionados con esas especies biológicas. Escuchen estos: La Nigua, El Piojo y El Grillo. Amigos míos, ¿qué habrán hecho sus portadores para merecer tan estrafalarios apelativos? Se necesita estar en posesión de una capacidad de fantasía extraordinaria para bautizar así al prójimo.
Pero la lista sigue hasta lo inimaginable. Nombres con reminiscencias de instrumentos cortantes existen también: Machete y Serrucho. ¡Vaya usted a saber sus orígenes! Y con sugerencias agroalimentarias, tales como Boniato y Frijol. De criaturas cuadrúpedas hay a montones: El Chivo, El Gato, El Oso, El Mono y El Mulo. He dejado para al final algunos a los cuales no le encuentro lógica. Oigan: Tin Tan Ton, Vira Palo y Piribico.
Lo simpático del caso es que ninguno se enoja ni se escandaliza cuando sus vecinos de asentamiento lo llaman –lo mismo a solas que en presencia de terceros- por su correspondiente mote, el cual, en buena medida, ha reemplazado al nombre legítimo con el que alguna vez sus padres lo inscribieron oficialmente en las páginas del Registro Civil.
Se suceden las generaciones y la práctica de endilgarles apodos extravagantes a los habitantes del Puerto del Manatí prosigue allí como si tal cosa. Estamos ante un caso interesantísimo para que lo estudien los sociólogos, lingüistas, etnólogos y folcloristas, ¿no creen? Con su toque de color y su manera de ver la vida, nuestro Puerto y su gente jamás dejarán de sorprender.
Allí uno se puede encontrar con motes tales como Chapín, La Chopa y Tortugón, todos con inconfundible sabor a mar y justificados por la convivencia de sus habitantes con el salado elemento. Sin embargo, otros recuerdan a ciertas aves que no figuran en la fauna local, como Tomeguín, El Títere y El Perico. Y nada de Gaviota, Pelícano o Flamenco, como sería lógico que ocurriera, dada la afinidad de estas especies aladas con territorios cercanos al litoral.
Si de insectos se trata, quien visite el Puerto se encuentra de sopetón con apodos relacionados con esas especies biológicas. Escuchen estos: La Nigua, El Piojo y El Grillo. Amigos míos, ¿qué habrán hecho sus portadores para merecer tan estrafalarios apelativos? Se necesita estar en posesión de una capacidad de fantasía extraordinaria para bautizar así al prójimo.
Pero la lista sigue hasta lo inimaginable. Nombres con reminiscencias de instrumentos cortantes existen también: Machete y Serrucho. ¡Vaya usted a saber sus orígenes! Y con sugerencias agroalimentarias, tales como Boniato y Frijol. De criaturas cuadrúpedas hay a montones: El Chivo, El Gato, El Oso, El Mono y El Mulo. He dejado para al final algunos a los cuales no le encuentro lógica. Oigan: Tin Tan Ton, Vira Palo y Piribico.
Lo simpático del caso es que ninguno se enoja ni se escandaliza cuando sus vecinos de asentamiento lo llaman –lo mismo a solas que en presencia de terceros- por su correspondiente mote, el cual, en buena medida, ha reemplazado al nombre legítimo con el que alguna vez sus padres lo inscribieron oficialmente en las páginas del Registro Civil.
Se suceden las generaciones y la práctica de endilgarles apodos extravagantes a los habitantes del Puerto del Manatí prosigue allí como si tal cosa. Estamos ante un caso interesantísimo para que lo estudien los sociólogos, lingüistas, etnólogos y folcloristas, ¿no creen? Con su toque de color y su manera de ver la vida, nuestro Puerto y su gente jamás dejarán de sorprender.
1 comentarios:
hola juan yo soy del puerto soy nieta de la chopa hija de mogollon esta muy bueno tu comentario sobre los apodos de los puertarios a pesar que te faltan unos cuantos mas te mando un saludo y un abrazo
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